Hilaria
(Cuento)
Primera entrega
Hilaria recorre frenéticamente la casa de arriba abajo. No puede controlar su emoción mientras escudriña por todos lados buscando en gavetas y escaparates. Abre viejos libros llenos de polvo y con páginas amarillentas y rotas. Rebusca dentro de maletas empolvadas que llevan años arrumadas sin usarse. Baja cajas que tienen tiempo sin abrirse y curucutea en viejas carteras que parecen tener siglos guardadas sin usarse.
Quiere aprovechar al máximo el tiempo que Jacqueline estará en su liceo para encontrar fotos, dibujos, tarjetas, todo el material que pueda haber guardado para prepararle un regalo especial a su hija que en pocos meses estará cumpliendo quince años de haber llegado a su vida para cambiarla irremisiblemente.
De un sobre amarillento que encuentra dentro de una vieja cartilla con fotos y nombres de animales, que sirvió para enseñarle a Jacqueline el abecedario y que pone afuera en letra de molde “12 de mayo de 1996, regalo del día de la madre”, saca una flor seca, ahora con frágiles pétalos marrones, pero que ese domingo del 96 era una hermosa y fragante rosa roja. Instintivamente y con mucho cuidado para no dañarla, se acerca la momificada flor a la nariz y le parece sentir el aroma intacto de hace 11 años.
Cierra los ojos y por un instante está en la floristería de Sábana Grande con la pequeña Jac aferrada a su mano y con el dedito índice señalando la rosa.
-Esa mami- Balbucea.
Hilaria toma la flor del ramillete y le pregunta:
-¿Esta?
-Sí- Dice la niña y sonríe.
-Perfecto. ¡Este será mi regalo de día de la madre!
Hilaria aspira el intenso olor de la rosa. Paga y continúan felices su paseo hasta la heladería de la siguiente esquina para saborear el rico helado de pistacho que les encanta a las dos y que comparten en momentos especiales de felicidad.
Hilaria va encontrando en cada rincón objetos especiales que conforman la historia de vida de Jac. En una maleta encuentra el faldejín color hueso con el que la bautizó, los escarpines y el monito amarillo para la suerte con que los que la vistió para sacarla del hospital cuando nació y los primeros dientes que mudó. Todo bien envuelto en una bolsa plástica azulada de tintorería.
En una cartera de opaco patente negro con oxidados cerrojos de metal consigue la carcomida partida de nacimiento y, doblado junto a esta, un viejo recorte de periódico amarillento y a punto de deshacerse.
Con cuidado despliega el recorte y al abrirlo ve en letras rojas un titular que dice:
“Decapitado sádico en cárcel de Santa Ana”.
En letras más pequeñas un subtitulo:
“Los reclusos jugaron fútbol con la cabeza del pedófilo”.
Un escalofrío se apodera del cuerpo de Hilaria al leer y siente un calambre que le recorre la columna vertebral y la hace estremecer al ver la borrosa imagen de un cuerpo decapitado en medio de una mancha negra de sangre, junto a otra granulosa imagen de la cara del hombre asesinado. Lee:
“Xavián Chacón, conocido como el “monstruo de Táriba”, fue ajusticiado en el penal de Santa Ana la misma noche de su ingreso a la cárcel acusado de la violación de una niña de 6 años en la población tachirense de Táriba, donde residía desde hacía cinco meses.
Al “Monstruo de Táriba” lo apresaron luego de rescatarlo de las manos de una poblada que pretendía lincharlo cuando la madre de la menor lo encontró abusando de su pequeña hija en la habitación de la residencia donde vivía alquilado.
Como fue detenido en flagrancia, a Chacón lo encerraron en Santa Ana junto a presos de alta peligrosidad y, según relatan algunos reclusos, al no más pisar la celda, los reos líderes de la penitenciaría sentenciaron que no amanecería vivo.
Así fue. En horas de la madrugada, Xavián Chácon fue sacado a empujones al patio de la penitenciaría. Lo golpearon salvajemente, lo desnudaron, le cortaron su miembro viril y se lo metieron en la boca para luego decapitarlo con un certero golpe de afilado machete y jugar al fútbol con su cabeza.
Narran algunos testigos que en ningún momento el occiso intento defenderse. Ni siquiera se le escuchó gritar o lamentarse. Era como si, resignado, aceptara su condena.
Hasta el momento de la publicación de esta información, nadie ha reclamado el cuerpo del “Monstruo de Táriba”, por lo que en pocos días se le dará sepultura en una fosa común del cementerio municipal”.
Hilaria vuelve a doblar con cuidado por los pliegues el viejo recorte de periódico y lo pone de nuevo dentro del pequeño bolsillo de la vetusta cartera. Suspira profundamente, cierra la cartera y la pone de vuelta en su lugar. Mira alrededor observando dónde más buscar, como queriendo borrar de su mente ese momento que acaba de pasar. Nerviosa, retoma su búsqueda tratando de olvidar el recorte de prensa.
Se sube en una silla y del fondo de la parte superior de un escaparate toma un viejo morral, de él extrae dos piedras y dos conchas marinas recuerdo del primer viaje a la playa con Jac, y en otra maleta consigue un viejo álbum de fotografías, en su mayoría borrosas, fuera de foco y mal tomadas de los primeros años de vida de la niña. Con una sonrisa se detiene unos segundos en la fotografía de Jacqueline dentro de la inmensa olla de las hallacas. Cómo le gustaba a la niña meterse en esa olla con sus juguetes.
En una de las páginas está el primer mechón de pelo que le cortaron junto al pequeño, seco y arrugado trocito de cordón umbilical, esa pequeña parte que durante nueve meses la mantuvo, sin estar consciente de ello, atada a una vida que en su vientre se formaba sin saberlo.