El blog de Golcar

Este no es un reality show sobre Golcar, es un rincón para compartir ideas y eventos que me interesan y mueven. No escribo por dinero ni por fama. Escribo para dejar constancia de que he vivido. Adelante y si deseas, deja tu opinión.

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Devuelvan a la cómoda los hilos dentales

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Yo sé que hay muchas y muchos que cuando Obama dijo que declaraba a Venezuela como un peligro para Estados Unidos, corrieron a la gaveta de la cómoda a sacar los hilos dentales, las panteleticas y los calzoncillos de salir porque ya se veían empotrados contra la pared por un Marine de más de un metro noventa de estatura, con los ojos rubios del color del Mar Caribe y sonrisa Crest, de esa que ya hace tiempo no se ve por estas tierras del socialismo del SXXI.

Otros empezaron a dar alaridos histéricos porque ya sentían el zumbido de los misiles tierra aire sobre sus cabezas. Veían el hongo de la explosión de una bomba atómica en el horizonte.  Se imaginaban al negrito Obama mandando a ponerle 3en1 a las plataformas de los misiles que desde los tiempos de la Guerra Fría apuntaban hacia Rusia para moverlos unos grados a la derecha y enfilarlos a las costas venezolanas.

¡Terror!

No se les ocurrió pensar que esa declaración de «peligro inusual y extraordinario» -extraordinario tomado literalmente como fuera de lo ordinario, fuera de lo común; no como inmenso como lo pintan algunos traductores-, no es más que un requisito previo, un trámite burocrático, para poder proceder legalmente a sancionar a quienes sancionó, quitarles las visas y, si tienen cuentas en el imperio, poder congelárselas.

Acostumbrados como estamos a que en esta república bananera del norte del sur, se saltan la legalidad a la torera y con la Constitución hacen papel tualé,  pensamos que Obama podría hacer lo mismo. Quitar visas a lo arrecho y congelar cuentas.

Pues, no. Por muy guapo y guapachoso que sea el negrito, por mucha sinicutancia que tenga. Allá en el imperio hay una pautas legales que tiene que seguir. Unos requisitos constitucionales que cumplir. Y de eso se trató. El decreto se enfila contra quienes “violen los derechos humanos de ciudadanos venezolanos y que se involucren en actos de corrupción pública…”.

Para poner un ejemplo doméstico.  Es como si un odontólogo le dice al paciente que use una pasta dental equis pero que para que la pasta dental funcione debe primero comprar un buen cepillo de dientes. Sí no, la pasta dental no.surtirá efecto.

El paciente va a comprar el cepillo como le indicaron y alguien que lo observa dice:  ‘¡Qué peligro! Si le saca punta a ese cepillo puede hace un chuzo y sacarle un ojo a.alguien o atravesarle el corazón. Eso lo hizo un asesino en 1967″ .

Pues sí. Podría. Pero por lo pronto, sólo lo compra para cepillarse los dientes porque es el requisito para poder usar bien la pasta dental.

Por ahora, la declaración de peligro es sólo para hacer lo que hizo. Proceder contra funcionarios venezolanos corruptos y violadores de Derechos Humanos. Esos son los que tienen que estar asustados. Quienes tienen dinero de corrupción y narcotráfico en Estados Unidos. Quienes matan estudiantes y apresan sin debido proceso a la disidencia.

Esa declaración no es para invadir mañana a Venezuela y llevarse a Nicolás como a Noriega. O para hacer lo que hicieron en los años tales con tal país. Como quieren algunos hacernos creer.

¿Que esa acción de Obama beneficia a Nicolás?

Si Obama no lo hubiese hecho, el régimen se lo habría inventado -como de hecho lo venía haciendo-, porque saben que apelando al nacionalismo, al patriotismo ramplón, al chovinismo de librito, es la única vía que tienen para tratar de mantener ese menos de 20 por ciento de simpatía en el electorado que aún les queda.

Así que bájenle dos a las histeria de la guerra y las bombas y los misiles. Quítense esos hilos dentales antes de que se les manchen y agarren mal olor. Devuelvan los interiores y las pantaleticas de salir a la gaveta del chifonier. Siéntense en el bidet y échense agüita fría para que se les pase el sofoco, que, por ahora, no vendrá ningún Marine con cuerpo de escaparate de dos puertas y sonrisa Crest a empotrar a nadie.

Las sonrisas que seguiremos viendo a diario son las tristes y resignadas sonrisas Colgate tailandesa en las colas para comprar comida. No tendremos que apuntar fusiles -por muchas prácticas que se ponga Nicolás a hacer-. Lo que sí tendremos que apuntar será nuestro dedo en las captahuellas que ya se extienden por todo el país para que nos vendan lo básico. Lo que llegue. Lo que haya.

Para quienes quieran ir a la fuente original, este es el párrafo original en inglés y al picar en él acceden a todo el texto.:
I, BARACK OBAMA, President of the United States of America, find that the situation in Venezuela, including the Government of Venezuela’s erosion of human rights guarantees, persecution of political opponents, curtailment of press freedoms, use of violence and human rights violations and abuses in response to antigovernment protests, and arbitrary arrest and detention of antigovernment protestors, as well as the exacerbating presence of significant public corruption, constitutes an unusual andextraordinary threat to the national security and foreign policy of the United States, and I hereby declare a national emergency to deal with that threat.

