El blog de Golcar

Este no es un reality show sobre Golcar, es un rincón para compartir ideas y eventos que me interesan y mueven. No escribo por dinero ni por fama. Escribo para dejar constancia de que he vivido. Adelante y si deseas, deja tu opinión.

Archivar para el mes “octubre, 2013”

De tierras garciamarqueanas a un país kafkiano

Adios, Bogotá.

Adios, Bogotá.

Los ocho días pasaron volando. Bogotá logró cautivarnos, seducirnos y enamorarnos. Por momentos nos sentíamos que estábamos en la Venezuela de finales de los ochentas y principios de los noventas, en aquella Caracas que era una promesa de progreso, un pronóstico de bienestar y desarrollo. Aquella ciudad que no parecía dejar de crecer y afianzarse como una de las ciudades más importantes de Larinoamérica.

Caminar por la Carrera Séptima era como hacer un viaje al pasado, a aquellos días cuando recorrer el boulevard de Sabana Grande era una certeza de sorpresa y diversión. Entrar a un supermercado Éxito en Bogotá fue experimentar un dolor. Parado en medio de esos pasillos llenos de productos de todas las marcas y precios, con anaqueles atiborrados de Harina Pan en todas sus presentaciones, de papel tualé en bultos incontables, aceites de maíz para escoger… fue confirmar que Venezuela se fue a la mierda.

Que un país como Colombia que siempre fue el hermano pobre, el menos favorecido y con futuro más incierto, tenga la calidad de vida que hoy tiene y compararla con la “rica y petrolera Venezuela”, significó una punzada en el pecho y una certeza de que nos retrocedieron de golpe y porrazo a principios del Siglo XX. Y de que no hay excusa de “guerra económica” o “golpe económico” que justifique las penurias que estamos viviendo en la actualidad los venezolanos.

Del moderno y hermoso aeropuerto El Dorado de Bogotá, esa mágica tierra garciamarqueana que nos brindo hospitalidad y diversión, partimos luego de pasar un rato en su salón VIP, con aire acondicionado y alimentos para picar a gusto, y después de un breve y amable paso por migración. Sin traumas ni penurias. Como en cualquier país medianamente civilizado del mundo.

A la hora y media, aterrizamos en el kafkiano aeropuerto internacional Simón Bolívar de Maiquetía. La cola en migración era interminable y parecía no moverse. Los funcionarios parecían querer mordernos a los pasajeros. Nadie tenía claro qué debía hacer y qué rumbo seguir. Todo se hizo por imitación, haciendo lo que hacía quien iba adelante.

Pasado el trauma, recogimos las maletas y nos encaminamos a la sección donde se suponía las  recibirían  para llevarlas al terminal nacional, donde debíamos tomar nuestros vuelos hasta las ciudades de Maracaibo – Cristian y yo –, y a Mérida, mi sobrina Moreli. Mientras caminábamos se oía la cantinela por los alto-parlantes de no sé qué cosa con los aires acondicionados para “optimizar el servicio”, lo cierto es que en varias áreas del aeropuerto, el calor era infernal.

Una vez frente a los counters, cuando pensábamos que ya podríamos seguir más livianos nuestro camino, nos informaron que no podían recibirnos el equipaje porque las bandas transportadoras estaban dañadas y que debíamos seguirlas arrastrando nosotros mismos hasta el terminal nacional. Así lo hicimos. Tratando de respirar profundo para no entrar en cólera porque todavía nos quedaban unas cuantas horas de espera.

Al llegar al nacional y consultar qué debíamos hacer para tomar nuestros respectivos vuelos, un atento funcionario del aeropuerto, nos indicó que debíamos salir del área de embarque, hacer la cola de chequeo afuera como la estaban haciendo quienes no venían en conexión y entrar de nuevo. Ante mi incredulidad y tono de protesta, el funcionario bajando la voz todo lo que podía y disimulando para que nadie viera y entendiera lo que me decía, balbuceó:

–Estás llegando a le República Bolivariana de Venezuela, amigo. Esto es lo que hay.

Tomamos nuestros peroles y nos fuimos. Cristian y yo, a Laser, y Moreli, a Conviasa, para hacer los chequeos y poder entrar al área de embarque. Veinte minutos de cola después, ya estábamos chequeados para Maracaibo y nos fuimos a buscar a Moreli para entrar.

– Me chequearon el pasaje pero no me recibieron la maleta porque es muy temprano –Me dice Moreli–. Tengo que esperar media hora por lo menos para poder dejar el equipaje.

–¿Y volver a hacer la cola? –Pregunto yo, sin poder dar crédito a la situación.

Me acerqué a hablar con la gente del mostrador de la línea aérea bandera de Venezuela, a ver si nos daban alguna solución. Nada. Lo que imperaba era el absurdo.

Un seguidor del gobierno que parecía estar muy conforme con lo que estaba pasando pues él también debía volver a hacer la cola, pretendió decirme que eso era “normal” y que qué podíamos pedir con unos “boletos tan baratos”. Casi me lo comí vivo. Esa especie de conformismo y mendicidad a la que nos han acostumbrado en Venezuela me exaspera. El pensar que no tenemos derecho a exigir un trato digno y respeto porque las cosas son supuestamente baratas (a pesar de que pagamos muy caro por todo) me saca de quicio.

–Vamos a hacer la cola de una vez – dije–, porque mientras chequean a todos los que ya están en fila, se pasa la media hora que los malnacidos dijeron que había que esperar.

Efectivamente, con el calor producido por “la optimización del servicio de aire acondicionado” y la rabia, sentía que me sofocaba pero pasó la media hora y mi sobrina logró entregar su maleta. Corrimos a la zona de embarque para pasar el sofocón en el aire acondicionado del salón VIP, y tomar agua fría o algo que nos refrescase.

