El blog de Golcar

Este no es un reality show sobre Golcar, es un rincón para compartir ideas y eventos que me interesan y mueven. No escribo por dinero ni por fama. Escribo para dejar constancia de que he vivido. Adelante y si deseas, deja tu opinión.

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El chavismo como forma de ser del venezolano

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A veces pasan cosas que me hacen pensar que el chavismo no es algo exclusivamente de los chavistas. El chavismo parece ser una forma de ser del venezolano en general. Una conducta atávica, una tara, que será muy difícil de erradicar.

Cuando no asumimos nuestras pifias. Cuando reaccionamos con violencia a las críticas justificadas. Cuando volteamos a ver quién está al lado para achacarles la culpa de nuestros errores. Cuando nos apoyamos en la mediocridad del régimen para pretender justificar la nuestra. Cuando una crítica la asumimos como una ofensa. Estamos actuando como chavistas, aunque seamos acérrimos opositores.

La historia de hoy comenzó hace algunos meses. Cuando la escasez de productos empezó a hacerse más grave y los proveedores empezaron a tener graves fallas de productos. Cada vez tenían menos inventario y los productos más caros. Los beneficios como créditos y descuentos los fueron eliminando. Nada que en época de crisis grave uno no pueda prever y entender.

Mientras el país estaba relativamente «bien» -hace tanto que no lo está ralmemte-, los proveedores tenían una atención también relativamente «buena». Los vendedores hacían más o menos bien su trabajo. Visitaban, tomaban pedidos, despachaban y cobraban. Lo normal. Lo básico y sin esforzarse mucho. No era una atención especialmente buena pero con lo mínimo teniamos.

El problema vino después. Cuando las dificultades para adquirir los productos se incrementaron y en esa misma proporción, lamentablemente, fue disminuyendo la atención.

Este drama, que llegó hoy a su clímax,  se inició hace unos meses.

Necesitaba unos productos para mi tienda y un distribuidor de Valencia los tenía, como en efecto pude constatar en la lista de precios que cada dos o tres días me actualizan por e-mail.

Hice lo habitual. Llamé varias veces a la vendedora para hacer el pedido. Su celular no conectaba. A los días, luego del cuarto intento infructuoso, le pasé por mensaje de texto mi pedido, como había hecho en innumerables ocasiones.
Pasaron los días y ni señas del pedido ni de la vendedora. A los dos meses de espera, decidí llamar a la compañía en Velencia. No lo había hecho antes para no dejar mal parada a la chica con sus jefes.

-Ella tiene dos meses sin teléfono.
Me respondieron al otro lado de la línea. Sólo les pedí que le dijeran que pasara por mi tienda.

A los 15 días se apareció. Cuando le dije que tenía dos meses tratando de hacer un pedido, se limitó a decirme que no tenía teléfono pero que le podría haber enviado el pedido por el correo que ella me envía la lista de precios. Para ese momento, ya no quedaba en inventario ninguno de los productos que yo precisaba.

Le expliqué que no sabía que ese era su correo porque venía a nombre de la compañía y no sabía si recibían pedidos por esa vía. Y le dije, a manera de consejo, que si no le parecía que lo más apropiado hubiera sido que por ese mismo correo ella enviase un texto explicando su problema con el teléfono y que mientras lo solventaba hiciéramos los pedidos a través del correo.

Se limitó a levantar los hombros y decir:

-Ay, Golcar, no pelees que a nosotros se nos está haciendo muy difícil trabajar y si sigues peleando te vas a quedar sin proveedores.

Pasó.

Un mes después, cuando me llegó la lista de precios con productos que estaban escasos y ellos tenían. Hice mi pedido por correo. Al día siguiente me llegó la respuesta. En ella me aclaraban que para despacharme lo pedido había ciertas condiciones como comprar junto lo que pedí algún otro producto de baja rotación (huesos en pocas palabras) y que me indicarían en otro correo las cantidades que me asignarían de acuerdo al inventario disponible. Supuse que lo hacían así para cubrir a todos sus clientes por igual o, al menos, a la mayoría.