Golcar Rojas

La «guerra económica» en un carrito por puesto

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El viejo, oxidado y destartalado carro por puesto va impregnado de un repulsivo olor a carne y sangre de pollo recién beneficiado sin refrigerar. El nauseabundo olor se mezcla con el calor húmedo y bochornoso que entra por las ventanillas.

En la radio, se oye la monótona letanía de Nicolas recitando el discursito aprendido de la «guerra económica».

«Hasta mil por ciento ganaban esos usureros. Son unos especuladores, estafadores apátridas que juegan con el hambre del pueblo. Un televisor que les costó 2 mil 500 bolívares lo venden en 16 mil… Yo no voy a permitir que sigan robando al pueblo, que sigan jugando con el hambre de los pobres…».

Ya la cosa parece una cinta sinfin. Cuando uno cree que ha termiando, el tedioso discurso con el aburrido tono de voz de bobolongo queriendo aparentar carácter y determinación, vuelve a empezar.

Paralelamente, a mi lado, dos hombres, uno con dos grandes bolsas negras de compra de donde se desprende el hedor a pollo, conversa con el que va a su lado. Ambos se montaron en la parada de Las Pulgas pero yo no logro determinar si andan juntos, o son de esas personas que se conocen en una de las tantas colas que cotidianamente tienen que padecer y entablan una conversación.

Lo cierto es que, sin prestar atención a la perorata de Nicolás en la radio, entablan el siguiente diálogo:

Pasajero 1 (El de las bolsas de pollo): Yo vengo todos los días a comprar el pollo aquí en Las Pulgas porque hago almuerzos para vender a domicilio.

Pasajero 2: ¿Y es que ahí se lo venden a precio regulado?

Pasajero 1: No hombre, qué regulado. Me lo venden a 60 el kilo y a 120 el kilo de pechuga pero siempre es más barato que en la carnicería y no tengo que hacer las colas larguísimas del supermercado para que me vendan dos pollos nada más. Aquí compro más caro pero todo el que necesito.

Pasajero 2: ¿Y no se supone que eso está prohibido? Yo pensaba que esos dos jeeps de la Guardia Nacional Bolivariana que están allí era para vigilar que vendan las vainas al precio regulado.

Pasajero 1: Nooooo, qué va. Esos están allí porque el que tiene el negocio de la venta de pollos es un Guardia Nacional. Dicen que es el mismo que cobra vacuna en cada negocio para que los dejen vender tranquilos al precio que les de la gana.

Pasajero 2: ¿Cómo así? ¿Esos Guardias están ahí porque los comerciantes le pagan una vacuna a un militar? ¿Y por qué no los denuncian con otros Guardias para que los jodan?

Pasajero 1: Sí los han denunciado pero como que el militar que está detrás de todo es muy pesado porque vienen y, a lo que le dicen el nombre del tipo, se van sin hacer nada.

Pasajero 2: Por eso estamos como estamos y todo el mundo hace lo que le da la gana…

Pasajero 1: Aquí vos conseguís de todo lo que no hay en los supermercados y bodegas, eso sí, mucho más caro. El pote de leche lo venden en 220 bolívares, el Mazeite a 70, la Harina Pan en 40… Toda vaina a más de 5 o 6 veces del precio regulado. Todo con los militares ahí parados, «cuidando»…

Estoy próximo a llegar a mi parada. En el radio, oigo que Nicolás dice: «Nos están saboteando con la comida. Es una guerra económica. A los burgueses apátridas no les importan los pobres. Están jugando con el hambre de la gente…».

En el cielo, a lo lejos, veo una bandada de zamuros que vuelan en círculo. Los dos pasajeros siguen conversando del militar que maneja el negocio del pollo y la «Vacuna» en Las Pulgas, sin percatarse de que Nicolás está hablando de la «guerra económica» que está «librando».

Yo llego a mi destino y me bajo con el sofocón húmedo del mediodía empegostado en el cuerpo y el olor a pollo sembrado en mi nariz, convencido de que, efectivamente, en este país, hay gente que juega y se enriquece con el hambre de la gente.

Esto no es la depresión de un lunes

duele

Quisiera creer que todo está bien. Me gustaría pensar que la opresión en el pecho no es más que la depresión del lunes. Me gustaría poder decir que la sensación en el vientre no es más que el resultado de una pesada comida.

¡Cómo quisiera poder vivir en la ignorancia! Como aquella doctora que llega a comprar el alimento para su gato sin enterarse que en las tiendas de electrodomésticos el día anterior se empezó a aglutinar la gente para comprar «a precios justos».

Como la chica que llega a buscar el Cat Chow para su mascota, coqueta y sudorosa luego de recorrer media ciudad infructuosamente y me dice:

-¿Qué está pasando con la comida de gatos que no se consigue en ninguna parte? He ido a tiendas de mascotas y supermercados y nada.

Yo, con esta amargura que se me está instalando en el alma, respondo con otra pregunta:

-¿Qué está pasando con la leche, con la azúcar? ¿Qué está pasando con el país?

