El blog de Golcar

Este no es un reality show sobre Golcar, es un rincón para compartir ideas y eventos que me interesan y mueven. No escribo por dinero ni por fama. Escribo para dejar constancia de que he vivido. Adelante y si deseas, deja tu opinión.

Archivar para el mes “diciembre, 2013”

En el 2018 tendremos la mitad del miedo

rodriguez

Hoy leí un tuit que me dejó de una pieza. Pensé que podría tratarse de una broma del Chigüire Bipolar. Llegué a creer que habían hackeado la cuenta de Últimas Noticias. Sospeché que se trataba de un titular malintencionado de algún periodista opositor. Es que, de verdad, me parecía imposible que el contenido del tuit se correspondiese con lo dicho por un funcionario público. No podía dar crédito a que Miguel Rodríguez Torres, titular del Ministerio del Poder Popular de Interiores, Justicia y Paz, o sea, quien tiene bajo su responsabilidad el diseño y ejecución de políticas de seguridad en el país, dijera en serio y muy orgulloso que: “Para el año 2018 todos los delitos se deben haber reducido en 50%”.

Abrí el link publicado y mi asombró no cesó. ¡Es que no se puede ser tan cínico! La declaración continuaba: “Esa es la meta que se ha trazado y que no deja dormir al ministro de Interiores, Justicia y Paz, mayor general Miguel Rodríguez Torres”.

Esa parece ser la mejor oferta del ministro para un país en el que -según leí algunos tuits más abajo-, en los primeros 15 días del mes de diciembre de 2013, habían ingresado a la Morgue de Bello Monte 248 cadáveres.

248 víctimas fatales de la violencia e inseguridad solo en Caracas y Rodríguez Torres nos dice a los venezolanos como una hazaña que su aspiración es que dentro de un lustro, después de 5 años de su gestión, en lugar de 248 muertos en Caracas, se hable de 124 en la primera quincena de diciembre de 2018.

Si plantear como meta bajar las cifras de delitos en este país en un 50 por ciento en un quinquenio no es un acto de cinismo por parte del ministro, que baje Dios y lo vea.

“Tener la mirada puesta en ese objetivo es lo que provoca que de manera permanente esté revisando las cifras, analizando por qué se disparó tal o cual delito, qué críticas se están haciendo desde la sociedad civil, cuál dispositivo está funcionando de manera correcta, qué delitos se están imponiendo en cada una de las regiones, qué correctivos hay que elaborar sobre la marcha, qué cambios hay que realizar y hablando con consejos comunales y las comunidades en general”, dice la información, y yo solo puedo pensar que el tipo nos está vacilando. Que es un mamador de gallo.

Según la información de agosto de 2013 del mismo portal de Últimas Noticias, “el auge de la criminalidad ocasionará por lo menos 25.000 homicidios en el país este año. Este es el cálculo más conservador del director del Observatorio Venezolano de la Violencia, sociólogo Roberto Briceño León”.

¡25 mil homicidios en un año! Más muertes que en una guerra y al ministro solo se le ocurre decirnos que su meta es que para el 2018, cinco años después de esos 25 mil asesinatos, se contabilicen solo 12 mil 500. Casi nada, pues.

Según Briceño León, “el promedio diario de homicidios en el país es de 71 casos. Este año además se acentúa la tendencia a la victimización múltiple”. Es decir que la meta, lo que Rodríguez Torres exhibe como un logro a esperar para dentro de un lustro, es que los homicidios diarios bajen a 35 en Venezuela.

Y ojo, que estamos hablando solo de homicidios, no de delitos en general, que en cuanto a robos y atracos, en todas sus variables, y a secuestros, no se dice nada. Y de eso hay bastante tela que cortar. Aunque en Venezuela hay un alarmante sub-registro porque son muchos los delitos que por diversos motivos no son denunciados y que no pasan a formar parte de las estadísticas oficiales que, además, el régimen se encarga de maquillar.

Difícilmente alguien quiera pasar por el engorroso trámite burocrático de denunciar un robo de un teléfono móvil o de una cartera porque todos sabemos que es tiempo perdido y que nada pasará al respecto. Esos delitos forman parte de nuestra cotidianidad y ya ni nos molestamos en denunciarlos, son «gajes del oficio».