Perfecto. Me calaré sin pelear las condiciones. Pasaron 15 días, un mes. Ni señas del correo ni de la mercancía pedida. Vuelve a llegar un mail con la actualización de la lista de precios y les respondo:

«Me quedé esperando el último pedido. Quedaron en que avisaban cómo distribuirían la mercancía para cada cliente y de eso hace ya casi un mes y nada. Ni aviso ni mercancía,».

15 días más y nada.

Hoy se aparece la vendedora a cobrar una factura. Le digo:

-Ustedes no quieren servir para nada.

Cara de Calimero. Pucheros. Trompita. La retahíla de excusas. Que la compañía. Que la escasez. Que el país…

No sé con qué rocambolesca figura todo terminó siendo mi culpa por la semana que me tomé de descanso. Justo en esos días ella se apareció. A cobrar, no a recibir pedido que se supone ya estaba hecho, pero creyó que me podía engañar.

Me alteré. Bueno, no me alteré. Se me fueron los tapones. La grité feo. Muy feo, para decirle que lo único que yo pedía era una respuesta. Un correo que dijera que no me despacharían lo pedido. Que no me vistiera que no iba.

Se ofendió por los gritos. Bajó la mirada.

-¿Qué culpa tengo yo de que el país esté hecho mierda?

Nunca asumió su pifia. Fue incapaz de decir «Discúlpame, he debido avisarte». Todo fue el país que no sirve y que ella no era la única vendedora que fallaba, que en todas las compañías estaba pasando lo mismo porque «ESTE PAÍS NO SIRVE».

Alterado, le hice su cheque mientras con excesiva grosería le decía:

-El problema no es la crisis ni el país. El peo no es el gobierno. Eso es otra cosa. El problema es que tú no sirves para un coño. Eres incapaz de atender a un cliente como se debe. Un simple correo a tiempo explicando la situación es lo único que tenías que hacer y no dejarme en el aire. ¡El problema eres tú! Y tu excusa es el país, y la crisis, y tus jefes, y la compañía. Con eso pretendes justificarte.

Ahí rodó otro proveedor. Gracias, por favores recibidos.

Pero entonces me queda esa sensación de que el chavismo es una forma de ser que no tiene nada que ver con estar de acuerdo con el régimen, con apoyar y votar por los que gobiernan. Esa actitud de responder a la crítica con ataques, de justificar las pifias propias en el otro, de asumir que si todo el mundo lo hace así yo también lo voy a hacer aunque sepa que no está bien. Esa capacidad de usar la mediocridad del otro para justificar la propia. Ese «Lo hacemos porque siempre se ha hecho así. Porque los otros también lo hacían o lo hacen». Y, finalmente, el «Lo hago porque me da la gana», conductas y actitudes tan exhibidas en cadenas de medios durante estos últimos 16 años, han calado en nuestros huesos ¿o venía desde antes en nuestros genes?

¿Es posible que el venezolano haya sido chavista aún antes de Chávez? ¿Que el chavismo sea nuestra forma de ser?

Golcar Rojas

Un remardito tuitero

La otra cara de “El poder de un tweet”

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«Como no se le ha complicado a uno la vida en este país desde que se afincó el socialismo castro cubano en estas tierras.

«Como si no bastara con tener que pasar horas en una cola para comprar un kilo de azúcar o un litro de aceite. Cómo anoche, que después de salir del banco tuve que estar 3 horas en una cola del supermercado para comprar un kilo de leche para el tetero de los muchachos que se nos estaba por terminar y nos avisaron que había llegado.

«Como si todos los días no tuviera que lidiar con cientos de clientes inconformes que creen que a uno le pagan un sueldazo solo para resolverles los problemas a ellos, sin que se pongan en los zapatos de uno.

«Como si fuera tan fácil ser gerente de un banco en un país donde el gobierno le cambia a uno las reglas y leyes sin previo aviso y sin consultar.

«Como si uno no tuviera que vivir con el corazón en la boca, asustado, esperando cuando será el turno de pasar a formar parte de las estadísticas de inseguridad y de robos a bancos.

«Como si todo eso no fuera suficiente. Ahora también tenemos que aguantarnos reclamos y regaños de los jefes porque a alguien se le ocurrió la genial idea de inventar el Twitter y a alguien más ingenioso aún del banco, se le ocurrió abrir una cuenta allí y monitorear todo lo que los remarditos tuiteros postean.