Ella me mira con una mueca de sonrisa y yo sigo destilando mi hiel:

-Que estamos en un país socialista. En el país que nos heredó Chávez. En el país de Nicolás. Eso es lo que está pasando.

-¡Ay, ese hombre! Ojalá, se vaya ese Nicolás.

Cuando la oigo no puedo evitar terminar de espetarle mi vinagre:

-Por eso yo, antes de venirme a trabajar, pasé un buen rato a protestar.

-¿Protesta? ¿Cuál protesta?

No. Sé que esta no es la depresión del lunes. Es la depresión de pasar un domingo a las 11 de la mañana por Ferre Total para buscar unas piezas que le faltaron a mis persianas y conseguir que a pleno sol rechinante de Maracaibo, pegadas a la pared para agarrar un poquito de sombra del muro, había una fila de personas esperando turno para comprar a «precio justo» y, en la calle, la respectiva cola de autos. Todos de manera incosciente o conscientemente terminamos contribuyendo a la destrucción del país.

Es la depresión de ver el cansancio y la tristeza en los ojos de los empleados de Ferre Total que se esfuerzan por seguir dando una buena atención pero que no pueden disimular su depresión e incertidumbre.

Mientras espero que me busquen las dos piezas que le faltaron a mis persianas, leo el aviso puesto en la pared de entrada con la lista del límite de productos que cada cliente puede comprar, el racionamiento, pues. Sale un señor que hizo la insoportable cola para comprar 2 metros de cable «debe ser una emergencia», pienso, y veo que sale una señora con un galón de pintura y 6 ganchos para colgar ropa. Otra con un archivador de plástico y una más con una carretilla vacía… En fin, no quiero pensar que la gente pierda 3 horas de su vida a pleno sol, con 40 grados centígrados a la sombra, para comprar esas cosas.

Un chico se me acerca y comenta:

-Se me dañó una llave paso y tengo que cambiarla urgentemente y no tengo otro sitio dónde conseguirla hoy. En Epa no quedó nada. ¡Coño, yo no tengo tiempo para estas colas! Yo, para comprar, tengo que trabajar y si hago la cola no trabajo y, por lo tanto, no tendré con qué comprar. ¿Esta gente tiene plata y tiempo para hacer estas colas? ¿No trabajan?

Quiero pensar que ya el martes habrá pasado esta sensación de lunes, pero sé que al día siguiente volverá la depresión cuando salga a comprar, en la panadería de la que soy cliente desde hace 20 años, dos litros de leche y me digan que solo puedo llevar uno. O cuando me avisen llegó una extraña leche condensada al supermercado y me digan las dependientes que si quiero comprar 3 potecitos (se lee TRES unidades) de esa leche tengo que hacer una compra, de más de 300 bolívares. De lo contrario, solo me permiten comprar 1 pote (se lee UN pote de 350 ml.)

Me deprimiré una vez más al contemplar el kiosco de periódico del chavista Francisco que está por mi cuadra y se ha convertido en una especie de alegoría de lo que es el país.

Un Kiosco que hace 15 años estaba lleno de periódicos, revistas, juegos, chucherías. Donde compraba cigarrillos cuando fumaba, donde hasta hilo, agujas y pega loca podía conseguir. Es un remedo de kiosco.

Como Venezuela, ese kiosco ahora está vacío y oscuro. Dos periódicos y unos cuantos frascos vacíos es los único que se ve al pasar frente a él. Ya ni siquiera me detengo. Hago una mueca de saludo y solo le digo a Francisco:

-¡Coño, esa vaina está cada vez más pelada!

El me responde que «ahora no se puede tener lo que no se vende».

Lo sé muy bien. Tengo 15 años adaptando mi negocio a las circunstancias del país. Eliminar rubros, perseguir otros. Disminuir costos. Rebuscar por todos lados.

La nueva modalidad es «bachaquear». Buscar en cualquier rincón del país la mercancía que los clientes necesitan para poder continuar ofreciendo el servicio. Bajamos cada vez más el margen de ganancia pero al cliente le sigue costando cada vez más el producto. Mi familia recorre los negocios de Mérida persiguiendo alimentos para gatos para comprarlos a precios más elevados de lo que yo los vendía y enviármelos con exorbitantes fletes. Todo contribuye a encarecer el producto pero la gente agradece y paga porque su mascota es uno más de la familia.

Así vamos. Uno quisiera no tener que salir a la calle para no tropezarse con la escasez, con las colas por comida, por electrodomésticos, por productos ferreteros, para conseguir un taxi… Colas por todos lados y para todo. Uno quiere evadir la realidad para evitar la depresión, pero la realidad se mete por los intersticios de la cotidianidad para golpearte moral y anímicamente.

No hay modo de evadirse. La depresión reincide. Salgo a perseguir un pote de leche condensada y un paquete de papel tualé, y una vez más, tropiezo con Francisco, el chavista del kiosco de periódico, sentado en su silla de metal frente a lo que queda de lo que en un tiempo parecía ser un próspero negocio. Lo veo encanecido, en silencio, venido a menos como su tarantín y no puedo evitar sentir que la depresión me cae de sopetón. Es miércoles y reincido en mi depresión. Confirmo que lo de dos días antes no era la depresión del lunes.

