El blog de Golcar

Este no es un reality show sobre Golcar, es un rincón para compartir ideas y eventos que me interesan y mueven. No escribo por dinero ni por fama. Escribo para dejar constancia de que he vivido. Adelante y si deseas, deja tu opinión.

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Maracaibo-Mérida, Crónica de carretera

atardecer

Poco más de tres horas rodando. El viaje ha sido tranquilo. Hay tráfico pero se avanza con constancia y sin atascos. La carretera en grandes tramos está en mejores condiciones que la última vez que transité por ella. La han repavimentado y quitado cerca de la mitad de los absurdos reductores de velocidad que tenían. Todavía quedan demasiados en los que se siguen apostando vendedores de café, jugos, tortas, conservas, ponqués y toda clase de avíos, pero hay que reconocer que está un poco más despejada. Todavía hay largos tramos llenos de cráteres pero ya uno hasta agradece que hayan tapado algunos.

La batería de mi celular indica que ya está a punto de apagarse. Una rayita roja en el ícono de la batería es la señal de que gracias a tanta foto subida a Instagram, Facebook y Twitter y al intercambio de mensajes con la familia en el whats app, la batería se ha consumido con mayor rapidez.

Una especie de nerviosismo se empieza a apoderar de mí. Como un síndrome de “pre abstinencia”. Temo quedarme sin teléfono en mitad del viaje. Un temor que se fundamenta, por un lado, en el “pánico a la desconexión”, a pasar horas fuera de las redes sociales, sin acceso a información inmediata y sin posibilidad de comunicar cuanta pendejada pasa por mi mente. Y, por otro lado, en el miedo real de que suceda algo en mitad de la carretera y no tener cómo comunicarme para pedir auxilio. A pesar de mis temores, no  puedo parar de tomar fotos y postearlas. ¡Qué vicio!

Nos detenemos en una estación de servicio donde normalmente paramos para repostar combustible y tomar un café y aprovechamos para ver si tienen el químico limpiador de inyectores de vehículos que no conseguimos por ningún lado en Maracaibo, con excepción de uno carísimo en Ferre Total que costaba casi 400 bolívares.

Estamos de suerte. La bomba no solo cuenta con gasolina de 95 octanos, sino que tiene dos potes de limpia inyectores a 65 bolívares cada uno. Llenamos el tanque y compramos los dos potes de limpiador. Satisfechos, subimos los peldaños que nos llevarán al restauran de carretera donde podremos liberar la vejiga y tomar un café que nos espante la modorra vespertina.

Antes que nada, le pido al muchacho que, por favor, me ponga a cargar el teléfono mientras compramos el café y vamos al baño. Amablemente conecta el aparato a la corriente y mientras me prepara el café, observo el amplio lugar que he visitado incontables veces. Contemplo pensativo las vitrinas casi vacías. En unas apenas quedan unos cuatro paquetes grandes de Pepitos. Otras están desoladas. En un aparador hexagonal de vidrio, hay, tratando de llenar el espacio, unos cuantos potes de talco Borocanfor para los pies y unos dos corta uñas.

–¡Esto está pelado! –Comento; más triste que extrañado, pues es el lugar común en todos los establecimientos del país. La respuesta detrás de la máquina Gaggia en la que que empieza a borbotear el café que sale por el tubo, también es el lugar común en estos casos:

– No nos llega nada. No conseguimos mercancía. Los distribuidores vienen y no traen nada. Aquí tenía yo un estante lleno de chiclets y caramelos –dice señalando un espacio vacío sobre el tope de la barra–, tuve que eliminarlo porque ya no llega nada de eso. En este lado ­–dice apuntando en el aire a su derecha–, tenía un exhibidor grande lleno de Pepitos, papitas fritas, tostones, Cheese Trees... Nada de eso está llegando.

La letanía de la escasez y la dificultad para trabajar continúa. Veo el inmenso espacio y pienso en lo que debe costar en alquiler, impuestos, servicios y empleados mantener ese lugar, en el esfuerzo que ese muchacho está haciendo para defender con las uñas su medio de vida.

–Aquí es muy difícil trabajar –se lamenta-. Lo peor es que todavía hay mucha gente que no termina de ver hacia donde nos están llevando…

Al rato, pido mi celular y nos despedimos para continuar nuestro viaje. Miro el icono de la batería y sigue con la misma rayita roja. Los minutos conectado al enchufe no parecen haber servido de nada. El muchacho me da la solución:

–Unos 200 metros más adelante, en la orilla de la carretera, venden cargadores para carros. Compre uno ahí para que no se quede sin pila.

Efectivamente, a mano izquierda de la vía, hay dos puestos de ventas. Uno vende frutas y verduras. El otro, tiene forros y cargadores de celulares. Están casi sobre el pavimento, en un espacio de tierra en la que clavaron cuatro estacas de madera y le pusieron un escueto techo de paja. De unos alambres colgados entre dos de las estacas, guindan los accesorios para celulares. Todos genéricos. Todos chinos.

El hombre amablemente me interroga sobre lo que busco e, inmediatamente detecto por su acento al hablar, que es colombiano. Se lo digo y se asombra de que lo descubriera “Todo el mundo me pregunta de una vez si soy colombiano. ¿Tanto se me nota?”. Obviamente, se le nota al parcero que viene de la hermana república.

–¿Para dónde van?

–A Mérida.

–¿Y cómo está la cosa en Mérida, ya se ha calmado?

–Se calma a ratos pero no del todo. Es que mientras sigan todos los problemas no se va a calmar del todo.

Al hombre le brillan los ojos. Me mira y me dice:

­–Tiene que calmarse porque al gobierno lo elegimos nosotros. Hace cuatro meses votamos y todos votamos por Nicolás.

El hombre junta los dedos como quien agarra una tiza y en un cartón que guinda de los palos del chiringuito, hace amago como de profesor que se presta a explicar en la pizarra algo a los alumnos:

-Lo que tienen que entender es que esto es una “Democracia” –dice al tiempo que mueve las manos como si escribiera la palabra–. Nosotros votamos y estamos felices con esto. Nosotros, como dicen, estamos felices comiendo mierda y eso tienen que entenderlo.

Le digo que una democracia no es solo eso y que en Venezuela somos dos mitades que tienen que convivir y respetarse mutuamente.

–No somos dos mitades. Somos un 51 por ciento y un 49 por ciento. Eso es lo que tienen que entender que somos un 51 por ciento que estamos felices comiendo mierda.

–O sea, que por ese uno por ciento de diferencia, ¿tiene que comer mierda el cien por ciento? –Le digo ya cabreado.

–Bueno esa es la democracia. Yo estoy feliz porque yo esto que hago aquí no lo podría hacer en otro país. Yo no podría vender esto porque me perseguirían y no me dejarían trabajar. Por eso yo voté por el socialismo.

–En otro país podrías hacerlo, pero tendrías que pagar impuestos y solicitar permisos para poder hacerlo. No como lo haces aquí. Y con esos impuestos que pagarías no tendrías esas troneras en la carretera que tienes en frente. Lo que no podrías hacer en otro país es vender una cosa que cuesta centavos de dólar como este cargador en 160 bolívares y no pagar impuestos ni servicios. Yo creeré que a ti te gusta el socialismo por el que votaste cuando esto que te cuesta 50 bolívares los vendas a 60 y no  a 160 como lo vendes. O sea, tú estás feliz aquí porque aquí haces lo que te da la gana y te vives el país sin importarte esos huecos que tienes en la carretera.

–¿Acaso la carretera lo es todo? Mi esposa dio a luz hace un año y vino la ambulancia, la buscó, la llevó al hospital y la atendieron y solo tuvimos que pagar lo mínimo, casi nada pagamos. Por eso es que estamos felices comiendo mierda.

–Eso no es nuevo. Cuando yo tenía 14 años, en la Venezuela democrática, me fracturé la pierna y en el hospital me atendieron, me pusieron un yeso y me corrigieron la fractura sin pagar ni medio. Anda hoy a un hospital a ver si pasa lo mismo. Ni yeso tienen.

–Bueno, pero nosotros votamos por eso y tienen que respetarlo. Es más, yo sé que algún día la revolución no va a tener para seguirnos dando todo, por eso yo ahorro, para que, cuando el gobierno no pueda darme, yo tener con qué…

–Claro, tu ahorras porque le ganas más a lo que vendes que lo que le pueden ganar los comerciantes que pagan impuestos, servicios y generan empleos. Este cargador que me vendes en 160 bolívares lo consigo en eso o menos en un centro comercial, en cualquier negocio de esos que el régimen acosa por los “precios justos”. Esa es toda la felicidad de ustedes, hacer lo que les da la gana y vivirse al país.

La taquicardia retumba en mis oídos. Me monto de nuevo en el carro, respiro profundo varias veces y retomo la lectura de “Los incurables” para terminar de calmarme. Mientras el libro me ayuda a recobrar el equilibrio y estabilizar el ritmo cardíaco, el celular se carga con el aparato comprado al colombiano.

