El blog de Golcar

Este no es un reality show sobre Golcar, es un rincón para compartir ideas y eventos que me interesan y mueven. No escribo por dinero ni por fama. Escribo para dejar constancia de que he vivido. Adelante y si deseas, deja tu opinión.

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‘Leviatán’, el monstruo del poder

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Sentimientos encontrados me ha dejado la película rusa «Leviatán«, de Andréi Zviagíntsev, candidata al Oscar en la categoría de Mejor Película de Habla No Inglesa.

Es un film que mueve las fibras de la impotencia al mostrar de manera descarnada la lucha contra ese monstruo hiperdesarrollado que puede ser el poder político en cualquier país y los abusos de poder de quienes ostentan los cargos políticos en algunos Estados donde la justicia no es tan ciega como se supone debería ser, prestándose a complacer los intereses de los poderosos por encima de lo que sería propiamente justo.

Leviatán es una crítica frontal contra el sistema político, la corrupción, el abuso de poder, la violación de los derechos ciudadanos, la burocracia, con escenas que nos remiten a las historias de Kafka,  y la religión. Es la lucha de un hombre, Kolya, viudo, casado en segundo matrimonio con Lylia con quien cría a su rebelde hijo adolescente fruto del primer matrimonio, contra ese satánico monstruo bíblico de los mares que puede llegar a ser el poder político cuando se ejerce de manera despótica e inescrupulosa, aderezada con las pasiones de los seres humanos y los conflictos teológicos de una sociedad dividida entre una religión ortodoxa y el ateísmo.

Kolya se enfrenta en tribunales al alcalde del pueblo quien pretende con argucias legales y con un sistema de justicia de su lado, despojarlo de su casa, pagando un precio irrisorio, con la excusa de construir una edificación pública. En esta batalla, cuenta con la ayuda de su amigo, ex companero de la milicia y actualmente abogado de Moscú, Dmitri, quien aparentemente posee algunos secretos del Alcalde que lo harían desistir de su afán por apoderarse de los terrenos de Kolya.

Estos son los elementos y personajes que van conformando una trama de intriga en la que parece desarrollarse una batalla entre la lucha contra el Leviatán y la resignación bíblica de Job. Una historia que atrapa con una impresionante fotografía de ese paisaje inhóspito, hostil y hermoso del norte de Rusia que lo hace a uno pensar que Dios se olvidó de esos parajes o, por el contrario, la magnificencia del lugar nos recuerda a cada instante que allí está metida la mano del creador. El paisaje pasa a ser un personaje más de la historia, lleno de significados y connotaciones.

Lo que me molestó o desubicó un poco de la película es que cambia de un nudo dramático a otro abandonando casi por completo el primero. Pasa de ser una película en esencia sobre el sistema político abusivo y corrupto, a ser un drama de pareja para al final retomar el primero pero sin una clara concatenación de los hechos. La historia deja demasiadas cosas para la suposición del espectador. El abogado ruso luego de un conflicto pasional desaparece de la historia sin mayor justificación o explicación abandonando la pelea con el Alcalde luego de ser apaleado por los esbirros del funcionario. Una desaparición un poco forzada pues ya la pelea con el abusador había tomado un cariz personal y dadas las características del personaje de ser un hombre aparentemente perseverante en sus causas.

Hay en el film una escena de un picnic para celebrar el cumpleaños de un policía abusivo y pichirre a quien el protagonista deja claro desde el principio que le desagrada. Esa escena no tiene ninguna justificación. ¿Quién se prestaría a ir a celebrar con un picnic y tiro al blanco el cumpleaños de un tipo al que aborrece? Es una secuencia que no tendría cabida en cuanto a verosimilitud de los sentimientos mostrados por los personajes con anterioridad, aunque le sirve al director para narrar hechos importantes de la trama.