Efectivamente, la pancarta de la chica en la protesta del 23N tiene toda la razón: Venezuela duele. Miro al disminuido Francisco y solo puedo pensar si ese hombre se ha dado cuenta de su deterioro y del de su negocio. ¿Seguirá pensando que todo eso vale la pena porque «tiene patria?

Venezuela en un cuadro

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La depresión no pasa. Crece y se prolonga como crecen y se prolongan las colas y los comercios asediados, acosados por un régimen empeñado en acabar con toda iniciativa productiva.

Uno trata de evadirse pero la realidad lo persigue. Se conecta a las redes para desconectarse, sale a pasear, trata de no pensar en esta absurda y cruel realidad que nos ha tocado vivir pero no hay manera. Cuando juegas con fotos para no pensar y subes una de amor y amistad al Facebook, la realidad se te cuela en un link a un triste video de un comerciante árabe que llora mientras es detenido tratando de explicar que no puede vender su mercancía calculando el dólar a 6,30 porque la compró con dólar a 60,00 y, muy probablemente, tendrá que reponerla con dólar a 68,00, si es que decide continuar con su negocio.

El paseo se convierte en una tortura, las colas se dispersan por todas partes. La gente parece agua que se desborda. A las ya acostumbradas hileras de gente frente a supermercados para tratar de pescar un kilo de leche o un litro de aceite, se le suman la nuevas, las desatadas al grito de “¡Que no quede nada en los anaqueles!”. Frente a las tiendas de electrodomésticos, frente a Traki, a Zara, a Epa… el río de gente en frenética onda consumista se reúne para aprovechar la rebatiña. Uno no deja de sorprenderse ante semejante furor consumista propiciado por un régimen que se autocalifica como comunista.

La locura consumista desatada por el desafortunado llamado de Nicolás Maduro es tal, que la gente ni siquiera se percata de que, en muchos casos, están haciendo colas de hasta cinco horas para comprar al mismo precio que estaba la mercancía antes del desatino de Nicolás. Otros, después de horas en la hilera entran con 10 mil bolívares a pretender comprar un aire que está en 18 mil. Dan una vuelta y salen con las manos vacías y la decepción y el cansancio en el rostro.

“¡Que no quede nada en los anaqueles!” resultó ser la mejor promoción, el mejor slogan, que le pudieron haber hecho a muchos comerciantes. Sus anaqueles quedaron vacíos sin bajarle ni un bolívar a sus productos.

Junto a los engañados y los ilusos, se apuestan a las puertas de los establecimientos los aprovechadores de siempre. Esos que ven en este festín la gran oportunidad de hacerse con arte popular7mercancía a precios de gallina flaca para luego aprovechar de revenderla a precios de oro cuando la escasez que se avizora haga su entrada triunfal y el mercado negro en ciernes se termine de configurar. Otros, compran para llevar esa mercancía a Colombia y obtener millonarias ganancias con poco esfuerzo. Solo unas horas de cola y una buena mordida a los Guardias de la frontera. Muy poco esfuerzo para tan jugoso negocio.

Definitivamente, la evasión no es posible. Por donde uno meta la cabeza, la realidad lo cachetea con fuerza. Una imagen de una torta de chocolate y fresas en Facebook, colgada para endulzar el triste día, termina siendo un rosario de lamentaciones sobre política.

La vecina me cuenta que a muchas de las empresas que hoy obligan a vender a precios rebajados, según lo contó alguien cercano al régimen, efectivamente recibieron divisas a precios preferenciales. Nada nuevo en realidad. Todos sabemos como muchos empresarios terminaron adquiriendo dólares preferenciales a través de empresas de maletín, en contubernio con gente del régimen que se llevaba su buena tajada por adjudicar esos dólares. Ninguno de esos dueños de empresas son los que están detenidos en este momento. Solo los gerentes y encargados de las tiendas parecen tener que responder con la privativa de libertad. Todo hecho arbitrariamente, obviando la presunción de inocencia y el debido proceso. ¿Acaso esos gerentes y encargados de tiendas fueron los que se enriquecieron con las divisas preferenciales?

Llego a mi casa, aturdido luego de una semana agobiante de depresión y angustia y solo da vueltas en mi cabeza la imagen de un cuadro de Nabor Terán que vi en el Centro de Arte de Maracaibo, Lía arte popular5Bermúdez.

Fue el 24 de octubre, día de fiesta y asueto regional. En las salas altas del CAM, se exhibían las piezas de la colección del Museo de Arte Popular Salvador Valero de Trujillo. Una interesante colección con lo más representativo de la imaginería popular venezolana. Una delicia de exhibición en la que la imagen de “La revolución por la torta en Venezuela”, de Terán, una pieza ensamblaje en relieve de 2002, se quedó fijada en mi mente como una alegoría de la Venezuela actual y que en estos días de delirio consumista “revolucionario”, me asalta a cada instante.