Al abrir la puerta del salón, un vapor caliente de aire nos golpeó la cara:

­– Lo sentimos mucho –dijo la sudorosa chica en el mostrador–. El salón está lleno y el aire acondicionado no funciona.

Salimos despavoridos. Nos sentamos en una mesa de un restaurante para tomar algo. Diez minutos… quince minutos… veinte minutos… Nadie se acercaba a atendernos. Al cabo de un rato, decidimos mudarnos de lugar, al restaurante vecino. Nos sentamos y al poco rato llegó un mesero con la carta.

Decidimos pedir agua mineral, Coca-Cola, un café marrón y una pizza cuatro quesos para compartirla.

– Agua mineral no tenemos. Pero si quieren pueden comprarla allí enfrente y traerla. Tenemos refrescos.

–Bueno, tráigame una Coca-Cola.

–Coca-Cola no tenemos. Solo colita y naranja.

–Está bien. Traiga dos naranjas y un marrón.

­–Marrón no tenemos. No hay leche. Solo tenemos expresso y  guayoyo.

–Traiga los refrescos. Y una pizza cuatro quesos.

–Pizza no hay. El pizzero acaba de llegar y el horno todavía está apagado.

–¡Traiga los refrescos!

En el baño, no había ni jabón ni papel. Un hombre, el encargado de la limpieza, supuse, con una botella de agua mineral llena de jabón líquido te dispensaba la ración para lavarte las manos y dos pliegos de papel absorbente para secarte. Todo a cambio de unas cuantas monedas, por supuesto. Ellos también tienen que sobrevivir al socialismo del Siglo XXI.

Así terminamos nuestro delicioso viaje por tierra garciamarquiana, llegando a un kafkiano aeropuerto donde de inmediato se encargan de hacer sentir a nacionales y a turistas que, como me dijo susurrado por lo bajo, a lo cubano, el funcionario, “Estás llegando a la Republica Bolivariana de Venezuela”, cuna del socialismo del Siglo XXI, y “Eso es lo que hay”.

A los pocos días, se impuso en el Aeropuerto Internacional de Maiquetía la revisión de Cadivi, pienso en lo que eso añade al infierno que vivimos a la ida y al regreso y se me paran los pelos. Después, crearon el Viceministerio para la Suprema Felicidad Social.

¡Qué ironía! ¡No?

Lluvia garciamarqueana y un abducido nos despiden en Bogotá

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Como en un cuento de García Márquez, ese día, nuestro último día en Bogotá, llovió. Una llovizna fina, persistente y constante que comenzó a caer a principios de la tarde y amenazaba con no parar.

La lluvia parecía despedirnos de manera garcíamarqueana. Quería recordarnos que pasamos una semana en tierras del premio Nobel. La jornada fue como aquel domingo de «Isabel viendo llover en Macondo». Amaneció un cielo azul con una luz nítida y brillante del sol, con algunos nubarrones oscuros y dispersos que presagiaban una tarde lluviosa y húmeda.

Nos fuimos de nuevo a La Zona Rosa, después de caminar sin rumbo por las concurridas calles del centro de Bogotá, visitando los despedida1mercadillos de la carrera Séptima y disfrutando de ese fascinante paisaje urbano donde uno bien puede tropezar con un par de jóvenes seguidoras del camino espiritual etiopiano Boboshanti, ataviadas con vestidos largos, estampados y con inmensos turbantes tocando sus cabezas. O con un talentoso imitador de Michael Jackson bailando en una acera. Un marionetero o un grupo de alegre y rítmica música de tambores de la costa.

Al bajar del transmilenio y dar los primeros pasos hacia el Centro Comercial El Retiro, comenzaron a caer la primeras gotas. Apuramos un poco el paso sin preocuparnos demasiado. No teníamos ningún compromiso y podíamos pasar el rato sentados en algún café o viendo tiendas mientras esperábamos que escampara.
Cuando la lluvia amainó un poco, salimos del centro comercial para despedida4buscar un lugar donde comer. La llovizna arreció recordándonos aquella lluvia de Álvaro Mutis con la que llegaba Ilona, y nos obligó a entrar al restaurante Bakers para almorzar.

Consultamos una vez más las «finanzas de Cadivi» y, según el saldo, nos quedaban las suficientes divisas disponibles para pagar el almuerzo. Verificamos que en el lugar aceptaran tarjetas de crédito, y, sacudiéndonos la lluvia del cuerpo, nos sentamos a la mesa.

Pensamos en pedir una entrada para compartir pero temiendo que las raciones fueran demasiado abundantes -como por lo general lo son en Colombia-, consultamos antes con la mesera a ver qué tanta pasta servían.

-Dejeme preguntar en la cocina y les informo -Dijo la chica amablemente y al regresar nos dijo: «Son 180 gramos de pasta, según el cocinero».

Como era una ración demasiado grande, pasamos de la entrada y pedimos solo la pasta. Dos despedida7servicios de fetuccini Alfredo con salmón ahumado y uno de fetuccini con mariscos. La pasta estaba tan rica como escasa. Una verdadera delicia, al dente y gustosa, pero los supuestos 180 gramos de fetuccini no pasaban de 90 gramos, como mucho. Para quedar satisfechos pedimos un cheese cake de frutos rojos que estaba espectacular y una rica porción de torta de chocolate con semillas de amapola. A través de los cristales veíamos que afuera seguía lloviendo como en Macondo.

Decidimos volver a El Retiro para tomarnos un café en Juan Valdez y comprar algún regalito que nos quedaba pendiente. En el camino conseguimos unos puestos de flores y paramos para comprar un ramo con el cual agradecer a Idania Chirinos su hospedaje y las atenciones.

Un ramo de alelíes acompañado con aromáticos eucaliptos y brisa coloreada nos preparaba la chica del puestico de flores mientras su tío observaba. La curiosidad me pudo y le pregunté al hombre quédespedida3 era eso que se asomaba brillante en su pecho, medio tapado por su chaqueta.