Un mes de #SOSVenezuela – La lucha por la leche

leche2

Jueves 13 de marzo. Un mes desde que en Venezuela de iniciara el pandemónium. Un mes en el que nos dormimos con los ojos húmedos con las noticias e imágenes de la juventud venezolana regando con su sangre las calles del país, esperando que algún día la lucha de frutos. Un mes en el que la vida de seres humanos se ha visto abrupta y repentinamente detenida por tiros de la represión. Más exactamente 29 días en los que el luto ha sido una constante en el país, aunque desde las esferas del poder no se decrete duelo. Ni un minuto de silencio siquiera por los 28 muertos que han tornado rojizo el negro pavimento donde los sorprendió la certera bala. Muchas veces a quemarropa y en la cabeza. Un caído por día…

Han sido 29 días en los que dormimos sobresaltados. Nos despertamos en la madrugada, intranquilos, desvelados. Con lagrimones acumulados en los ojos por las pesadillas. Y en la mañana, la vigilia empieza antes de tiempo porque la angustia nos despabila, las lágrimas ruedan y ya no hay manera de volver a conciliar el sueño.

Otros menos afortunados, son despertados por las mismas detonaciones que les impedían dormirse. Su despertador es un violento ¡POMP! Acompañado del ardor en los ojos y la garganta. Para ellos la pesadilla es en carne vívida.

Y en ellos pensamos los que estamos apartados. Nos acostamos con el Cristo en la boca pidiendo y orando por los seres queridos que están atrapados en sus residencias en medio de las explosiones y  las asfixias. Nos dormimos pidiendo a Santa Bárbara que nos libre de la muerte repentina y que nos proteja de tanto mal.

Pero la vida sigue. La supervivencia no da descanso. La depresión, el miedo y la tristeza no nos pueden vencer. No podemos sumirnos en la desesperanza porque hay necesidades básicas que solo moviéndonos y batallando podemos cubrir para nosotros y para los que dependen de nosotros. Como  esos viejos de 80 y tantos años que se quedan sin leche encerrados en medio de la balacera. Por ellos, por los niños, por los que no pueden salir a hacer horas de cola para obtener un jabón, un papel tualé o cualquier otro producto básico, vencemos la depresión y salimos a sobrevivir.

Unos tienen suerte y logran su cometido de llevar la leche a su casa. Otros se ven en un violento maremágnum del cual salen golpeados y en muchos casos sin la leche o la harina.

Jueves 13 de marzo. Horas de la mañana. Un mes en que el infierno se quitó la máscara. Con la energía en mínimo y la tristeza y la depresión al full, salgo a enfrentar la calle. A sobrevivir. A vencer el día. Pero me consigo un video en el grupo de Whats app y me derrumbo.

Una multitud alrededor de un camión 350 se agolpa en un desesperado afán por adquirir un leche3kilo de leche. Por comprarlo, porque no es que se lo regalan. Un solo kilo que cuesta en tiempo, ira y dignidad arrebatada mucho más de lo que vale.

La escena se desarrolla en Ejido, ciudad de mi querida Mérida natal y el texto de quien lo envía, testigo presencial de lo sucedido, hace que las lágrimas se derramen una vez más.

Amiga 1: “Esto fue esta mañana aquí en Ejido. Yo fui testigooo. 
Qué lamentable, por comprar un kilo de leche.
Desespero, enfrentamientos entre la misma gente. La gente con la policía y pare de contar.
La cava estaba bajo el control de la policía del Estado.  Ellos empezaron a vender pero se les salió de control la situación”.

 Amigo: “Qué arrechoooo es la palabra. Y allá es a donde nos quieren llevar y lo están logrando”.

Amiga 2: “Qué horror”.
 
Amigo: “Imagínate que la turba se arreche de verdad y lo hubieran linchado.
El policía después de que se lo sonaron fue y le dio al carajo”.
 
Amiga 1: “El camión primero estaba en frente de la policía y la cola llegaba al final ya para salir a la Carabobo. Luego vieron mucho desastre y se movieron con la cava y la gente corría detrás del camión. Mucha gente quedó en cola y otra corría. Se detuvieron por el canal de subida de la plaza Bolívar y pasó lo que está en el video. Y al final de todo, la cava se fue con la leche y no vendieron más. Un todos contra todos por un kilo de leche. Fue tan triste ver como la gente corría detrás de esa cava. Muchas mujeres con bebés en sus brazos. Y metidas ahí en esa trifulca”.
 
Amiga 3: “Yo estaba ahí. Fui testigo. Pero cuando la cava arrancó y todo ese desastre, yo ya estaba en el edificio en catastro, por cosas del trabajo.  Estaba con mi bebé. El susto no era normal. Cuando entré a pagar, había una cola que hicieron porque -para que se calmaran- creo que les dijeron que la cava volvía, y la cajera y yo escuchamos cuando una señora le decía a otra «Uy, pero es que provocaba lincharlo»….  No sé a quién ni nada, pero para que vean cómo estaban los ánimos…”.

Entonces, leo. Entonces, veo el video. Entonces, pienso en Bassil, en Génesis, en Daniel, en Mónica… Entonces, vienen a mi mente los 28 muertos, los cientos de heridos… Entonces, pienso ¿Cómo criticar que la gente tenga un mes desesperada protestando? ¿Cómo molestarme con las barricadas que me impiden el libre tránsito? ¿Cómo no querer a esos estudiantes que levantan la bandera de la dignidad después de 15 años de humillaciones y oprobio? Entonces, una vez más, lloro.

La “normalidad” de un carnaval en Venezuela

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Es domingo 2 de marzo. Me despierto y pongo un rato Globovisión para ver qué dice de la situación del país. Hace tiempo que no miro el noticiero de ese canal porque me empezó a parecer un apéndice de los canales oficiales, es como la sucursal de VTV.

En pantalla veo una chica con cara de niña, cachetoncita, con una permanente sonrisa en los labios que durante todo un segmento se encarga de hacer pases a diferentes zonas del país donde se están celebrando los carnavales. Varios reportes en los que se ve que la fiesta está 2m7prendida, los desfiles en las calles con comparsas, niños disfrazados. Todo en pantalla parece indicar que en Venezuela se desarrollan los carnavales 2014 con “excesiva normalidad”, como diría el inefable José Vicente.

Decepcionado con la aparente normalidad del país, cambio de canal y me voy a las redes sociales y a los grupos del Whatsapp. De Mérida llegan noticias de una inmensa tranca en las avenidas. Parece que el partido de futbol que estaba pautado para el día no se podrá llevar a cabo pues los equipos no podrán salir de su hotel. De Táchira y Caracas llegan informaciones y fotos de gigantescas marchas de protesta en las calles. No son desfiles de comparsas y carrozas de carnaval. Son cientos de miles de personas en las calles del país protestando por la situación que se vive en Venezuela.

2m6Dos versiones de un país y de un carnaval contrastadas y contradictorias. Salgo a atender mis labores habituales de los domingos y en el camino de regreso consigo un grupo de gente con sombrillas de colores, cava de hielo, lentes de sol y trajes de baño apostados en una esquina de la Circunvalación 2 de Maracaibo como quien se destina a tomar sol en un día de playa de carnaval. La nota diferente la ponen que no hay mar ni arena, solo asfalto negro y caliente, unos pocos autos que pasan y las vuvuzelas y pancartas que sostienen los “temporadistas”. Su carnaval no es más que una de las tantas protestas que se están llevando a cabo este domingo en el país.

A pesar del esfuerzo que desde el oficialismo han hecho por hacer ver que los carnavales se2m3 desarrollan con normalidad en todo el país. Esfuerzo que ha inducido al ministro Izarra a retuitear fotografías de carnavales anteriores como si fueran de hoy, o a lanzar mensajes de que las cruces negras en las playas del oriente no eran más que un montaje de Photoshop. La mentira no termina de cuajar.

Vano esfuerzo del régimen porque en estos tiempos de redes sociales y de velocidad de internet, con solo googlear una fotografía uno puede descubrir la trampa. Y los tuiteros y facebuqueros se la descubrieron, se las ingeniaron, como normalmente lo hacen, para desmontar la “verdad oficial” que rueda por los medios oficialistas, incluyendo a Telesur.

En Twitter montaron el retuit de Izarra junto con la foto original de 2013, y yo mismo me doy a la tarea de googlear y conseguir la fuente original en http://www.ciudadccs.info/?p=385590  y en Facebook encuentro una imagen en la que se observa a los policías de Anzoátegui recogiendo la cruces negras de Lecherías que supuestamente habían sido un montaje de Photoshop.  Primero se cae un mentiroso que un cojo.

12Mientras estoy entretenido descubriendo cómo los usuarios de las redes exhiben sus habilidades detectivescas para desmontar las mentiras comunicacionales del régimen, empieza a llegar desde la calle el atronador ruido de cornetas, vuvuzelas, pitos, gente gritando, la entonación del Himno Nacional… una gran algarabía entra por la ventana. Pasan 10 minutos, 20 minutos, el ruido no cesa… Sospecho que la gente se está congregando en la improvisada playa de la avenida con los manifestantes. No puedo imaginar otra cosa. 30 minutos… el ruido continúa. Me baño, almuerzo, me visto,  y el ruido no para de llegar desde la Circunvalación 2.

La curiosidad me puede y tengo que salir a averiguar. Ya ha transcurrido más de una hora de la incesante algarabía y no me lo puedo perder. Llego a la avenida y me encuentro a la mamá de las9 caravanas. Las cornetas que tienen más de una hora sonando provienen de una interminable caravana de autos con banderas, pitos, pancartas. Un gentío que debe hacer que a Arias Cárdenas de se le suban los niveles de azúcar en la sangre en este domingo “normal” de carnaval venezolano.

