El blog de Golcar

Este no es un reality show sobre Golcar, es un rincón para compartir ideas y eventos que me interesan y mueven. No escribo por dinero ni por fama. Escribo para dejar constancia de que he vivido. Adelante y si deseas, deja tu opinión.

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Venezuela parece un desvarío onírico de Beckett

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Requisitos para sacar constancia de residencia

Yo es que ya no sé si lo que estamos viviendo los venezolanos es un enrevesado e interminable capítulo inédito de una novela de Kafka o si se trata de una pesadilla mía y que cuando despierte me daré cuenta de que estoy en diciembre de 1991, en pleno segundo gobierno de CAP, y el mal sueño no ha sido más que el resultado de los traumáticos ocho días que acabo de pasar en La Habana, sufriendo por la triste realidad que viven los hermanos cubanos a quienes se les va la vida entre burocracia, colas y escasez y soñando con la posibilidad de salir un día de la isla.

Pretendí ir al banco a abrir una cuenta corriente, para lo cual pregunté en Banesco cuáles son los requisitos para «aperturar» el instrumento bancario:

Los requisitos son, me dice un amigo, recibo de luz a tu nombre -ya empezamos mal, pienso, porque no tengo recibo de ningún servicio que llegue a mi nombre-.
El amigo de Banesco prosigue:
2 referencias personales con direccion y teléfono fijo de quien firma la referencia y copia de su  cédula de identidad -fácil, lo resuelvo con los vecinos-.
Continúa:
Referencia bancaria, si tienes.
Carta de residencia otorgada por la prefectura de tu parroquia, si no tienes ningún  recibo de servicios a tu nombre. -Esto ya me olió peor. Yo sé lo que es intentar sacar un documento en ese tipo de instituciones del Estado.
Pero ¡mantengamos el optimismo!
Copia de la cédula, -fácil, siempre que en el centro de copiado tengan papel y tonner para la fotocopiadora.

Con mi optimismo incólume,  me paré temprano y me fui a la prefectura para ver qué se necesita para sacar una carta de residencia que diga que yo vivo donde vivo y no que soy un vivo que dice que vive donde no vive para estafar y delinquir. Que en «revolución» todos somos sospechosos y tenemos que, varias veces al día, demostrar que somos decentes y no vulgares delincuentes, choros.

Afuera de la prefectura las habituales colas de gente para hacer diferentes trámites. Lo normal. Nada que a estas alturas del Socialismo del Siglo XXI asombre a nadie.

Pregunto qué hacer para sacar la bendita carta y me dicen que pase a una oficina y pregunte por Isabel.

El espacio es un rectángulo de unos 25 metros cuadrados con 4 escritorios y, contando a vuelo de pájaros, unos 6 empleados. Hay como 4 personas haciendo diligencias y detrás de los trabajadores se atiborran en el piso cajas con carpetas que llegan al techo. Pregunto por Isabel y esta me da un papelito con los requisitos para sacar la carta de residencia.
A saber:

1) Original y copia de la cédula de identidad.
2) Original y copia del Rif (Registro de Identificación Fiscal) actualizado.
3) Constancia de residencia emitida por el consejo comunal, condominio, dependiendo del caso.
4) Original y copia del contrato de arrendamiento debidamente revisado por la Superintendencia Nacional de Arrendamiento de Vivienda cuando el solicitante habite un inmueble en condición de arrendamiento y/o autenticado.
5) Original y copia del pago correspondiente a un servicio domiciliario, tales como electricidad, aseo, Hidrolago, gas, Cantv (del mes anterior a la solicitud)
6) Venir con dos testigos venezolanos con copias de cédulas que no sean familiares.
7) Si el solicitante de la constancia no tiene ningún servicio a su nombre debe traer una autorización y copia de cédula del dueño del inmueble.
8) Los recaudos aquí exigidos deberán ser consignados en su totalidad por el solicitante de acuerdo al caso en una carpeta marrón tipo oficio y sobre manila tamaño oficio, quedando estrictamente prohibida la tramitación de solicitudes cuando falle alguno de los requisitos.
NOTA: TODAS LAS DIRECCIONES DEL RIF, ELECTRICIDAD, CONSEJO COMUNAL O CONDOMINIO TIENEN QUE ESTAR IGUALES y correo electrónico del solicitante.

