El blog de Golcar

Este no es un reality show sobre Golcar, es un rincón para compartir ideas y eventos que me interesan y mueven. No escribo por dinero ni por fama. Escribo para dejar constancia de que he vivido. Adelante y si deseas, deja tu opinión.

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Mucho «mariconeo» en Madrid

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Esto lo escribo mientras voy por la carretera rumbo a Lisboa desde Madrid. A los lados de la vía me rodea un paisaje reseco de tonos ocres y verdes. En algunos tramos la vista se llena del amarillo de los sembrados de girasoles o del oro del pasto seco. En otros el paisaje vira a unos tonos entre gris y verde, los característicos de las siembras de olivares, para de pronto tornarse verde intenso con los inmensos maizales. El cielo es de un tono azul brillante y plano, apenas surcado por una que otra nube. El sol resplandece en lo alto y mientras avanzamos, rememoro lo vivido estos últimos días.

wpid-img_20150707_000029.jpgLos días 3 y 4 de julio fueron jornadas de marcha y algarabía en Madrid. Caminar por los alrededores de Sol y Chueca era asistir a una exhibición de diversidad y de la variedad de la especie humana. Días de fiesta y mariconeo por todos lados. Las lenguas e idiomas se mezclaban cual torre de Babel. Los colores de la piel relucían en todas su manifestaciones bajo un cielo soleado y azul. La noche del 3 quedamos en encontrarnos con Jacqueline y Guillermo junto a «la osa» de Sol. Dos viejos amigos de Maracaibo que llevan unos años viviendo en Madrid. En un bar por Sol nos bebimos unos tragos, comimos un delicioso queso manchego, pan y aceitunas. La conversa, como es habitual, giró en torno a la política, la inseguridad, la inflación y la escasez de Venezuela. No podían faltar algunas comparaciones y referencias a la realidad española y al espanto con el que algunos venezolanos recibimos el discurso de Podemos.

Luego, nos reuniríamos con Yofrank y José para pasear un rato por la Madrid de trasnocho y botellón. Más tarde, se nos uniría Marco.

Difícil decidir hacia dónde apuntar la cámara entre tanta gente llamativa y edificios y monumentos. Gran Vía esa noche era un inmenso templete. El botellón más grande que esa vieja dama que es Madrid haya podido observar. Por los lados de Callao, frente al cine del mismo nombre, una tarima ofrecía un concierto de «Las amistades peligrosas». El lugar estaba atiborrado de gente, algo muy significativo pues, justo en esa parte de wpid-img_20150705_085355.jpgMadrid, antes exhibían pintas de «Bienvenidos a la zona libre de homosexuales», o algo parecido, según me contó Marco Tulio. Al día siguiente, fuimos a una terraza para reunirnos con un grupo de españoles para almorzar antes de ir al desfile del orgullo gay. La mesa parecía el set de una película de Almodóvar. Gente alegre y divertida con ese humor característico de los personajes almodovarianos. Una rica paella, patatas bravas y una refrescante y deliciosa sangría. Un agua de Valencia, para concluir.

De allí, nos fuimos rumbo al Café de la luz a encontrarnos con Elvia Sánchez, una vieja amistad virtual con vínculos fraternales en la vida real. El encuentro fue ameno y divertido. Un grupo de amigas con las que provoca pasar horas conversando, todas con vínculos especiales con Venezuela, así que se imaginan sobre qué versó la mayor parte de la conversación. Pero, antes de llegar al Café de la luz, pasamos por la Calle del Desengaño, un viejo anhelo por cumplir. La calle no cuenta con el portal número 21 de la serie «Aquí no hay quién viva», llega hasta el 20, pero sí conserva algo del ambiente mostrado en el seriado televisivo que tantas risas me ha regalado por años. Está llena de putas viejas y gorditas echadas en los portales que hablan con diferentes acentos; colombianas, rumanas, dominicanas…

wpid-img_20150705_091050.jpgDel Desengaño, fuimos directo a Cibeles para ver el desfile. Los alrededores del Ayuntamiento, ese imponente edificio que era el Palacio de Comunicaciones y la sede de Correos en mi viaje anterior, frente a la fuente de la Diosa, estaba a tope.

Mucha piel, mucho cuero, mucha pluma. Toda la diversidad imaginable se daba cita para festejar el orgullo de ser y dejar ser. Niños, jóvenes, ancianos. Blancos, negros, amarillos. Judíos, católicos, cristianos, musulmanes, agnósticos, ateos… Homosexuales, transexuales, bisexuales, travestis, intersexuales; la calle de Alcalá era una vitrina de las diferencias. Las banderas de arcoiris ondeaban por doquier y relucían bajo el cielo azul y el resplandeciente sol de Madrid. Los bomberos rociaban agua con las mangueras para aminorar el sofocón.

wpid-img_20150705_095744.jpgAl final, el desfile no fue lo esperado. Las carrozas nunca aparecieron. Pero fue divertido y una experiencia interesante para practicar la tolerancia y superar prejuicios. La galería humana daba todo de sí, como se aprecia en las fotos.  A eso de las 11 y media de la noche, llegábamos exhaustos a casa. Luego nos enteraríamos de que a esa hora comenzaron a desfilar las carrozas. ¡VayaPalaMierda!

El domingo, nos levantamos tarde. Comimos una deliciosa pasta con ibéricos y crema hecha por Yofrank y salimos a pasear por el parque público de Tres Cantos. Un espacio con cisnes, patos, tortugas y pájaros. Con hermosos jardines y perfumadas y coloridas rosas. Puro relax.

Luego, al teatro. A La Latina, junto Lavapiés para ver «ATCHÚUSSS!!!», un divertido montaje dirigido por Carles Alfaro, con textos cortos de Anton Chejov, firmados con el seudónimo de Antosha Chejonte utilizado por el ruso wpid-img_20150706_001422.jpgen su juventud. Cinco historias breves, cinco estornudos que garantizan montones de risa. El dispositivo escénico es lúdico e ingenioso. Con dos grandes espejos decorados que funcionan como parabán y en el que, por efecto de la iluminación, nos permite observar a través para ver en segundo plano como los artistas se cambian de vestuario para encarnar múltiples personajes cada uno. La escenografía está muy bien concebida y el vestuario tipo clown contribuye a la explosión de carcajadas inspiradas por unos personajes miserables, unos pobres diablos que desnudan ante el espectador sus mezquindades, avaricias y miserias. Personajes interpretados magistralmente por Malena Alterio y Fernando Tejero de «Aquí no hay quién viva», Adriana Ozores  y Enric Benavent, el alcalde de «El secreto de Puente viejo», con lo cual, el espectáculo da la impresión de ser un encuentro entre viejos y divertidos conocidos. La selección de los textos y la secuencia hecha le imprimen un ritmo que hace que las carcajadas vayan in crescendo, con un humor inteligente que no se conforma con la vulgaridad y el chiste fácil. Hacía mucho no me reía tanto con una obra de teatro.

Al salir de la sala, dimos un paseo por la zona de El Rastro, pero sin el mercadillo y allí mismo cenamos con los añorados huevos rotos con jamón y patatas. Otro deseo cumplido. De allí, a casa para preparar la maleta para el viaje a Portugal al día siguiente. La aventura apenas empieza.

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Cajas de cartón, papel de embalar, grafito y dibujo cerámico para representar un país

portada

En torno a la exposición «Conexiones» que reúne piezas de
Adolfo Morales «Formas que el fuego acarició»
y de
Javier Rondón «La línea y el fragmento»
en el Centro de Arte de Maracaibo, Lía Bermúdez.

Un funambulista con la luna hecha pedazos y el corazón sangrante junto a un malabarista que hace equilibrio de cabeza sobre una vieja silla de Viena a la que se le partió una pata y parece desvanecerse en el espacio.

javi12Imágenes que al verlas en el contexto del conjunto piezas que nos presenta Javier Rondón en la exhibición «Conexiones», en el Centro de Arte de Maracaibo, Lía Bermúdez, Camlb, parecen cobrar un significado más allá del aparente desamor o despecho que pudo haber hecho trizas luna y corazón del artista circense o del tono lúdico y mágico del equilibrista.

Logra Javier Rondón, con esta muestra, meter el dedo en la llaga. Nos desgarra las vísceras, nos remueve el dolor en gerundio del desarraigo y la constante búsqueda de pertenencia en los que, desde hace algunos años, nos movemos los venezolanos.