El señor fingió cerrar su abrigo y no querer mostrarnos su collar pero inmediatamente desplegó como alas las solapas y nos mostró un inmenso adorno colgando de una gruesa cadena. Era una especie de medallón hecho con piedras brillantes, unas esferas de colores que parecían unas metras brillantes, cuentas de plastico y metal, shaquirones y lentejuelas, que le tapaba la mayor parte del pecho.

-Es un amuleto. Es para protegerme. Me lo dieron unos extraterrestres -Dijo el hombre con orgullo.

Resultó que estábamos hablando con José de Jesús Cruz, un hombre que en los años 50s fue abducido por extraterrestres y llevado a 24 mil años luz de distancia. A un planeta donde habitan despedida10gigantes de 3 metros. Hombres con forma y cuerpos humanos pero inmensamente grandes y que controlan desde su lejano planeta nuestra galaxia y el planeta tierra.

-Ellos me dieron este amuleto para protegerme y me dieron el poder de ver el futuro. Yo puedo ver lo que va a pasar en cada parte del mundo.

-Y ¿qué va a pasar? -pregunté sin dejar de mirar el medallón.

-¿Dónde? Por ejemplo, en Estados Unidos va a haber una inundación. Por los lados de California se va a abrir la tierra, una zanja inmensa, y por allí va a entrar el mar y va a inundar tododespedida8 Estados Unidos. En Japón y en Argentina va a pasar algo parecido. Esos países van a terminar bajo el agua.

-¿Y Venezuela? -Pregunté temeroso pensando en mi inminente regreso al día siguiente.

-No a Venezuela no le va a pasar nada. Todavía, no. Se va a hundir en el mar, pero después.

Con miedo, pensando en que esa persistente lluvia Bogotana podría ser el inicio de una inundacióndespedida9 que anegase y dejara bajo las aguas a la capital del país, le consulté:

-Y ¿Colombia?

-No. A Colombia sí le va a ir bien. No le va a pasar nada.

Aliviado por la predicción, le dije: «¡Entonces para acá es que hay que venirse!».

Mientras José de Jesús me adelantaba sus visiones y predicciones y me contaba de su viaje, hace ya más de 50 años por el universo, su sobrina le comentaba a Cristian y a Moreli, por lo bajito, entre corte y corte de ramas y hojas para el ramo de Idania:

-Eso es mentira. Él tiene tiempo contando esas historias pero ese collar se lo hizo él mismo. No es ningún amuleto ni nada de protección.

Yo, sin embargo, lo miré de nuevo, y embriagado por el aroma del eucalipto pensé que bien podría ser el «señor muy viejo con unas alas enormes» del cuento de García Márquez. Al fin y al cabo debía ser un despedida12señor muy viejo si viajó hacía un lejano planeta a 24 mil años luz hace cincuenta años y, quién quita, a lo mejor, bajo esa chaqueta, esconde unas alas enormes.

Tomamos el ramo envuelto en celofán y nos despedimos bajo la lluvia. Pasaríamos unas cuantas horas en el café Juan Valdez de El Retiro antes de que la lluvia nos permitiera volver a casa. La noche se hacía cada vez más fría y húmeda.

Así fue la despedida de Bogotá. La incesante lluvia y el abducido José de Jesús Cruz me recordaban que había estado ochos días en tierras de García Márquez, en la cuna del realismo mágico. Un lugar donde a uno se le podría aparecer, en cualquier esquina del barrio Santa Fe, alguna abuela desalmada llamando a gritos a la cándida Eréndira.

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Día de Mambo y lechona en Bogotá

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«¿Me podría decir dónde queda el Museo de Arte Moderno?» Fue la pregunta a repetir por las calles del centro de Bogotá ese día. Inexplicablemente, no hallábamos una sola persona que nos logrará orientar con certeza hacia dónde debíamos coger. Algunos nos decían que estábamos cerca pero no sabían dónde se ubicaba el Mambo con exactitud.

Un policía, con plena seguridad, nos dijo: «Es ese que está allí», señalando una casa a mitad de cuadra a la que nos acercamos para descubrir que se trataba de la antigua casa de Manuelita Saenz mambo12y que en la actualidad es el Museo del Traje Típico Colombiano. Una mujer nos mandó para detrás de la Alcaldía y, otra, por los predios del Museo del Oro.

Finalmente, sin saber cómo, nos vimos subiendo los peldaños de ladrillos rojos que nos llevaban a la entrada de un hermoso edificio diseñado por el renombrado arquitecto Rogelio Salmona, quien concibió los amplios espacios en la Calle 24 donde se emplaza actualmente el Museo de Arte Moderno de Bogota, conocido por su siglas con el rítmico nombre de «Mambo».

mambo6Desde los escalones de entrada, pude distinguir la figura de un vigilante que echaba candado a la reja de entrada sin percatarse de que nos dirigíamos hacia él. En la puerta comencé a dar voces llamando sin que nadie respondiera. ¡No lo podía creer! Después de tanto caminar y dar tumbos, llegamos a la hora que el museo cerraba.

Aferrado a la esperanza de que alguien apareciera, me quedé parado en la puerta, oteando hacia el penunmbroso interior. Una señora con uniforme gris y utensilios de limpieza en las manos, apareció por el lobby. Saludé y le pregunté si el museo abriría en la tarde.

-Hoy no abre. Es lunes y los lunes no abre el museo.

Andrea Cháves del departamento de Curaduría del Mambo.

Andrea Cháves del departamento de Curaduría del Mambo.

Decepcionado, le pregunté si la parte administrativa tampoco laboraba los lunes.

-Necesito hablar con la señora María Elvira Ardila en Curaduría. ¿Podría decirle que la buscan de parte de Luis Brito, de Venezuela?

