Lunes 15 de abril. 7 y treinta de la mañana. Una punzada en la boca del estómago me despierta del sueño profundo. A pesar del esomeprazol tomado antes de dormir, mi úlcera acusa recibo de la angustia vivida el día anterior esperando los resultados electorales, la larga noche anterior.
…
A eso de las ocho de la noche del día 14, los mensajes que me llegaban, muchos de fuentes bien acreditadas, sostenían que el candidato oficialista ganaba en el más conservador de los escenarios, con un 4 por ciento por arriba y, otros, lo ponían con hasta diez y doce puntos de ventaja, reforzando lo que había empezado a ser una secuencia de rumores desalentadores desde las 3 de la tarde, cuando en medios franceses se hacían eco de la información suministrada desde el gobierno venezolano, donde daban unos supuestos resultados a boca de urna de las elecciones que sostenían que Nicolás Maduro ganaría con un 12 por ciento de ventaja.
En algún momento de la noche, los datos empezaron a revertirse y comenzaron a llegar cifras que daban cuenta de una ventaja de Henrique Capriles sobre el candidato oficial, con porcentajes que variaban desde un 2 hasta un cinco por ciento.
A pesar de mi reticencia a ilusionarme y sembrarme falsas expectativas, las informaciones tendían a mejorar y quienes en la tarde daban el peor escenario de derrota para la oposición, terminaban diciendo que todo estaba muy confuso y que los resultados estaban muy parejos. Ya poco antes de que la rectora diera, de manera apresurada, atropellada y rápida su alocución, en un tono de voz que delataba su susto y sin los consabidos regodeos lingüísticos institucionales que siempre la han caracterizado en esos actos, ya mis expectativas se habían desinflado porque de gente muy cercana a Capriles me llegó la información que decía: “Los votos dan ganador a Capriles por poco margen pero no hay que hacerse ilusiones”. Esto me indicaba que las cosas no marchaban bien, como me lo confirmó la actitud de la rectora.
Cuando dieron los resultados “irreversibles” aseverando que el oficialismo obtenía la victoria con 0.6 por ciento de ventaja, poco más de 200 mil votos, pensé: “Eso habría que auditarlo voto a voto. Abrir todas las urnas, contar las papeletas y contrastarlas con las actas y los cuadernos de votación porque el margen es tan pequeño que, esa victoria, la podrían haber determinado los votos fraudulentos que siempre se ha sabido que existen en Venezuela. A saber, desde personas que votan con diferentes cédulas varias veces, los llamados “multicedulados”, los votos de extranjeros cedulados de manera ilegal y a quienes se les permite el voto (cubanos, colombianos, chinos, ecuatorianos, peruanos, un importante número de personas que siempre se ha rumoreado les dieron documento identidad de manera ilegal), los votos “asistidos”, ese grupo de personas a las que obligan a votar por el oficialismo con una persona al lado para asegurarse de que ese voto sea por la opción que ellos indican y otros casos por el estilo, como fallecidos que aún se encuentran activos en el Registro Electoral, además del ventajismo evidente del oficialismo durante toda la campaña.
En ese momento recordé algo que escribí cuando en octubre muchas personas decían que Chávez había ganado con fraude. Allí decía yo: “Eso (la cantidad de votos fraudulentos) puede que llegue a 150 mil, 200 mil votos, seamos generosos con quienes sostienen la hipótesis del fraude, digamos que 300 mil, pero pretender creer que es por eso que ganó Chávez es iluso, simplista y cómodo.”.
Lo decía porque en una ventaja de un millón y medio de votos ese porcentaje no era significativo. Pero en el caso actual, con tan escaso margen de diferencia, podría hacer que la balanza se inclinase a un lado u otro.
Cuando el rector Vicente Díaz dijo que a él le parecía prudente que con tan poca diferencia de votos, se hiciera una revisión profunda y un conteo voto a voto que despejase cualquier sombra de duda que la oposición pudiese tener con respecto al resultado, me pareció lo más oportuno. La paz del país y la aceptación sin dudas de los resultados, dependerían de eso. Como más tarde lo solicitaría Carpiles de manera serena y contundente y, como estaba dispuesto a hacer Nicolás, según lo dijo en su discurso en la madrugada, cuando dijo textualmente: “Que las cajas hablen”, aunque después se desdijera inexplicablemente.