«Uno llega contento a trabajar, a pesar del día infernal anterior cuando tuvo cierre de mes. Se pone su buen traje y corbata comprados a plazos porque tampoco es que el sueldo da para mucho. Empieza a organizar todo dentro de la agencia para el inicio de la jornada. De modo que todo fluya lo mejor posible.

«Uno llega y da instrucciones a los empleados de que le digan a la gente que no tenemos dólares en efectivo para liquidar a los viajeros porque la existencia de divisas en la agencia es escasa y, como no sabemos cuando el BCV nos enviará más, pues las racionamos para entregarle solo a los clientes VIP. No vaya a ser que llegue un cliente importante a buscar su efectivo, y no tengamos cómo darle sus dólares.

«Cuando está todo a punto. Ya casi listos para abrir la agencia al público, suena el pitico que indica que tengo un mensaje interno de Caracas:

«Rigoberto, ¿cómo es eso de que en tu agencia le están diciendo a los clientes que no tienen dólares para liquidar efectivo de Cadivi si aquí tengo yo la relación de que tu agencia tiene 1350 dólares disponibles?

Ya por Twitter hay usuarios quejándose por eso. Mira el tweet que pasaron:

@Golcar1 (Golcar Rojas) “En el Banco X del Centro Comercial X no hay dólares así que no pierdan tiempo. Busquen en otra agencia”.

Tú sabes que nos podemos meter en un problema serio con eso ¿no?»

«¡Coño de la madre! No puede ser que desde antes de abrir ya tenga que empezar a resolver peos por los remarditos tuiteros que no pueden quedarse quietos.

Ya me echaron a perder el día. ¡Coño, pero si uno lo que busca es tener contentos a los clientes! Más nada. Ahora me van a hacer entregar todo el efectivo a los que están aquí y si viene alguien VIP no lo voy a poder atender cómo se debe».

–Muchachos, vamos a abrir pero si descubrimos quien fue el remardito tuitero que dijo que no tenemos dólares, vamos a hacer lo imposible porque no pueda retirar sus dólares o complicarle al máximo lo que venga a hacer. Se llama Golcar Rojas, el
malparío .

«¿Qué sabe él cómo organizo yo mi día para poder hacer mi trabajo?»

–Quienes vienen a introducir carpetas o abrir cuentas, hacen una fila aquí, a la derecha, contra la pared. Quienes vienen a liquidar efectivo, una fila aquí, a la izquierda. ¿Quién puso el tweet?

«No puede ser que no esté aquí el remardito que puso el tweet. ¿Se habrá ido por lo que le dijeron que no había dólares?»

–Tú, ¿cuántos vas a retirar?

–Doscientos.

–¿Tú pusiste el tweet diciendo que no había efectivo?

–¡No, yo no!

–Yo mandé el tweet ¿por qué?

«¿Este remardito que ni siquiera viene a buscar dólares fue el que mandó el tweet por el que me armaron el peo? Y encima me dice que no quería joder a nadie, que era para informar a la gente para que no se echaran el viaje hasta aquí. Pues me jodiste a mí, malparido».

–No tienen porqué inventar que no tenemos efectivo. Ya nos llamaron la atención por eso. Tenemos pocos dólares, pero algo hay. Para alguna poca gente hay…

«¡Encima, me dice que le dijeron que si hablaban conmigo podía ser que aparecieran los dólares! ¿Quién sería el desgraciado que les dijo eso?»

–No señora. Para sus 500 no nos alcanza el efectivo disponible, pero usted no viaja todavía, puede volver otro día.

«Sí, pendeja, yo se que has venido varias veces y no te hemos liquidado, porque las pocas divisas que tenía las estaba reservando para clientes VIP, pero este remardito con el Twitter me jodió. ¿Qué puedo hacer yo si ya se me están acabando los dólares y el maldito gobierno no me manda más? ¡Ni que yo cagara dólares!»

–Bueno, vamos a ver en qué agencia le conseguimos los dólares, señora, para que vaya a liquidarlos allí. Para ustedes tres si tenemos divisas. Lo que les dije, hay pocos dólares, pero algo hay. No como le dijeron a él, que no había.