¿Ya pararon de reírse?  Yo todavía no.

Río por la rabia que tengo, porque a veces, si tengo esta ira y no me río, me provoca es buscar un cañón de futuro y salir a matar canallas, como diría el amigo Silvio.

Río porque en el 2011 fui al Bank of América de Boston y con mi pasaporte y 100 dólares pude abrir en 10 minutos mi cuenta bancaria.

Río, porque, sin ir tan lejos ni en un país del primer mundo, mi sobrina Astrid, en Uruguay, recién llegada y como inmigrante, para abrir su cuenta bancaria solo necesitó fotocopia de la cedula -documento que obtuvo con facilidad y sin traumas-, constancia de domicilio -que no es más que un recibo de servicio de la vivienda donde habita sin importar a nombre de quién esté ese recibo- y fotocopia del recibo del sueldo. Más nada. Sin desconfianza. Sin que sospechasen de ella. Sin tener que demostrar que ella no es una delincuente ni una estafadora, porque en los países donde las personas son tratadas como ciudadanos todo el mundo es inocente, decente, honrado, hasta que se demuestre lo contrario.

¡Me rindo!
No abriré la cuenta bancaria.
No tengo suficiente fuerza de espíritu para intentarlo.

Cómo quisiera que en efecto esto no fuese más que una angustiosa pesadilla. Que a las 6 y media de la mañana suene el despertador y me despierte sudoroso y con taquicardia pero en un país serio, en una Venezuela que me trate como persona, como ciudadano y no en esta república bananera y kafkiana que parece un desvarío onírico de Beckett, en donde abrir una cuenta bancaria o comprar un litro de aceite de maíz es una inenarrable proeza.

Golcar Rojas

El bachaqueo de cada día

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Ya no sé si es resistencia al cambio. Miedo a lo desconocido. Temor a enfrentar una nueva vida.  Una especie de resignación.

No sé si es por el correcorre de cada día tratando de obtener lo básico para subsistir. La pelea cotidiana por un kilo de leche, el litro de aceite, el paquete de pañales,  el medicamento que hay que tomar de por vida…

No sé si es que a pesar del pesimismo característico y del convencimiento de que esto no tiene pronta salida, uno guarda en el fondo una pequeña esperanza de que esto tiene que cambiar. Que, como dicen muchos, esto no hay quien lo aguante.

No sé si es que nos han puesto en el agua psicotrópicos, nos atapuzan de Haldol. Si es que hay una especie de Lexotanil en aerosol que nos rocían en las interminables colas sin que nos percatemos.

Tal vez es solo tozudez de uno. Terquedad. Obstinación.

Un poco de todo esto
tal vez, es lo que impide que uno agarre sus cuatro trapos y se largue a otro país sin importarle si va a barrer calles o a limpiar baños, pero correr a un sitio donde uno sienta que aún limpiando baños es más gente, más ciudadano que siendo un pequeño empresario en este país

Mantener un pequeño negocio en esta Venezuela “revolucionaria” es una proeza que cada vez se hace más cuesta arriba. Es una lucha constante contra todo y contra todos. Incluso a veces contra uno mismo o contra los que están en la misma situación que uno.

Cada día es una batalla a vencer. Se cierra a las seis de la tarde y no es para irse a su casa a descansar, al gimnasio, al Festival de Poesía para conocer a Rojas Guardia o a un cine. Uno cierra su negocio y sale a seguir batallando. El trabajo no se acaba con la bajada de la santamaría si uno quiere tener al día siguiente algo qué ofrecer a sus clientes. Ser comerciante aquí no es contar con una lista de proveedores y distribuidores a los que llamas o te visitan una vez a la semana o al mes. No.

El “bachaqueo” cotidiano se impone. La escasez y altos precios obligan a los comerciantes a salir a buscar alternativas que les permitan seguir funcionando e incluso tener ventajas comparativas para competir en el mercado. Mientras un distribuidor ofrece un producto a 150 bolívares más IVA, más pago de flete, uno puede conseguir el mismo producto con un precio final de 120 bolívares en un supermercado, o en un chino. Entonces hay que buscar el «resuelve», aunque el trabajo se multiplique.