En el contexto de la exhibición, el funambulista —como muchos venezolanos— tiene el corazón tan herido y sangrante como nuestro gentilicio y la luna destrozada como nuestra cotidianidad en la que, como el equilibrista, hacemos malabares para sobrevivir asiéndonos a unas bases que, como su silla, se desvanece y desguaza. Así, tratamos con insistencia de sanar el corazón y recomponer la luna a partir de los trozos desperdigados.

Los dos personajes nos introducen en un mundo donde los héroes que hicieron historia patria han sido deconstruídos, se rompen en pedazos, se desconchan, como nuestras ciudades. Parecen esfumarse dejando javi13apenas trozos sobre los cuales habrá que reconstuir, enraizar. Héroes y país, se hacen trizas en las expertas manos que con maestría se valen de la belleza y el arte para denunciar, obligándonos a buscar entre los pliegues de las vestimentas de bronce, a juntar los pedazos disgregados, a zurcir y a tejer, a juntar, remendar y coser —como diría Faitha Nahmens—, en un afán agotador por reconocer país e historia como propios.

El dolor nos embala, nos empaca. La diáspora se refleja en cajas y sellos postales. Como los héroes y las ciudades, las familias se desmoronan. Los hijos se van, se han ido. Se están yendo. Y aquella lejana e inverosímil realidad africana de las pateras se nos hace tan cotidiana que el viaje de un niño desde el norte de África, metido de contrabando en España —encogido hasta doler los huesos— dentro de una maleta, la sentimos como nuestra. Posible. Cercana.

Nos buscamos entre viejos ladrillos para reconocernos. Y como en las «Cabezas consteladas»  del artista, dormimos bajo un cielo de estrellas que se tornan en púas oxidadas de un alambre en nuestras pesadillas y que, durante la vigilia, nos sentimos vivir atados con el oxidado y punzante alambre que nos puede herir.

javi23Pero el artista no nos deja con la desazón y el desconsuelo. Dentro de esa cachetada de realidad, nos recuerda que Venezuela ha tenido y tiene gente,  como Oscar D’Empaire, como Josúe Colina —amigo ido a destiempo a otro plano, a cuya memoria dedican la muestra—, creadores como el mismo Javier Rondón o el ceramista Adolfo Morales —quien acompaña a Rondón es esta exhibición con sus instalaciones de sensuales crisálidas y árboles de cerámica, ahumados y bruñidos—, gente que también hace país y a la que nos aferramos para sentir que no todo está perdido y que la patria, la que portamos en el alma más allá de la prostituida en propagandas oficiales, es recuperable. Gente que nos habla de una posible salvación.

Se vale Javier Rondón de elementos simples, cotidianos, efímeros, para narrarnos su discurso de desarraigo. Una caja rota de cartón, un pliego de papel de embalar, un lápiz o un creyón de grafito, unos ladrillos viejos recuperados, un alambre oxidado de púas, unidos a la maestría en el manejo del dibujo cerámico, son javi9suficientes para parir esas hermosas piezas que nos hacen quedar sin aliento y con el vientre transido.

Termina la visita y las imágenes duelen en el plexo solar. A dos cuadras, unos semáforos que miran a ningún lado y desubican más que señalizar; la arbitrariedad de un autobusero que para en mitad de la vía en el canal rápido a cargar y descargar pasajeros parando el tráfico del domingo;  las montañas de basura que crecen donde debería haber un paso de peatones o un cruce, nos confirman el extrañamiento, el desarraigo, nos reiteran el desmoronamiento representado en las piezas de arte que acabamos de contemplar.

El gentilicio se encoge nuevamente y un mensaje de whatsapp nos advierte que la realidad es más cruel aún:

«Hay papel tualé todavía y poca gente. ¡Venite!»

Dice la amiga del supermercado. Aceleramos. Debemos llegar antes de que cierre el comercio o de que se acabe el papel higiénico.

Esfuerzo vano. Ya los rollos del tesoro se agotaron.

Pero, como en la muestra del museo, una pequeña luz se filtra como promesa a través de una grieta. Cual mago que saca un conejo de la chistera, la amiga extrae un paquete de doce rollos que tenía reservados para ella y «porque le da la gana» me los cede.

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«A esto se llama justicia» ¿Justicia?

justicia

“A esto le llamo justicia”, decía la leyenda tallada en el tronco al pie de una pieza de Alberto Manzanilla, hecha en madera tallada y policromada y que se exhibía en la sala alta del Centro de Arte de Maracaibo, Lía Bermúdez.

En el rótulo, al lado, una pequeña variación del este texto tallado le daba título a la obra: “A esto se llama justicia”. Un pequeño cambio de palabras pero que sirve para significar que tanto el artista, como muchas otras personas, llaman, a lo representado en esa pieza de arte popular, “justicia”.

La obra muestra a un buey que, parado en dos patas, lleva frente a sí a un par de humanos uncidos al yugo del arado y los pica con la lanza ante la mirada triste y rencorosa de quienes voltean a observar a su victimario. Es una pieza que forma parte de la colección del Museo de Arte Popular Salvador Valera, que se exhibió en el CAMLB.

El explotado pasa a ser el explotador, el victimario pasa a ser la víctima, los papeles se invierten y, para muchos, eso es “la justicia”.

La imagen me chocó y me quedó rondando en la cabeza. Esa pieza constituye una de esas cuestiones que en mis noches de insomnio me taladran la cabeza: la justicia. ¿Qué es la justicia? ¿Qué entiende la gente por justicia? ¿Qué es lo justo para la mayoría? ¿Somos capaces los seres humanos de distinguir lo que es justicia de lo que es revancha, de lo que es resentimiento, de lo que es venganza?

Todos en un momento u otro hemos sido víctimas de actos injustos o, al menos, nos hemos sentido víctimas de injusticias. Pero ¿esto nos daría derecho a hacerles a los otros lo mismo que nos hicieron y considerarlo un acto de justicia? ¿Es justo el ojo por ojo y el diente por diente o eso es revancha y solo generará resentimiento y más injusticia?

Cuando estaba en los últimos años de la carrera de Comunicación Social en la Universidad de Los Andes, por allá por el año 1988 u 89, y perdonen la distancia, alguien me contactó con los dueños de una emisora de radio en San Cristóbal para hacer como una especie de pasantía en el noticiero de la emisora. Mi trabajo consistía en redactar  el noticiero del mediodía, con muy escasos recursos, apenas la prensa del día –para entonces no teníamos el recurso de la Internet para acceder de manera rápida a la información–.

Cuando me enteré, luego de tres o cuatro días en la emisora, por boca de la directora e hija del dueño de la estación, que no me pagarían por mi trabajo y, encima de eso, tendría que calarme como corrector y censor al locutor del noticiero quien no era periodista, no me pareció para nada justa la situación. Incluso me ofendió que la directora me tomara por idiota y con tono de magnánima madre me dijera:

–Toma tu paso por la emisora como una experiencia. Esto te servirá para hacer currículo. Si tú lo haces bien aquí, Golcar, posiblemente alguien de otro medio te vea y te contrate y puedas entonces tener un sueldo como periodista y llegar a ser un Nelson Bocaranda.

Suerte la de la caraja que entonces yo era un muchachito andino muy bien educadito, muy comme il faut. Muy de La Parroquia. Sin armar el escándalo se merecía, y que armaría hoy, y sin tirar puertas, le di la mano y me despedí para no volver a pisar la emisora.

Cerca de año y medio después, una situación similar me aconteció cuando, ya graduado, en Mérida, me ofrecieron un trabajo medio tiempo en un diario local. Emocionado por lo que sería mi primer trabajo como periodista en un periódico, me fui al encuentro del director. Un hombre muy simpático que me informó que mi trabajo consistiría en sentarme con una radio cassettera y una vieja máquina de escribir, grabar los noticieros de radio y luego transcribirlos en la destartalada máquina de escribir a la que incluso le faltaban teclas, con lo que la yema de los dedos se herían al teclear el desnudo metal, y convertir esas noticias en informaciones para rellenar páginas de la edición del día siguiente del periódico.

Ni qué decir que la historia del pago fue más o menos similar a la de la emisora de radio, creo que si acaso me darían algo para el transporte o alguna miseria así. Una vez más, salí de allí para no volver.

Ya más recientemente, tanto con mi casa como con el local donde tengo mi negocio, me he sentido víctima de la viveza y de la falta de consideración de quienes me arriendan ambos espacios. Exagerados cánones de arrendamientos y prácticamente nada de servicios en contraprestación. Irrespeto a la antigüedad, aumentos desproporcionados del alquiler anualmente, con el conocido “si no te sirve, desocupa”. Y una larga letanía de atropellos que no voy a detallar para no aburrir.