La diligente señora entró y, a los pocos minutos estaba de vuelta con el vigilante, quien nos abrió la reja y nos dio las señas para llegar a la oficina de Curaduría. «No podremos recorrer el museo pero, por lo menos, podré cumplir con la encomienda del Gusano de averiguar cómo se encontraban los preparativos para la exposición de sus fotografías que próximamente se hará aquí», pensé mientras bajaba las escaleras y recorría el pasillo hacia la oficina indicada.

María Elvira no se encontraba. Un inconveniente familiar la había obligado a ausentarse de su mambo5oficina. Sin embargo, nos recibió Andrea Chaves, su atenta asistente quien nos puso al tanto de lo que requeríamos.

-La muestra del maestro está programada para abrir a partir del ocho de noviembre en la sala 4. Todo el cuarto piso será para las fotografías de Luis Brito y en esa misma fecha se montará la exhibición de la colección permanente del Mambo que llama mucho público.

Andrea nos daba la información al tiempo que no guiaba hacia las salas del museo enseñándonos mambo2los diferentes espacios de la institución.

-Ya las fotografías están todas montadas con un mismo marco. Las de los ángeles y las de las muñecas de Reverón. Solo esperamos por la respuesta del maestro para estar seguros. La muestra se monta en noviembre y se desmonta en enero.

Intercambiamos teléfonos y correos y Andrea regresó a atender sus labores dejándonos a nosotros para recorrer el museo y ver las exhibiciones de ese momento.

Es una sensación extraña la de recorrer un museo con las luces de las salas apagadas, mientras una señora realiza las labores de limpieza y los espacios que en un día normal estarían iluminados, con guardasalas y gente visitando, bañados solo por la luz natural que entra por las ventanas y una que otra bombilla eléctrica. Extraña, pero interesante. Un museo para mí solo.

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En el cuarto piso, en el espacio donde a partir del ocho de noviembre estarán las fotos de Luis Brito, el fotógrafo venezolano Premio Nacional de Fotografía, se encontraba exhibida una interesante muestra de Elsa Zambrano llamada «Museo imaginario en el museo» y que consistía en una exhibición de piezas hechas a partir imágenes icónicas de obras de arte universales, réplicas en miniatura adquiridas en las tiendas de los museos, o postales compradas en esas tiendas por la artista en sus recorridos por los museos del mundo y dispuestas en pequeñas cajas de madera, reinterpretando lo que es el arte y su comercialización en el mundo actual. Allí estaban reproducciones de La Mona Lisa, de piezas de Warhol, de Vermeer, de Velasquez… Pequeñas piezasmambo13 que Elsa fue coleccionando y con las que se construyó su pequeño museo imaginario que le permite reflexionar sobre el arte y su comercialización a la vez de aproximarse al arte universal desde una mirada particular.

Las otras salas del Mambo estaban llenas de la magia y el color de las piezas de gran formato del artista Carlos Jacanamijoy. 70 obras creadas entre 1992 y 2013 y que constituyen la retrospectiva «Magia, memoria y color» del artista indígena, descendiente de los quechuas y perteneciente a la etnia Inga del Putumayo.mambo7

Son pinturas expresionistas que nada tienen que ver con arte indigenista, hechas en grandes formatos al óleo en las que el artista toma algunos aspectos de su historia y cultura y los reinterpreta en composiciones oníricas cargadas de simbolismo y significación.

En la retrospectiva del Mambo uno puede hacer un interesente recorrido por la historia del proceso creador de Jacanamijoy, reconociendo su crecimiento como artista hasta llegar a su definido estilo expresionista actual. En los cuadros se mezcla la naturaleza con lo que parecen ser símbolos religiosos o supersticiosos de la etnia a la que pertenece el artista, en una interesante mezcla de mambo8color y luz. Las figuras parecen plantas, insectos, animales, se mezclan como en un sueño desplegado en un inmenso lienzo cargado de imaginación y simbolismo.

En una área de la exhibición de Jacabamijoy encontramos una instlación conformada por lo que a primera vista parecen insectos o arácnidos, pero que se trata de semillas de cacao hechas en metal y dispuestas como una especie de comuna de hormigas. Mientras en algunas paredes, como denuncias contra la discriminación, unos pizarrones negros con órganos humanos en alto relieve y mensajes escritos con tiza blanca, son expresión de un discurso de igualdad y respeto a la diversidad y a la diferencia.

A la salida del museo, pudimos ver, aunque estaba cerrada, la tienda del museo con interesantes piezas de arte, souvenirs y algunas prendas de vestir en cuyos estampados se podían apreciar losmambo15 motivos y dibujos del artista colombiano, originario de los Inga del Putumayo, Carlos Jacanamijoy, quien reside en Nueva York pero retorna a sus orígenes cada cierto tiempo donde parece nutrirse con el inagotable caudal de creatividad que le ofrecen su etnia y su tierra natal.

El resto de esa tarde de lunes, agradecidos por la atención de la gente del Mambo, lo pasamos recorriendo el centro, en tiendas para comprar recuerdos. Disfrutando de las vistas cálidas y coloridas que el atardecer le otorga a las viejas y bien conservadas fachadas de la ciudad y de la diversidad de gente que recorre sus calles y puestos de bogota8mercado sin que nadie se meta con nadie. En los alrededores de la Plaza de Bolívar se llevaba a cabo el ensayo de lo que al día siguiente sería la transmisión de mando del gobierno capitalino. Allí paramos un rato para ver las diversas fuerzas policiales en formación y hacer fotos.

Recordé que no quería dejar Bogotá sin probar la lechona rellena. Así que nos pusimos a investigar con los paseantes y tenderos dónde podríamos degustar ese plato.

-Las lechonas más ricas están en la avenida Caracas. Por aquí en el centro hay muy pocos lugares, bogota10pero allá tendrán para escoger.