«¡Qué día, Dios mío! Apenas está empezando y ya quiero que se termine. En mala hora a los jefes se les ocurrió poner a un pendejo a leer todo el día el Twitter para amargarnos la existencia. De arriba me mandan ahora a que entregue los pocos dólares que me quedan, pero si viene Perico de los Palotes, que tiene dos cuentas milmillonarias a retirar la remesa estudiantil de sus hijos y se molesta porque no tengo divisas y amenaza con cerrar sus cuentas, entonces también me caerán encima.

«Pues nada. Entregaré lo que queda y que sea lo que Dios quiera…»

El poder de un tweet

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Esta página la he abierto y la he vuelto a cerrar en blanco un montón de veces. Tengo días dándole la vuelta a la manera de entrompar la historia que voy a narrar. Una especie de duda deontológica me asalta cada vez que empiezo a escribirla y termino borrando todo y dejando la hoja en blanco.

El dilema que me asalta es si debo dar los detalles del banco, de la agencia y del gerente bancario con nombres y apellidos o si, por el contrario, debo contar los hechos sin especificar lugares o personajes.

Un mensaje que me envía una sobrina, despeja mis dudas. Luzmary se queja con ira de que un empleado del banco le rechazó su solicitud de Tarjeta de Crédito porque la nota al pie de página no estaba al margen izquierdo, sino más bien un poco centrada. Ese simple detalle hizo que mi sobrina tuviera que hacer un nuevo viaje al banco para meter su solicitud.

Al conocer la experiencia de Luzmary, me decanté por contar los hechos sin especificar de qué entidad bancaria estoy hablando, cuál agencia o el nombre del gerente, porque son detalles que pierden sentido en un país donde sucede lo mismo con absolutamente TODAS las entidades bancarias, cuyos empleados parecen ser entrenados para decir “NO” y “No se puede” antes que para prestarle un buen servicio al cliente y tratar de resolverles los posibles problemas que pueda presentar.

Así que voy a contar lo sucedido con la esperanza de que los representantes de todos los bancos del país se den por aludidos. Que piensen que estoy hablando de su entidad bancaria y tomen las medidas necesarias para superar situaciones como las que narraré y entrenen a su personal en una efectiva y eficiente atención al cliente.

Eran poco más de las 10 de la mañana de un martes cuando llegue al centro comercial para introducir ante mi operador bancario la carpeta de Cadivi con la solicitud de autorización de compras con tarjeta de créditos para viajes al exterior. Al llegar, frente a la oficina bancaria, se formaban varias hileras de personas pues el horario de apertura de la agencia es a las 11 de la mañana.

Pregunté al vigilante en qué fila me debía ubicar para hacer los trámites de Cadivi y amablemente me señaló el lugar. Pocos segundos después, se me acercó para decirme, con la misma amabilidad:

–Si viene a retirar los dólares en efectivo, no hay.

–Gracias, no vengo a eso, vengo a meter la carpeta.

Inmediatamente saqué mi Blackberry y escribí un tweet:

“En el Banco X del Centro Comercial X no hay dólares así que no pierdan tiempo. Busquen en otra agencia”.

Y continué haciendo mi cola, leyendo el Twitter y conversando con quienes estaban junto a mí, esperando que abrieran la agencia para hacer sus trámites.

Mientras hablaba, me quejaba por la red social con un par de tweets de lo injusto que me parecía que quienes trabajan en el centro comercial tengan preferencia a la hora de ser atendidos por el banco, como si el tiempo de quienes trabajamos en otros lugares no valiera y o no tuviéramos los mismos derechos.

Estando en esas, pasó una chica. No logré distinguir de quién se trataba, solo atiné a escuchar que decía, antes de entrar a la agencia:

–Si vienen a liquidar efectivo de viajeros, les informo que no hay dólares…

Y, como quien no quiere la cosa, dejó caer al descuido, antes de seguir su camino:

–…pero si hablan con el gerente…

Todos los presentes entendimos qué quiso decir la chica con ese “…pero si hablan con el gerente…”. Quiso decir que si le jalan bolas al gerente, que si son amigos del gerente o conocen a alguien que conoce al gerente, es posible que aparezcan por arte de magia algunos dólares para quien vaya a “liquidar efectivo”, que en jerga bancaria quiere decir retirar los dólares en efectivo autorizados por Cadivi para viajeros.