Regreso a mi casa y encuentro que la “normalidad” de Mérida, entre otras cosas incluye dos motos de tupamaros incendiadas 2m3en la avenida Andrés Bello y una persona herida de bala cuando uno de los tupas disparó. En playa El Agua en Margarita, una tuitera reporta con foto del día la más abrumadora soledad. En Altamira, Caracas, dan cuenta con foto de un joven asfixiado al parecer por gases lacrimógenos de los tantos con los que nos ha rociado el régimen en estos carnavales. Táchira está de concurrida marcha de protesta nuevamente. De Valera informan que supuestamente los tupamaros durante la marcha de protesta secuestraron al estudiante Javier Salas y que lo regresaron muy golpeado. Y Venevisión, por primera vez en muchos años no transmitirá la ceremonia de los Premios Oscars, dicen las malas lenguas que es una nueva concesión al régimen para no verse obligados a poner en pantalla posibles mensajes de apoyo de los artistas al pueblo que protesta en Venezuela o, peor aún, mensajes directos de esos artistas contra el régimen o sus jerarcas.

De España llega la noticia de que el gobierno de Rajoy autoriza la venta de material 2m2antidisturbios a la Policía de Venezuela, continuando con la misma política de su antecesor, Zapatero, de no mirar hacia los pueblos sino únicamente a los intereses de los negocios. Triste para los venezolanos que durante la dictadura franquista siempre estuvimos de parte de los españoles, solidarios con el pueblo, prestando la ayuda que se pudiera y recibiendo a los que decidían huir del horror franquista con los brazos abiertos y convirtiéndolos en uno de los nuestros. ¡Así paga el diablo a quien bien le sirve! O como diría mi difunta madre: “De desagradecidos está empedrado el camino del infierno”.

Por último, para terminar este día de absoluta “normalidad” de carnaval, llega la información de que Rusia y China están enviando portaaviones para Venezuela.

Uno no puede menos que preguntarse: ¿Cómo compaginar las “noticias” de VTV y Globovisión de unos carnavales alegres y normales con la llegada de portaaviones rusos y chinos? ¿Cómo creer que en Venezuela se está desarrollando un golpe de Estado cuando los jerarcas del régimen se empeñan en bailar y mostrarse sonreídos en sus actos de carnaval, en su Venezuela “chévere”?

¿Será que todo esto se está convirtiendo en la nueva “normalidad” de la vida venezolana?

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Una tarde “excesivamente normal” en Venezuela

Foto de Lusmary Santos desde San Cristóbal

Foto de Lusmary Santos desde San Cristóbal

Maracaibo, 3 y 20 de la tarde del jueves 20 de febrero. Cielo soleado y despejado. Un corto recorrido por algunas calles nos permite palpar la tensa calma que se vive en estos momentos en la ciudad.

Las calles bastante despejadas para el día y la hora, dan la sensación de un domingo o de un 1.7Primero de Mayo. El poco tráfico es lento y, aunque parezca increíble, silencioso. No hay el característico bullicio de las congestionadas calles marabinas. No hay gritos, ni cornetazos ni mentadas de madre en las habitualmente trancadas avenidas.

En las calles internas de urbanizaciones y barrios, se ven los vestigios de lo que fue la noche anterior. En muchas esquinas hay troncos de árboles, residuos de basura quemada -aún humeante-, piedras y alambres, dan fe de la protesta que atestiguó la noche.

Intentando acercarnos a La Plaza de la República nos tropezamos en una esquina dos patrullas policiales trancando el paso. En otra, dos patrullas más y en una última un grupo de policías y motos impiden el paso vehicular hacia la significativa plaza,1.6 bastión opositor en Maracaibo. Parece que para el régimen haber logrado evacuar con violencia el sitio y detener a los muchachos que estaban haciendo vigilia en el lugar es un heroico triunfo y no está dispuesto a permitir que la protesta se asiente de nuevo al pie del obelisco.

Más del 50% de los comercios que veo están cerrados. Algunos pocos prestan su servicio con normalidad y otros pocos mantienen sus santamarías abajo y solo despejada la puerta de entrada, como si estuviesen preparados para cerrar por completo ante cualquier eventualidad.

La sensación que da la calle es de una tregua. De un descanso. Es como si la gente estuviera haciendo una siesta en medio de una batalla para luego retomar la 1.5actividad. De hecho, en algunos puntos ya se ven levantadas barricadas con piedras, troncos y basura en perfecta disposición para lo que vendrá posiblemente al caer el sol.

Vamos hasta la Plaza de Canta Claro para ver si hay actividad por allí y solo se ven algunas personas conversando en el parque y en una esquina que humea un pipote encendido. Más allá unas patrullas apostadas y unos policías de tertulia. Dos cuadras detrás de ellos se ve el humo negro de cauchos quemados que comienza a elevarse hacia el cielo azul. Los agentes no se dan por enterados.

Recuerdo en ese momento que algunos infiltrados de1.4 contra inteligencia del régimen han pasado el día en Zello lanzando mensajes aterradores de represión y detenciones en la calle a todo el que salga, solo con la intención de paralizar de miedo a los ciudadanos y, por supuesto, amedrentar sicológicamente a los estudiantes. Nada de eso. Las calles están en calma. Tensas, pero en calma.

Llegamos a casa. La urbanización está en perfecta y tensa calma. Bajo del carro para abrir el estacionamiento con el terror habitual de que algunos ladrones estén próximos y me vuelvan a encañonar y atracar. Entonces recuerdo la cantidad de policías que han desplegado por toda la ciudad para reprimir a los estudiantes y no puedo evitar pensar en lo seguros que estaríamos si ese mismo despliegue y esa misma fuerza represiva la utilizaran cotidianamente 1.3para combatir a los criminales que secuestran, roban, atracan y violan a sus víctimas.

En el grupo de mi familia en Whatsapp, me consigo un mensaje de mi sobrina María Fernanda, en Mérida, que da cuenta de una situación similar a la que acabo de experimentar en Maraciabo en las calles de la ciudad andina:

“Reporte de la ciudad: avenida Andrés Bello despejada, parece primero de enero. Entrada a Las Tapias por el Museo, una bueeena barricada, bien hechecita. Viaducto de la Croacia: Campo de guerra. La parte interna, por residencias Santa Bárbara, muy bien bloqueada. Liceo Fermín Ruiz, una barricada buena. Por todos lados se ven señas de que los muchachos han sabido defenderse del ataque tanto de la 1.2policía como de los tupamaros amigos del régimen que han salido a enfrentarlos”.

Por su parte, mi sobrina Luzmary desde San Cristóbal reporta que el día ha estado calmado. No se han escuchado detonaciones pero un helicóptero ha sobrevolado la ciudad todo el día y desde hacía algunos momentos dos aviones de guerra pasaban con frecuencia con su estruendo. Envió una foto de uno de los aviones tomada desde el patio de su casa.

Entro en las redes para saber de qué se trata y ya Twitter da cuenta en cientos de micromensajes de los sobrevuelos sobre la ciudad andina, muchos con fotografías de los mencionados aviones. En la página de Facebook de “Con estilo digital.com” consigo una composición fotográfica en la que describen los artefactos como: “aviones caza Sukhoi Su30MH2 Flanker-G de la Fuerza Aérea Venezolana». Pura guerra sicológica sin duda. Poco pueden hacer esos aviones en la ciudad más que ruido y meter terror.

Definitivamente, el régimen se fue con todo contra los tachirenses. Les mandaron el ejército. Dicen que llegaron las “avispas negras cubanas”, un batallón de paracaidistas. Aviones y helicópteros de guerra y les quitaron desde hacía 24 horas el internet.

Desde Barinas, mi prima Eryka me dice que allá no pasa absolutamente nada. Que apenas unos amagos de protesta el día anterior. Claro, esa es la cuna de quien nos dejó este caos…

Pienso en aquella tristemente célebre frase de José Vicente Rangel “Todo está excesivamente normal” y leo que Luzmary escribe en el grupo:

“Empezó la plomamentazón en la 19 de Abrillllll” y María Fernanda reporta que desde el viaducto de Mérida se escuchan cacerolas y detonaciones… Parece que la noche será larga una vez más… Ya arrancó una cadena de medios del régimen…

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Mi propósito de año nuevo se hizo trizas

Fotografía de Luis Brito.

Fotografía de Luis Brito.

Me había propuesto no escribir nada en mi bitácora de 2014 hasta encontrar un bonito tema, un motivo optimista que plasmar. Quería iniciar mis escritos en el nuevo año con un texto cargado de esperanzas, preñado de futuro, pleno de buenaventura.

Por eso, no escribí nada acerca del atraco del que fui víctima el 22 de diciembre a las ocho de la noche en mi casa. Me limité a dejar unos exaltados comentarios en Twitter y Facebook. No quería contaminar mis artículos con los escabrosos detalles de lo terrible que es para un ser humano que se encuentra desnudo en su casa, en su habitación, sentado frente a la computadora y siente que se abre la puerta y una voz quebrada y queda, dice:

-Ay, Golcar, tranquilo.

Inocente, volteo para encontrar a Cristian con un hombre atrás que lo apunta con un revólver y a su vez dice:

-Tranquilo, ¿dónde está el dinero? ¿Dónde está el oro?