Nos dijo un chico que atendía un locutorio al que entramos para consultar cómo estaba el tema de los dólares Cadivi en nuestras tarjetas y tratar de organizar económicamente las pocas horas que nos quedaban en Colombia.

Pues sí la cosa es en la Caracas, hacia la Caracas vamos. Al rato nos encontrábamos en el atestado transmilenio de la hora pico, rumbo a las coordenadas que nos mambo18dieron.

Al salir de la estación, desde lejos se podían distinguir los pequeños puestos, uno tras otro, de ventas de lechona rellena. Dos cuadras en las que solo se consigue el rico cerdo horneado. En el horizonte se veía el cerro La Loma, lleno de ranchos que me recordaron los cerros caraqueños, bañado con una hermosa luz entre rosa, naranja y lila del atardecer.

Al empezar a recorrer el lugar, comenzaron a ofrecernos tenedores de plástico atapuzados de mambo17relleno de lechona para probar. En cada uno de los puestos nos dieron su preparación pudiendo verificar que, como el ajiaco, cada familia tiene su propia forma de prepararlo y su sabor y sazón particular.

Al terminar la especie de cata, no hallábamos por cual decidirnos. Una simpática señora ya casi al final del recorrido, con coquetería y zalamerías trataba de conquistarnos para que optáramos por su lechona.

Fue ella quien me dijo que en el cerro La Loma que está frente a la zona de las lechonas, no entra nadie que no sea de allí. Es un lugar peligroso.

-Allí hay una iglesia muy linda a donde, lamentablemente, no podemos ir. En ese matorral que se ve allí, en toda esa zona verde, cada nada aparecen cadáveres. Ayer, consiguieron uno que tenía

Lechonerías de la Avenida Caracas

Lechonerías de la Avenida Caracas

días muerto, envuelto en vendas como una momia. Son indigentes y drogadictos que los matan en otros sitios y los depositan allí.

Ni las historias ni la zalamería de la cocinera nos convencieron de comer allí la lechona, a pesar de tener buen sabor. Nos decantamos por un puesto unos 3 locales más allá, cuyo sabor y textura nos había gustado más y cuya piel estaba más seca y tostada.

A primera vista la cosa impresiona. Ver esos cerditos dorados por las doce horas de horno que llevan, con sus hocicos como sonrientes y algunos incluso

María Edith Pinzones, lechonera de tradición.

María Edith Pinzones, lechonera de tradición.

adornados con lazos en las tostadas orejas, es una visión que un vegetariano o activista de derechos de los animales no podría tolerar sin lanzar piedras de protesta. Pero a quienes somos carnívoros y tragones, la impresión se nos pasa al degustar el rico sabor de la carne tierna del léchón, sazonada con especias, guisantes y horas de cocción.

El puesto que escogimos era el de María Edith Pinzón Licht, una mujer que heredó el negocio y la sazón de sus padres y éstos a su vez de los suyos. Es un negocio de tradición familiar y María Edith lo atiende con orgullo y cariño. Pedimos la ración más pequeña para cada uno. La que costaba 5 mil pesos acompañada de arepas. De tomar, una gaseosa colombiana. La cocinera nos mimaba y contaba su historia.

-En realidad, lo que a nosotros más nos interesa, es que nos contraten lechonas para fistas y cerdaeventos. El puesto sirve para el diario y para que la gente pruebe nuestro producto, pero el grueso del negocio está en que nos contraten lechonas de 400 raciones o más -Nos explicó-.

María Edith nos confirmó la historia que la otra lechonera nos dijera sobre los cadáveres que aparecían en La Loma:

-Sí. Son indigentes por lo general, delincuentes y drogadictos que azotan algunos lugares y a los que mandan a eliminar los vecinos de las zonas. Es una «limpieza» por encargo.

Es de esas historias que aparecen a diario en las páginas rojas de lo periódicos y que siembran en muchos el conflicto moral entre los derechos humanos de esas personas víctimas de «la limpieza», y el derecho a la vida y seguridad de unas 50 o más personas que posiblemente perezcan víctimas de esos delincuentes linchados. ¡No es fácil!

Para pasar un poco el mal trago de la conversa, María Edith apareció con sus manos a la espalda, escondiendo algo, y nos dijo:

-Le voy a hacer un regalo. Pero lo voy a rifar. Me van a decir un número del 1 al 5 y quien acierte se lobogota12 gana. Lo voy a anotar aquí para que no crean que hay trampa.

-El tres -Dijo Cristian inmediatamente y, sorprendida, María Edith nos mostró que efectivamente ese era el número ganador. El premio: una linda cochinita rosada de barro, una alcancía de largas y coquetas pestañas pintadas.

Al despedirnos de María Edith, volví a dar una mirada a la lechona en su bandeja y no pude evitar imaginar los ojos brillantes de Luis Brito, el querido fotógrafo, fanático de los chicharrones y patas de cochino, dando brincos de lechonería en lechonería, emocionado como niño en una juguetería. La calle 26 de la avenida Caracas de Bogotá será, sin duda, una visita obligada para el Gusano cuando en noviembre vaya a la inauguración de su muestra en el Mambo.

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La Zona Rosa de Bogotá de la mano de Idania

Idania Chirinos nos muestra su Jardín de Infancia antes de empezar el recorrido por La Zona Rosa

Idania Chirinos nos muestra su Jardín de Infancia antes de empezar el recorrido por La Zona Rosa

Contar el fin de semana con Idania Chirinos y que ella dedicara sus días de descando a pasearnos por La Zona Rosa de Bogotá fue de la mejores cosas que nos pudieron pasar durante los pocos días que disfrutamos en Colombia.

