Bogotá
- Vista desde el avión llegando a Bogotá
15 horas en aeropuertos. Toda una noche sin dormir. Finalmente llegó el momento de abordar el vuelo de Conviasa de las 7 de la mañana Maiquetía a Bogotá.
La cola y el trato del personal de migración de Maiquetía ni para que comentarlos, son proporcionales al estado de abandono en que se encuentra la terminal aérea más importante del país. Solo tienen que meter en Google «Colas de migración Maiquetía» y conseguirán suficiente información y fotografías como para hacer un libro de puro estilo kafkiano.
Reza la sabiduría popular que «el pica’o de culebra, cuando ve bejuco tiembla». Como en los últimos años casi todas las experiencias que han tenido que ver con trámites y diligencias con empresas y organismos del Estado han terminado siendo un verdadero calvario, solo pensar en un vuelo con Conviasa, ya me amargaba la existencia. Estaba muy predispuesto contra la línea aérea bandera de Venezuela y debo confesar que quedé gratamente sorprendido con el viaje. El avión impecable y cómodo, la tripulación amable y atenta y, aunque no fueron exquisiteces, ofrecieron un tentempié que ayudó a superar el cansancio de largas horas. El avión salió puntual.
Hora y media de plácido vuelo y ya estábamos aterrizando en el aeropuerto internacional El Dorado de la capital colombiana.
¡Qué diferencia el limpio y en excelente estado del aeropuerto colombiano comparado con el venezolano! Y ni hablar de la sonrisa con la que nos recibió el personal de migración de Bogotá en un trámite que no duró más de 5 minutos.
Como es habitual en la mayoría de la ciuidades que he visitado, recogimos las maletas y salimos a tomar un taxi sin tener que demostrar ante ningún funcionario que las maletas que llevábamos eran las nuestras. Aún guardo la calcomanía que identificaba mi equipaje.
A la salida del aeropuerto hicimos una corta y ordenada cola para tomar el taxi a nuestros destinos. El conductor, un hombre de poco hablar, se limitó a comentarnos que algunas personas no quieren al alcalde Petro, al consultarle por qué, respondió que porque se ha metido con algunos intereses de los ricos, como el monopolio de las empresas encargadas de la recolección de basura.
-Pero ese problema tiene bastante tiempo- Le comenté.
-Pues sí y no termina de arreglarse.
Luego algunas personas nos confirmaron el disgusto del bogotano con algunas medidas del alcalde como la de modificar el pico y placa, afectando la circulación vehicular, además de ese terrible problema de la basura que no terminan de solucionar.
En 25 minutos estábamos llegando a casa de Idania Chirinos, donde nos recibiría su asistente, Nuvia, (en lo adelante «La Super Nuvia») con un suculento desayuno. La querida periodista venezolana residenciada en Colombia desde hace cuatro años y quien amablemente nos acogió en su casa, se encontraba en su trabajo.
Desayunamos, nos bañamos y, a pesar del cansacio y las largas horas sin dormir acumuladas, la curiosidad nos pudo y salimos a conocer Bogotá.
Caminando llegamos al centro comercial Gran Estación. En el camino íbamos descubriendo parte de lo que es la ciudad a la que acabábamos de llegar. Vendedores ambulantes por doquier, y grandes y modernos edificios como el recientemente inaugurado de la Contraloría General de La República, reconocible por una inmensa bola oscura bañada de agua y sus paredes externas por las que también se desliza el líquido.
El Gran Estación es un lujoso y bonito Centro Comercial cercano a la Estación CAN del Transmilenio. Es un lugar con tiendas de marca que se nos antojan prohibitivas a los venezolanos que viajamos con cupo Cadivi, por el solo placer de conocer ciudades.
En la entrada del centro comercial, un vigilante se me acercó apuntándome con el detector de metales. Mi gesto automático,reflejo aprendido a lo Pablov de tanto hacerlo en Venezuela cuando aparecen esos dispositivos de seguridad, fue explayar las piernas y subir los brazos en posición de cruz para esperar el raqueteo de aparato entre las piernas y por todo el cuerpo. El vigilante con mirada de extrañeza, me dijo:
-No se preocupe, es solo en el bolso.
A lo que, un poco avergonzado y en son de chanza rebatí:
-¡Ah! ¿Es que aquí solo pasan armas en los bolsos? -Y sonreí mientras llegaba la respuesta:
-En realidad no lo hacemos para buscar armas, buscamos bombas y explosivos.
La declaración me produjo la sensación de que estaba en un país donde los problemas de seguridad son más por motivos políticos y de atentados
terroristas que por la inseguridad personal como la sufrimos en Venezuela. Me sentí en una ciudad segura.
En un cajero automático del Gran Estación pedí el avance de efectivo para contar con el cash que nos permitiera movilizarnos por la ciudad. 120 mil pesos fue lo único que logré que me diera el aparato bancario. En lo que quedaría de estadía en Bogota no hubo poder humano que hiciera que me dieran más efectivo y en uno de los intentos, se me bloqueó el pin porque metí la clave erróneamente.

Centro Comercial Gran Estación.
Una larga llamada a Banesco para tratar de desbloquearla fue infructosa. La única manera de hacerlo era estando en Venezuela, no se podía ni por teléfono ni por internet. Lo que restaba de viaje, tendría que resolverme con los 120 mil pesos que me dio el cajero y con 92 mil que me prestó mi vecina Maite para cualquier eventualidad y que, por supuesto, debía devolvérselos al llegar a
Maracaibo. Con el agravante que más adelante les contaré sobre lo que hice con 80 mil de los 120 mil que me dio el cajero y de que a Cristian nunca le permitió hacer adelanto de efectivo y también se le bloqueó el pin.
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