A lo que voy. Estas historias personales las recreo aquí porque, cuando el régimen venezolano cerró arbitrariamente varias docenas de emisoras de radio, recordé mi fallida experiencia en San Cristóbal y a pesar de eso, no me alegré. Cuando el periódico de Mérida tuvo que cerrar sus puertas, me acordé de mi frustración de joven recién graduado en ese medio y no me sentí feliz. Cuando he escuchado que la gente no paga los alquileres porque se sienten protegidos por la ley, cuando veo que algunos invaden viviendas, cuando amenazan a los dueños de locales comerciales con que pronto la ley de arrendamientos irá por ellos también, no me siento reivindicado. No espero que la ley en algún momento diga que el local o la casa que ocupo por más de 20 años, pagando anualmente los aumentos de los cánones de arrendamiento, son míos. Nunca, por muy injusto que crea que ha sido el trato de los arrendatarios, he pretendido quedarme con lo que no es mío.

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Para mí, la venganza y la revancha propiciadas por el resentimiento no constituyen justicia. Como no lo es tampoco que con la excusa de proteger mi dinero y combatir la usura y la especulación, el régimen atropelle los derechos de los comerciantes sin un debido proceso y sin garantizar la presunción de inocencia. Haciendo que paguen justos por pecadores. No creo en una justicia que, por satisfacer el resentimiento y afán de venganza de algunos, ponga en riesgo los derechos de otros, como pasa con todos esos trabajadores que viven momentos de incertidumbre y angustia porque no saben si con todos estos atropellos contarán con un empleo a final de año o para comenzar el otro.

¡Tristes fiestas navideñas tendrán muchos este año! La angustia y la incertidumbre que viven los trabajadores de Epa, de Traki, de Dorsay, de Daka… de todos esos comercios que han sido violentados por un régimen que no respeta el estado de derecho, no se la deseo a nadie. Eisquel, de Epa, Luz de Ferre Total, todos esos empleados con los que he podido conversar en estos días tendrán las peores navidades de sus vidas. ¿Cómo sentirme reivindicado y protegido contra la supuesta especulación mientras atropellan a tanta gente trabajadora?

Si hay –como estoy convencido que en efecto hay– especulación de algunos, una especulación y usura propiciadas por las absurdas medidas y controles económicos excesivos y que han crecido bajo la mirada complaciente del régimen, no puede ser este atropello la manera de hacer justicia. Esto es revancha, desquite, retaliación. Es el imperio del resentimiento. En este festín de consumismo desatado por los autodenominados comunistas no veo justicia por ningún lado.

Yo entiendo por justicia que la ley me proteja a mí de los abusos de los otros pero que también protejan a los demás de mis posibles abusos. No quiero venganza ni revancha.

No quiero que al dueño de la emisora de radio le expropien su estación, quiero que la ley garantice que al trabajador se le pague lo justo por su trabajo. No quiero que el periódico que me atropelló como profesional, cierre. Quiero que haya una ley que obligue a los propietarios a brindar a sus trabajadores condiciones dignas de trabajo y salarios justos. No quiero que un juez determine que la casa o el local que me alquilan desde hace 20 años, es mía sin pagar. Quiero una ley que me proteja como inquilino y que obligue al propietario a satisfacer las necesidades y requerimientos de sus inquilinos en justicia y de acuerdo a lo legal, y dado el caso, que me venda a justo precio la propiedad.

En pocas y simples palabras, no quiero que los bueyes vayan detrás.

Día de Mambo y lechona en Bogotá

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«¿Me podría decir dónde queda el Museo de Arte Moderno?» Fue la pregunta a repetir por las calles del centro de Bogotá ese día. Inexplicablemente, no hallábamos una sola persona que nos logrará orientar con certeza hacia dónde debíamos coger. Algunos nos decían que estábamos cerca pero no sabían dónde se ubicaba el Mambo con exactitud.

Un policía, con plena seguridad, nos dijo: «Es ese que está allí», señalando una casa a mitad de cuadra a la que nos acercamos para descubrir que se trataba de la antigua casa de Manuelita Saenz mambo12y que en la actualidad es el Museo del Traje Típico Colombiano. Una mujer nos mandó para detrás de la Alcaldía y, otra, por los predios del Museo del Oro.

Finalmente, sin saber cómo, nos vimos subiendo los peldaños de ladrillos rojos que nos llevaban a la entrada de un hermoso edificio diseñado por el renombrado arquitecto Rogelio Salmona, quien concibió los amplios espacios en la Calle 24 donde se emplaza actualmente el Museo de Arte Moderno de Bogota, conocido por su siglas con el rítmico nombre de «Mambo».

mambo6Desde los escalones de entrada, pude distinguir la figura de un vigilante que echaba candado a la reja de entrada sin percatarse de que nos dirigíamos hacia él. En la puerta comencé a dar voces llamando sin que nadie respondiera. ¡No lo podía creer! Después de tanto caminar y dar tumbos, llegamos a la hora que el museo cerraba.

Aferrado a la esperanza de que alguien apareciera, me quedé parado en la puerta, oteando hacia el penunmbroso interior. Una señora con uniforme gris y utensilios de limpieza en las manos, apareció por el lobby. Saludé y le pregunté si el museo abriría en la tarde.

-Hoy no abre. Es lunes y los lunes no abre el museo.

Andrea Cháves del departamento de Curaduría del Mambo.

Andrea Cháves del departamento de Curaduría del Mambo.

Decepcionado, le pregunté si la parte administrativa tampoco laboraba los lunes.

-Necesito hablar con la señora María Elvira Ardila en Curaduría. ¿Podría decirle que la buscan de parte de Luis Brito, de Venezuela?

La diligente señora entró y, a los pocos minutos estaba de vuelta con el vigilante, quien nos abrió la reja y nos dio las señas para llegar a la oficina de Curaduría. «No podremos recorrer el museo pero, por lo menos, podré cumplir con la encomienda del Gusano de averiguar cómo se encontraban los preparativos para la exposición de sus fotografías que próximamente se hará aquí», pensé mientras bajaba las escaleras y recorría el pasillo hacia la oficina indicada.

María Elvira no se encontraba. Un inconveniente familiar la había obligado a ausentarse de su mambo5oficina. Sin embargo, nos recibió Andrea Chaves, su atenta asistente quien nos puso al tanto de lo que requeríamos.

-La muestra del maestro está programada para abrir a partir del ocho de noviembre en la sala 4. Todo el cuarto piso será para las fotografías de Luis Brito y en esa misma fecha se montará la exhibición de la colección permanente del Mambo que llama mucho público.

Andrea nos daba la información al tiempo que no guiaba hacia las salas del museo enseñándonos mambo2los diferentes espacios de la institución.

-Ya las fotografías están todas montadas con un mismo marco. Las de los ángeles y las de las muñecas de Reverón. Solo esperamos por la respuesta del maestro para estar seguros. La muestra se monta en noviembre y se desmonta en enero.

Intercambiamos teléfonos y correos y Andrea regresó a atender sus labores dejándonos a nosotros para recorrer el museo y ver las exhibiciones de ese momento.

Es una sensación extraña la de recorrer un museo con las luces de las salas apagadas, mientras una señora realiza las labores de limpieza y los espacios que en un día normal estarían iluminados, con guardasalas y gente visitando, bañados solo por la luz natural que entra por las ventanas y una que otra bombilla eléctrica. Extraña, pero interesante. Un museo para mí solo.

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En el cuarto piso, en el espacio donde a partir del ocho de noviembre estarán las fotos de Luis Brito, el fotógrafo venezolano Premio Nacional de Fotografía, se encontraba exhibida una interesante muestra de Elsa Zambrano llamada «Museo imaginario en el museo» y que consistía en una exhibición de piezas hechas a partir imágenes icónicas de obras de arte universales, réplicas en miniatura adquiridas en las tiendas de los museos, o postales compradas en esas tiendas por la artista en sus recorridos por los museos del mundo y dispuestas en pequeñas cajas de madera, reinterpretando lo que es el arte y su comercialización en el mundo actual. Allí estaban reproducciones de La Mona Lisa, de piezas de Warhol, de Vermeer, de Velasquez… Pequeñas piezasmambo13 que Elsa fue coleccionando y con las que se construyó su pequeño museo imaginario que le permite reflexionar sobre el arte y su comercialización a la vez de aproximarse al arte universal desde una mirada particular.