Hacen 43 grados centígrados de temperatura a las 10 y media de la mañana cuando decidimos enfrentar el infernal tráfico de Maracaibo para atravesar la ciudad y llegar a Ferreagro mascotas, un negocio de venta al mayor de productos de ferretería, agropecuaria y pequeños animales a donde se llega luego de media hora o cuarenta minutos, si no hay trancón.

¡Gracias a Dios, el aire del carro está funcionando bien y los 43 grados de afuera son solo 36 adentro, según marca el termómetro en la consola!

Total que poco después de las once de la mañana, estamos en el mostrador del negocio. Queremos apertrecharnos de algunos medicamentos que no tienen los otros distribuidores y, especialmente, unos collares garrapaticidas que, como tantísimos otros productos, están desaparecidos desde hace meses del mercado y que nos llegó el pitazo de que aquí tienen.

Una ojeada rápida a los estantes y ¡la decepción! No hay collares. Con cara transida le comento a la vendedora del mostrador mi pena.

–Si tenemos. Es solo que no los tenemos exhibidos.

Entiendo. Esa es otra práctica que se ha hecho cotidiana en este país del “no hay”. Uno va a comprar un litro de leche y se siente como un delincuente. Como si estuviera comprando cocaína. Como si estuviera cometiendo un delito muy grave. Hay que pedirlo guillado. Susurrado. En el momento oportuno. Cuando no hay ojos y oídos de intrusos…

–Ok. Póngame cuatro cajas, por favor.

–No se venden más de dos cajas por persona.

Trago grueso. Pienso “No tardarán en poner aquí también captahuellas”.

–Bueno, ya estoy aquí. Póngame las dos cajas que me tocan.

–Pero se venden en conjunto con tres champús garrapaticidas Scooby cada caja.

La sangre empieza a hervir en mis sienes.

– ¿Scooby? ¡Pero si eso es un hueso! Yo los tuve en la tienda y prácticamente los tuve que regalar.

La ira me va ganando. Tengo que forzar una sonrisa para saludar a un vendedor que se acerca y a quien conozco de no sé dónde. Después del saludo sigo con mi descarga, esta vez alternando la mirada entre la chica que me atiende desde el principio y el “amigo” que se acercó.

–Pero bueno. Esto parece una empresa socialista. Un ministerio del gobierno. Cómo es posible que ustedes me racionen los productos y además me condicionen la compra a llevar los productos que tienen aquí abollados. O sea, este país definitivamente nos volvió locos a todos, no es solo la pelea contra las arbitrariedades del gobierno sino que cada uno de nosotros aprovecha para cometer sus propias arbitrariedades…

Tomo una bocanada de aire que me infla el diafragma para tratar de no levantar más la voz porque siento que ya estoy gritando. Llega un amigo de hace tiempo. Con una mueca que imita una sonrisa le doy la mano y lo saludo. Resulta que también trabaja en el sitio.

Retomo mi discurso. La chica tiene los dedos en el teclado a la espera.

–Deme las dos cajas y los seis champuses –Le digo y sigo con mi retahíla–. Yo entiendo que por la escasez ustedes limiten las cantidades que venden porque tienen que tratar de cubrir un poco las necesidades de todos sus clientes, pero si me limitan la cantidad, no me condicionen también a que me tengo que llevar los huesos. O una cosa o la otra, si llevo el hueso de ustedes pues entonces véndanme todos los que yo quiera.

Todos miran hacia otro lado. Yo hablo como el loco de la plaza a una audiencia que me ignora por completo. La chica me mira como diciendo “¿Qué más va a llevar?”

–Eso es todo. Yo pensaba hacer una compra más grande pero ante este maltrato no les compro más nada. Deme los collares y los champuses. Y eso por no perder el viaje hasta aquí.

Me dan el monto, voy a caja a pagar y luego a “Despacho” con la factura para que me entreguen los productos.

Mientras empaquetan mi pedido, tratan de justificar el atropello. La excusa es peor que el hecho. En un país regido por delincuentes, todos somos sospechosos. Limitan la cantidad porque «no saben para qué los quiere uno comprar».

Me limito a decirles que ellos saben muy bien que maltratando a quienes trabajamos honestamente no se solucionará el problema del contrabando. Quien va a contrabandear sorteará esas trabas y conseguirá adquirir los productos para seguirlo haciendo.

Encogida de hombros. Silencio.