Vi la obra de Terán, justo después de un desagradable recorrido por la nave central del Centro de Arte donde se desarrollaba la Fería del Libro, un evento que repugnaba por la palurda propaganda del régimen que abundaba por todas partes con afiches de Nicolás y del difunto dispuestos en los paneles de los stands. Una vergonzosa muestra de la viveza de quienes detentan el poder.

El cuadro de Terán, en ese contexto, resultaba aún más elocuente de lo que de por sí es: En la parte inferior central, se ubica un pastel. A sus lados, una hilera de roedores negros con boinas rojas y manchas blancas, a la izquierda. Otra hilera, de ratas blancas con banderines, a la derecha. Ambos grupos se ven dispuestos a atacar a dentelladas, sin compasión, el pastel en medio de la calle. En la esquina superior izquierda, un hombre solitario -¿tú? ¿Yo? ¿Bolívar?- de espaldas a un ave se pregunta: “Dónde están presos los corruptos”.

Del lado de las ratas negras con boinas rojas, un texto reza: “Quién pudiera comer uvas y no clavos… Tenemos manchas blancas porque el cáncer se pega…”.

Leo  la inscripción y corro una vez más a ver la fecha de la realización del cuadro: “2002”, diez arte popular6años antes de que nos enterásemos que Chávez, el padre de todo este desastre, moriría de la fatal enfermedad. ¿Una premonición?

Entre el pastel y las ratas blancas con banderines, otra inscripción reza: “¿Ustedes quieren la patria o la torta? ¡La torta! ¿Por qué? por ella somos millonarios a costas de mentiras nosotras vivimos felices. Cuando se muere un tonto, nace un penal… ¡Sigan botando!”.

Es arte popular. Es arte ¿ingenuo? Es un cuadro desgarrador que nos retrata tan literalmente que no puedo dejar de pensar en él con la piel erizada cuando veo lo que nos pasa y avizoro lo que nos vendrá.

Venezuela entre los síndromes de Munchausen y de Estocolmo

El régimen le ha venido progresivamente inoculando al país el virus letal de un socialismo trasnochado, que ellos llaman del Siglo XXI, hasta producirle la grave patología que presenta en la actualidad. (Ilustración tomada de Twitter Venezuela)

Cuando escuché que Nicolás Maduro y su combo en cadena nacional hablaban de que todo lo que están haciendo con los comercios del país es «Para defender al pueblo. Para proteger el dinero de los pobres. Para defender a la población de la burguesía usurera y apátrida que ha vendido la patria con su avaricia desmedida. Esos pelucones que ponen los precios basándose en ese dolar fantasma y ficticio que manejan los gusanos desde Miami… bla bla bla…» Palabras más palabras menos, recordé este texto que escribí en el 2010 cuando el difunto aún estaba vivo y ya tenía una larga y fructífera acción encaminada a destruir el aparato productivo y caotizar la economía del país.

Una vez más, el Síndrome Munchausen vino a mi mente, esa extraña distorsión de la psique de algunas madres que hace que enfermen a sus hijos para luego acudir presurosas a «salvarlos» de la enfermedad. Es justo lo que el régimen lleva 15 años haciendo con la economía del país. Propició con su ineptitud y corrupción un estado tal de caos que hizo que el mercado sufriera de las peores perversiones económicas como la especulación, la usura, el afán por el enriquecimiento súbito… Todo un conjunto de cuestiones que han sido propiciadas por el caos actual al que llevaron al país.

Lo que vivimos hoy en Venezuela, no es más que el resultado de las mal intencionadamente erróneas políticas económicas y de la falta, a su vez, de verdaderas políticas económicas. El exceso de controles ha propiciado todo este caos y descontrol. Caos y descontrol del que todos sabemos han sabido sacar provecho políticamente los adalides del régimen y también ha favorecido el enriquecimiento en pocos años de quienes tienen acceso a  los dólares controlados. Esos que han podido obtener hoy un dolar a 6,30, que al día siguiente lo venden a 60 bolívares para comprarse 9 dolares que se convertirán al día siguiente en  540 bolívares con los que comprarán 90 dolares a 6,30 y venderlos nuevamente a 60 cada uno… Siga usted la secuencia y llegará al momento en que en poco tiempo amasaron ingentes fortunas, poniendo la mitad en dólares en paraísos fiscales mientras con la otra mitad continuaban especulando con la divisa.

De allí vino todo el desastre de hoy y esos, quienes tienen las riendas del control de cambio, lo sabían, lo propiciaron, lo aprovecharon y lo permitieron. Se enriquecieron mientras quebraban el país y ahora salen como buenas madres «a proteger al pueblo», a ese pueblo que timaron.

A mucha gente la han convencido de que la están protegiendo. Al punto de que muchos que se creen opositores aplauden lo que han hecho contra los comerciantes violando todos sus derechos y el principio de presunción de inocencia que debería prevalecer. La gente ha salido a la calle a comprar electrodomésticos y ropas Zara sin percatarse que lo que se están comprando es un boleto sin retorno a ese mar de la «suprema felicidad» que es Cuba. Seguramente, el 8 de diciembre muchos acudirán con su franela Zara rojita a votar por ese régimen que «lo protege» sin darse cuenta del país que están adquiriendo al pagar esa franela a precios «baratos».