Las otras salas del Mambo estaban llenas de la magia y el color de las piezas de gran formato del artista Carlos Jacanamijoy. 70 obras creadas entre 1992 y 2013 y que constituyen la retrospectiva «Magia, memoria y color» del artista indígena, descendiente de los quechuas y perteneciente a la etnia Inga del Putumayo.mambo7

Son pinturas expresionistas que nada tienen que ver con arte indigenista, hechas en grandes formatos al óleo en las que el artista toma algunos aspectos de su historia y cultura y los reinterpreta en composiciones oníricas cargadas de simbolismo y significación.

En la retrospectiva del Mambo uno puede hacer un interesente recorrido por la historia del proceso creador de Jacanamijoy, reconociendo su crecimiento como artista hasta llegar a su definido estilo expresionista actual. En los cuadros se mezcla la naturaleza con lo que parecen ser símbolos religiosos o supersticiosos de la etnia a la que pertenece el artista, en una interesante mezcla de mambo8color y luz. Las figuras parecen plantas, insectos, animales, se mezclan como en un sueño desplegado en un inmenso lienzo cargado de imaginación y simbolismo.

En una área de la exhibición de Jacabamijoy encontramos una instlación conformada por lo que a primera vista parecen insectos o arácnidos, pero que se trata de semillas de cacao hechas en metal y dispuestas como una especie de comuna de hormigas. Mientras en algunas paredes, como denuncias contra la discriminación, unos pizarrones negros con órganos humanos en alto relieve y mensajes escritos con tiza blanca, son expresión de un discurso de igualdad y respeto a la diversidad y a la diferencia.

A la salida del museo, pudimos ver, aunque estaba cerrada, la tienda del museo con interesantes piezas de arte, souvenirs y algunas prendas de vestir en cuyos estampados se podían apreciar losmambo15 motivos y dibujos del artista colombiano, originario de los Inga del Putumayo, Carlos Jacanamijoy, quien reside en Nueva York pero retorna a sus orígenes cada cierto tiempo donde parece nutrirse con el inagotable caudal de creatividad que le ofrecen su etnia y su tierra natal.

El resto de esa tarde de lunes, agradecidos por la atención de la gente del Mambo, lo pasamos recorriendo el centro, en tiendas para comprar recuerdos. Disfrutando de las vistas cálidas y coloridas que el atardecer le otorga a las viejas y bien conservadas fachadas de la ciudad y de la diversidad de gente que recorre sus calles y puestos de bogota8mercado sin que nadie se meta con nadie. En los alrededores de la Plaza de Bolívar se llevaba a cabo el ensayo de lo que al día siguiente sería la transmisión de mando del gobierno capitalino. Allí paramos un rato para ver las diversas fuerzas policiales en formación y hacer fotos.

Recordé que no quería dejar Bogotá sin probar la lechona rellena. Así que nos pusimos a investigar con los paseantes y tenderos dónde podríamos degustar ese plato.

-Las lechonas más ricas están en la avenida Caracas. Por aquí en el centro hay muy pocos lugares, bogota10pero allá tendrán para escoger.

Nos dijo un chico que atendía un locutorio al que entramos para consultar cómo estaba el tema de los dólares Cadivi en nuestras tarjetas y tratar de organizar económicamente las pocas horas que nos quedaban en Colombia.

Pues sí la cosa es en la Caracas, hacia la Caracas vamos. Al rato nos encontrábamos en el atestado transmilenio de la hora pico, rumbo a las coordenadas que nos mambo18dieron.

Al salir de la estación, desde lejos se podían distinguir los pequeños puestos, uno tras otro, de ventas de lechona rellena. Dos cuadras en las que solo se consigue el rico cerdo horneado. En el horizonte se veía el cerro La Loma, lleno de ranchos que me recordaron los cerros caraqueños, bañado con una hermosa luz entre rosa, naranja y lila del atardecer.

Al empezar a recorrer el lugar, comenzaron a ofrecernos tenedores de plástico atapuzados de mambo17relleno de lechona para probar. En cada uno de los puestos nos dieron su preparación pudiendo verificar que, como el ajiaco, cada familia tiene su propia forma de prepararlo y su sabor y sazón particular.

Al terminar la especie de cata, no hallábamos por cual decidirnos. Una simpática señora ya casi al final del recorrido, con coquetería y zalamerías trataba de conquistarnos para que optáramos por su lechona.

Fue ella quien me dijo que en el cerro La Loma que está frente a la zona de las lechonas, no entra nadie que no sea de allí. Es un lugar peligroso.

-Allí hay una iglesia muy linda a donde, lamentablemente, no podemos ir. En ese matorral que se ve allí, en toda esa zona verde, cada nada aparecen cadáveres. Ayer, consiguieron uno que tenía

Lechonerías de la Avenida Caracas

Lechonerías de la Avenida Caracas

días muerto, envuelto en vendas como una momia. Son indigentes y drogadictos que los matan en otros sitios y los depositan allí.

Ni las historias ni la zalamería de la cocinera nos convencieron de comer allí la lechona, a pesar de tener buen sabor. Nos decantamos por un puesto unos 3 locales más allá, cuyo sabor y textura nos había gustado más y cuya piel estaba más seca y tostada.

A primera vista la cosa impresiona. Ver esos cerditos dorados por las doce horas de horno que llevan, con sus hocicos como sonrientes y algunos incluso

María Edith Pinzones, lechonera de tradición.

María Edith Pinzones, lechonera de tradición.

adornados con lazos en las tostadas orejas, es una visión que un vegetariano o activista de derechos de los animales no podría tolerar sin lanzar piedras de protesta. Pero a quienes somos carnívoros y tragones, la impresión se nos pasa al degustar el rico sabor de la carne tierna del léchón, sazonada con especias, guisantes y horas de cocción.

El puesto que escogimos era el de María Edith Pinzón Licht, una mujer que heredó el negocio y la sazón de sus padres y éstos a su vez de los suyos. Es un negocio de tradición familiar y María Edith lo atiende con orgullo y cariño. Pedimos la ración más pequeña para cada uno. La que costaba 5 mil pesos acompañada de arepas. De tomar, una gaseosa colombiana. La cocinera nos mimaba y contaba su historia.

-En realidad, lo que a nosotros más nos interesa, es que nos contraten lechonas para fistas y cerdaeventos. El puesto sirve para el diario y para que la gente pruebe nuestro producto, pero el grueso del negocio está en que nos contraten lechonas de 400 raciones o más -Nos explicó-.

María Edith nos confirmó la historia que la otra lechonera nos dijera sobre los cadáveres que aparecían en La Loma:

-Sí. Son indigentes por lo general, delincuentes y drogadictos que azotan algunos lugares y a los que mandan a eliminar los vecinos de las zonas. Es una «limpieza» por encargo.

Es de esas historias que aparecen a diario en las páginas rojas de lo periódicos y que siembran en muchos el conflicto moral entre los derechos humanos de esas personas víctimas de «la limpieza», y el derecho a la vida y seguridad de unas 50 o más personas que posiblemente perezcan víctimas de esos delincuentes linchados. ¡No es fácil!

Para pasar un poco el mal trago de la conversa, María Edith apareció con sus manos a la espalda, escondiendo algo, y nos dijo:

-Le voy a hacer un regalo. Pero lo voy a rifar. Me van a decir un número del 1 al 5 y quien acierte se lobogota12 gana. Lo voy a anotar aquí para que no crean que hay trampa.

-El tres -Dijo Cristian inmediatamente y, sorprendida, María Edith nos mostró que efectivamente ese era el número ganador. El premio: una linda cochinita rosada de barro, una alcancía de largas y coquetas pestañas pintadas.

Al despedirnos de María Edith, volví a dar una mirada a la lechona en su bandeja y no pude evitar imaginar los ojos brillantes de Luis Brito, el querido fotógrafo, fanático de los chicharrones y patas de cochino, dando brincos de lechonería en lechonería, emocionado como niño en una juguetería. La calle 26 de la avenida Caracas de Bogotá será, sin duda, una visita obligada para el Gusano cuando en noviembre vaya a la inauguración de su muestra en el Mambo.