Lo demás es más de lo mismo, más de nuestra cotidianidad y no quería, me negaba a que mi primer texto del año tuviera que ver con eso. Hice lo posible por pasar la página. Olvidar. Necesitaba olvidar. Quería borrar esa sensación de que en ese atraco se llevaron algo más importante que las cosas de valor con las que cargaron y que con tanto trabajo había adquirido. Se llevaron el poquito de paz que me quedaba, el poquito de sosiego al que me aferraba. Me dejaron el miedo y el sobresalto. Me quedó la absoluta sensación de indefensión que siente un ser humano que se encuentra desnudo ante sus agresores que, en un momento, llegaron a ser cuatro hurgando por toda la casa, cada uno con un arma más grande que la del otro.

A pesar de la depresión y el desasosiego, los planes de fin de año se mantuvieron igual. El viaje a Mérida para recibir el año en el abrigo y protección de la familia continuó en pie. Estaba seguro que la dosis de cariño familiar mitigaría la desazón y ansiedad.

Contra viento y marea, sin aire acondicionado porque se dañó en una mala época cuando todo cierra, el 28, Día de los Inocentes, arrancamos el largo viaje de siete horas por las desastrosas y ahuecadas carreteras de la patria. El cielo no se condolió ni un minuto. No hubo una nube que aunque fuese por un ratito tapara el abrasador sol.

A eso de las cuatro de la tarde, llegamos sudorosos y abochornados a una estación de gasolina en El Vigía para reponer el combustible pues la aguja ya marcaba menos de un cuarto de tanque y faltaba un buen trecho. Hicimos la cola y, al llegar frente a la máquina despachadora, el bombero jurungó un aparato y, asomándose a la ventanilla nos dijo:

-No autorizado.

-¿Cómo que no autorizado?

-No pueden cargar gasolina porque el chip no está autorizado.

-¿Y qué?¿Nos quedamos aquí?

-Llamen al 0800 octanos para que les activen el chip.

Ya nos habíamos olvidado que en alguna oportunidad habíamos instalado el bendito chip de Chávez que nunca entró en funcionamiento en Zulia pero sí en otros estados del país. En ese momento me percaté del chip y recordé que no tenía teléfono porque “los amigos malandros de Nicolás” se lo habían llevado aquella noche del 22.

Al final, el bombero amablemente me prestó su teléfono al contarle el drama del robo y luego de advertirme que no me lo fuera a llevar. Llamé al número indicado y una operadora automática con un extraño y desagradable acento argentino en la voz me fue guiando en el proceso para la activación del chip. Finalmente, me pasó con una persona de carne y hueso, por cuya forma de hablar supuse que era de un militar encargado de la materia y quien luego de solicitarme algunos datos, me dijo que en media hora estaría activo el dispositivo y podría poner gasolina al vehículo para continuar el viaje.

Decidí borrar también todo ese episodio. Mi propósito de año nuevo impedía que mi primer texto del año tuviera la más mínima queja. Continué mi viaje hacia el cariño familiar con la fe de que esos días de afecto me brindarían el tema optimista y esperanzador con el que quería inaugurar mis escritos del 2014. A tal efecto, limité al mínimo mi presencia en las redes sociales y mi acceso a las noticias y me volqué a la lectura de «Leonora» de Elena Poniatowska y a los brazos de hermanos y sobrinos. Allí, sin duda, debía andar mi inspiración.

La experiencia con la familia y los sentimientos aflorados por las fechas, iban poco a poco llevándome a un punto de equilibrio emocional. Los dos días de playa en Falcón en unión de mi familia, consintiendo a los más pequeños y dejando en las salinas aguas las mala vibras del 2013, estaba seguro de que completarían el trabajo. Solo una noche me desperté con sobresalto sintiendo que los ladrones me apuntaban al pie de la cama. Un verdadero éxito, sin duda.

Pero justo el día del regreso, al despertar, llega la noticia del cruento asesinato de la bella y talentosa Mónica Spears y su esposo. Una masacre que en un segundo me hizo revivir el horror del la noche del 22 en mi habitación y sacó de mí la parte más horrible del ser humano, la indolencia al pensar “Gracias a Dios, no fui yo, ni uno de los míos. Pude haber sido yo, ese 22 de diciembre frente a cuatros armas de fuego. Puedo ser yo en cualquier momento porque en un país con 25 mil muertes violentas en un año, nadie está a salvo. Pero, gracias a Dios, no fui yo”. El miedo, la inseguridad y la violencia nos hacen viles y egoístas.

Volvió la angustia, el desasosiego. El terror cobró impulso una vez más dentro de mí. En cada cara que se me cruzaba en la calle veía a un potencial ladrón. Cada gesto de la persona frente a mí era un amago de sacar un arma del cinto. Con el miedo a flor de piel, emprendimos el regreso a Maracaibo.

La carretera estaba fresca. A pesar de los huecos, reductores de velocidad y vendedores en mitad de la vía que siempre retrasan el viaje, llevábamos buen tiempo. Pasamos la alcabala de Mene Mauroa y, unos 10 minutos después, de repente, un trancón. El tráfico completamente paralizado a la altura de una vía que presumíamos en reparación. Sospechamos que el atasco se debía a las obras y nos dispusimos a esperar que nos dieran paso.

10 minutos, 20 minutos, media hora. Una mujer que pasó nos gritó:

-¡Devuélvanse que hay protestas!

40 minutos. Increpamos a unos jóvenes que pasaron en moto sobre lo que sucedía:

-Huelga de hambre.

-¿?

-Sí, la gente está protestando por comida. Camión con alimentos que pasa, camión que asaltan- Dicen los muchachos sonriendo y yo no lo puedo creer.

Otro muchacho nos advirtió que él viaja cada dos meses y que esa vía no la están arreglando, que tiene muchísimo tiempo en esas condiciones y no hay visos de que la reparen.

Los vehículos empezaron a devolverse. No teníamos ni idea de adónde ir o qué vía tomar. Desandamos el camino y llegamos a la alcabala donde dos guardias nacionales absortos con sus teléfonos celulares nos recibieron sin mirarnos. Preguntamos cómo podíamos hacer para llegar a Maracaibo, si había una vía alterna y un ciudadano que se encontraba allí nos indicó que tomáramos a la izquierda, vía El Consejo y Mecocal y de allí a Miranda.

Les pregunté a los guardias sobre lo que sucedía y, sin levantar la vista de sus teléfonos, me respondieron que desde las diez de la mañana la vía se encontraba cerrada por protestas de la gente. ¡Desde las diez y estos malnacidos son incapaces de poner un aviso o de advertirles a los conductores de la situación! ¡A ellos no parece importarles que la gente pase horas allí parada! Esa es la Guardia Nacional Bolivariana.

Tomamos camino en la dirección que nos indicaron. Una carretera intermitentemente de tierra y de pavimento ahuecado. Un camino que de seguir con esta desidia pronto será totalmente de tierra. A las orillas, entre el alambre de púas y los estantillos, pastaban unas escuálidas reses tratando de conseguir hierbas comestibles entre los inmensos y secos pastizales. Las costillas se les marcaban y el rosario de las vértebras brotaba a todo lo largo de la columna vertebral de los rumiantes.

Como una alegoría garciamarquiana que nos advertía del retroceso que vive nuestro país, en el medio de la nada, vimos los buses y carpas de un circo de pueblo. “¡Macondo vive!” pensé.

Llegamos por fin, exhaustos, a Maracaibo. Con la depresión viva me dispongo a comprar, sin muchas ganas, un teléfono para reponer el robado. Recorro infructuosamente varias tiendas. Al trauma del robo de nuestras pertenencias, se suma el de no tener la posibilidad de reponer lo robado porque la escasez también campea en los teléfonos celulares.

En cada agente autorizado que llego no consigo una sola persona que me diga que no ha sido víctima de un robo, un asalto, un atraco, un secuestro. Todos en Venezuela tenemos una historia que contar. “A mí me apuntaron con una arma en un carro por puesto y me quitaron todo”. “Mi carro me lo quitaron a punta de revólver y en el grupo había una mujer que era la más violenta”. “A mí me ruletearon secuestrado en un taxi durante cuatro horas con un revólver en la nuca”. “A mis amigos les robaron la camioneta, como no pagaron rescate y compraron otra con lo del seguro, se la volvieron a robar y, como no pagaron de nuevo el rescate, les mataron un hijo”…

Al final compro el único teléfono que había. El último que les quedaba. Pagué mucho más dinero de lo que en verdad vale. Esa es otra de las “virtudes” de esta Venezuela revolucionaria, pagamos a precio de oro, productos de quinta categoría. “Es lo que hay”.

Mientras me activan la línea, el corazón da un vuelco cada vez que la puerta se abre y alguien entra. En ese momento, me doy cuenta de que mi propósito de hacer un texto optimista y de crecimiento para inaugurar mi bitácora del 2014 se ha hecho trizas. Estamos a nueve de enero y el país no me ha ofrecido nada que permita cumplir con mi intención.

