El blog de Golcar

Este no es un reality show sobre Golcar, es un rincón para compartir ideas y eventos que me interesan y mueven. No escribo por dinero ni por fama. Escribo para dejar constancia de que he vivido. Adelante y si deseas, deja tu opinión.

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«Vienen por mí y estoy solo»

verdes

En estos días tuve un deja vu cinematográfico.
Por un momento, me sentí en una película argentina que vi hace años en la que un librero escondía unos libros con mucho celo y cariño, envolviéndolos en bolsas plásticas y enterrándolos en el patio trasero de su librería en Buenos Aires, previendo que la dictadura en cualquier momento lo iría a buscar allí.

Me encontraba sentado en mi silla, leyendo ‘El psicoanalista’, cuando tocaron a la puerta de la tienda y ladraron los perros.

Al levantar la vista, vi a contraluz, a través del cristal de la puerta de entrada,a la figura de dos uniformados de verde.

«Vienen por mí y estoy solo», pensé.

Pulsé el timbre que desatranca la puerta y los dos verdeolivos entraron:

-¿Tiene peces?

Falsa alarma.
Sólo buscaban telescopios.

Esta vez no fue…

pez

Arte, danza-teatro, sudestada y patanería argentina

Foto: Cristian Espinosa

Desde la mesa del Monet, a través del cristal, podemos ver como la lluvia arrecia y el viento sopla con fuerza. Lo que se ha desatado es un verdadero aguacero.

Aprovechamos el wi fi del lugar y nos conectamos para saber qué está sucediendo y comunicarnos con la familia. Las noticias no son muy alentadoras. Desde Uruguay, mi hermana Yandira nos dice que la tormenta que se ha desatado en Montevideo no es normal. Es la llamada sudestada, un fenómeno climático que hace que se desate la furia de la lluvia y los vientos fríos que vienen del sur en el cuadrante del sudeste, que puede ser de mayor o menor intensidad, pero que en esta oportunidad es tan fuerte que ha impedido que los barcos desde Colonia zarpen hacia Buenos Aires.

-Dicen que hoy no saldrán barcos por el temporal, averigüen a ver qué les dicen allá en Buenos Aires- escribe Yandy-. Si pueden. vayan a Galerías Pacífico que lo tienen cerca porque con la lluvia no es mucho lo que pueden hacer.

Foto: Cristian Espinosa

Aprovechamos que ya hemos almorzado y que la lluvia parece dar un respiro y, con una persistente garúa, caminamos hasta el lujoso centro comercial.

El lugar es lujoso y cuenta con las mejores franquicias y marcas pero, como ver tiendas no es precisamente lo que más me gusta hacer, y menos aún si no tengo dinero para gastar, decidimos sentarnos en las mesas de la feria de comida y aprovechar el wi fi. Queremos saber qué sucederá con el regreso a Montevideo. Busco los boletos para saber los números de teléfono de la compañía y llamar a averiguar.

Corro a buscar un teléfono público para llamar al Buquebús, la compañía de transporte, las monedas se consumen con la grabación de la compañía diciendo que están ocupados y que ya me atenderán. Al final, logro comunicarme, justo con el último peso que tengo sencillo, y la operadora me dice que espere un momento, pasan los minutos, el tiempo de llamada se consume la moneda y quedo igual que antes de llamar. Sin información.

Decido no preocuparme pues no es mucho lo que podré hacer. La información que llega desde Montevideo es la misma. Lo único que sabemos es que no se sabe nada con certeza. Entonces, tomando en cuenta que son las 6 de la tarde y que nos queda mucho tiempo de espera, hacemos caso del consejo de Yandy y nos enfilamos a buscar el Centro Cultural Borges, que tiene sede en el Galerías y ver qué actividad ofrece para pasar el rato de encierro involuntario por el temporal.

En la sala de exposiciones hay una exhibición de esculturas del artista plástico argentino  Hernán Guiraud llamada “El espacio holográfico”, piezas de mediano formato que a primera vista me recuerdan un poco el trabajo de Rafael Barrios, pero tras una mirada más detallada, observo que, a diferencia del escultor venezolano, las obras de Guiraud están hechas todas en blanco o negro y forman figuras cuyos pliegues dejan

Foto: Cristian Espinosa

orificios a través de los cuales se ve de fondo la realidad circundante. Cada artista tiene un manejo particular del espacio y del volumen que le da a sus piezas la connotación única y original. Un trabajo realmente interesante que juega con la luz y el espacio.

En la sala contigua, hay una exposición colectiva de pintura y en la parte de artes escénicas, el Centro Cultural está presentando espectáculos de tango durante toda la semana.

Así es la vida, llena de coincidencias y casualidades. Cuando iba en el autobús que nos llevaba al hotel, el día que llegamos a Buenos Aires, ya cercanos al obelisco, vi una gigante pancarta colgando de la fachada de un edificio con una hermosa fotografía, tomada cenitalmente en blanco y negro, de una pareja bailando tango, que me llamó la atención. Cada vez que pasaba frente a la pancarta me decía: “sería bueno averiguar sobre ese espectáculo para irlo a ver”, pero entre el ir y venir y una cosa y otra, se me pasaba y no averiguaba nada.