Igual sucede con los robos de vehículos pues son muchas las víctimas que no denuncian porque están dispuestas a negociar con los ladrones y pagar cuantiosos rescates para recuperar el auto y, si han puesto la denuncia, el calvario para liberarlo y sacarlo del sistema de la policía puede tomarse meses, unos cuantos pagos de matracas y el riesgo de que lo que no se hayan llevado los ladrones, desaparezca en los estacionamientos judiciales.

Además, si el auto cuenta con seguro, normalmente uno piensa en que lo que le darán por la póliza no alcanzará ni para la inicial de un carro nuevo o, en el peor de los casos, aunque tenga el dinero, no conseguirá un carro para comprar pues las listas de espera pasan de 10 mil personas en los concesionarios. Así que, al final, lo menos malo es pagar el rescate y rogar a Dios para que no te vuelvan a robar en 6 meses y pasar por todo el trauma otra vez.

Bueno, ante todo este drama de inseguridad y violencia que padecemos los venezolanos, el ministro nos ofrece que en 5 años tendremos medio drama. Un quinquenio para bajar la “sensación de inseguridad” a la mitad. Un lustro para que ese miedo con el que hoy salimos diariamente a la calle disminuya en un 50 por ciento. Rodríguez Torres nos dice que en el 2018, después de 20 años del régimen y más de 20 «planes de seguridad», los venezolanos viviremos con la mitad del miedo. ¡Qué consuelo! ¿No?!

De verdad que después de semejante declaración del ministro asumiendo su incapacidad e ineptitud para por lo menos ofertar un poco de paz y tranquilidad a corto plazo, uno esperaría encontrarse con que al día siguiente, a leer las noticias o escuchar los noticieros, el incapaz puso su cargo a disposición o que le fue solicitada la renuncia.

Claro, eso cabría esperarse en un país medianamente serio donde en verdad se tomen los problemas de los ciudadanos con la urgencia y la gravedad que tienen. Pero en esta república bananera del Socialismo del Siglo XXI que nos han impuesto, lo que sucederá será que otra declaración del ministro o de cualquier otro ministro con una barrabasada peor, hará que nos olvidemos que lo mejor que tiene este régimen para ofrecernos en materia de violencia y seguridad personal es disminuir los delitos a la mitad en cinco largos, violentos, y teñidos de rojo años. Cinco años más para que la sangre de ciudadanos venezolanos derramada en las calles disminuya a la mitad. Esa es la meta.

Por mí no será. Yo sí voté

voto

¿Cómo no sentirme contento de haber votado para oponerme a este régimen oprobioso, tramposo y vergonzoso?

Llegué a mí centro de votación a eso de la una y media de la tarde. Revisé mi lista: «Mesa 3». Me ubiqué de tercero en la fila y en menos de cinco minutos ya tenía el meñique manchado de tinta morada en señal de que había ejercido mi derecho y mi deber.

Menos de 5 minutos duró todo el proceso. No tuve que detenerme más de un minuto en cada estación.

Menos de 5 minutos que fueron suficientes para conocer una historia más de humillación y vejación a los ciudadanos venezolanos.

Digo: «Esta es la única cola que en el país hago con alegría». Eso bastó para detonar el relato que a continuación se desarrolló entre la señora que estaba delante de mí y el el joven que venía detrás.

-¡Las malditas colas! -Exclamó la señora, y prosiguió:

-Anoche fui al supermercado a comprar varias cosas, una leche evaporada, una condensada y papel tualé. Después de hacer la cola, cuando llegué a la caja, me dice la cajera: «Señora, su cédula está bloqueda. No puede hacer esa compra porque lleva productos regulados».

Le digo:

-Claro, gracias al régimen bolivariano y socialista, uno no puede comprar productos regulados más de una vez a la semana.

-¡Eso es lo peor! ¡Yo no he comprado esta semana nada! Cuando le dije a la cajera que yo no había hecho compras esta semana, me dice: «Pues alguien usó su número de cédula y por eso la bloquearon».

La señora dice que no daba crédito a lo que le decía la dependienta:

-Ay, señora. Pasa mucho. Por eso no se puede decir el número en voz alta porque cualquiera lo oye y puede usarlo por usted.

-Pero si a mí me obligan a mostrar la cédula laminada, ¿cómo puede alguien comprar con solo decir mi número de cédula…?

-Ahora tiene que ir a que la desbloqueen.

-¿Donde?

-Eso sí no lo sé.