Les dejo, una vez más, por su vigencia, ese texto de 2010.

Venezuela entre Munchausen y Estocolmo

Hace algunos años, me comentaba una amiga que una mujer cercana a alias “Esteban”, le había dicho que el hombre, cuando aún le quedaba un ápice de conciencia y cordura, sufría muchísimo por lo que consideraba era como una maldición que lo perseguía. Decía esta mujer que llegaba hasta a llorar al preguntarse por qué siempre le hacía daño a quienes tenía cerca, por qué hacía sufrir y dañaba a quienes quería y lo querían.

Esta confesión, sea cierta o falsa, nunca la he olvidado y al ver la situación a la que ha llevado alias “Esteban» al país en la actualidad y a riesgo de parecer simplista y que este escrito está basado en un manual de sicología en 25 mil palabras -como esos que aparentemente se han  “medio leído” las eminencias del régimen sobre el socialismo y el marxismo-, me voy a permitir hacer una extrapolación hacia la situación de Venezuela, del trastorno psicológico que sufren algunas madres denominado «síndrome de Munchausen” y que consiste en que las madres perturbadas mentalmente inducen en sus hijos síntomas de enfermedades que pueden ser reales o aparentes.

Es decir, la mamá –perturbada- enferma o hace que su hijo se enferme o parezca enfermo. “La madre puede simular síntomas de enfermedad en su hijo añadiendo sangre a su orina o heces, dejando de alimentarlo, falsificando fiebres, administrándole secretamente fármacos que le produzcan vómito o diarrea o empleando otros trucos como infectar las vías intravenosas (a través de una vena) para que el niño aparente o en realidad resulte enfermo”.

Así, indudablemente, ha venido actuando el régimen venezolano desde hace casi doce años ya. Ha sido más de una década en la que el chavismo se ha empeñado en enfermar al país hasta llevarlo al borde del colapso en que nos encontramos. El régimen le ha venido progresivamente inoculando al país el virus letal de un socialismo trasnochado, que ellos llaman del Siglo XXI, hasta producirle la grave patología que presenta en la actualidad, ha procedido de la misma manera como lo hace la desequilibrada madre víctima del síndrome de Munchausen que le inyecta fármacos al niño para que se le manifiesten los síntomas de la enfermedad.

Como la madre perturbada, el gobierno dice que sus acciones están hechas desde el amor y buscando el bienestar del “pueblo” –generalmente, Chávez, al pronunciar la palabra “pueblo”, como cuando dice “Estado”, se golpea el pecho con la palma de la mano en un gesto que evidentemente deja entrever que él es el “pueblo” y él es el “Estado”-.

Con las excusas del amor, la soberanía y la independencia el régimen ha llevado el país al colapso, como la madre mentalmente enferma y víctima del Munchausen, ha enfermado a Venezuela política, económica, social, ética y moralmente. No voy a enumerar todos los graves problemas que padecemos los venezolanos porque creo que son ampliamente conocidos y sufridos por todos, pero es evidente que el causante “amoroso”, el culpable “libertario” no es otro más que el gobierno.

El  régimen nos ha ido cerrando todas las puertas y bloqueando las salidas. Como en el cuento de los cerdos salvajes, nos ha ido poniendo cercas y secuestrándonos, ha enfermado de manera deliberada al país sin encontrar una cura para esta grave enfermedad que sufrimos y que pareciera estar llegando a su estadio terminal.

SINDROME DE ESTOCOLMO

Pero Venezuela no sufre en la actualidad solamente del síndrome de Munchausen, de otra parte están quienes parecieran a su vez padecer de otro síndrome: el de Estocolmo.

Es impresionante ver cómo muchos venezolanos están conscientes de los problemas que enfrenta el país en seguridad, escasez de alimentos, corrupción, desempleo, pérdida vertiginosa de la calidad de vida, violencia, etc. Y, como los secuestrados que padecen del síndrome de Estocolmo, justifican a sus captores, los entienden, y aceptan resignados los maltratos que les propinan sus secuestradores.

Si uno se acerca a Twitter, por ejemplo, y revisa las peticiones que le hacen a @Chavezcandanga -la cuenta que hace unos meses abriera el presidente para tener un contacto más “directo” con los ciudadanos y que días más tarde terminara siendo atendida por una guerrilla de 200 personas contratadas para tal fin-, se encontrará con que la gran mayoría de los mensajes que recibe la cuenta son solicitudes de personas que tienen problemas de vivienda, de empleo, de seguridad, que presentan denuncias de corrupción o atropellos y abusos de poder, pero todos comienzan agradeciendo al comandante por su gobierno, por su “patria socialismo o muerte”. Saben que sus carencias no han sido satisfechas en estos 12 años, pero siguen seducidos por Chávez, como «la víctima de un secuestro, o persona retenida contra su propia voluntad, (que) desarrolla una relación de complicidad con quien la ha secuestrado. En ocasiones, dichas personas secuestradas pueden acabar ayudando a sus captores a alcanzar sus fines…”.

Una muestra de estas manifestaciones de la gente se puede apreciar al leer algunos de los comentarios hechos en el artículo «Chavezcandanga, Esteban llegó a twitter«, que escribí en abril de 2010.