Y por último, no queda claro en la historia cuáles son las motivaciones de Lilya, la esposa del protagonista. Aunque la actriz está muy bien en su papel, queda la duda de qué la lleva a actuar de la manera que lo hace. Cuáles son sus sentimientos hacia el esposo y por qué lo traiciona con su mejor amigo. Nada de eso está justificado con imágenes o palabras. Todo queda por cuenta de la imaginación del espectador y, al final, también queda a la suposición de quien está frente a la pantalla adivinar qué fue lo que pasó con la mujer.

Leviatán es una película que sin duda mueve ciertos hilos emocionales en el espectador, especialmente en un público como el de la Venezuela actual que debe verse reflejada en los abusos de poder y la corrupción imperante, en la falta de un sistema de justicia realmente justo y en toda esa historia del poder despojando a un hombre de lo que por derecho le pertenece. Las actuaciones son naturales y sin melodramas a pesar de que al protagonista al final sólo le falta quedarse ciego y paralítico para parecer un personaje de culebrón latinoamericano. La fotografía es grandilocuente captando a la perfección lo apabullante de ese paisaje frío y hostil a la vez que abrumador y espectacular que hace que el ser humano se sienta como una criatura pequeña e impotente, esa misma sensación de impotencia e insignificancia que puede imprimir en el ciudadano el poder omnímodo de un déspota.

Alma Salvaje

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Debo confesar que vi la película «Alma Salvaje» (‘Wild’, en inglés.2014), por reencontrarme con Laura Dern, a quien siempre he admirado y a quien me gustaría ver más frecuentemente en pantalla. Pero la sorpresa me la dio Reese Witherspoon con su interpretación de esa joven chica desubicada que emprende un peligroso y largo viaje a pie por las cimas del Pacífico para buscarse a sí misma.

Reese está magnífica en su papel de mochilera, de origen humilde, a quien la muerte de su madre le significó un golpe tan duro que la sumió en el mundo de las drogas y la promiscuidad sexual.

El film de Jean-Marc Vallée,  concatenado con flash backs que se alternan con el tiempo actual del personaje,  la cinta, basada en un relato autobiográfico de Cheryl Strayed, nos lleva por esa montaña rusa de las emociones de la protagonista al tiempo que nos hace escalar los escarpados riscos de las montañas del Pacífico hasta el Puente de Los Dioses.

Cheryl Strayed, dejando al hombre que ama y a quien engañó en múltiples oportunidades, nos transporta por una especie de Camino de Santiago, un recorrido físico y espiritual en su afán de alcanzar su centro y dejar atrás una vida de drogas y sexo desenfenado.

Como en «Ida», la película polaca de Paweł Pawlikowski , se trata de una mujer que busca su esencia y su lugar en el mundo. Sólo que Ida deja el claustro y sale al mundo para buscarse a sí misma, mientras que Cheryl, deja el mundo y se interna en ese viaje de más de mil kilómetros para lograr el mismo fin. Dos formas diferentes de emprender ese camino de autorreconocimiento e introspección que muchos emprenden en un recorrido hasta Santiago de Compostela, siguiendo las huellas del santo.

El viaje de Cheryl en solitario, y sin experiencia de escaladora por más de 1600 kilómetros por el Sendero de las Cimas del Pacífico, atravesando el desierto de Mojave,lo capta una hermosa cámara con impresionantes tomas panorámicas del hermoso paisaje, que se mezclan con tomas con más penumbras, intimistas, de los motivos por los cuales la joven hace la marcha. Todo marcando con las notas de una interesante y significativa banda sonora, en las que la melodía y letras de «El cóndor pasa», cobran una intención y significado especial.

No creo que Reese pueda vencer a Moore en la carrera por el Óscar y arrebatarle el trofeo como Mejor Actriz, pero se lo merecería sin duda porque logra unos registros y matices en su personaje realmente magistrales.

Laura Dern, como siempre,  está impecable en su papel de madre de la protagonista. La Dern nunca decepciona y se merecería esa estatuilla a Mejor Actriz de Reparto a la que está nominada.
 

Golcar Rojas

‘Birdman’ o la maestría para trabajar el cliché

Birdman2La película «Birdman» (2014), de Alejandro González Iñárritu, aunque a ratos me pareció un poco ‘intelectualosa’ y hasta pretenciosa, debo decir que su trama de comedia negra rozando el drama, me atrapó y me gustó.