Casualmente, al revisar los carteles en el Borges, resulta que uno de los afiches tiene la fotografía de la pancarta y, coincidencialmente, el espectáculo que corresponde para la fecha es el “ConCiertoTango”, justamente la pieza que se anuncia con la foto de la pareja tanguera.

Averiguamos costo, horario y tiempo de duración de la obra. Todo indica que podemos ver la pieza y estar a tiempo en el hotel para cuando nos busque el transporte que nos llevará al puerto. Solo un pequeño inconveniente: no tenemos pesos y en el teatro no aceptan dólares ni tarjetas de crédito. ¡Bendito control de cambio de estas economías “cubano-socialistas”!

Por fortuna, la chica de la taquilla me informa que en la planta baja hay una casa de cambio. Nos enfilamos hacia allá, todavía faltan unos 40 minutos para la función, así que tenemos tiempo de sobra.

En mitad de uno de los pasillos del centro comercial, hay una pequeña taquilla  que parece una  pecera con dos chicas que atienden al público que desea cambiar dinero. Cambiamos lo necesario y, sin darnos apenas cuenta, terminamos hablando con la rubia que nos atiende del control cambiario y de la política. La chica está indignada con las declaraciones de Cristina Kirchner en las que decía que un argentino podría perfectamente comer con 6 pesos, 1,50 dólar a cambio oficial y 1,00 del mercado negro.

-¡Imagínense que la diferencia entre los dos tipos de cambio es de dos dólares! –dice alarmada.

Cuando le contamos que en Venezuela la diferencia entre ambos tipos de cambio es de 8 porque mientras un dólar oficial cuesta 4,30; el del mercado paralelo va por 12; no lo puede creer.

-Cuando comenzó el control de cambio en nuestro país, la proporción era similar a la actual de Argentina –le comento-. Ahora está por las nubes y hay gente que vive sin trabajar, que se ha hecho rica exclusivamente haciendo negocios con las divisas.

Trato de que la chica entienda más o menos cómo es el negocio de los dólares en Venezuela y es cuando me entero que en Argentina, cuando un ciudadano va a viajar, el gobierno les autoriza la cantidad de divisas que dispondrá diariamente y que no excede de 100 dólares por día, entregados en la moneda del país al que se viaja. Es decir, no es como en Venezuela que otorgan dólares o euros, de acuerdo al caso. Si viajas a Colombia, te dan el equivalente de lo aprobado en pesos colombianos, a Venezuela en bolívares y así respectivamente.

-Un señor que iba a viajar por motivos de salud, no pudo hacerlo porque lo que le otorgaron fueron 20 dólares diarios –cuenta la chica-. Yo creo que tendremos que irnos de este país. Ya estoy viendo qué haré el año que viene cuando termine los estudios, porque creo que aquí no tenemos futuro.

Ella, como tantos en Venezuela en estos 14 años de “revolución”, está programando su plan B: Emigrar.

Lo único que se me ocurre decirle es que, si se piensa ir, empiece a organizarlo todo para hacerlo lo antes posible porque emigrar no es fácil y debe prepararlo todo para que la salida no sea improvisada y la realice en los mejores términos.

Finalizamos el trámite cambiario y, de vuelta a la planta alta para comprar nuestras entradas para el “ConCiertoTango” que en pocos minutos comenzará.

La obra es un espectáculo de danza-teatro con proyección de videos y cuenta 3 historias de amor en diferentes tiempos a través de 3 parejas encarnadas por los mismos actores, Alida Orlando y Claudio Bameix. La producción es más bien modesta, en  contraste en con la fastuosa promoción vista por toda la ciudad. Es puro sentimiento, con historias bien actuadas y mejor bailadas, que nos ubican en diferentes épocas y lugares para narrarnos los encuentros y vivencias amorosas de las parejas protagónicas. Alida y Claudio bailan el tango sin enrevesadas piruetas ni movimientos de contorsionistas pero con verdadera pasión y sentimiento y el apoyo de los videos se hace imprescindible para ubicarnos en el tiempo y espacio de la narración.

A eso de las 9 y media de la noche, termina la función y nos dirigimos a pie hacia el hotel. Por fortuna, ya no llueve. El fuerte temporal ha amainado y aunque las calles aún acusan las largas horas de lluvia intensa, el clima está fresco y agradable. Paramos en un restaurante a comer algo porque el servicio de comida del Buquebús no ofrece nada muy bueno y no queremos pasar toda una noche de hambre hasta llegar a Montevideo.

En el restaurante, una vez más, tenemos la perfecta muestra de que el argentino no anda con apuro ni estresado. Por más que le indicamos al mesero que, por favor nos sirva tan rápido como pueda pues andamos con el tiempo justo, el servicio se tarda lo que se tiene que tardar. Cuando llega mi carne guisada con vegetales y la copa de vino tinto, le indico al hombre que, por favor, nos vaya trayendo la cuenta de una vez para no perder más tiempo. Es inútil, ellos no entienden lo que es tener el tiempo justo y estar apurados.