Los ladrones se llevaron mi tablet, mi cámara recién comprada, mi teléfono con el que tenía cuatro años, algunos pocos ahorros. Me dejaron el miedo, la indefensión, la angustia. El país se llevó a la porra mi esperanza, mi optimismo. Ahora solo me queda el sobresalto, las pesadillas al dormir, el temor  al despertar. A nueve días del nueve año Venezuela no me ha dado un buen tema para escribir. El país solo me entrega, a cada instante, unas tristes y profundas ganas de “irme demasiado”.

¿“Patria segura”? Seguro te extorsionan

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Son las 11 y media de la noche. Estoy llegando de la calle. No, no estaba de fiesta, en el cine o visitando amigos. Hace mucho tiempo que el miedo a la inseguridad y a la violencia callejera hizo que me abstenga de darme esos gustos noctámbulos. La inseguridad personal me ha obligado a vivir una vida monótona que transcurre diariamente en ir del trabajo a la casa y de la casa al trabajo. Lo más arriesgado que me atrevo a hacer es ir a La Vereda del Lago, unas tres o cuatro veces por semana, a ejercitarme para que no me dé un yeyo por la inactividad y la subida de triglicéridos y colesterol. Y hasta esas jornadas de ejercicio las hago con el Jesús en la boca, desde que me enteré de que a un amigo, lo atracaron en ese lugar a las 6 y media de la mañana para, revólver de por medio, quitarle el teléfono inteligente con el que tomaba fotos del amanecer.

La salida imprevista de hoy, a las 11 de la noche, cuando ya me encontraba desvestido y dispuesto a dormir, se debió a un mensaje que, sorpresivamente, recibimos en el chat familiar del Whatapp. Una hermana ponía textualmente y sin correcciones:

“Hay alguien en la calle q tenga plata q xfa me compren 200 en una tarjeta de movistar o movilnet que a enmanuel lo detuvieron y la policía le está pidiendo plata o tarjeta”.

Inmediatamente, el grupo se alborotó. El matraqueo se desarrollaba en Caracas, mi hermana pedía auxilio desde Margarita y mi familia en Mérida, y yo en Maracaibo, nos movilizábamos para, a esa hora, conseguir las tarjetas exigidas en el soborno.

Mientras tratábamos de conseguir el botín de la extorsión, mi hermana contaba cómo había sido todo. Mi sobrino iba hacia su lugar de residencia y, al entrar a comprar un queso en una panadería, reclamó al panadero porque le estaba dando menos queso del que le estaba cobrando. Se insultaron mutuamente, saliendo a relucir progenitoras en la discusión hasta que el hombre llamó a la policía y estos detuvieron al muchacho en un punto de vigilancia del “Plan Patria Segura”. Uno de esos puntos de control que ubican en carpas en la calle. Allí  lo mantenían retenido, mientras él hacía las llamadas telefónicas para poder satisfacer las demandas de los oficiales, dentro de los que se encontraba una mujer quien, incluso, llegó a decir: “Pero que se apuren con esas tarjetas que yo ya me quiero ir a dormir”.

En Mérida estaba todo cerrado. Yo, en Maracaibo, me vestí recordando la vez que me llamaron desde la cárcel para amenazarme con mandarme a matar si no compraba unas tarjetas y se las pasaba por mensaje. Ahora los delincuentes no eran presos, eran los representantes de la ley. Salí a buscar las tarjetas junto con Cristian. No albergaba muchas esperanzas de conseguirlas porque hace tiempo que los negocios dejaron de venderlas, precisamente porque se convirtieron en apetitosos objetivos de atracadores quienes saben que, al ejecutar un golpe en un lugar con tarjetas telefónicas, podrán cargar con facilidad con unos cuantos millones de bolívares.

Por fortuna,  en el primer sitio que visitamos, una tienda de conveniencia de una estación de servicio de gasolina, conseguimos. Los choroagentes tuvieron incluso la suerte de que les dimos 10 bolívares más de lo que solicitaban, porque solo había tarjetas de 150 y de 60. Compré las dos tarjetas, las raspé, copié en un mensaje de texto los códigos y se los pasé a mi hermana para que ella, a su vez, los enviara al sobrino, quien se los pasaría a los policías para que lo dejaran seguir su camino en paz.

Esta es la “patria” que tenemos de la que se ufanan los oficialistas. ¡Tenemos patria! Gritan orgullosos. Esta es la vida en el socialismo del Siglo XXI. Este es parte del vigésimo segundo plan de seguridad del régimen en estos 14 años de revolución. Esos oficiales son quienes tienen en sus manos la ejecución del “Plan Patria Segura”. ¡Uh, ah, así es que se gobierna!

A mí, la úlcera comenzó a patearme la boca del estómago. Ya de nuevo en casa, me tomé el Esomeprazol con un té caliente. Mi sobrino acaba de avisar que ya llegó a su destino. Ahora queda tratar de conciliar el sueño luego de comprobar, una vez más, qué tan felices podemos vivir en este “mar de la felicidad”.

¿Será que estoy paranoico?

IMG-20130416-11878Pensé que la noche del 15 de abril para el 16, dormiría profundo y descansaría plácidamente luego de haber tenido una tensa y larga noche esperando los resultados y de haber pasado un intenso día de protestas, tensión, emociones y descargas. Estaba seguro que dormiría como un bebé al no más poner la cabeza en la almohada.

Pero en mala hora se me ocurrió poner VTV ya cerca de la una de la mañana, antes de dormir.

Lo que había en pantalla era una transmisión de terrorismo de estado. Las “informaciones” y reportes que transmitían parecía un parte de guerra. Hablaban de muertos en varias partes del país. De sabotajes y atentados. Varios gobernadores aparecían por teléfono dando terroríficos reportes de supuestos hechos de violencia sucedidos en sus localidades. Por supuesto, todo mostrado con la más evidente manipulación y mala intención y atribuyendo los hechos vandálicos a la oposición que desde que se dieran los resultados electorales no ha hecho más que exigir un reconteo de los votos que demuestre que ese resultado dado por el CNE se ajusta a lo que los votantes expresaron en las urnas.

Inmediatamente, mi mente escuálida y cochina, sospechó que todo se trataba de lo que en el argot periodístico se llama “montar una olla”. Es decir, anunciar supuestas informaciones como ciertas y sin mayores evidencias, con la única finalidad de ir generando una matriz de opinión que justifique, más tarde, cualquier acción al respecto. Ya en Venezuela estamos curados con esas actividades muy típicas del régimen castrista y del G2 cubano. Generan una matriz de opinión, hacen todo un abono periodístico de lo que a ellos les interesa para después arremeter contra líderes políticos o de opinión, basados en las informaciones supuestas que ellos mismos forjaron.

izarraLa pantalla de VTV era una transmisión de guerra y, entre anuncios de muertos, destrozos y atentados iban intercalando amenazas y atribuyendo culpas a la oposición que desde el domingo reclama que nos demuestren que nuestros votos realmente eligieron al presidente que en la tarde proclamó el CNE.

Para tratar de distraerme, abro el Facebook y encuentro que en el muro de una amiga que vive en las Residencias San Martin, los edificios que se encuentran detrás de la sede del CNE y donde se encontraban en protestas estudiantes zulianos pidiendo el reconteo de los votos y la verificación de los resultados, pone: “Balacera cercanías CNE Maracaibo”.

Casi al mismo instante me llegó un mensaje de pin: “Hay dos muertos en el CNE”.

Inmediatamente, salté al twitter a ver que me encontraba. Luego del terror visto en la pantalla de VTV, me resistía a pensar que el estado de facebook de la amiga y el pin de la otra amiga, a quienes conozco por serias y confiables, fuesen bromas de mal gusto. Aunque en el fondo lo deseaba. Empecé a recorrer el Timeline y de pronto, veo un tweet que dice:

“Con muerto y todo!!! Aqui en el cne de maracaibo.. Quien es el muerto? De los tupamarus”

Ponía un link a una confusa fotografía en la que se distinguía un lugar acordonado, policías y un cuerpo en el suelo.

Ya el sueño se me había ido al diablo. Sigo leyendo el Twitter y consigo una información relacionada con lo sucedido cuyo título ponía: “Ataque de Tupamaros a estudiantes en el CNE Zulia dejó dos muertos y 6 heridos”.

Leo la información que da cuenta de que un grupo de tupamaros se acercó al lugar para atacar a los estudiantes y la Guardia Nacional mató a dos de los atacantes al defender a los muchachos.

Ya la cosa empezaba a tornarse en película de terror en mi cabeza. Una punzada me taladraba el entrecejo. A pesar del cansancio, por la impresión de las informaciones sabía que no podría conciliar el sueño con facilidad. Sigo leyendo tuiter y me encuentro con una captura de pantalla de un tuit de Andrés Izarra que decía: “A nada le temen más esas hordas fascistas dirigidas por #CaprilesFascista que a los motorizados del pueblo. Habrá que organizar algo mañana”. 10:30 p.m. 15 abr 13

Y casi que a continuación veo un video grabado en la Circunvalación 1 de Maracaibo en la que una patrulla de policía de la alcaldía oficialista de San Francisco parece arremeter contra algunos manifestantes. Ya a este punto lo que me provocaba era hacerme una merengada de valium y meterme debajo de la cama. Parecía que estaba en marcha un plan de terrorismo de estado, al menos así lo sentía yo.

No dormí. Lo que hice las horas que estuve en la cama fue revolcarme de un lado a otro. Cuando el día clareó, me puse la almohada en la cara para evitar la luz que se filtraba por la ventana y que me producía ardor en los trasnochados ojos.