Idania se conoce la ciudad como una cachaca más, luego de cuatro años viviendo allí. Es una baqueana de Bogotá y es un placer recorrer la ciudad en su compañía contando sus experiencias, primero como reportera a quien destacaban para cubrir informaciones de Colombia y, ahora, como habitante y trabajadora de esa inmensa ciudad.

El sábado, luego de desayunar en casa, fuimos a buscar a Anahí, la prima de Idania que administra el jardín de infancia «Educación para el futuro», una guardería para niños desde meses de nacidos idania3hasta los cuatro años de edad, que la periodista -en sociedad con otras personas- montara en Colombia hace un par de años. Es una linda casa llena de colorido, con espacios para la diversión y educación de los infantes, diminutas mesas, lavamanos y pocetas, todo a escala, con juguetes y espacios concebidos para que los niños se sientan bien, queridos y felices. Recientemente, inauguraron el área de cama-cunas para atender a los más pequeños. Un espacio diseñado con cariño y dedicación para los peques.

idania21El jardín de Idania es de esas inversiones que los venezolanos han podido hacer en nuestro país pero que por las condiciones políticas y económicas actuales, han migrado como lo han hecho miles de personas en busca de un futuro más amable y seguro.

Ya con Anahí unida al grupo, Idania nos llevó a «Paloquemao», un delicioso mercado de frutas, verduras, especias y flores en el sector oriental de Bogotá. Es el sitio dónde los bogotanos van a abastecerse idania22de alimentos y flores frescos y a precios solidarios. Está lleno de colores, olores y gente. Los sentidos se estimulan al visitarlo. Uno quiere verlo, olerlo, palparlo y saborearlo todo. Es fascinante ver la forma como exhiben y venden los huevos frescos de diferentes colores y tamaños, con precios que varían de acuerdo al tamaño. Allí, aunque ya había desayunado, no pude dejar de saborear un rico jugo de lulo idania5con leche.

Como debíamos regresar a la zona del Jardín de infancia para recoger algo que Anahí había olvidado, Idania nos llevó a tomar un café a «Jacques», una excusa para hacernos conocer un restaurant con decoración rococó, que me hizo sentir, al no más entrar, que llegaba a un apéndice de la ecléctica basílica de La Chinita. A pesar de lo recargado de la decoración uno se siente a gusto en el lugar y quedó pendiente una futura visita para probar la comida. El café no nos dejó muy conformes. Como marrón estaba sabroso pero como bien dijo Idania, no era el machiatto que habíamos pedido. Los dulcitos de merengue sí estaban, además de bonitos, ricos. Especialmente el relleno con mermelada de rosas.

Compramos pan para el desayuno del día siguiente y tomamos rumbo a El Retiro, para comer en Andrés Carne de Res, donde teníamos mesa reservada para la 3 de la tarde y nos encontraríamosidania12 con mi sobrina Moreli para almorzar.

Andrés Carne de Res es un sitio divertido, grande, de varios pisos llenos de imágenes religiosas, con una decoración que sorprende a cada paso por la creatividad y el uso del recurso de reciclaje. Pedimos dos bandejas de carnes mixtas de pollo, res, cerdo, chorizos, morcillas y salchichas, y una bandeja mixta de fritangas con patacones, yucas fritas, empanadita, papas criollas y arepitas y los más crocantes y espectaculares chicharrones que uno pueda imaginar. Queríamos probarlo todo. Los alimentos estaban sabrosos, las carnes jugosas y gustosas y en su punto. idania9Hermosa la presentación de los jugos, infusiones y postres. El mousse de chocolate y el merengón de guanábana indescriptibles. Todo cuidado al detalle y servidos con una excelente atención por parte de meseros jóvenes, estudiantes, bien entrenados para hacerlo sentir a uno a gusto.

Luego de comer, apareció por nuestra mesa, Felipe Saenz, un simpático y divertido mago que nos dejó sorprendidos con sus prestidigitación con barajas, bolas de goma espuma y ligas y con su labia cargada de humor chispeante, tan idania11característica del colombiano.

El restaurante es un lugar para ir a disfrutar con tiempo, comer y degustar con calma y divertirse por horas. Nos quedó pendiente una visita al de Chía, a una hora de Bogotá, que por problemas de distancia y transporte no pudimos conocer en esta oportunidad. A dónde sí volvimos más tarde fue a la Feria de Andrés, el lugar de comida rápida donde nos tomamos un café mientras Idania nos contaba sus andanzas idania15en Bogotá para luego llevarnos a comprar infusiones de diversos sabores en una aromática y bonita tienda de tés.

Después paseamos por la zona viendo tiendas de marca con espectaculares vitrinas y sintiendo lo pobres que nos hemos vuelto los venezolanos pues, cuando consultábamos precios y multiplicábamos por los 18 bolívares que hay que dar por peso, ratificábamos que son cosas prohibidas para el común del venezolano por sus altos precios al hacer la conversión monetaria.  Igual el paseo es una delicia. En una esquina nos sorprendió una ingeniosa y elegante zapatería rodante ubicada dentro de una idania26van y parada en el hombrillo de la calle. La decoración e iluminación minimalista del vehículo le otorgaban un toque chic y distinguido que invitaba a hacerle fotos y entrar.

Al día siguiente, domingo, luego de pasear un poco más por Bogotá guiados por Idania y Anahí, fuimos a Usaquén una pequeña localidad que recuerda un poco a El Hatillo en Caracas y donde montan un mercado callejero lleno de artesanías. Es más pequeño que el de San Telmo en Buenos Aires o El Rastro en Madrid pero no tiene nada que envidiarle a estos. Cuenta con stands bien seleccionados y mercancías hechas con buen idania28gusto y excelente calidad. Comimos jojotos hechos a la brasa en la calle, de ese jojoto sabanero de grano grande, blando y dulzón que a uno le provoca no parar de comer, y dulces caseros.