Dice Wikipedia que “Los delincuentes se presentan como benefactores ante los rehenes para evitar una escalada de los hechos. De aquí puede nacer una relación emocional de las víctimas por agradecimiento con los autores del delito”. Creo que esto explica perfectamente a lo que me refiero cuando sostengo que quienes aún continúan creyendo y esperanzados en el  gobierno les proporcionará la satisfacción de sus necesidades y les mejorará la calidad de vida, parecieran estar absolutamente afectados por el síndrome de Estocolmo. Son estos quienes comienzan su rosario de quejas y solicitudes manifestando su profundo amor y admiración hacia el comandante y su revolución.

Pero, lamentablemente, en Venezuela, junto con los dos síndromes anteriores, convive un problema que puede ser aún más grave de solucionar, y aquí vuelvo a hacer otra extrapolación: un elevado número de venezolanos pareciera sufrir de “trastorno o desorden de deficiencia de atención”. Estos son los que ven la situación que atraviesa el país con total apatía, indiferencia y desinterés. A estos no les importa que se vaya la luz, que cierren emisoras de radio y TV, que haya escasez de alimentos, que no se pueda tener acceso a los dólares, que hayan intervenido y cerrado bancos y que el resto del sistema bancario se encuentre bajo permanente amenaza, que se pudran toneladas de alimentos en contenedores, que se consigan medicamentos e insumos médicos vencidos almacenados en depósitos del gobierno, que sus vecinos hayan sido robados o asesinados, que sus primos estén desempleados, que sus mejores amigos se hayan visto obligados a emigrar para buscar una oportunidad laboral que le fue vetada en el país por haber trabajado en la antigua Pdvsa o, simplemente, para obtener  mejor calidad de vida para ellos y sus hijos. El trastorno de déficit de atención sólo les permite estar pendientes del fin de semana, de la playa y el cine, del álbum de Panini, del juego de su equipo deportivo favorito y si, por casualidad, se les toca el tema de la situación de crisis del país, sencillamente voltean a mirar la luna o zanjan el tema con un “qué fastidio a mí la política no me interesa”.

NOTA: Si alguien conoce un tratamiento o una terapia que puedan ser efectivos para enfrentar estos trastornos que presenta Venezuela en la actualidad, por favor deje su receta en un comentario al terminar de leer el texto.

Daka, el rostro de la miseria humana

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Lo de Daka no se me sale de la cabeza. Es como una idea fija. Como una obsesión. No puedo evitar pensar en esas caras de alegría de la gente saliendo con cajas que no podía ni cargar, en los vidrios desplomándose ante la arremetida de la poblada, en Nicolás diciendo en cadena «¡Que no quede nada en los anaqueles!».

Daka removió cosas dentro de mí, hizo que, una vez más, me pregunte ¿De qué materia está hecho el venezolano? ¿Siempre hemos sido así o los últimos 15 años nos han tranformado?

Veía los videos y no podía dejar de pensar en la Bobulina, en esa terrible escena de Zorba, El Griego, en la que mientras la mujer agoniza en su lecho de muerte, las viejas arpías entran a todos los rincones a saquear cualquier trapo, cualquier adorno, cualquier baratija. Nadie se preocupa por la moribunda, todos están poseídos por la avaricia.

Como cuando, hace pocos meses, el hombre del camión de cervezas agonizaba en su vehículo volcado mientras la gente solo se afanaba por recoger botellas como botín. Nadie le dio atención, a nadie le importó su vida. Lo único que contaba era el momento de rebatiña.

Pero eso no es lo peor. Lo que me retumba en la cabeza es las explicaciones que he leído de algunos, bien para acometer el saqueo, o bien para justificarlo.

Dicen esos: «Eso fue pactado con los dueños». «Bien hecho que los saqueen porque esos carajos son chavistas». «A ellos los saquearon como ellos saquearon el bolsillo de la gente con su usura». «Ellos recibían dolar Cadivi y ponían los precios a dolar paralelo». «El dueño de Daka es Diosdado Cabello, bien hecho que lo saqueen»…

Leía y pensaba en Franklin Brito. En ese hombre que murió de inanición reclamando justicia sin que el país se inmutara. Venezuela contempló como un hombre de más de un metro ochenta de estatura y mas de 100 kilos se convertía en un saco de huesos cubiertos por la piel venezuela8como quien ve una película animada de Tim Burton. Tal vez, la película remueva más sentimientos en los venezolanos que la visión de un hombre que ante sus ojos se convertía en un remedo de ser humano. Todo después de haberse amputado un dedo y haber tratado por diferentes medios de ser oído, de tener acceso a la justicia,  que su reclamo fuera escuchado.

Cuando Franklin Brito hacía su huelga de hambre, algunos amigos decidieron no hacer nada para apoyarlo porque «eso se lo había buscado él».

Unos decían que no iban a meterse en eso porque todo obedecía a un problema de faldas. Supuestamente, Brito se había metido con la mujer de alguien del gobierno y éste le estaba pasando factura.

Otros sostenían que no moverían un dedo por el agricultor porque él se había robado parte de esas tierras, había corrido los estantillos unos metros apropiándose de una gran extensión de terreno que no le pertenecía.