Me fui a dormir convencido de que se haría lo que debía hacerse para despejar las dudas, pues ambos contendores aceptaron el conteo voto a voto ante el país. Antes de acostarme, le dije a un amigo que estaba muy decepcionado con el resultado y con el país, y quien me manifestaba que se iría a limpiar pocetas en el exterior y que nunca más hablaría de Venezuela ni volvería a votar:
“Noooo. Capriles hizo lo que tenía que hacer. Hay que apoyarlo porque si mantenemos la energía en alto podemos lograrlo. Esa elección no aguanta una revisión seria. Hay que apuntar hacia allá. Ganaron con la diferencia fraudulenta. Esa que en un millón y medio de votos no decide pero en 250 mil sí. Esto creo que está a punto de caer y tenemos que apoyarlo porque sí se puede. Animo que está clareando. Fíjate que Capriles le robó las primeras planas de los periódicos del mundo, porque el mundo vio que hubo fraude. ¡¡Animo!! “.
Y lancé mis dos últimos tuit de la noche:
“Nos queda a los 7 millones y picote que elgimos a @Hcapriles apoyarlo en sus demandas. Amigo, esperamos línea. #fraudeenvenezuela”
No decaer. Si mantenemos la energía arriba lo lograremos @hcapriles presidente. #fraudeenvenezuela #gobiernomientrastanto”.
…
Cuando a las 7 y media me despierta el dolor en la boca del estómago, me hago el tonto. Doy media vuelta y trato de conciliar el sueño nuevamente pues había dormido muy pocas horas. En esas estoy bastante tiempo. La úlcera me despierta y el sueño vuelve a vencerme. Veo la hora. Las 10 y media. Enciendo el teléfono y encuentro que el pin está colapsado con mensajes y cadenas. La gente llama insistentemente a salir a la calle a protestar.
Desayuno, me baño y decido irme al trabajo haciendo caso omiso a los llamados a protestar. Hace tiempo que aprendí que no hay que atender a ese tipo de llamados porque en muchas oportunidades la gente lanza esas cadenas y, cuando uno llega al sitio, no hay nadie. Los guerreros de tuiter, facebook y cadenas de pin, lanzan sus mensajes sin molestarse en mover sus culos de las sillas. Ya muchas convocatorias habían resultado un bluff como para hacerles caso ahora.
Pero, voy en el carro con Cristian Espinosa, vía al trabajo, y decidimos acercarnos a la Plaza de la República, donde decían los mensajes que se congregaría la gente para marchar hasta el CNE.
¡Oh sorpresa! Desde lejos, vemos paradas frente a la plaza, dos unidades de la Guardia Nacional, muestra evidente de que la zona está siendo militarizada. Tomo una foto desde lejos, damos la vuelta a la manzana. Al cruzar, encuentro un grupito de Guardias Nacionales apostados en la acera de la avenida 5 de Julio. Les tomo foto y, al levantar la vista, descubro un río multicolor que se acerca por el medio de la calle. Banderas, gorras tricolores, pitos y pancartas se distinguen en la multitud. Las consignas se escuchan con claridad, “No tenemos miedo”, “Queremos la verdad”, “¡Fraude, fraude!”. Decido unirme a la marcha. Cristian sigue en el carro mientras yo marcho al CNE, en la avenida El Milagro. Por ningún lado vi, por cierto, a los guerreros del teclado, pero la marcha no era de menos de 3 cuadras de gente.
Llegamos a la intersección de El Milagro con 5 de Julio a eso de las 12 y media del día. Quienes conocen Maracaibo y saben de las altas temperaturas que registra la ciudad, pueden dar fe del sofocón y el calor que se experimentan a esa hora en la calle, con temperaturas que fácilmente llegan a 40 grados centígrados a la sombra.
La manifestación quedó parada en esa intersección. Un gran contingente de Guardias Nacionales y policías impedían que se avanzara más. Su orden era no permitir que los manifestantes se acercaran a las puertas de Consejo Nacional Electoral regional. Tanquetas militares y motos policiales se encuentran frente a la sede del organismo, mientras en el lado opuesto, otro gran número de soldados tranca la otra parte de El Milagro.