Cuando la mujer llega a esta altura del cuento, el joven que estaba detrás de mí en la cola, salta:

-Señora, le doy un consejo. No pierda su tiempo. Yo tengo tres meses en un solo peloteo por diferentes dependencias para tratar de desbloquear a mi tía de 75 años, y nada. De un lado me mandan para otro y en ninguna oficina resuelven. La última vez me dijo un tipo que me olvidara de eso, que si no pagaba un soborno, nunca desbloquearían a mi tía. ¡La pobre vieja! Su única diversión en la vida es salir todos los días a hacer su compra en el supermercado y ahora, gracias al racionamiento y a que le bloquearon su cédula, ni eso puede hacer.

Como dije al principio de este relato, toda esta historia fue contada en los menos de cinco minutos que duró el proceso de votación, mientras avanzábamos en la cola rumbo a la mesa en la que nos correspondía ejercer nuestro derecho.

Si bien es cierto que a mí no me emocionaba mucho votar por Evelyn, en efecto, no voté «por ella», voté en contra de este régimen humillante y oprobioso.

Luego de escuchar a los dos compañeros de jornada en la cola, marqué feliz la tarjeta de la Mesa de la Unidad, para dejar constancia de mi absoluto rechazo a este régimen, consciente de que no estaba votando por una persona sino en contra de un régimen y a favor del país.

Salí de centro de votación con la satisfacción del deber cumplido y con la tranquilidad de que, pase lo que pase de aquí en adelante, nadie podrá nunca reprocharme o señalarme diciendo: «Porque como tú no votaste».

La «guerra económica» en un carrito por puesto

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El viejo, oxidado y destartalado carro por puesto va impregnado de un repulsivo olor a carne y sangre de pollo recién beneficiado sin refrigerar. El nauseabundo olor se mezcla con el calor húmedo y bochornoso que entra por las ventanillas.

En la radio, se oye la monótona letanía de Nicolas recitando el discursito aprendido de la «guerra económica».

«Hasta mil por ciento ganaban esos usureros. Son unos especuladores, estafadores apátridas que juegan con el hambre del pueblo. Un televisor que les costó 2 mil 500 bolívares lo venden en 16 mil… Yo no voy a permitir que sigan robando al pueblo, que sigan jugando con el hambre de los pobres…».

Ya la cosa parece una cinta sinfin. Cuando uno cree que ha termiando, el tedioso discurso con el aburrido tono de voz de bobolongo queriendo aparentar carácter y determinación, vuelve a empezar.

Paralelamente, a mi lado, dos hombres, uno con dos grandes bolsas negras de compra de donde se desprende el hedor a pollo, conversa con el que va a su lado. Ambos se montaron en la parada de Las Pulgas pero yo no logro determinar si andan juntos, o son de esas personas que se conocen en una de las tantas colas que cotidianamente tienen que padecer y entablan una conversación.

Lo cierto es que, sin prestar atención a la perorata de Nicolás en la radio, entablan el siguiente diálogo:

Pasajero 1 (El de las bolsas de pollo): Yo vengo todos los días a comprar el pollo aquí en Las Pulgas porque hago almuerzos para vender a domicilio.

Pasajero 2: ¿Y es que ahí se lo venden a precio regulado?

Pasajero 1: No hombre, qué regulado. Me lo venden a 60 el kilo y a 120 el kilo de pechuga pero siempre es más barato que en la carnicería y no tengo que hacer las colas larguísimas del supermercado para que me vendan dos pollos nada más. Aquí compro más caro pero todo el que necesito.

Pasajero 2: ¿Y no se supone que eso está prohibido? Yo pensaba que esos dos jeeps de la Guardia Nacional Bolivariana que están allí era para vigilar que vendan las vainas al precio regulado.

Pasajero 1: Nooooo, qué va. Esos están allí porque el que tiene el negocio de la venta de pollos es un Guardia Nacional. Dicen que es el mismo que cobra vacuna en cada negocio para que los dejen vender tranquilos al precio que les de la gana.

Pasajero 2: ¿Cómo así? ¿Esos Guardias están ahí porque los comerciantes le pagan una vacuna a un militar? ¿Y por qué no los denuncian con otros Guardias para que los jodan?

Pasajero 1: Sí los han denunciado pero como que el militar que está detrás de todo es muy pesado porque vienen y, a lo que le dicen el nombre del tipo, se van sin hacer nada.