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Bogotá 4 – Cerro Monserrate: http://wp.me/p2UoX7-1Lh
Bogotá 5 – Del parque temático Maloka a la historia de “La Guajira”: http://wp.me/p2UoX7-1M9
Bogotá 6 – Desde Quinta de Bolívar hasta Fundación Fernando Botero: http://wp.me/p2UoX7-1Md
#Bogotá 7 – Una catedral de sal en Zipaquirá y una excelente actriz en Pharmakon.: http://wp.me/p2UoX7-1Os
Bogotá 8 – Museo de Arte Nacional y “Crimen y castigo”: http://wp.me/p2UoX7-1Py
Bogotá 9 – La Zona Rosa de Bogotá de la mano de Idania: http://wp.me/p2UoX7-1PU

Museo de Arte Nacional y «Crimen y castigo»

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Una mañana de mis días en Bogotá, salí a la calle decidido a encontrar el Museo de Arte Moderno para cumplir con un encargo que me hiciera el amigo Luis Brito.

El viaje estaba por terminar y entre una cosa y otra, no había podido hacer la diligencia encomendada. Ese día, autoengañándome, dije: «Hoy voy directo al Mambo», un lugar que, además, parecía que jugaba al gato y al ratón conmigo pues -cosa rara porque en Bogotá normalmente me ubicaban bien al preguntar-, cada persona a la que consultaba el paradero del museo, me mandaba a una coordenada diferente.

Por la calle, a la altura de la torre Colpatria, el edificio más alto de Bogotá y que de noche tiene un impresionante juego de iluminación,IMG-20130927-13359 tropecé con un policía a quién le pregunté si sabía la dirección. No supo decirme y, quien iba a su lado, al parecer por su uniforme de gala, un militar, terció diciendo:

-El de Arte Moderno no sé dónde está, pero si le interesan los museos, aquí cerca está el Museo Nacional que es muy interesante. Vaya que le gustará lo que encontrará allí.

Sorprendido por la amabilidad del militar y agradeciendo su sugerencia, pensé: «Bueno, pues ya que estamos cerca, ¿por qué no aprovechar?». Posponiendo, una vez más el mandado de Brito, enfilé camino al Museo Arte Nacional.

Tenía razón el uniformado. El museo no solo es interesante, sino que es una visita obligada para conocer tanto de arte colombiano como de historia de Colombia. Es un sitio para visitarlo con calma y concienzudamente, con más tiempo IMG-20130927-13531del que yo disponía, sin duda, para poder captar el gran volumen de información que posee.

En una de las salas bajas había una exhibición de «Dioses, mitos y religión de la antigua Grecia» que recién acababan de inaugurar y en otra sala, con motivo de esa muestra, varias instalaciones interactivas con motivos griegos. Allí, sobre arena, escribí mi mensaje a Hermes manifestando el IMG-20130927-13380deseo de volver algún día a Bogotá.

Un grupo de escolares rodeando una piedra en mitad del pasillo de entrada me hizo parar a escuchar lo que les decía la guía. Se trataba de un meteorito caído en Colombia y que constituye la primera pieza adquirida por el Museo de Arte Nacional. A partir de allí comienza un profundo recorrido que merece ser re-visitado para conocer con detalle la historia de Colombia.

Entre las muchas piezas interesantes que tiene el museo, un cuadro me llamó la atención. Es una pintura de Botero en la que apenas se adivinan los trazos que más tarde definirían su estilo artístico y que, de no ser por la ficha técnica, muchos no se enterarían que es de él.

IMG-20130927-13376Casí tres horas en el Museo de Arte Nacional, resultaron pocas. Ya estábamos cerca de la hora cuando debíamos buscar a mi sobrina en el hotel y la última sala debimos verla apurados.

De nada nos sirvió el apuro. No hubo manera de llegar a tiempo. Más de una hora dando tumbos por La Candelaria para ubicar el Hostel en el que se hospedaba y no dábamos con el lugar. Hasta un locutorio fuimos a dar para buscarlo en Google Maps y el sitio parecía no existir. Luego de mucho patear y preguntar, muertos de hambre, por fin, conseguimos la bendita pensión «Chocolate», una bonita y bien atendida casa, a precios solidarios. Recomendable para quienes no buscan lujos en un hospedaje y quieren estar bien ubicados.

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Un cuadro de Fernando Botero en el Museo de Arte Nacional

Como el hambre apretaba, decidimos comer por allí mismo, en La Candelaria, en el primer sitio que se nos atravesara. Entramos a un lugar de crepes del que salimos porque, primero, no mostraron la más mínima disposición para ayudarnos a conseguir un enchufe en donde pudiéramos poner a cargar las casi fenecidas baterías de los teléfonos (inconcebible, un restaurante en estos días que no le ofrezca ese servicio al turista), y, segundo y más importante, no aceptaban tarjeta.

Muy cerca del lugar de las crepes, había un restaurante de carnes estilo cadena americana llamado Toro Burguer y decidimos probar suerte. Encontramos los ansiados toma corrientes y tenían punto para tarjetas de crédito. ¡Ese era el lugar!

La atención fue bastante deficiente pero comimos un rico lomo de cerdo grillé, dorado por fuera y jugoso por dentro, acompañado de papitas criollas y arepitas. Realmente delicioso. De postre una rica torta de chocolate para compartir.

Luego de comer, paseamos un rato por La Candelaria mientras hacíamos tiempo para la hora de la función de teatro, por allí mismo. La Candelaria siempre resulta una buena opción para pasar el tiempo pues en cada esquina lo sorprende a uno con alguna actividad callejera, música, danza, o es divertido observar el ir y venir de gente a toda hora.

La sede del Teatro Libre de Bogotá es una hermosa, vieja y bien conservada casa de la zona, con un ameno café bar en lo que en su tiempo fue el patio central.

IMG-20130927-13426El lugar fue acondicionado para funcionar como escuela de teatro y, al fondo, adaptaron un espacio con un aforo de 250 butacas y un escenario para las representaciones teatrales. La obra era «Crimen y castigo», una adaptación de la célebre novela sicológica de Dostoievski, hecha por Ricardo Camacho, quien a su vez dirigió la puesta en escena.

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Foto tomada de primiciadiario.com

El montaje fue sencillo. Una puesta que sin mayores recursos efectistas se centró en el texto y en las excelentes interpretaciones de los actores. La adaptación de Camacho de la novela de Dostoievski es de ese tipo de teatro que le demuestra al espectador que para disfrutar de un espectáculo, son suficientes un buen texto y una buenas actuaciones. No hacen falta grandes escenografías ni ingeniosos efectos especiales.

Solo tres buenos actores en escena, dos de ellos encarnando acertadamente varios personajes y una buena y bien adaptada historia de tipo sicológico y de misterio, bajo una atinada dirección bastan para que uno salga satisfecho del teatro, contento de haber presenciado un espectáculo de calidad y dispuesto a pasar una rica noche de sueño reparador para salir a conocer al día siguiente toda la zona rosa de Bogotá.

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Ha pasado un ángel…

 

 

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“¿Recuerdas a Eleonor Rigby?” Llamó Luis Brito a su muestra de ángeles de camposantos en homenaje a Lennon. Una canción que habla de soledad, de fe, de desamparo… de muerte:

«Mira toda la gente solitaria
¿De dónde vienen todos?

Mira a toda la gente solitaria
¿A dónde pertenecen?»

… Desde los tiempos de la antigua Roma, cuando en algún momento se produce un silencio abrupto, se dice: «ha pasado un ángel».

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Estando en El Cairo, Luis Brito, tomaba su desayuno en un restaurante, el 9 de diciembre de 1980, cuando escuchó la noticia de que cinco disparos dejaron, la noche anterior, sin voz a John Lennon. El fotógrafo tomó su cámara y salió, tras el último bocado, movido por el subconsciente, a buscar a ese ángel que surcó el cielo en el momento cuando la voz del Beatles se apagó repentina, abrupta e irremediablemente.

De allí nace la serie de los ángeles. De esa impresión que produce el primer contacto con la muerte. Lennon fue el primer «familiar» que se le murió a Brito. Con su asesinato, Tánatos se acercó por primera vez a las emociones del joven fotógrafo.

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Los Beatles eran sus hermanos, sus compañeros. A cualquier parte del mundo que fuera, allí estaban ellos. Su música sonaba por doquier. Eran sus compinches, sus compañeros de viajes. Esa mañana, uno de ellos se había marchado para siempre sembrando en el fotógrafo la inquietud por lo efímero de la vida, la impresión de la fatalidad y la incertidumbre por la implacable parca.