En un puesto de productos hechos a base de caléndula, luego de que Dianita Montoya una joven linda y atenta, viuda a destiempo porque a su esposo, a los 32 años, un infarto hizo que el corazón  «le explotara», nos explicara los detalles para la obtención del aceite y esencia de la planta de manera artesanal,  compramos algunos perfumes y aceites que presentaban en hermosos empaques de papel idania30artesanal también. Dianita me aseguró que un mes tomando unas cuantas gotas del aceite me curarían la úlcera gástrica.

Dejamos el mercadillo y entramos a conocer la pequeña, acogedora y vieja iglesia de Usaquén, que data del Siglo XVII. Paseamos por la plaza donde, en un costado, un hombre daba un discurso de historia a la gente sentada en unos escalones y, en otro costado, un grupo de gente celebraba con bulla y algarabía la graduación de unos cursos de crecimiento personal. En una punto de la acera una chica vendía sus divertidos sombreros hechos a base de fibra idania36vegetal coloreada, acompañada de su perrita y con la esperanza de reunir el dinero suficiente para hacer su soñado viaje a Brasil y en otro punto de la movida y concurrida localidad un niño hacía pompas gigantes de jabón.

El día se nos pasó volando. Usaquén nos envolvió con su grata energía. En un puesto de un callejón donde había artesanos tomamos canelazo, una bebida a base de aguardiente y canela especial para quitar el frío. Conocimos el centro comercial Hacienda Santa Barbara, construido en lo que antiguamente era una hacienda colonial a la que le anexaron arquitectónicamente una parte para ampliar el espacio comercial.

Fue un delicioso fin de semana en Bogotá que no tendremos cómo agradecerle a Idania por tanto cariño y dedicación. Nuestros días de paseo por Colombia estaban llegando a su fin. Ya sentíamos que empezábamos a extrañar la ciudad y los afectos que allí quedarían.

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Museo de Arte Nacional y «Crimen y castigo»

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Una mañana de mis días en Bogotá, salí a la calle decidido a encontrar el Museo de Arte Moderno para cumplir con un encargo que me hiciera el amigo Luis Brito.

El viaje estaba por terminar y entre una cosa y otra, no había podido hacer la diligencia encomendada. Ese día, autoengañándome, dije: «Hoy voy directo al Mambo», un lugar que, además, parecía que jugaba al gato y al ratón conmigo pues -cosa rara porque en Bogotá normalmente me ubicaban bien al preguntar-, cada persona a la que consultaba el paradero del museo, me mandaba a una coordenada diferente.

Por la calle, a la altura de la torre Colpatria, el edificio más alto de Bogotá y que de noche tiene un impresionante juego de iluminación,IMG-20130927-13359 tropecé con un policía a quién le pregunté si sabía la dirección. No supo decirme y, quien iba a su lado, al parecer por su uniforme de gala, un militar, terció diciendo:

-El de Arte Moderno no sé dónde está, pero si le interesan los museos, aquí cerca está el Museo Nacional que es muy interesante. Vaya que le gustará lo que encontrará allí.

Sorprendido por la amabilidad del militar y agradeciendo su sugerencia, pensé: «Bueno, pues ya que estamos cerca, ¿por qué no aprovechar?». Posponiendo, una vez más el mandado de Brito, enfilé camino al Museo Arte Nacional.

Tenía razón el uniformado. El museo no solo es interesante, sino que es una visita obligada para conocer tanto de arte colombiano como de historia de Colombia. Es un sitio para visitarlo con calma y concienzudamente, con más tiempo IMG-20130927-13531del que yo disponía, sin duda, para poder captar el gran volumen de información que posee.

En una de las salas bajas había una exhibición de «Dioses, mitos y religión de la antigua Grecia» que recién acababan de inaugurar y en otra sala, con motivo de esa muestra, varias instalaciones interactivas con motivos griegos. Allí, sobre arena, escribí mi mensaje a Hermes manifestando el IMG-20130927-13380deseo de volver algún día a Bogotá.

Un grupo de escolares rodeando una piedra en mitad del pasillo de entrada me hizo parar a escuchar lo que les decía la guía. Se trataba de un meteorito caído en Colombia y que constituye la primera pieza adquirida por el Museo de Arte Nacional. A partir de allí comienza un profundo recorrido que merece ser re-visitado para conocer con detalle la historia de Colombia.

Entre las muchas piezas interesantes que tiene el museo, un cuadro me llamó la atención. Es una pintura de Botero en la que apenas se adivinan los trazos que más tarde definirían su estilo artístico y que, de no ser por la ficha técnica, muchos no se enterarían que es de él.

IMG-20130927-13376Casí tres horas en el Museo de Arte Nacional, resultaron pocas. Ya estábamos cerca de la hora cuando debíamos buscar a mi sobrina en el hotel y la última sala debimos verla apurados.

De nada nos sirvió el apuro. No hubo manera de llegar a tiempo. Más de una hora dando tumbos por La Candelaria para ubicar el Hostel en el que se hospedaba y no dábamos con el lugar. Hasta un locutorio fuimos a dar para buscarlo en Google Maps y el sitio parecía no existir. Luego de mucho patear y preguntar, muertos de hambre, por fin, conseguimos la bendita pensión «Chocolate», una bonita y bien atendida casa, a precios solidarios. Recomendable para quienes no buscan lujos en un hospedaje y quieren estar bien ubicados.

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Un cuadro de Fernando Botero en el Museo de Arte Nacional

Como el hambre apretaba, decidimos comer por allí mismo, en La Candelaria, en el primer sitio que se nos atravesara. Entramos a un lugar de crepes del que salimos porque, primero, no mostraron la más mínima disposición para ayudarnos a conseguir un enchufe en donde pudiéramos poner a cargar las casi fenecidas baterías de los teléfonos (inconcebible, un restaurante en estos días que no le ofrezca ese servicio al turista), y, segundo y más importante, no aceptaban tarjeta.