En una bolsa me entregan los seis champuses. No veo los collares.

– ¿Y los collares?

–Esos los busca al salir, por almacén.

Me olvidaba de que lo que estoy es «cometiendo un delito» y no comprando. Debo ser discreto. Tomo mi bolsa y salgo a buscar los collares en “Almacén” para terminar de largarme.

Como estamos cerca del mercado de mayoristas, decidimos acercarnos hasta allí para ver si conseguimos alpiste y semillas de girasol que hace tiempo se acabaron y no hemos conseguido más.

En una época, le compraba esas semillas a una agropecuaria que me las llevaba hasta mi tienda. Pero una vez me despacharon un bulto que me costaba 3 mil 500 bolívares y la factura era por mil 500. Sí. Ellos que se ufanaban de ser socialistas, se cubrían las espaldas con lo del “precio justo”, cobrando un monto y facturando otro mucho más bajo. Al final, la culpa de la “especulación” sería del detallista. Devolví el saco y se acabó nuestra relación comercial.

Entonces, decidí comprar por otra vía. Conseguí una empresa que me las despachaba pero la última vez me dijeron que tenía que tener un guía del “Sada” para poderme seguir vendiendo. Tendría que ir al Minpopó no sé cuánto, pedir una cita que la darán para no sé cuando, casi un año después de pedida, llevar un montón de requisitos, hasta el certificado de defunción de mis tatarabuelos y…

Pues entonces no les compro más y sanseacabó. Uno tiene Rif, tiene registro de comercio, paga retención de impuestos, paga impuestos a la alcaldía, paga impuesto sobre la renta. Toda la parafernalia burocrática y cada vez que a un funcionario le pica el fondillo inventa un papel nuevo a solicitar y una vía más para el matraqueo y la extorsión. Pues no vendo más esas cosas y ya.

Pero los clientes buscan el producto. Hay una necesidad que es imperioso cubrir. Ya son tantas las cosas que no se consiguen, que es difícil dejar de vender lo poco que hay y que necesitan los clientes. ¡Vamos a intentarlo!

Están tan caras las semillas que apenas compro 10 kilos de alpiste y 4 de semillas de girasol para empaquetarlos de cuarto de kilo y ver cómo se mueve. Veo unos bultos de azúcar morena y quiero comprar uno. Son doce paquetes de 900 gramos.

–Para venderle el azúcar necesita tener la guía del “Sada”. Si le.vendo sin guía y lo para la Guardia, se.lo llevan preso por bachaquero. Hace un tiempo que está un muchacho preso porque llevaba un bulto de azúcar para un velorio guajiro.

De historias como esas vienen los titulares de «Detenidos 30 bachaqueros con productos de la canasta básica».

«Vuelta la burra al trigo con la malparía guía del Sada”, pienso. Me quedo sin el azúcar morena. La cuenta hace 2 mil 500 bolívares. No aceptan tarjetas:

–Tenemos problemas con la línea de teléfonos desde hace tiempo –Me explica el señor–. Hemos llamado desde hace meses a Cantv y nada que lo arreglan y no hay líneas nuevas. Yo no sé qué tanta propaganda hace la Cantv en televisión si no hay nada.

Le digo que este régimen es todo pura propaganda y le pido que me haga la factura jurídica, que le pagaré en efectivo.

– ¿Factura? No, eso se vende sin factura. Le voy a decir la verdad, eso es de contrabando.

De regreso a mi negocio, conseguimos un hombre que va en una motocicleta transformada por la avenida. Le quitó la rueda delantera, le instaló una especie de plataforma y allí montó una pequeña vitrina donde lleva sus panes y una cava para mantener frío el jugo. Es un emprendedor que busca sobrevivir al socialismo. Ese es su negocio. Sin permisos. Sin impuestos. Sin pagos de alquiler. Rellenar los panes y preparar el jugo. Eso es.

Maracaibo-Bogota, tan lejos tan cerca

El vuelo que debía salir a las 6 pm. despegó poco antes de la 9 pm.

El vuelo que debía salir a las 6 pm. despegó poco antes de la 9 pm.

Aunque parezca mentira, un viaje de Maracaibo a Bogotá que se podría hacer, incluyendo tramites de migración en cada país, en unas 3 horas, terminó siendo una cansada aventura de cerca de 14 horas, lo cual implicó – en mi caso-, mucho más de 24 horas sin dormir.