Al cementerio de El Cairo llegó con su sensación de luto y soledad a exorcizar sus fantasmas con la cámara. Venciendo sus propios prejuicios contra el uso del color en la fotografía, optó por llenar sus imágenes con un intenso y dramático cielo azul. Fue un momento de rupturas y de inicios.

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Pero, ¿es realmente color lo que se aprecia en las imágenes de los ángeles? ¿O es solo un guiño del fotógrafo, un engaño, para hacernos creer y, creer él mismo, que está irrumpiendo en el uso del color en la imagen, cuando en realidad está solo versionando el blanco y negro?

Si observamos con detenimiento, la serie de los ángeles es como un sucedáneo de su trabajo en blanco y negro. El intenso azul toma el lugar del dramático negro pero no se puede hablar de abundancia del color.

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A las fotografías de los Ángeles de El Cairo, le siguieron instantáneas captadas en cementerios de Valencia, Buenos Aires, Maracaibo, Roma… Para el fotógrafo de Río Caribe es muy importante conocer los cementerios de las ciudades para profundizar en la cultura de los seres humanos que las habitan. Los hombres se retratan en la manera como se relacionan con sus muertos.

Las imágenes de la serie rompen con los convencionalismos de la fotografía. Son des-estructuradas. ¿Quién dijo que el sujeto fotografiado siempre debe estar en el centro? ¿Dónde se encuentra el punto de fuga? ¿A dónde fue a parar el horizonte?

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Los ángeles, sin dar referencias de lugar, parecen interrogar el firmamento. Cada imagen es una crónica del desamparo y la soledad. Un relato del dolor tras el clic de quien se interroga por el sentido de la vida y clama al cielo por respuestas. El infinito cielo azul es evidencia de lo pequeño que es el ser humano y lo finita que es la vida. Esa vida que se fuga como parecen fugarse los ángeles del encuadre.

Ante tan contundentes sensaciones y emociones, pierden toda importancia las nociones del lugar y el momento. La soledad, como el cielo, es igual en todas partes del mundo. No hace falta poner un territorio al firmamento, como no es necesario darle ubicuidad a la soledad. De allí que las fotografías no tengan referencias a lugar o fecha.

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Los ángeles de Brito hablan de una soledad sin desahucio. Es la soledad de quien sufre un dolor pero se aferra a una fe, para no sucumbir. De quien enfrenta un momento crucial en su existencia.

Arriba hay un cielo y, al final, eso es lo que importa. Es lo que da la fuerza para no caer, para no paralizarse, para no rendirse. Es la fe, la creencia en un «algo más», lo que se desprende de las imágenes. La certeza de que la respuesta a preguntas y plegarias debe llegar.

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Es un sistema de fe, el de Brito, poco convencional, como su fotografía. Construido a partir de sus inquietudes y necesidades. Es la fe de quien se crió en un pueblo cuya vida circulaba alrededor de «la religión, la locura y la muerte» y cuyos miedos y dudas lo hicieron rechazar la Primera Comunión hasta bien entrada la adultez. De quien logró construirse un sistema de creencias con el que compensó sus vacilaciones ante la religión. Brito se forjó una fe particular, formada y fortalecida con su recorrido vital y espiritual.

Locura, religión y muerte son constantes y recurrentes en el trabajo de Luis Brito. Son el leitmotiv en sus imágenes. Y, en el medio de todo, la belleza. La insaciable búsqueda de la belleza. La sensibilidad del fotógrafo le ha permitido, como se ve en esta serie de ángeles, extraer lo hermoso hasta de los más dolorosos sentimientos y eventos y plasmarlo en imágenes que perturban y conmueven.

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La Velada de Santa Lucía dijo adiós

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Los ángeles de la fuente con la imagen de la Santa y Mártir Lucía al tope nos reciben vestidos de naranja y con las cuatro letras de la palabra “AMOR” estampadas. La plaza y la calle 2 se encuentran atestadas de gente y artistas. La brisa fresca que circula entre el gentío nos evita el sofoco y se agradece.

En algún punto de la plaza un hombre de turbante dentro de un cuadrilátero de cuerdas con fotografías colgantes y con el fondo musical del saxo IMG-20130301-11444tocando jazz dan testimonio de lo que será un performance para criticar las guerras y el fanatismo. Más allá, una chica muestra su desnudez cubierta con un maquillaje corporal de vegetación a manera de estatua viviente que hace homenaje a natura y frente a ella pasean hombres vestidos de payasos.

La gente recorre el lugar, observa con atención las diferentes manifestaciones artísticas de calle. Algunos ríen, otros se burlan, otros más no parecen comprender muy bien de qué va la cosa, pero el lugar continúa llenándose de gente que viene a la que será la XIII Velada de Santa Lucía y la última edición del evento.

Entre la multitud se ve a una pareja vestida de blanco quienes protestan por el maltrato a los animales y las corridas de toros y a su lado, una estatua viviente de una madona con el niño. Son las 9 de la noche y la velada se encuentra a tope.

IMG-20130301-11453Frente a la casa dónde Clemencia Labin, creadora y promotora del evento, se aglomera la gente a la espera que la artista realice su performance, este año inspirado en una imagen de un cuadro de Santa Clemencia, cuyo contenido se reproduce en el medio de la sala a manera de altar. La hilera inamovible de gente frente a la puerta de la vivienda me indican que será prácticamente imposible entrar y ver la actuación de la Labin, por lo que, entre empujones y pisotones me decanto por ir a ver lo que exhiben las demás casas que participan de la velada.

Una mujer realiza una actuación en la cornisa de una de las casas de la calle 2 de Santa Lucía y entre la multitud circulan zanqueros con coloridos trajes y se encuentran diversas estatuas vivientes junto a las cuales la gente trata, en  muchos casos infructuosamente, de sacarse fotos. En la transversal hay todo un “happening”. De unas cuerdas guindaron una inmensa turbina que expulsa espuma de jabón a borbotones y la gente se divierte jugando entre las pompas de jabón.IMG-20130301-11454

A la entrada de la calle, frente a una improvisada carpa de quiromántica y como ajena a la algarabía de la espuma tras de ella, una gitana sentada en la acera parece esperar su próximo cliente en busca de su destino.

Entro a una de las casas y me recibe el rítmico sonido de la gaita zuliana a todo volumen con una exposición fotográfica sobre El Zulia, su arquitectura, sus paisajes y su gente. En la parte trasera de la vivienda han hecho una instalación en la que se critica y denuncia la situación de la frontera venezolana en la actualidad con el contrabando de gasolina y los productos alimenticios de la cesta básica hacia la hermana república de Colombia. La instalación deja plasmado cómo la tortilla se ha dado vuelta, el peso ahora vale igual o más de lo que hace 20 años valía el bolívar, ya Maicao y Cúcuta han dejado de ser una opción para los venezolanos de  comprar productos económicos. Ahora son los colombianos los que buscan en Venezuela los artículos baratos que podrán revender en su país con jugosas ganancias.

En la casa 89B20 Marco Montiel-Soto aglomera innumerables objetos reunidos en una instalación de denomina “Arqueología en la memoria de las familias de Santa Lucía”. Todo un trabajo en el que el artista IMG-20130301-11470hurgó en cada hogar de la barriada recolectan cuadros, fotografías, lámparas, muñecos, cerámicas, muebles… Toda una serie de objetos que al juntarlos en una sola muestra parecen conformar lo que sería la memoria colectiva de “El Empedrao”, con todo la carga kisch que el barrio puede. En el centro de un sofá, frente a la compilación de diversas “Ultimas Cenas” de los hogares de Santa Lucía, un muñeco de trapo hecho a imagen de Jesús, da pie para que a su lado se ubiquen 12 muñecos más de trapo y peluche a manera de Última Cena, esa manida imagen que parece imprescindible en los comedores de las casas de la barriada. Y casi a la salida, entre el abarrotamiento de objetos, nos sorprende un cuadro cinético religioso que nos muestras 3 imágenes diferentes de santos dependiendo del ángulo desde el cual se observe.

En la calle 2 se ve la ropa blanca colgada en cuerdas para secarse al aire y al fondo la iluminada iglesia de Santa Lucía. La gente va y vuelve, recorre las casas, conversa. Es una ocasión en la que uno se consigue con amigos que tiene tiempo sin ver. Algunos que solo vemos cada año en la celebración de la velada.