Pero lo que más disfruté del film es que no deja títere con cabeza. Le da aletazos a tirios y troyanos. Se mete con todo y sin concesiones.

Si bien se le puede endilgar que echa mano de algunos personajes cliché dentro de lo que es el mundo del teatro y de la producción cinematográfica:

El actor decadente y arruinado que conoció tiempos de gloria y que lleva años buscando un «comeback» exitoso que le devuelva el brillo a su extraviada estrella,

El productor inescrupuloso que es capaz de engañar a su representado con tal de ver cumplido su negocio y recuperada la inversión,

El actor joven engreído que piensa que la taquilla la hace él sin importar historia y producción,

La crítico megalómana que se siente con el poder de poner y quitar éxitos de una cartelera y encumbrar o estrellar obras o actores,

Una joven adicta a las drogas que acaba de salir de rehabilitación que está obsesionada con las redes sociales

Y, como corolario para este compendio de personajes,

Un teatro y el ‘sórdido submundo’ del espectáculo. Personajes al borde de la locura y la obsesión y el mundo underground del showbussness…

Todo un mezclote de lugares comunes que de no ser por la maestría y originalidad que tiene el director mexicano para presentarnos la historia, no pasaría de ser una comedia caricaturesca y hasta aburrida.

Pero ahí radica la genialidad de González Iñárritu y de su propuesta, pues logra con el compendio de marras contar una historia entretenida, bien montada, con un guión bien estudiado, que es predecible pero logra sorprender con las soluciones que consigue para esas situaciones y personajes predecibles y que vemos venir desde el principio.

‘Birdman’, el alter ego del personaje de Michael Keaton, el actor que busca el fulgor perdido de la vieja estrella que brillaba en sus años jóvenes cuando su personaje del comic le dio fama y dinero, es una voz en off, con una pequeña aparición en personaje, que impulsa al ahora productor y director -además de actor- para que lleve adelante su proyecto teatral en Brodway a pesar de que todas las cartas parecieran estar en su contra. La historia comienza con esa voz en off mientras Keaton levita en interiores frenta a la ventana:

-¿Cómo terminamos aquí? Este lugar es horrible. Huele a cojones. Lo teníamos todo. ¡Tú eras una estrella de cine!¿Te acuerdas?

Pero ese alter ego, a ratos, nos da la sensación de que estamos más bien ante la presencia de un hombre con bipolaridad o que, por lo menos, presenta ciertos rasgos y eventos bipolares, que lo llevan a creer que es el hombre más talentoso del cine y el teatro, se siente poderoso y que es capaz de volver a conquistar el mundo como lo hizo en otros tiempos. Es tal la psicosis del personaje que en sus momentos más enervados llega a imaginar que tiene poderes de telekinesis, de levitación y hasta de emprender el vuelo como cuando era ‘Birdman». Toda una serie de matices que Keaton logra encarnar con maestría y que lo hacen un fuerte candidato a obtener el Óscar a mejor actor.

Es muy interesante la inclusión en el film de las redes sociales para presentarnos el viejo dilema entre fama y popularidad, entre talento y notoriedad, entre ser reconocido o hacerse notar. Una obsesión cuya falta de realización los puede llevar incluso a intentar el suicidio. Un viejo dilema del espectáculo que no parece terminarse de resolver. Esa línea divisoria borrosa entre el talentoso artista y el tragicómico friki. Y cómo a través de los escándalos en las redes una persona en pocas horas llega a ser trending topic y sentirse como un personaje poderoso por al cantidad de seguidores, aunque su talento este cuestionado y su poder de influencia no se corresponda con el nivel de popularidad.

El actor decadente, gracias a un lamentable accidente que lo hace caminar en interiores por las calles de Broadway, logra en pocas horas una cantidad de seguidores que tardaría años en conseguir con su talento y trabajo serio. Todo un tema este de la fama y la popularidad. Al final, son muchos los que se conforman con la notoriedad que le dan los escándalos en detrimento del prestigio que pudiera alcanzar con su talento y trabajo.