Pasajero 2: Por eso estamos como estamos y todo el mundo hace lo que le da la gana…

Pasajero 1: Aquí vos conseguís de todo lo que no hay en los supermercados y bodegas, eso sí, mucho más caro. El pote de leche lo venden en 220 bolívares, el Mazeite a 70, la Harina Pan en 40… Toda vaina a más de 5 o 6 veces del precio regulado. Todo con los militares ahí parados, «cuidando»…

Estoy próximo a llegar a mi parada. En el radio, oigo que Nicolás dice: «Nos están saboteando con la comida. Es una guerra económica. A los burgueses apátridas no les importan los pobres. Están jugando con el hambre de la gente…».

En el cielo, a lo lejos, veo una bandada de zamuros que vuelan en círculo. Los dos pasajeros siguen conversando del militar que maneja el negocio del pollo y la «Vacuna» en Las Pulgas, sin percatarse de que Nicolás está hablando de la «guerra económica» que está «librando».

Yo llego a mi destino y me bajo con el sofocón húmedo del mediodía empegostado en el cuerpo y el olor a pollo sembrado en mi nariz, convencido de que, efectivamente, en este país, hay gente que juega y se enriquece con el hambre de la gente.

A veces canto

Imagen tomada de Noticias 24

Imagen tomada de Noticias 24

Canto:

É pau, é pedra
É o fim do caminho
É um resto de toco
É um pouco sozinho…

É um caco de vidro
É a vida, é o sol
É a noite, é a morte
É um laço, é o anzol…

Canto «Las aguas de marzo» que suenan en el equipo porque no quiero pensar. Voy en el carro y no quiero recordar la escena que acabo de vivir. Por eso, le subo el volumen al equipo de sonido y canto:

São as águas de março
Fechando o verão
É a promessa de vida
No teu coração…

É pau, é pedra
É o fim do caminho
É um resto de toco
É um pouco sozinho…

Poco antes de las seis de la tarde, hora en que normalmente cerramos nuestro negocio, decidimos cerrar y correr al supermercado. Había llegado leche en polvo y llamamos al dueño del supermercado para ver si nos podían vender la cantidad que necesitamos para nuestras familias que hace ya unos cuantos días no consiguen el preciado alimento.

En realidad, las familias son tan numerosas que es casi imposible que en una sola compra podamos satisfacer toda la demanda, pero si lográbamos comprar un poco más que los dos paquetes que corresponden por persona, pues algo aliviaríamos a los más urgidos.

-Eso ahora está bastante complicado porque estamos muy vigilados –nos dice el amigo–, pero déjame ver si puedo conseguirles un bulto.

Si, un bulto de leche. 12 paquetes de 900 gramos cada uno. Eso es a lo máximo que podíamos aspirar para los familiares de Maracaibo y los de Mérida que pasan con facilidad las 50 personas incluyendo niños en edades en las que la leche debe ser parte imprescindible de la alimentación. Pero, bueno. De nada, algo…

Al poco tiempo llega el siguiente mensaje de texto:

“Pásame 6 números de cédula de identidad para poder chequearte el bulto porque solo son 2 paquetes por persona”.

A los cinco minutos las cédulas estaban en su bandeja de entrada y recibíamos la respuesta diciendo que pasáramos por el supermercado y preguntáramos por la gerente quien tenía las instrucciones para vendernos el producto.

Cerramos y corrimos al lugar.

El supermercado estaba a tope. Quienes iban a comprar solo los dos paquetes de leche en polvo debían hacer una fila en la calle hasta que les correspondiera el turno de pasar a hacer la cola dentro del local. Quienes iban a comprar más de 300 bolívares de otros productos podían pasar directo, hacer su compra y hacer también la inamovible fila para pagar.

Contactamos a la gerente –siempre de un asombroso buen humor a pesar de lo deprimente de la situación y de la presión del momento–. Nos pidió que esperáramos mientras nos resolvía nuestro pedido.

Tomé asiento en la silla del vigilante que estaba vacía porque el hombre, junto con otro grupo de empleados trataba de poner orden en la calle y adentro.

La gerente se me acerca y me dice:

–En estos días un hombre me partió el vidrio de la entrada. Era un bachaquero borracho… si hubiera tenido un revólver habría matado a alguien.