En fin, en el caso de Franklin Brito, como en el de Daka, todos parecían tener una razón para no actuar. Para no pronunciarse. Para no pedir justicia. Para justificar la falta de solidaridad.

Nadie parece ponerse a pensar que los que nos pronunciamos en ambos casos, como en muchos otros, no estábamos ni estamos defendiendo a una persona. No se trata de «los dueños de Daka», -que a lo mejor es cierto que viven en Panamá felices o, seguramente tienen seguros que les pagarán sus pérdidas- ni se trataba de Franklin Brito, el posible ladrón de tierras. Se trata de JUSTICIA.

Se trata de que hay un sistema legal y de justicia al que los ciudadanos deberíamos sentirnos con el derecho y el deber de acudir cuando sintamos que nuestros derechos están siendo venezuela5conculcados y que ese sistema debería prestarnos oídos y darnos una justa y satisfactoria respuesta. Se trata de que las sociedades tienen un estamento jurídico al que se debería acudir para dirimir los conflictos.

Si los dueños de Daka cometieron un delito, quienes los acusan están obligados a demostrar por la vía legal y de la justicia que ésto fue así. Si Franklin Brito reclamaba justicia, el Estado debió atender su reclamo y darle un tratamiento justo. En ambos casos debería prevalecer la presunción de inocencia hasta que quienes acusan demuestren la culpabilidad.

Lo que no se puede permitir sin inmutarse, sin levantar un dedo, sin hacer escuchar aunque sea una voz de protesta, es que Franklin Brito muriera de inanición esperando por la justicia, ni que una poblada enardecida salga, al grito de «¡Que no quede nada en los anaqueles!», a derrumbar vidrios, saquear y llevarse hasta los puntos de venta. Y menos aún podemos ser indiferentes ante imágenes y videos de miembros de la policía y la Guardia Nacional participando de esos saqueos.

Es allí donde el gentilicio duele, donde yo siento que el 8.036.631, ese numerito que acompaña mi cédula de identidad de ciudadano venezolano, comienza a desvanecerse. Es en el momento venezuela3cuando veo gente robando alegre un televisor plasma de un tamaño que posiblemente ni cabrá en su casa, cuando veo que la ley que impera es la del más fuerte y el más arrecho, es entonces cuando el pasaporte quiere convertirse en una visa y en un papelito de residente de cualquier país donde me den las más básicas y mínimas garantías de que, al momento de requerir justicia y legalidad, el Estado estará en capacidad de darme a mí y darle a todos los ciudadanos esa justicia y esa legalidad.

Mientras escribo esto, me asomo a la calle y me invade la tristeza, la desesperanza. Unas inmensas ganas de llorar me nublan las pupilas. A pocos pasos de donde me encuentro, hay una cola de gente esperando para cargar con lo que pueda en una tienda de electrodomésticos venezuela6de un amigo. Como zamuros ante la carroña se acumulan a la puerte de Mega Hogar.

Una amiga me cuenta que parece que ya acabaron con Imgeve. Que, supuestamente, la Guardia Nacional terminó poniendo la mercancía en la calle para que la poblada se la llevara. No sé que tan cierto sea, pero las ganas de llorar no pasan. Un señor comenta que en Los Plantaneros saquearon un local de repuestos de automóviles y mi gentilicio, una vez más, sufre un desvanecimiento.

Mis interrogantes sobre la naturaleza ética y moral del venezolano, me abruman. Hacen que me duela la cabeza. El nudo en el estómago es una punzada en la nacionalidad. Creo que nunca terminaré de comprender cuáles son los sentimientos  que mueven a mis compatriotas. No sé qué hace que todo termine siendo una exhibición de las miserias humanas. Venezuela es una inmensa e indefensa Bobulina. Las arpías acechan. Esperan una mínima señal.

No conozco a los venezolanos. Desconozco lo que nos mueve. Pero tengo la certeza de que el régimen sí nos conoce al militmetro. Sabe cuáles teclas tocar para que emanen nuestras miserias. Y lo hace cuando más le conviene.

Hay gente que piensa que el régimen quiere generar violencia y caos para suspender las elecciones. Yo creo que no se llegará a la violencia descontrolada. Todo es medido y calculado. Los policías y la Guardia Nacional se encargan de eso. Para suspender elecciones solo les venezuela7bastaría una llamada, una orden al CNE.

Lo que quieren es garantizarse el voto de esos que hoy saquean a mansalva. Quieren hacerles creer que el régimen los cuida y protege. Parece que para estas elecciones, la caja chica de Pdvsa ya no alcanza para ir con cheques en blanco a comprar electrodomésticos y llevárselos a la gente para comprarles el voto. No hay dinero. La forma de darles eso, a lo que los tienen acostumbrados a cambio de su voto, es mandarlos a saquear.

Al final, estoy más convencido que nunca que no se trata de Daka, ni de Brito. Se trata de mí. De ti. De nosotros. ¿A quién acudiremos cuando nos toque el turno? ¿A quién, cuando vengan por nosotros? ¿A quién acudirás cuando vengan por ti?

Lloro…

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