Todos los personajes del film son oscuros, border, sólo la ex esposa del protagonista parece aportar un poco de luz humana en ese sórdido mundo de ‘Birdman’. Norton está magistral en su papel de joven actor engreído y prepotente.

La fotografía contribuye en mucho a recalcar lo lúgubre de los personajes con tomas oscuras, con poca iluminación, y una cámara en mano que pretende hacer creer que toda la película es un largo e infinito plano secuencia. La cámara, muy bien manejada, se mete entre los personajes, los escudriña, los desnuda impertinentemente. Un logro más de esta interesante producción que sin duda estará entre las favoritas de público y crítica porque logra mover fibras dentro de uno con sus personajes límites, seres que parecen vivir o sobrevivir en la cuerda floja, trantando de mantenerse a flote, siempre a punto de caer.

«Un viaje de diez metros» o las nemotecnias del paladar

10 metros

«Los erizos de mar saben a vida…
La vida tiene su propio sabor,
Oculto. en su caparazón.
Vida cruda, hermosa…
Pero para cocinar, debes matar.
Creas fantasmas.
Cocinas para crear fantasmas.
Espíritus que viven en cada ingrediente…»

En esas palabras de la madre del protagonista, en su India natal, cuando le enseñaba a su hijo a saborear las comidas con todos los sentidos, se encierra la esencia de la película «Un viaje de diez metros», una hermosa historia que nos hace entender cómo los sabores, aromas, visiones, de la comida nos traen recuerdos, nos traen vida.

La memoria muchas veces es traicionera.

La vida, en algún momento, nos trae un olor, un sabor que nos transporta a tiempos remotos, que evoca épocas lejanas de nuestra historia personal. Es como un fantasma que logra incluso que lo que en alguna oportunidad no nos gustó o aborrecíamos, por la magia de la memoria traicionera, se vuelva un sabor entrañable, un aroma que nos devuelve a la vida.

«La cocina trae recuerdos», insisten en la película. Nada más cierto. Esta obra muestra cómo podemos percibir incluso más allá de los sentidos.

El olor a pan recién horneado nos lleva inmediatamente a un viaje al pasado. El aroma de una especia es el clic para un automático flash back.

Sí. Al cocinar creamos fantasmas y al degustar la comida, esos fantasmas pueden aparecer.

Al final, la vida está compuesta de sabores y memorias, de aromas y recuerdos. Pasamos la vida acumulando nemotecnias en el paladar, en la lengua, en la garganta.

La nariz almacena postales.

«Un viaje de 10 metros» es de esas películas que nos reconcilian con la vida. Nos muestra que vivir es hacer un viaje hacia uno mismo, hacia nuestra esencia y el éxito está en conseguir ese lugar donde nos sintamos cómodos. Donde nos sentimos felices.

La vida es un viaje que se emprende para conseguirnos a nosotros mismos y el éxito es haberlo logrado al final, sin importar «la estrellas» que se puedan haber acumulado.

Helen Mirren, merecidamente nominada al Oscar por este rol, está impecable en su papel de orgullosa y competitiva maestra de cocina y regente de restauran.

La película del sueco Lasse Hallström tiene esa capacidad especial que tienen otras películas del género gastronómico como «El festín de Babette», film danés de Gabriel Axel ganador del Oscar a la mejor película de habla no inglesa (1987), o «Chocolat» del mismo Lasse Hallström (2000), de reconciliarnos con la vida y, por supuesto, con el cine. Como aquella versión cinematográfica mexicana de la novela de Laura Esquivel, «Como agua para chocolate», dirigida por Alfonso Arau (1992).