Finalmente me levanté. Me bañé y me vestí y a eso de las 10 de la mañana salí camino al CNE para acompañar la marcha que llevaría a la institución electoral el documento con la solicitud formal del reconteo de los votos, como sucedería en todas las sedes regionales del país.

IMG-20130416-11879El calor era aun más inclemente que el del día anterior. El cielo estaba despejado y los rayos del sol pasaban sin ningún filtro. Afortunadamente, esta vez tomé la precaución de ponerme mi gorra tricolor y cargar con un cooler con agua y hielo.

El lugar estaba a tope de gente y detrás de mí, seguía llegando más. Abundaban las pancartas que reivindicaban la protesta solicitando el reconteo y otras más jocosas e ingeniosas. A ratos, las pancartas y banderas eran utilizadas como parasoles para tratar de mitigar el calor y el ardor producidos por los inclementes rayos del sol del mediodía. Todos sudábamos y teníamos las caras y franelas empapadas de sudor pero seguía llegando gente.

Mucha gente joven, muchos estudiantes. Por parlante escuchaba a un estudiante decir: “Hacen falta mucho más que balas para acabar la esperanza de esta juventud”, y no podía dejar de pensar en las amenazas y el terror puesto en pantalla en VTV la noche anterior.

-No hemos dormido y no nos vamos a mover hasta que se logre el conteo voto a voto, dijo. Y empezó a relatar lo sucedido la noche anterior cuando los tupamaros, según dijo, enviados por el Alcalde de San Francisco Omar prieto arremetieron contra ellos.

-Omar Pietro desató una noche de cristales rotos con 5 dirigentes presos. ¡Cobardes!  Mientras otro estudiante aseguraba que “Nuestra conciencia ni se compra ni se vende”.

Uno de los oradores informó que el objetivo se había logrado y que el documento se había entregado al CNE. Pero la gente no tenía intenciones de moverse de allí y continuaban llegando más personas.

IMG-20130416-11885Llegó la hora en que yo tenía que abandonar el lugar. Pasaba de las 12 del mediodía y yo tenía que trabajar. Cuando emprendíamos el camino a donde habíamos dejado el carro, el ruido de un helicóptero nos hizo mirar al cielo.

Una nave rojita comenzó a volar en círculos sobre la manifestación. Volaba bajo, más bajo de lo que la prudencia indicaría pasando sobre los edificios. Los presentes comenzamos a pintarles palomas con las manos, quienes conocen del tema, aseguraron que se trataba de un helicóptero de la Alcaldía de San Francisco. Si, la de Omar Prieto.

Por un momento, llegué a pensar que la nave nos seguía a nosotros pues cambió de repente su ruta de vuelo y en lugar de dar la vuelta donde lo había hecho anteriormente en varias oportunidades, lo hizo sobre el lugar donde nosotros nos disponíamos a subir al carro.

Me daba la sensación de que el régimen de gobierno en Venezuela estaba transformándose violenta, rápida y vertiginosamente de una neodicatadura, a una dictadura clásica con toda la represión y persecución que eso implica.  Espanté esos pensamientos paranoicos con un sacudón de cabeza y me fui a trabajar.

El cuerpo daba señas del cansancio y un cierto malhumor comenzó a apoderarse de mí. Pensaba en VTV, en los tupamaros muertos, en el video de la Circunvalación, en el tuit de Izarra y la sensación de vivir bajo un régimen opresor no me abandonaba. Pensaba: “Cómo quisiera vivir donde un pueblo que protesta no es sospechoso de nada y donde la protesta no sea considerada como un atentado sino como un derecho, un reclamo que debe ser atendido”.»¿Será que estoy paranoico?»

Una foto que me enviaron por pin, daba muestra de francotiradores en los edificios aledaños al CNE: Vi un video que me enviaron de Mérida en el que unos motorizados oficialistas acosan a la gente y disparan y la cara de Tibisay Lucena se cruzaba por mi mente porque no podía dejar de pensar que  en sus manos está la pacificación del país. Solo bastaría con que ella acepte que se abran las urnas electorales y se cuenten los votos para que ambas partes del país vean satisfechas sus demandas. Yo quisiera saber si efectivamente mi voto eligió o no.

Traté de escuchar la rueda de prensa que ofreció Capriles pero, desafortunadamente, en el trabajo no tengo cable de televisión ni internet y, los medios públicos, tanto los oficialistas como los privados (Televen y Venevisión) no estaban transmitiendo. Durante todo el día el gobierno encadenó los medios en varias oportunidades y hasta los que no querían, tuvieron que oírlo. Pero quienes no contábamos en ese momento con Globovisión o CNN, no podíamos tener acceso a las palabras del líder. Allí es cuando uno se da cuenta que a un inmenso número de población que no tiene cable, lo único que reciben a través de sus pantallas es el discurso IMG-20130416-11850oficial. El discurso ese que monta ollas de terror como la que vi la noche anterior, que manipula, tergiversa y desinforma flagrantemente.

Por un ratito pude escuchar a Capriles porque tanto Televen como Venevisión se conectaron con la rueda de prensa, pero justo en el momento cuando Capriles comenzaba a mostrar las evidencias del fraude con las que cuentan y por las que exigen el reconteo, ambos canales dejaron de trasmitir. Para, completar, al poco rato, una cadena del oficialismo, tumbó la rueda de prensa de Henrique. Solo por tuiter logré tener acceso a lo que Capriles tenía que decirle al país, y pensé ¿Cuántas personas tienen cuenta en la red social? Pocas. Muy pocas.

En la noche, el cacerolazo sonó como nunca. La estrategia del régimen de convocar un cohetazo a la misma hora y pedir que sus seguidores pusieran la música a todo volumen para que silenciaran las protestas de las ollas, no surtió efecto. Mis vecinos chavistas ni se asomaron a la ventana, mucho menos poner música o explotar cohetones. La estación de Vive TV que queda cerca puso sus amplificadores de sonido al inicio del cacerolazo a todo volumen pero pronto se dieron cuenta que lo que hacían era contribuir con el ruido de la protesta y lo apagaron.

En esta oportunidad protestamos dentro de nuestras casas. Haciendo caso a los lineamientos dado por Capriles, no salimos a la calle para evitar. Ya a mí me había llegado información de que en el centro del país tenían preparados 3 mil motorizados para salir a amedrentar y no quisimos exponernos. Queremos reconteo de votos no perder la vida ni ser héroes.

Por la calle un carro rojo desconocido pasa lentamente, mirando hacia el balcón donde me encuentro con mi cacerola. Sigue de largo y al rato, vuelve a pasar. Pasa una tercera vez y no puedo evitar recordar los comités de defensa de la revolución cubana. La paranoia sigue subconscientemente. Pasan dos vehículos con una bandera roja oficialista y costosísimos equipos de sonido a todo volumen con canciones pro gobierno y las cacerolas se enfurecen más. Retumban con mayor pasión. Siguen de largo los dos autos…

Mientras termino de escribir estas líneas, siento que el cansancio me vence. El sueño es grande y los ojos me arden por el cansancio. El calor del sol recibido aun lo siento en el cuerpo. Creo que es hora de dormir. Esta vez, no pasaré por VTV.

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Volver a la infancia con una Paradura de Niño

Al poco tiempo de haber vivido la hermosa experiencia

narrada en esta crónica,aaaelba
me llegó la noticia de la muerte de Elba Toro.

Esta constituyó su última paradura

de niño y yo tuve el honor y el privilegio de estar allí para vivirla con ella.
 Quede esta crónica como homenaje y muestra de cariño y admiración por esa gran mujer merideña.

Cuando era un niño, una de las maneras que mis hermanos encontraban divertida de hacerme rabiar hasta las lágrimas era diciéndome que me meterían en la escuela de música a estudiar violín.

Yo pataleaba, lloraba, chillaba, berreaba, gritaba que ¡NO! y llegaba casi al histerismo, hasta que alguno se compadecía de mi furia y me decía que eran mentiras, que era solo una mamadera de gallo. Yo sollozaba y poco a poco lograba tranquilizarme.

Como comprenderán, al ser el menor de 13 hermanos, siempre a alguno, en

cualquier momento de aburrimiento, se le podía ocurrir la jugarreta y yo, más que ingenuo, medio bobo, volvía a montar el show, hasta que se compadecían y, entre carcajadas, me aclaraban que todo era un juego.

Esta broma, como muchas otras con las que se divertían mis hermanos, tenía su época del año en que se hacía con más frecuencia. Por ejemplo, en Semana Santa, el juego consistía en que yo era Jesús al momento de la resurrección. Para tal efecto, me ubicaba detrás de un muro, agachado debajo de una ventana y alguno de mis hermanos debía decir:

-Gloria a Dios en las alturas.

En ese momento, yo, con mis brazos extendidos hacia arriba, emergía detrás del muro, lentamente, como había visto que lo hacía María Montilla, encarnando el papel del Jesús resucitado en la iglesia de La Parroquia, todos los sábados de Gloria a las doce de la noche.