El sol es inclemente. Los chorros de sudor nos cubren el rostro. Como salí de casa sin pensar en la protesta, no llevo ni agua ni gorra. Los brazos comienzan a sentir el sol abrasador y empiezan a tornarse rojos. Pero allí estamos, convencidos de que nuestro voto, el voto de más de 7 millones de venezolanos debe ser respetado y se debe hacer la verificación que demuestre la legitimidad de Nicolás Maduro a quien, contraviniendo lo pautado, anuncian que proclamarán como presidente en pocas horas.
Una chica que está a mi lado me dice:
-Yo no tengo miedo. Yo tengo 47 años y estoy dispuesta a todo. Ya estoy llamando a mis hermanas para que se vengan. ¡Coño, ellas tienen hijos por los qué luchar!
Me cuenta que un rato antes, un policía que pasó a su lado le dijo: “¡Ay, sí, muy valiente, te sueltan un cohete y te asustas!”, y ella le respondió: “Tu correrías antes que yo”.
Las consignas continúan. “¡Fraude, fraude!”, “¡Reconteo ya!”, ¡Somos estudiantes y queremos las verdad!, ¡Y va a caer, y va a caer, este gobierno va a caer!”… Una manifestante saca su cédula de identidad, la levanta al cielo y grita: “¡Soy venezolana y quiero la verdad!”, al poco rato, quienes la rodean sacan su documento de identidad, lo elevan sobre sus cabezas y corean la consigna.
La chica vuelve y me dice: “Es que no podemos dejarnos. A mí me llamó ayer un tío chavista y me dijo: ‘No celebres mucho que aquí estoy con 10 cédulas votando. Ustedes no ganarán. No volverán”.
Otra señora, de la etnia wayuu, me dice que ella es prima de una diputada, que ella sabe que su prima es una tramposa y que le dijeron que tenía una máquina de votación en su casa. Yo le digo que eso debe ser mentira, que no puedo creerlo y ella me mira a los ojos y dice:
-Ella es mi prima y yo sé que es una tracalera. Yo sí lo creo.
Ya siento un poco de dolor de cabeza por la deshidratación, un chico me ofrece agua de un botellón y tomo unos sorbos pero está caliente y la sed no cesa. Hago una larga cola para comprar un refresco. Empiezan a transmitir por parlantes la alocución de Capriles llamando a la calma. Pide que nos vayamos a nuestras casas. Convoca a las 8 de la noche a un cacerolazo y para mañana a una marcha de nuevo hasta el CNE.
La gente no se quiere ir. Al contrario, cada vez llegan más. Algunos comentan las fotos y videos que circulan en los que se deja constancia de la destrucción de material electoral por parte del oficialismo. Las cadenas de pin de los guerreros del teclado me colapsan el teléfono y no logro subir las fotos al tuiter. Les paso una cadena yo: “Salga a la calle o cállese. No más cadenas”. Cuando ya me tienen el “cirihuelo lleno de pepas” como dicen los maracuchos, les paso otra cadena a quienes llaman desde su sofá a manifestar: “Desde hace rato estoy en la calle. Defendiendo mi voto. Estoy deshidratado. No me pasen cadenas desde sus casas llamando a pelear. Y lo digo sin acritud”. Cristian y yo nos quedamos un rato más. Hasta que el ardor en los brazos ya no nos deja seguir allí. Nos vamos a la casa. Decidimos seguir las indicaciones de Henrique Capriles.
Cuando arrancamos en el carro, vemos que pasan frente a nosotros no menos de 3 tanquetas abriéndose paso entre el tráfico y la gente que viene llegando a la manifestación. Pienso: “¿Por qué tanto despliegue militar para amedrentar a una población que está manifestando pacíficamente? ¡Ojalá el gobierno tuviera esa disposición y eficiencia para enfrentar a los delincuentes!, al hampa que “está con Maduro”, según rezaba una pancarta en el cierre de campaña del candidato oficialista en el que hubo varios muertos. Pareciera que la orden del gobierno es ‘hagan que esa gente se vaya a sus casas a como dé lugar’”, ya antes habíamos visto como cargaban las lacrimógenas.