Sigue atendiendo su trabajo. Despacha por aquí, da instrucciones por allá. Siempre amable y con una sonrisa en los labios. Son las siete de la noche y ella se encuentra como si acabase de llegar a un relajado despacho de oficina. Recibe llamadas y avisa a quienes llaman que sí, que pueden venir a buscar leche que todavía están a tiempo. Yo miro a la mujer y no puedo menos que admirar su paciencia y su capacidad para atender mil cosas a la vez. Me dice:

–Ya saben que no podrán comprar más leche en una semana porque la cédula queda registrada como que ya compraron y si intentan comprar de nuevo, los bloquean.

Una vez más pienso en como nuestro documento de identidad devino en libreta de racionamiento. De la fila de la calle veo que entran las 20 personas a las que les permitieron entrar en ese momento. Una mujer regordeta pasa y justo cuando está frente a mí, se detiene, se saca su chancleta y la levanta para verificar que está despegada. Su rostro está sonriente. Las dos horas haciendo cola afuera no parecen haberla amargado. Lleva unos leggings a media pierna y al detallarle la franela distingo que, al nivel de los senos, tiene una calcomanía  de Arias Cárdenas con un corazón tricolor. Se acomoda su chancleta de nuevo en su pie y sigue hacia la cola de la leche.

Más atrás, viene otra mujer con franela roja. Esta lleva los ojos del difunto Chávez al nivel de sus voluminosas tetas.

Pienso en cómo una gente puede, después de pasar tan humillante momento para comprar 2 paquetes de leche en polvo, ir el siguiente domingo a dar su voto por un régimen que lo ha sometido a semejante bochorno.

La gerente me saca de mis elucubraciones, cuando la oigo a mi lado decir a un empleado, casi en un susurro:

–Alfredo, busca una caja de huevos para meter la leche de los señores porque si los que están afuera ven que salen con un bulto de leche, los linchan.

La mujer me mira y no tengo más remedio que sonreír con una mueca y decirle:

–En este país se puede comprar cocaína con más facilidad y menos riesgo que unos cuantos kilos de leche.

Asiente con la cabeza y me da las 6 facturas con los números de cédulas que le habíamos pasado al dueño en el mensaje de texto. Con su amabilidad característica, dice:

–Cojan la caja y salgan rápido…

Nos montamos en el carro y al prenderlo, el pendrive suena “La maldita primavera” de la mexicana Yury.

Llevo el alma en el suelo. El haber conseguido comprar ese bulto de leche que para unos sería un gran triunfo, me hace sentir triste y derrotado.

Recuerdo las colas de Cuba para todo y por todo que en el 91 me parecían tan insólitas y no puedo creer lo que estoy viviendo en mi rico y petrolero país.

Recuerdo la crónica de Leonardo Padrón en su libro “Kilómetro cero”, sobre su visita a Cuba en el 92:

“…Uno se pregunta cuál sería el estado actual de la revolución si Estados Unidos la hubiera dejado crecer libremente, si se hubiera podido  intentar la construcción del ‘hombre ideal’ sin tanto cerco y sin tanta dependencia lejana…”

Reviso esas líneas de Padrón y me convenzo que en realidad el bloqueo no fue más que la excusa de Fidel para someter a su pueblo. El proceso en Venezuela lo confirma. Sin bloqueo de USA y con el engaño caza-bobos de una imaginada y cacareada “guerra económica”, han logrado sumir a la gente de un país rico en las miserias de la isla caribeña.

Pienso en que el domingo yo estaré haciendo mi cola para votar contra esa humillación que acabo de vivir en ese supermercado, pero me inquieta e indigna que tantas personas –como esas dos mujeres con propagandas del régimen en sus pechos–, sin pensar en el apagón de cuatro horas sufrido dos días antes ni en la horas de vida que pierden en una cola para llevar un poco de alimentos a sus hijos, estarán en esa misma cola para seguir votando por las colas y la ruina de un país que alguna vez fue uno de los más ricos y prósperos de América Latina.

Le doy volumen al radio y canto a todo pulmón:

Lo que tu paso dejo 
es un beso que no pasa de un beso 
una caricia que no suena sincera 
un te quiero y no te quiero 
y aunque no quieras 
sin quererlo piensa en mi. 

Si para enamorarme ahora 
volverá a mi la maldita primavera 
que importa si para enamorarme basta una hora 
pasa ligera la maldita primavera 
pasa ligera me maldice solo a mi. 

¡Nada como “La maldita primavera” para desahogar un grito! Sigo cantando. Canto para no pensar. Canto para no llorar.

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