Siempre, irremediablemente, alguno de los presentes se encargaba de hacer alguna broma que me saboteaba el juego, me hacía reír o rabiar y, cómo Sísifo,

En mi familia, los niños son los protagonistas de las paraduras

el acto debía comenzar otra vez. Así podían pasar horas, ellos prometiendo que esta vez sí me dejarían hacerlo bien y con seriedad y yo agachándome detrás del muro para la actuación.

En una oportunidad, recuerdo, lo hicimos en un pipote inmenso que acababan de comprar para la basura en el que cabía yo completico y, como tenía tapa, se prestaba para que al momento de decir el Gloria, yo lanzara la tapa con estruendo y saliera con gran dramatismo, en mi acto de resurrección.

Pasamos horas en el juego. Una de las bromas que consiguieron en esa oportunidad mis hermanos para sabotear, fue sentarse sobre la tapa del pipote de modo que, cuando decían “Gloria” y yo intentaba salir, el peso sobre la tapa me impedía emerger. Me desesperaba, lloraba y, bajo la promesa de “Esta vez sí”, volvía al pipote y se repetía la historia hasta el tedio…

Ser el menor de 13 hermanos tiene muchas ventajas, pero tiene otras tantas desventajas, como ven.

La amenaza de ponerme a estudiar violín ocurría, por lo general, para los días de enero, cuando en Mérida se celebran las Paraduras de Niño, ceremonias en las que la música se acompasa, principalmente, al ritmo del violín, para conmemorar el pasaje bíblico según el cual el niño Jesús se perdió a los doce años en Jerusalén y fue hallado a los tres días en el templo.

De niño detestaba el sonido del violín en las paraduras

¡Cómo detestaba ese sonido destemplado que salía del roce del arco contra las cuerdas! Era como un llanto de gatos metidos en un saco. Me imaginaba obligado a estudiar violín y sacando esas melodías con el instrumento y enfurecía.

Con el tiempo, aprendí a apreciar y disfrutar la hermosa música que puede salir de las cuerdas del violín bien ejecutado, pero el recuerdo del destemplado instrumento durante las paraduras se ha mantenido clavado en mi cerebro como una tortura.

Este año, a principios de enero, tuve oportunidad de volver a escuchar, después de muchísimos años, las notas del violín en una paradura pero el sonido que detestaba se volvió nostalgia, y el odio que recordaba tenerle trasmutó en ternura. El violín ahora suena como una plegaria desgarrada, como una sentida oración, una petición, un ruego que en las palabras del rosario dice:

«Niño bendito, divino y glorioso,

haz que mis penas se conviertan en gozo»

Cuando los músicos en casa de Elba Toro, en Zumba, una pequeña urbanización de Mérida, comenzaron a ensayar las canciones de la paradura y sonaron los primeros acordes del violín, volví a tener 10 años y las imágenes actuales se mezclaban con aquellas en mi cabeza de niño, cuando recorríamos las calles de La Parroquia tocando de puerta en puerta al ritmo del villancico:

“-Tuntún,
-¿quién es?
-Gente de paz. Ábranos la puerta
Queremos entrar”.

Es que algunas paraduras de niño eran una verdadera fiesta patronal y la procesión buscando al niño de casa en casa alcanzaba una gran multitud que caminaba con velas encendidas por las calles del pueblo hasta encontrar la imagen del Divino Niño en alguna vivienda y ponerla sobre un pañuelo de lino blanco que sería asido en cada una de sus puntas por los cuatro afortunados padrinos escogidos para la ocasión quienes, con una mano sostenían el pañuelo y, con la otra, un cirio grande encendido para encabezar el regreso del niño a su puesto en el pesebre.

A partir de ese día, la imagen del Niño Dios permanecería parada en su portal hasta el momento en que se levanta el pesebre que, en algunos hogares, no se quita hasta el 2 de febrero, día de La Candelaria y cuando, oficialmente, termina la época de navidad.

Ya la noche anterior, en mi casa de La Parroquia, en la intimidad de la familia

Buñuelos en miel, vino Pasita y bizcochuelo son platos típicos de la Paradura

(se pueden imaginar lo que significa “intimidad de la familia” en una casa de 13 hermanos y como setenta sobrinos y sobrinos-nietos con esposos, esposas y uno que otro primo o amigo invitado), habíamos realizado nuestra sencilla paradura que sólo consiste en rezar el rosario, pasear al niño por la casa, besar los pies de la imagen en señal de adoración, retornarla a su pesebre para que permanezca de pie y luego compartir un vaso de vino pasita -es el que se usa para la ocasión-, bizcochuelo y buñuelos de harina de trigo, de maíz, yuca, auyama y apio sumergidos en miel especiada con clavitos de olor.

Pero la paradura en casa de Elba es más grande. A su casa llega un gentío y para la celebración contratan músicos que se dedican especialmente a estas fiestas y que son contactados desde los primeros días de octubre si se quiere contar con ellos pues, de dejar la contratación para más tarde, se corre el riesgo de que no tengan fechas disponibles.

Elba Toro, orgullosa y cariñosa matrona.

Un beso al Niño Jesús en señal de adoración

Esta paradura la hacen en la mañana y mientras iba camino a la casa de Elba recordaba que, cuando yo era pequeño, ir de mi casa en La Parroquia a la de ella en Zumba, era toda una aventura. Era un paseo a través de monte y cañaverales, por caminos de tierra en los que nos podíamos extraviar, o ser sorprendidos por animales o fantasmas, o ser robados por brujas…

Hoy, se trata solo de atravesar unas cuantas calles asfaltadas pasando por urbanizaciones colmadas de casas a ambos lados de la vía. En cuestión de máximo cinco minutos uno se encuentra en aquella casa a la que hogaño organizábamos paseos para hacer sancochos y bajar a la orilla del río.

Con mis ojos llenos de niñez, llegué con mis familiares a casa de Elba, contemplé el bello pesebre de papeles de colores con tres nacimientos y luces intermitentes. Saludé a la bella, simpática y orgullosa dueña de casa quien logró con su trabajo y esfuerzo levantar un hermoso hogar en cuyos terrenos algunos de sus hijos construyeron sus casas.

Cariñosa, recordó viejos tiempos de cuando ayudaba a mi mamá. Me hizo el honor de nombrarme padrino de uno de los 3 niños del pesebre. Nos brindó de su vino y bizcochuelo. Nos deleitó con sus sabrosas hallacas. Y, sobre todo, con su fiesta y su música de violín, guitarra, cuatro y charrasca, me regaló, una vez más, mi infancia.

(Enero, 2012)

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El legado de mamá

Diez de los 13 hermanos del clan Rojas Marquina

El 03  de enero, cuando venía de regreso a Maracaibo desde Mérida a donde fui a recibir el año nuevo junto a mi familia, mientras recorría las sinuosas carreteras del páramo andino que me continúan produciendo, simultáneamente, una gran fascinación por la hermosura del paisaje y un profundo vértigo similar al experimentado al subir una montaña rusa, en la cabeza me daba vueltas una y otra vez la pregunta sobre ¿qué mecanismos se activan en los miembros de mi familia que nos hace funcionar como un clan hermético y al mismo tiempo tan permeable que hace que cualquier persona al llegar a la casa se sienta como un miembro más de ese clan?

Hacía más de 10 años que no pasaba un año viejo con mis hermanos, sobrinos y resobrinos, son las desventajas de poseer un negocio que funciona prácticamente los 365 días del año. Y fue a la par de hermoso, gratificante, poder constatar, al no más llegar, que la tradición familiar permanece intacta y no me deja de maravillar como en nuestra familia, a pesar de que los padres fundadores del apellido Rojas Marquina, Carmen y Golfredo, hace ya más de 25 años que no se encuentran entre nosotros, todavía disfrutamos un montón reuniéndonos y celebrando juntos en cada oportunidad que podemos.

Al llegar el 30 a La Parroquia y encontrarme al gentío que conforma el grupo familiar terminando los preparativos para la cena de noche vieja, me sorprendía disertando sobre ¿qué hace que los Rojas sintamos placer reuniéndonos para preparar más de 400 hallacas, por qué nos produce alegría concentrarnos alrededor de 10 kg de papas y 6 de zanahorias para pelarlas y cortarlas entre conversa y anécdotas para preparar una de las 3 ensaladas, cada una de unos 18 kilos, que se servirán en la cena del 31, por qué tanta algarabía mientras se rellenan las gallinas y se condimenta el pernil que saldrán doraditos del horno para el deleite de todos?

Pinchos hechos en «cayapa»

La preparación de las comidas familiares funciona como una perfecta cadena socialista de producción (con el perdón por la utilización de estos términos tan puteados en nuestro país en estos días). Por ejemplo, en la preparación de las hallacas a los más jóvenes les corresponde lavar las hojas mientras otros preparan el guiso y la masa para, finalmente, reunirse las mujeres alrededor de un mesón y proceder, entre chistes, chismes y anécdotas, con el armado de las “multisápidas”. Primero se untan todas las hojas con la masa de Harina Pan, se apilan a un lado y, cuando ya todas las hojas cuentan con su porción de masa, se le pone el guiso y los adornos, se cierran y, otro grupo de la familia se dedica al amarre de las mismas.

Así se hace con prácticamente todos los platos. Se realizan en “cayapa” lo cual hace de la preparación una especie de ritual en el que participa la mayoría de los miembros, desde el más viejo hasta los de menor edad.