En baño de otra vivienda, las fotografías de gente bañándose decoran la pared de la ducha en una sencilla e interesante instalación y frente a estas unas muy buenas tintas chinas se superponen a la desconchada pared. También vemos escultóricas sillas hechas con papel maché y en el porcheIMG-20130301-11486 de una vivienda una pareja de esculturas hechas de envoplast parecen conversar y pasar la noche recibiendo el fresco a la luz de la anaranjada e inmensa luna que comienza a asomarse tras los aleros de las casas. Mientras en el muro de una de las viviendas una imagen de santa Lucía estampada en la pared se apresta a recibir en “post it” autoadhesivos las peticiones de los observadores en una instalación que parece re-construirse minuto a minuto a fuerza de fe.

En la puerta de la casa del profesor de inglés, me detengo un rato a contemplar el video que se proyecta en la pared de la sala dormitorio del alcoholizado maestro. En el muro se contempla y oye al viejo, con una gracia particular, dictando sus clases de inglés. En la mitad del lugar se ubica la cama del instructor donde el anciano profesor se encuentra sentado junto a su bastón de IMG-20130301-11503aluminio. Su sonrisa sin dientes y mirada extraviada, a ratos, parece tropezar con la de alguno de los curiosos que se aglomeran en la puerta y ríen por lo bajito. Cómo cada año, salgo de esa casa con una sensación de presión en el pecho y espantando la depresión que se cierne sobre mí, pensando en si es el alcohol, la soledad, el karma o qué otro extraño sino lo que hace que una persona pueda terminar en semejante situación.

Las palabras impresas en el muro de la casa donde Clemencia Labín hizo su performance, justo la pared detrás del altar de Santa Clemencia, ubicadas junto a una sencilla y conmovedora instalación de pañuelos blancos, me sacan de la amenaza de depresión y me reconcilian con lo que acontece en la tumultuosa noche de velada.

La Velada de Santa Lucía, luego de trece ediciones, se despide. No se puede decir que haya cerrado con broche de oro porque, en realidad fue un final de fiesta un poco flojo, con más de lo mismo que hemos contemplado durante las últimas ediciones. Los artistas y creadores participantes pareciera que se quedaron en la zona de confort. Descubrieron lo que les funcionó en una primera oportunidad y se quedaron allí asumiendo muy poco riesgo en los sucesivos eventos.IMG-20130301-11517

La Velada da la impresión de que dio todo lo que tenía que dar y sus organizadores sabiamente lo percibieron y decidieron cortar por lo sano. De ahora en adelante, todos los primeros días de marzo, extrañaremos la fiesta del arte de la Calle 2 de Santa Lucía, recordaremos los gratos momentos que nos hizo pasar y esperaremos que surja en algún lugar y en algún momento un evento que nos mueva las simientes como lo supo hacer durante varios años la reunión de marzo en “El Empedrao”.

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X Velada de Santa Lucía. Toda la calle 2 para el arte

Ecos de La Velada de Santa Lucía. La Posición de Silencio

XI VELADA DE SANTA LUCIA

La XI Velada de Santa Lucía en el lente de Fernando Bracho

XII Velada de Santa Lucía ¿Llegó la hora de revisión?

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Arte, danza-teatro, sudestada y patanería argentina

Foto: Cristian Espinosa

Desde la mesa del Monet, a través del cristal, podemos ver como la lluvia arrecia y el viento sopla con fuerza. Lo que se ha desatado es un verdadero aguacero.

Aprovechamos el wi fi del lugar y nos conectamos para saber qué está sucediendo y comunicarnos con la familia. Las noticias no son muy alentadoras. Desde Uruguay, mi hermana Yandira nos dice que la tormenta que se ha desatado en Montevideo no es normal. Es la llamada sudestada, un fenómeno climático que hace que se desate la furia de la lluvia y los vientos fríos que vienen del sur en el cuadrante del sudeste, que puede ser de mayor o menor intensidad, pero que en esta oportunidad es tan fuerte que ha impedido que los barcos desde Colonia zarpen hacia Buenos Aires.

-Dicen que hoy no saldrán barcos por el temporal, averigüen a ver qué les dicen allá en Buenos Aires- escribe Yandy-. Si pueden. vayan a Galerías Pacífico que lo tienen cerca porque con la lluvia no es mucho lo que pueden hacer.

Foto: Cristian Espinosa

Aprovechamos que ya hemos almorzado y que la lluvia parece dar un respiro y, con una persistente garúa, caminamos hasta el lujoso centro comercial.

El lugar es lujoso y cuenta con las mejores franquicias y marcas pero, como ver tiendas no es precisamente lo que más me gusta hacer, y menos aún si no tengo dinero para gastar, decidimos sentarnos en las mesas de la feria de comida y aprovechar el wi fi. Queremos saber qué sucederá con el regreso a Montevideo. Busco los boletos para saber los números de teléfono de la compañía y llamar a averiguar.

Corro a buscar un teléfono público para llamar al Buquebús, la compañía de transporte, las monedas se consumen con la grabación de la compañía diciendo que están ocupados y que ya me atenderán. Al final, logro comunicarme, justo con el último peso que tengo sencillo, y la operadora me dice que espere un momento, pasan los minutos, el tiempo de llamada se consume la moneda y quedo igual que antes de llamar. Sin información.

Decido no preocuparme pues no es mucho lo que podré hacer. La información que llega desde Montevideo es la misma. Lo único que sabemos es que no se sabe nada con certeza. Entonces, tomando en cuenta que son las 6 de la tarde y que nos queda mucho tiempo de espera, hacemos caso del consejo de Yandy y nos enfilamos a buscar el Centro Cultural Borges, que tiene sede en el Galerías y ver qué actividad ofrece para pasar el rato de encierro involuntario por el temporal.

En la sala de exposiciones hay una exhibición de esculturas del artista plástico argentino  Hernán Guiraud llamada “El espacio holográfico”, piezas de mediano formato que a primera vista me recuerdan un poco el trabajo de Rafael Barrios, pero tras una mirada más detallada, observo que, a diferencia del escultor venezolano, las obras de Guiraud están hechas todas en blanco o negro y forman figuras cuyos pliegues dejan

Foto: Cristian Espinosa

orificios a través de los cuales se ve de fondo la realidad circundante. Cada artista tiene un manejo particular del espacio y del volumen que le da a sus piezas la connotación única y original. Un trabajo realmente interesante que juega con la luz y el espacio.

En la sala contigua, hay una exposición colectiva de pintura y en la parte de artes escénicas, el Centro Cultural está presentando espectáculos de tango durante toda la semana.

Así es la vida, llena de coincidencias y casualidades. Cuando iba en el autobús que nos llevaba al hotel, el día que llegamos a Buenos Aires, ya cercanos al obelisco, vi una gigante pancarta colgando de la fachada de un edificio con una hermosa fotografía, tomada cenitalmente en blanco y negro, de una pareja bailando tango, que me llamó la atención. Cada vez que pasaba frente a la pancarta me decía: “sería bueno averiguar sobre ese espectáculo para irlo a ver”, pero entre el ir y venir y una cosa y otra, se me pasaba y no averiguaba nada.

Casualmente, al revisar los carteles en el Borges, resulta que uno de los afiches tiene la fotografía de la pancarta y, coincidencialmente, el espectáculo que corresponde para la fecha es el “ConCiertoTango”, justamente la pieza que se anuncia con la foto de la pareja tanguera.

Averiguamos costo, horario y tiempo de duración de la obra. Todo indica que podemos ver la pieza y estar a tiempo en el hotel para cuando nos busque el transporte que nos llevará al puerto. Solo un pequeño inconveniente: no tenemos pesos y en el teatro no aceptan dólares ni tarjetas de crédito. ¡Bendito control de cambio de estas economías “cubano-socialistas”!

Por fortuna, la chica de la taquilla me informa que en la planta baja hay una casa de cambio. Nos enfilamos hacia allá, todavía faltan unos 40 minutos para la función, así que tenemos tiempo de sobra.

En mitad de uno de los pasillos del centro comercial, hay una pequeña taquilla  que parece una  pecera con dos chicas que atienden al público que desea cambiar dinero. Cambiamos lo necesario y, sin darnos apenas cuenta, terminamos hablando con la rubia que nos atiende del control cambiario y de la política. La chica está indignada con las declaraciones de Cristina Kirchner en las que decía que un argentino podría perfectamente comer con 6 pesos, 1,50 dólar a cambio oficial y 1,00 del mercado negro.

-¡Imagínense que la diferencia entre los dos tipos de cambio es de dos dólares! –dice alarmada.