Tomé el vuelo de Laser de Maracaibo a Maiquetía que debía salir a las seis de la tarde, ya cerca de las nueve de la noche, después de haber tenido mi día normal de trabajo.

Un prologado retraso sin ninguna explicación más allá de: «El vuelo tiene un retraso de hora y media y está pautado para salir a las 7 y treinta». ¡Mentira! Salió casi a las nueve.

Finalmente, abordamos, luego de escuchar en la cola para el chequeo a una Defensora Indigenista pregonar su filosofía del amor y contarme cómo ella había sido maltratada y discriminada en varias oportunidades por vestir su bata guajira:

– En una ocasión, al llegar a un canal de televisión para una entrevista, el vigilante que levanta el poste para que uno pase, no quería dejarme pasar. Cuando salió uno de los directivos del canal y me dijo ‘Doctora, pase adelante’, el hombre no hallaba dónde meterse. Yo lo miré con amor y le dije ‘Usted es un obrero, pero es igual a mí que soy doctora. Yo lo perdono y lo amo’.

Solo le dije:

-En este país donde nos hacen la vida más difícil cada día, donde no conseguimos productos y alimentos básicos, donde todo es una cola y una complicación y la burocracia nos genera úlceras, todos tenemos que poner un poco de nuestra parte para hacerle la vida más amable al prójimo. Pero parece que en Ministerios, supermercados, bancos y en todo lo que tiene que ver con atención al público, entrenaran a los trabajadores para hacerle la vida imposible a los usuarios.

-Es porque hace falta mucho amor…

Más tarde, en la sala de espera, una joven que estaba sentada junto a mí, se quejaba de la tardanza del vuelo y comentaba que a su ida a Maracaibo también había tenido que esperar más de cinco horas.

-¡Cómo no se van a retrasar los vuelos si las líneas aéreas están en el suelo! Hay una que de 11 aviones con los que cuenta solo tiene operativos cuatro porque tres están de permiso (que no sé que quiere decir) y tres están directamente dañados incluyendo uno al que le explotó una turbina cuando iba a despegar. Eso me lo contó una amiga que trabaja en esa línea.

Con esos antecedentes, solo quedaba encomendarse a Dios para que todo saliera bien y llegáramos salvos a Caracas. ¡Qué trabajón tan grande le damos los venezolanos a santos y vírgenes en nuestra atropellada cotidianidad!

Abordamos el avión, a la tripulación solo la vimos al subir a la nave y mientras hacían la demostración de las medidas aeronáuticas de seguridad. Luego salieron de escena, sin pedir disculpas por el prolongadísimo retraso y, mucho menos, aunque fuera ofrecer un vaso de agua a los cansados pasajeros. A los pocos minutos, próximos a las 10 de la noche, llegamos a Maiquetía.

Allí, nos encontramos Cristian y yo con mi sobrina Moreli que iba a un Congreso de Arquitectura en la capital colombiana. El vuelo a Bogotá era a las 7 de la mañana, por lo tanto, debíamos estar en la cola de chequeo a más tardar a las cuatro de la madrugada. Decidimos aguardar en el aeropuerto porque no valía la pena salir a buscar un hotel -que nos cobraría más de mil bolívares por la habitación triple por menos de seis horas-. Aparte de que sabíamos que se haría difícil encontrar hospedaje pues había en Vargas unos juegos de no sé qué cosa y las plazas en los hoteles estaban copadas.

¡24 horas sin dormir para llegar a un destino que se encuentra a menos de dos de vuelo!

¿De qué carajo va toda la alharaca que arman con aquello de la integración latinoamericana si un vuelo a Miami desde Maracaibo se puede hacer en cuatro horas y sale por el mismo precio, o más económico, que ir, desde la misma ciudad, a Bogotá que la tenemos al lado?

Todo eso pensaba en la infernal madrugada en la terminal aérea, recostado a la mesa de un restorán de comida rápida, sofocado por el calor. Sin poder dormir y encontrando consuelo solo al pensar en los maravillosos días de clima frío y gente amable que me esperarían al llegar al día siguiente a la largamente anhelada por conocer: Bogotá, la capital de Colombia.

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