El barullo de esos días, los hermanos y sobrinos que gritaban, hablaban, reían, cantaban, me hicieron recordar lo que dijo Lolita Aniyar cuando la conocí y la invité a mi casa en La Parroquia a comer unas arepas andinas de harina de trigo. Al ver que salía gente hasta de debajo de los muebles, Lolita dijo:

-¡Esto es como estar viviendo, en directo, una vieja película italiana! Me parece que en cualquier momento atravesará la escena una mujer con un salchichón gigante al hombro o un hombre con un inmenso escaparate en brazos!

Gasolina para el espíritu

Los últimos días del año viejo y los primeros del nuevo junto a mi familia me hicieron comprender que más de 10 años sin disfrutar de estas celebraciones es demasiado tiempo, que la energía con la que se me carga el espíritu cuando comparto con “el montón” me es tan imprescindible como la gasolina para un vehículo.

Precisamente, de esa energía me comentaba Cristian –quien por primera vez compartió las fiestas de año nuevo con mi familia- en el camino de regreso:

-Cuando dieron las doce de la noche –dijo- y comenzó el alboroto y la alegría de los abrazos, sentí una energía tan bonita y particular, que me entraron ganas de llorar.

Y es que cada año es así. De hecho, más de uno no puede contenerse y deja correr sus lagrimones mientras, a moco tendido, va pasando de unos brazos a otros en ese ritual familiar que lo deja a uno con los brazos felizmente agotados de tanto apretar a los seres queridos para desearles lo mejor en el año que comienza. Nunca he logrado comprender cómo hacemos para, entre tanta gente, llevar la cuenta de a quiénes se les ha dado el abrazo o no, pero lo que sí es cierto, es que nunca se nos queda ninguno sin su respectivo apretujón.

Mientras escribo estas líneas y revivo esos momentos, me vuelve a asaltar la pregunta de ¿a qué se debe que en mi familia se siga manteniendo esa unión a pesar de que Carmen y Golfredo partieron hace tanto tiempo? Recuerdo cómo los sobrinos, a la hora del brindis -otra especie de ritual en el que todos bebemos champán de la misma copa gigante, desde el mayor de los adultos presentes hasta el menor de los niños., pedían porque la unión del “montón” se mantuviera por muchas generaciones más y que los hijos de los hijos de los hijos pudieran experimentar lo que ellos, desde siempre han vivido en las fiestas decembrinas.

   

La respuesta a mis interrogantes vino en una nota que le enviara Néstor, un primo, a Lala en facebook y que decía:

«Hola, prima Lala. ¡cuánto me alegra saber de ustedes! Tengo muy bellos recuerdos de ese solaz ángel, mi bella Tía Carmen, de su carácter tan afable, risueño como los colibrís en busca de miel, de su mirada celestial, de esa mujer bregadora que siempre tenía un sabroso chiste a flor de labios con desayuno y café incluidos, de esa gran casa, de ese bello hogar que ella enseñó a construir con un buen humor fuera de lo común capaz de domar situaciones volviéndolas insólitamente enanas y estériles como por arte de magia. Tía Carmen, la del poder invisiblemente persuasivo poco común para hacer olvidar cualquier tormenta gracias a su sabia dulzura y noble ponderación. ¡¡¡Ay, Lala!!! cuánta felicidad le darían al mundo los gobernantes si hubiesen más “Tías Cármenes” como Tía. ¡¡¡Paradojas de la vida… De lo bueno poco!!! Tía Carmen, la Heroica Madre, la Eterna Amiga, sin mácula y sin malicia que esconder, la mujer niña de humildad contagiante, con su espíritu de bondad y servicio hacia los demás tan difícil de encontrar en estos tiempos. Remembranzas de frailejón y sonrisas andinas que en mi quedaron como un sello, esos instantes que aún viven y están retratados en 3D HD. Sueños vividos de esa Grandísima Mujer que nos hace recordar todos los días que, a pesar de los pesares, <La Vita E Bela>. Tia Carmen que con seguridad Dios la tiene en la Gloria, toda una Utopía del Siglo 20 y 21 y próximas generaciones, esa Titánica Súper Señora que Dios les y nos regaló tanto aquí en la tierra. Qué más puedo decir Prima Lala, si cada pedacito de todo lo anterior resume lo que en cada uno de ustedes esta legado, y eso es lo que ustedes significan para mí. Recuerdos anhelantes de esa linda Parroquia… de Mérida (uno de los lugares más mágicos de Venezuela). Bien Primita Hermosa, salúdame a Primos, Tíos, Sobrinos que deben ser hiperbellos, inteligentísimos y prolíficos. Me retiro por ahora, por supuesto, “sin tocherías de peluquín”, y recordando que cuando la luna está llena, “está como para enamorar Bobos”, como usted y como yo, como todos los que aspiramos a ser un poquito más seres humanos!!! Ja, ja, ja. Dios los Bendiga. Los Quiero Muchote. Abrabesos!!! Su Primo Néstor.»

Plantar un árbol, tener un hijo, escribir un libro…

José Martí dijo: «Hay tres cosas que cada persona debería hacer durante su vida: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro«. Mamá no escribió el libro, pero compensó esta carencia sembrando de

Mámá

araguaneyes la plaza Bolívar de La Parroquia que, cuando florean, engalanan con sus flores amarillas ese hermoso parque que, para mi familia pasó a ser más que una plaza pública, el solar de juegos para varias generaciones de Rojas. Y, por último, Carmen no tuvo un hijo, ¡tuvo 13! Ocho hembras y cinco varones que a su vez tuvieron hijos que han tenido hijos y que continúan teniendo los hijos que llevarán por generaciones esos genes de bondad, generosidad, comprensión y cariño que Carmen Marquina de Rojas sembró y abonó por años en cada uno de nosotros.

Su principal legado ha sido justamente el de mantener los lazos filiales inalterables aún años después de su partida. Ella no fue una mujer culta, apenas alcanzó el cuarto grado, pero fue una mujer sabia, una mujer que se adaptó a los tiempos que le tocó vivir, que conoció la abundancia y la escasez y que siempre tuvo una actitud optimista y humilde para enfrentar tanto las alegrías como las tristezas que se le presentaron.Carmen nos  enseñó que en la casa siempre había un plato de comida para quien tuviera hambre y un lugar para dormir para quien tuviera sueño. En su casa de La Parroquia fueron muchos los primos, primas, tíos, ancianos allegados a la familia y amigos de mis hermanos que consiguieron calor de hogar y una familia, en algunos casos por unos días, en otros por meses o años. Ella nunca le cerró las puertas a nadie ni le negó, aún en sus épocas de mayores limitaciones económicas, un plato de caraotas a quien llegara con hambre. Una de las tantas anécdotas que se podrían retratar la capacidad de mamá para ayudar a todo el que lo necesitara y que a muchos les causa tanto asombro como risa e incredulidad, fue cuando, a pocos años de haber muerto papá, con escasos recursos económicos para criar los hijos aún pequeños, se presentó en la casa una trabajadora social del reclusorio para enfermos mentales de Bárbula a solicitar ayuda para unos pacientes:

-Señora, nosotros estamos desarrollando en Bárbula un programa para los pacientes enfermos mentales –empezó a contar la trabajadora social-. El programa consiste en ubicar temporalmente a los pacientes con familias para ver si, de esta forma, logran recuperarse de sus trastornos. Queríamos saber si usted estaría dispuesta a recibir aquí en su casa a algún paciente por una temporada.

-Pero, ¿los pacientes son agresivos?- Preguntó mamá

-No, para nada. Son muy pacíficos.

-¡Ah, bueno! Entonces tráigame dos –puntualizó mamá.

Así fue como llegaron a la casa Bertha y Lucía, dos “locas” de Bárbula para quedarse por un tiempo. Bertha vivió con nosotros como por seis meses. Ella, en las madrugadas se despertaba y

Mamá y yo el día de mi grado de bachiller

empezaba a hablar incoherencias y groserías a gritos y mamá la escuchaba con atención. Así, fue hilando un dato con otro entre las cosas que decía, y llegó a comprender de dónde era Bertha. Con los datos que logró reunir comenzó la búsqueda de la familia de la “loca” hasta que la consiguió en Barinas y Bertha regresó a su casa, de dónde un día salió y, sin saber por qué, la locura se apoderó de ella y no supo cómo regresar.

Lucía permaneció en la casa por poco más de un año. Recuerdo que ella sentía fascinación por el chorro del agua del lavaplatos y por la llama de la estufa de la cocina. Podía pasar horas contemplando el agua caer por sus manos o mirando el fuego del fogón. Mamá sólo se decidió a devolverla a la trabajadora social  cuando comprendió que las salidas de Lucía para ir a recoger “aguas de colores” en las fuentes de las avenidas de Mérida podían constituir un verdadero peligro para la joven.

Creo que está anécdota ilustra bastante bien de qué material estaba hecha mamá. Ella, más que sembrar un árbol sembró muchas semillas en los seres que la conocieron y dejó en sus hijos y nietos un legado de bondad y amor que sigue transmitiéndose a sus descendientes quienes, aún sin haber llegado a conocerla han aprendido a quererla y a extrañarla. Mamá no escribió el libro, fue una tarea que le quedó pendiente, pero escribió miles de páginas de vida y sabiduría que permanecen en nuestras almas y en el corazón de todos los que la queremos.

( Enero, 2011).

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