En la casa, cuando salen a proclamar a Nicolás como presidente, irrespetando la solicitud de Capriles, saltándose los lapsos y pasando por encima de 7 millones y medio de ciudadanos que estamos esperando un reconteo que nos garantice que ese es el verdadero resultado y que Maduro es el presidente legítimo, elegido por la mayoría más allá de las trampas y del fraude, pienso que, definitivamente, a este régimen no le importa ni la paz ni la vida de los venezolanos. Solo les importa su permanencia en el poder a toda costa. Lo que veo en televisión me hace sentir que es un golpe de estado televisado, con la anuencia de todos los poderes del estado secuestrados por el oficialismo y amparado por las armas de las FAN. Somos más de 7 millones de venezolanos que no existimos ni contamos para el régimen.
No aguanto estar sentado frente al televisor y salgo al balcón con una tapa de olla y una cuchara. Necesito drenar la impotencia y me valgo del caceroleo para lograrlo. Al poco rato, las cacerolas suenan por varias partes de la zona. Parece que la necesidad de drenar es colectiva.
Me acuerdo que no tengo esomeprazol y voy a la farmacia. Mientras espero mi turno, una chica con pulseras de Capriles da instrucciones por teléfono para la convocatoria de mañana frente al CNE. Cuando cuelga, le busco conversación y me dice que es de Mara. Está indignada con lo sucedido el día anterior. El CNE le negó a ella y a otras chicas las credenciales para asistir a las mesas de votación. A su hermana incluso la detuvieron y me muestra un video en el que la gente del CNE no le da explicación de qué ha sucedido con sus credenciales.
-Con todo y eso, dice, no obtuvieron los votos que sacaron en octubre. Por eso, no creo esos resultados del CNE. Ellos bajaron votos y nosotros subimos.
Le cuento que a mi hermana Oraima, en Isla de Coche, la sacaron de la mesa en la que era presidenta rodeada de cinco efectivos del Plan República, porque se opuso en dos oportunidades a que un funcionario conectara su teléfono celular al cable de transmisión de la máquina de votación.
-Hubo demasiadas irregularidades, acota, por eso tiene que lograrse el conteo voto a voto.
De vuelta en la casa, empiezo a escribir estas líneas mientras escucho a Capriles dar los lineamientos a seguir. A las 8 pm, cacerolazo y mañana al CNE en la mañana.
Las ocho de la noche. Agarro mi tapa y mi cuchara y me pongo en el balcón a darle con la furia que indicó Capriles. Abajo veo que pasa un vecino caminando sonando su cacerola. Al poco rato el eco del golpeteo se escucha desde diferentes sitios de la urbanización.
Pienso: “Definitivamente, las cosas han cambiado. Por aquí, ni en los momentos de mayor apogeo de las protestas contra el gobierno, la gente caceroleaba. Muchas veces solo desde mi balcón se escuchaba la protesta y cuando quería compañía tenía que ir a otros lugares para cacerolear en grupo”.
Vuelvo a mirar a la calle y van dos chicas con sus ollas y cucharas protestando. Les hago señas y bajo para unirme a ellas. Al poco rato ya tenemos un grupito como de 10 personas frente a la sede de Vive TV sonando la cacerola con fuerza. Para la estación de televisión oficialista, no existimos. Ese evento no saldrá registrado en sus noticieros.
Empezamos a caminar por la cuadra y desde las ventanas de los edificios nos acompañan con ollas y palanganas. Suenan pitos y bubuselas. Algunas personas salen y se nos unen. Alcanzamos un grupito como de 40 personas que recorremos la urbanización. La gente pasa en los carros y suenan sus cornetas, saludan y, la mayoría, va sonando sus cacerolas en el vehículo.
En un momento la emoción me domina y los ojos se me tornan acuosos. La sensibilidad está exacerbada. Pienso que esta protesta es muestra de la presión que queremos liberar quienes nos sentimos disminuidos por un régimen omnipotente, perverso y autocrático que no da muestras de querer la reconciliación y el diálogo.
Llego a casa y sigo escribiendo esta crónica y, mientras la termino, siento que apenas la estoy empezando…
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