Cuando le contamos que en Venezuela la diferencia entre ambos tipos de cambio es de 8 porque mientras un dólar oficial cuesta 4,30; el del mercado paralelo va por 12; no lo puede creer.

-Cuando comenzó el control de cambio en nuestro país, la proporción era similar a la actual de Argentina –le comento-. Ahora está por las nubes y hay gente que vive sin trabajar, que se ha hecho rica exclusivamente haciendo negocios con las divisas.

Trato de que la chica entienda más o menos cómo es el negocio de los dólares en Venezuela y es cuando me entero que en Argentina, cuando un ciudadano va a viajar, el gobierno les autoriza la cantidad de divisas que dispondrá diariamente y que no excede de 100 dólares por día, entregados en la moneda del país al que se viaja. Es decir, no es como en Venezuela que otorgan dólares o euros, de acuerdo al caso. Si viajas a Colombia, te dan el equivalente de lo aprobado en pesos colombianos, a Venezuela en bolívares y así respectivamente.

-Un señor que iba a viajar por motivos de salud, no pudo hacerlo porque lo que le otorgaron fueron 20 dólares diarios –cuenta la chica-. Yo creo que tendremos que irnos de este país. Ya estoy viendo qué haré el año que viene cuando termine los estudios, porque creo que aquí no tenemos futuro.

Ella, como tantos en Venezuela en estos 14 años de “revolución”, está programando su plan B: Emigrar.

Lo único que se me ocurre decirle es que, si se piensa ir, empiece a organizarlo todo para hacerlo lo antes posible porque emigrar no es fácil y debe prepararlo todo para que la salida no sea improvisada y la realice en los mejores términos.

Finalizamos el trámite cambiario y, de vuelta a la planta alta para comprar nuestras entradas para el “ConCiertoTango” que en pocos minutos comenzará.

La obra es un espectáculo de danza-teatro con proyección de videos y cuenta 3 historias de amor en diferentes tiempos a través de 3 parejas encarnadas por los mismos actores, Alida Orlando y Claudio Bameix. La producción es más bien modesta, en  contraste en con la fastuosa promoción vista por toda la ciudad. Es puro sentimiento, con historias bien actuadas y mejor bailadas, que nos ubican en diferentes épocas y lugares para narrarnos los encuentros y vivencias amorosas de las parejas protagónicas. Alida y Claudio bailan el tango sin enrevesadas piruetas ni movimientos de contorsionistas pero con verdadera pasión y sentimiento y el apoyo de los videos se hace imprescindible para ubicarnos en el tiempo y espacio de la narración.

A eso de las 9 y media de la noche, termina la función y nos dirigimos a pie hacia el hotel. Por fortuna, ya no llueve. El fuerte temporal ha amainado y aunque las calles aún acusan las largas horas de lluvia intensa, el clima está fresco y agradable. Paramos en un restaurante a comer algo porque el servicio de comida del Buquebús no ofrece nada muy bueno y no queremos pasar toda una noche de hambre hasta llegar a Montevideo.

En el restaurante, una vez más, tenemos la perfecta muestra de que el argentino no anda con apuro ni estresado. Por más que le indicamos al mesero que, por favor nos sirva tan rápido como pueda pues andamos con el tiempo justo, el servicio se tarda lo que se tiene que tardar. Cuando llega mi carne guisada con vegetales y la copa de vino tinto, le indico al hombre que, por favor, nos vaya trayendo la cuenta de una vez para no perder más tiempo. Es inútil, ellos no entienden lo que es tener el tiempo justo y estar apurados.

Terminamos de comer y, finalmente, tengo que acercarme hasta la caja para pagar porque, efectivamente ya estamos sobre la hora y si no nos apuramos, no llegaremos a tiempo al hotel para tomar el autobús que nos llevará al terminal marino.

Caminamos a la velocidad que nos dan los pies. Son las 10 y media, la hora cuando se supone que el bús nos buscará y aún estamos a unas cinco cuadras del hotel. Cuando cruzamos el umbral de la puerta tropezamos con un hombre que va de salida. Resultó ser el conductor que ya no nos iba a esperar más. Corro tras él. Lo alcanzo y regresamos hasta el lobby del hotel para recoger las maletas. En el camino, le comento al chofer que me habían dicho que no saldría el barco.

-Es que no saldrá –dice-, pero mis instrucciones son recogerlos y llevarlos hasta el terminal y allá les explicarán lo sucedido.

Mi olfato me dice que algo no terminará bien. Tomamos nuestro equipaje y nos vamos en el autobús hasta el terminal de Buquebús. Somos los últimos en subir, pedimos disculpas por la tardanza y tomamos vía al puerto.

Al llegar al terminal, ya cerca de las 11 y media, un trabajador de Buquebús nos recibe en la puerta:

-La situación es esta: hoy no han salido barcos debido a la sudestada y el de ustedes de la 12 de la noche, tampoco saldrá. Entonces, tienen dos opciones: Una es pasar la noche aquí en la estación y aguardar hasta mañana para ver si zarpan barcos. La otra es que vengan con nosotros a un hotel que conseguimos y que cuesta 70 dólares la noche. Ustedes deciden.

Me molesta un poco la actitud de tipo y le comento que no nos están ofreciendo ninguna solución porque pasar la noche en un banco de estación o pagar 70 dólares por un hotel no son opciones. Le explico que así como los argentinos tienen control de cambio, en Venezuela también y no podemos disponer con facilidad de 70 dólares para pagar una noche de hotel cuando en el paquete que yo había comprado para ir a Buenos Aires, la noche adicional costaba poco más de 50 dólares.

Entonces, la famosa patanería del argentino, por primera y única vez en todo el viaje, se materializa en el funcionario de la empresa naviera:

-Bueno, eso es lo que podemos ofrecerles. Si les gusta bien, si no ustedes verán qué hacen. Los que estén de acuerdo en venir al hotel, síganme para hacerles el cambio de boletos.

Le insisto en que no nos está ofreciendo verdaderas opciones, que si bien es cierto que el temporal no ha sido culpa de la compañía, sí lo ha sido la forma como manejaron la información, que bien podrían habernos ubicado temprano e informarnos de la suspensión del viaje para poder tomar previsiones y no llevarnos a la estación y dejarnos botados allí a las 12 de la noche.

El hombre hace gala de su grosería, voltea y me deja con la palabra en la boca diciendo “si no estás de acuerdo ve cómo resuelves. Vengan conmigo los demás”.

Así que allí estamos Cristian y yo, a medianoche en el terminal de Buquebús de Buenos Aires abandonados a nuestra suerte. Llamo a mi hotel para ver si puedo tener la noche adicional por el precio convenido al comprar el boleto en Montevideo y me dicen que la noche cuesta 180 dólares, que el precio del paquete solo puede ser contactado por medio de la agencia de viajes. A las 12 de la noche, ni modo de comunicarse con la agencia, tal vez, si nos hubiesen avisado durante el día, algo habríamos podido hacer…

Conseguimos dos parejas que están en la misma situación que nosotros y comenzamos en grupo a tratar de resolver. Shirley, una uruguaya que está con su esposo de fin de semana, me comenta que incluso los de Buquebús ni siquiera daban garantía de que en el hotel donde nos iban a llevar hubiese habitación porque todos los pasajeros del día los habían llevado para allá.

Total, que la empresa se desentendió de nosotros y ni siquiera nos puso un teléfono, internet o transporte a disposición para resolver. Llamo a varios hostels con los números que me facilita una chica de información y, por fin, logro conseguir 3 habitaciones por un precio relativamente razonable.

Empieza el calvario para conseguir transporte que nos lleve al hostel. ¡No hay línea de taxis en el terminal! Consigo el número telefónico de una línea, con el último peso sencillo que me queda llamo y me dice la operadora que no pueden enviar unidades al terminal por razones de seguridad. Casi la una de la mañana y nosotros allí, a la buena de Dios.

Finalmente, salimos a la avenida y logramos encontrar un taxi en el que se van 3 de los seis que estamos juntos. Le pido al conductor que nos llame uno que nos busque a los otros y dice que no puede hacerlo por seguridad. Nos toca esperar allí ateridos de frío e impotencia a que la providencia nos mande una unidad que nos lleve a los 3 hasta el lugar donde, por fin, podremos descansar. En el camino, voy pensando en qué manera tan absurda y ridícula de terminar un viaje que había sido perfecto hasta este momento. No puedo dejar de dar gracias al Buquebús por no hacer el más mínimo esfuerzo por ayudar a sus pasajeros.

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