Abrieron la agencia. Pasaron primero los trabajadores del centro comercial y luego pasamos nosotros. Al entrar, en el pasillo, se encontraba un hombre calvo con lentes adaptados, vestido con traje y corbata, con pinta de gerente bancario, pero tono de voz y actitud de efectivo policial. Mal encarado y con actitud hostil, decía:

–Quienes vienen a introducir carpetas o abrir cuentas, hacen una fila aquí, a la derecha, contra la pared. Quienes vienen a liquidar efectivo, una fila aquí, a la izquierda. ¿Quién puso el tweet?

Así fue repitiendo la orden en varias oportunidades y recorriendo las filas. Cuando estaba junto a mí, señaló a un joven que estaba en la cola para “liquidar efectivo” y le dijo:

–Tú, ¿Cuánto vas a retirar?

–Doscientos –dijo el muchacho un poco intimidado por el tono del hombre.

–¿Tú pusiste el tweet diciendo que no había efectivo?

Fue entonces cuando caí en cuenta de que se refería al tweet que yo había enviado hacía unos cuarenta minutos.

En su mismo tono, le dije:

–Yo puse el tweet ¿por qué?

­–Porque no es cierto que no tenemos dólares. Claro que sí tenemos.

–Cuando yo llegué, nos dijeron que no había efectivo y, como un servicio público, para que la gente no se echara el viaje hasta aquí que no es fácil llegar, lo informé por Twitter.

–Pues no será tan difícil llegar cuando hay tanta gente aquí. No tienen por qué inventar que no tenemos efectivo. Ya nos llamaron la atención por eso. Tenemos pocos dólares, pero algo hay. Para alguna poca gente hay…

–Yo no quería causar problemas. Si hubiera querido hacerlo habría puesto el mensaje completo…

Le conté lo que dijo la chica de que hablando con él tal vez conseguirían los dólares. Abrió los ojos más de lo normal y preguntó alarmado:

–¡¿Quién dijo eso?!

–No me ponga a mí de sapo. No le diré quién lo dijo, pero lo dijeron. Sin embargo, eso no lo tuiteé porque mi intención no era joder a nadie sino informarle a la gente para que no perdieran su tiempo.

Una señora a mi lado le dijo que era verdad todo lo que yo le estaba diciendo que ella había escuchado cuando la chica decía “…pero si hablan con el gerente…”. El hombre se hizo el desentendido. Siguió consultando a la gente en la fila para “liquidar efectivo” cuánto iban a retirar y, al llegar a la cuarta persona, le dijo:

–Para tus 500 no alcanza. Pero tú no viajas todavía, puedes venir después.

–¡Pero esta es la tercera vez que vengo y me dicen que no hay! –Dijo molesta la señora. Inmediatamente, tercié:

–Pues que él llame a las otras agencias y le ubique una donde tengan el efectivo hoy y se lo entreguen. No necesariamente tiene que ser por aquí, y si ya ha venido tres veces, que le resuelvan hoy.

El gerente bajó un poco el tono de policía malo y le dijo:

–Si quiere venga conmigo y llamamos a ver en qué agencia le pueden liquidar sus dólares hoy.

Llegó mi turno de ser atendido por el promotor. Saludé sin que me respondiera el saludo. Me senté. Entregué mi carpeta. Sin que me los solicitará, saqué los originales del pasaje, de la cédula de identidad y del pasaporte y se los puse sobre el escritorio al joven que, con desconfianza de joyero que analiza un diamante posiblemente falso, se dedicó a escudriñar puntos y comas de mis documentos para pescar alguna pifia. Afortunadamente, todo estaba en orden. Con pocas ganas y mucha mala leche, el empleado estampó los sellos en las hojas ya firmadas por mí. Las firmó él a su vez y me tendió mi comprobante de “recibido”. Di los buenos días y, sin que se dignara en ningún momento a mirarme a los ojos, me despedí.

Por supuesto, a todos nos quedó una duda: ¿Qué habría pasado ese día si quienes monitorean la cuenta de Twitter de ese banco, no hubieran elevado el reclamo al gerente, al leer el tweet?

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