Terminamos de comer y, finalmente, tengo que acercarme hasta la caja para pagar porque, efectivamente ya estamos sobre la hora y si no nos apuramos, no llegaremos a tiempo al hotel para tomar el autobús que nos llevará al terminal marino.

Caminamos a la velocidad que nos dan los pies. Son las 10 y media, la hora cuando se supone que el bús nos buscará y aún estamos a unas cinco cuadras del hotel. Cuando cruzamos el umbral de la puerta tropezamos con un hombre que va de salida. Resultó ser el conductor que ya no nos iba a esperar más. Corro tras él. Lo alcanzo y regresamos hasta el lobby del hotel para recoger las maletas. En el camino, le comento al chofer que me habían dicho que no saldría el barco.

-Es que no saldrá –dice-, pero mis instrucciones son recogerlos y llevarlos hasta el terminal y allá les explicarán lo sucedido.

Mi olfato me dice que algo no terminará bien. Tomamos nuestro equipaje y nos vamos en el autobús hasta el terminal de Buquebús. Somos los últimos en subir, pedimos disculpas por la tardanza y tomamos vía al puerto.

Al llegar al terminal, ya cerca de las 11 y media, un trabajador de Buquebús nos recibe en la puerta:

-La situación es esta: hoy no han salido barcos debido a la sudestada y el de ustedes de la 12 de la noche, tampoco saldrá. Entonces, tienen dos opciones: Una es pasar la noche aquí en la estación y aguardar hasta mañana para ver si zarpan barcos. La otra es que vengan con nosotros a un hotel que conseguimos y que cuesta 70 dólares la noche. Ustedes deciden.

Me molesta un poco la actitud de tipo y le comento que no nos están ofreciendo ninguna solución porque pasar la noche en un banco de estación o pagar 70 dólares por un hotel no son opciones. Le explico que así como los argentinos tienen control de cambio, en Venezuela también y no podemos disponer con facilidad de 70 dólares para pagar una noche de hotel cuando en el paquete que yo había comprado para ir a Buenos Aires, la noche adicional costaba poco más de 50 dólares.

Entonces, la famosa patanería del argentino, por primera y única vez en todo el viaje, se materializa en el funcionario de la empresa naviera:

-Bueno, eso es lo que podemos ofrecerles. Si les gusta bien, si no ustedes verán qué hacen. Los que estén de acuerdo en venir al hotel, síganme para hacerles el cambio de boletos.

Le insisto en que no nos está ofreciendo verdaderas opciones, que si bien es cierto que el temporal no ha sido culpa de la compañía, sí lo ha sido la forma como manejaron la información, que bien podrían habernos ubicado temprano e informarnos de la suspensión del viaje para poder tomar previsiones y no llevarnos a la estación y dejarnos botados allí a las 12 de la noche.

El hombre hace gala de su grosería, voltea y me deja con la palabra en la boca diciendo “si no estás de acuerdo ve cómo resuelves. Vengan conmigo los demás”.

Así que allí estamos Cristian y yo, a medianoche en el terminal de Buquebús de Buenos Aires abandonados a nuestra suerte. Llamo a mi hotel para ver si puedo tener la noche adicional por el precio convenido al comprar el boleto en Montevideo y me dicen que la noche cuesta 180 dólares, que el precio del paquete solo puede ser contactado por medio de la agencia de viajes. A las 12 de la noche, ni modo de comunicarse con la agencia, tal vez, si nos hubiesen avisado durante el día, algo habríamos podido hacer…

Conseguimos dos parejas que están en la misma situación que nosotros y comenzamos en grupo a tratar de resolver. Shirley, una uruguaya que está con su esposo de fin de semana, me comenta que incluso los de Buquebús ni siquiera daban garantía de que en el hotel donde nos iban a llevar hubiese habitación porque todos los pasajeros del día los habían llevado para allá.

Total, que la empresa se desentendió de nosotros y ni siquiera nos puso un teléfono, internet o transporte a disposición para resolver. Llamo a varios hostels con los números que me facilita una chica de información y, por fin, logro conseguir 3 habitaciones por un precio relativamente razonable.

Empieza el calvario para conseguir transporte que nos lleve al hostel. ¡No hay línea de taxis en el terminal! Consigo el número telefónico de una línea, con el último peso sencillo que me queda llamo y me dice la operadora que no pueden enviar unidades al terminal por razones de seguridad. Casi la una de la mañana y nosotros allí, a la buena de Dios.

Finalmente, salimos a la avenida y logramos encontrar un taxi en el que se van 3 de los seis que estamos juntos. Le pido al conductor que nos llame uno que nos busque a los otros y dice que no puede hacerlo por seguridad. Nos toca esperar allí ateridos de frío e impotencia a que la providencia nos mande una unidad que nos lleve a los 3 hasta el lugar donde, por fin, podremos descansar. En el camino, voy pensando en qué manera tan absurda y ridícula de terminar un viaje que había sido perfecto hasta este momento. No puedo dejar de dar gracias al Buquebús por no hacer el más mínimo esfuerzo por ayudar a sus pasajeros.

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