Estos films narran historias que, como «Bagdag Café» de Percy Adlon (1987) -film que aunque no es específicamente «gastronómico», se desarrolla en un café-, o «¿Reinas y reyes?» de Beeban Kidron (1995), se centran en la llegada de gente extraña a un lugar a donde no pertenecen y en un principio son rechazados, situación a la que logran darle un giro. Los personajes cambian el lugar y a las personas que allí habitan a partir del amor en sus diferentes manifestaciones: amor al trabajo, amor al prójimo, amor a la familia, amor a la comida, amor a la vida. Y, al final, logran hacer de un lugar extraño, su hogar, y la hostilidad inicial la viran en amistad.

Eso son esas películas, obras que nos enseñan la importancia del amor, la tolerancia y la capacidad para aceptar las diferencias y los cambios.

Madame Mallory: «¿Pero porqué cambiar una receta que tiene 200 años?»
Hassan Kadam: «Porque a lo mejor 200 años ya son suficientes».

«Ida», una mujer en busca de su lugar en el mundo

ida

Vengo de ver «Ida«, la película polaca de Pawel Pawlikowski (2013), nominada al Oscar como mejor película de habla no inglesa y en el renglón «Fotografía».

Lamentablemente, la copia que mostraron en el Centro de Bellas Artes no permitió apreciar y disfrutar en su plenitud la excelente fotografía que tiene y que es un actor principal en la historia. La imagen apareció lavada, sin el contraste y la profundidad de campo del film original y, en este tipo de historias, ese es un error imperdonable que hace que uno deba volver a ver la película procurándose una buena copia.

Es imperdonable porque toda la propuesta estética de «Ida» se centra justamente en la fotografía, en ese blanco y negro nítido y contrastado que desafortunadamente no pudimos apreciar en la pantalla del CBA.

Todos los encuadres del film son planos fijos. No tiene movimientos de cámara. Nade de zoom in o out, nada de dollys, nade de planos secuencias. Es como si uno pasara las páginas de una álbum de fotografías y lo que aparece en la imagen cobra movimiento. La cámara fija espera la aparición y desplazamiento en la imagen de objetos y personajes. En las escenas de diálogos, muy pocas por cierto porque en la película cuenta más la imagen y la actuación contenida y etérea de los personajes que los textos, un plano fijo se corta y da paso a otro plano fijo con la respuesta del personaje increpado. No hay desplazamientos de la cámara de un personaje a otro.

Otra característica especial de la fotografía son los encuadres. En los planos los personajes -especialmente el de Ida- parecen salirse del cuadro. Nunca están en el centro de la toma. Es una forma de decirnos que no pertenecen a ese mundo del plano o que están buscando justamente un lugar en el mundo. El aire en la fotografía tanto arriba de los personajes como a los lados, tampoco son los convencionales. Dan la sensación de que los personajes no tienen cabida allí y le dan una connotación especial al espacio.

Sólo es en la escena final, con un plano medio cerrado de Ida y una cámara en mano temblorosa que va delante de la novicia, enfocando el personaje, solo allí, aparece la novicia centrada en la imagen. Ya Ida ha tomado su decisión. Ya sabe cuál es su lugar en el mundo y se encamina decidida hacia él, aunque el mundo parezca temblar a su alrededor.

La historia es fuerte. Una niña judía que es abandonada en un convento para salvarla de ser asesinada, va en busca de su identidad, dejando al descubierto en el proceso la identidad de su país, pocos días antes de tomar sus votos para ser monja.

Criada como católica, es su tía, atea, alcohólica, ex juez de los tribunales populares comunistas y ¿prostituta? -me quedó la duda, al menos muy de cascos livianos, sí es- a quien acaba de conocer, quien se encarga de revelarle su origen judío y, juntas, emprenden un viaje al pueblo natal en busca del hombre que mató a los padres de Ida y al hijo de la tía, un niño «no rubio y circuncidado», de poca edad.

«Ida» es un drama. Es la historia de un personaje que trata de encontrar su lugar en el mundo y para lograrlo necesita encontrar primero sus orígenes y saldar cuentas con su pasado. Enterrar a sus muertos para para desenterrar su origen y poder vivir su vida.

La veré de nuevo porque es una película que merece ser vista como corresponde, con una buen copia que nos permita disfrutar de esa propuesta fotográfica y de una historia intensa.

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