Muy cerca del lugar de las crepes, había un restaurante de carnes estilo cadena americana llamado Toro Burguer y decidimos probar suerte. Encontramos los ansiados toma corrientes y tenían punto para tarjetas de crédito. ¡Ese era el lugar!

La atención fue bastante deficiente pero comimos un rico lomo de cerdo grillé, dorado por fuera y jugoso por dentro, acompañado de papitas criollas y arepitas. Realmente delicioso. De postre una rica torta de chocolate para compartir.

Luego de comer, paseamos un rato por La Candelaria mientras hacíamos tiempo para la hora de la función de teatro, por allí mismo. La Candelaria siempre resulta una buena opción para pasar el tiempo pues en cada esquina lo sorprende a uno con alguna actividad callejera, música, danza, o es divertido observar el ir y venir de gente a toda hora.

La sede del Teatro Libre de Bogotá es una hermosa, vieja y bien conservada casa de la zona, con un ameno café bar en lo que en su tiempo fue el patio central.

IMG-20130927-13426El lugar fue acondicionado para funcionar como escuela de teatro y, al fondo, adaptaron un espacio con un aforo de 250 butacas y un escenario para las representaciones teatrales. La obra era «Crimen y castigo», una adaptación de la célebre novela sicológica de Dostoievski, hecha por Ricardo Camacho, quien a su vez dirigió la puesta en escena.

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Foto tomada de primiciadiario.com

El montaje fue sencillo. Una puesta que sin mayores recursos efectistas se centró en el texto y en las excelentes interpretaciones de los actores. La adaptación de Camacho de la novela de Dostoievski es de ese tipo de teatro que le demuestra al espectador que para disfrutar de un espectáculo, son suficientes un buen texto y una buenas actuaciones. No hacen falta grandes escenografías ni ingeniosos efectos especiales.

Solo tres buenos actores en escena, dos de ellos encarnando acertadamente varios personajes y una buena y bien adaptada historia de tipo sicológico y de misterio, bajo una atinada dirección bastan para que uno salga satisfecho del teatro, contento de haber presenciado un espectáculo de calidad y dispuesto a pasar una rica noche de sueño reparador para salir a conocer al día siguiente toda la zona rosa de Bogotá.

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Ha pasado un ángel…

 

 

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“¿Recuerdas a Eleonor Rigby?” Llamó Luis Brito a su muestra de ángeles de camposantos en homenaje a Lennon. Una canción que habla de soledad, de fe, de desamparo… de muerte:

«Mira toda la gente solitaria
¿De dónde vienen todos?

Mira a toda la gente solitaria
¿A dónde pertenecen?»

… Desde los tiempos de la antigua Roma, cuando en algún momento se produce un silencio abrupto, se dice: «ha pasado un ángel».

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Estando en El Cairo, Luis Brito, tomaba su desayuno en un restaurante, el 9 de diciembre de 1980, cuando escuchó la noticia de que cinco disparos dejaron, la noche anterior, sin voz a John Lennon. El fotógrafo tomó su cámara y salió, tras el último bocado, movido por el subconsciente, a buscar a ese ángel que surcó el cielo en el momento cuando la voz del Beatles se apagó repentina, abrupta e irremediablemente.

De allí nace la serie de los ángeles. De esa impresión que produce el primer contacto con la muerte. Lennon fue el primer «familiar» que se le murió a Brito. Con su asesinato, Tánatos se acercó por primera vez a las emociones del joven fotógrafo.

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Los Beatles eran sus hermanos, sus compañeros. A cualquier parte del mundo que fuera, allí estaban ellos. Su música sonaba por doquier. Eran sus compinches, sus compañeros de viajes. Esa mañana, uno de ellos se había marchado para siempre sembrando en el fotógrafo la inquietud por lo efímero de la vida, la impresión de la fatalidad y la incertidumbre por la implacable parca.

Al cementerio de El Cairo llegó con su sensación de luto y soledad a exorcizar sus fantasmas con la cámara. Venciendo sus propios prejuicios contra el uso del color en la fotografía, optó por llenar sus imágenes con un intenso y dramático cielo azul. Fue un momento de rupturas y de inicios.

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Pero, ¿es realmente color lo que se aprecia en las imágenes de los ángeles? ¿O es solo un guiño del fotógrafo, un engaño, para hacernos creer y, creer él mismo, que está irrumpiendo en el uso del color en la imagen, cuando en realidad está solo versionando el blanco y negro?

Si observamos con detenimiento, la serie de los ángeles es como un sucedáneo de su trabajo en blanco y negro. El intenso azul toma el lugar del dramático negro pero no se puede hablar de abundancia del color.

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A las fotografías de los Ángeles de El Cairo, le siguieron instantáneas captadas en cementerios de Valencia, Buenos Aires, Maracaibo, Roma… Para el fotógrafo de Río Caribe es muy importante conocer los cementerios de las ciudades para profundizar en la cultura de los seres humanos que las habitan. Los hombres se retratan en la manera como se relacionan con sus muertos.

Las imágenes de la serie rompen con los convencionalismos de la fotografía. Son des-estructuradas. ¿Quién dijo que el sujeto fotografiado siempre debe estar en el centro? ¿Dónde se encuentra el punto de fuga? ¿A dónde fue a parar el horizonte?

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Los ángeles, sin dar referencias de lugar, parecen interrogar el firmamento. Cada imagen es una crónica del desamparo y la soledad. Un relato del dolor tras el clic de quien se interroga por el sentido de la vida y clama al cielo por respuestas. El infinito cielo azul es evidencia de lo pequeño que es el ser humano y lo finita que es la vida. Esa vida que se fuga como parecen fugarse los ángeles del encuadre.

Ante tan contundentes sensaciones y emociones, pierden toda importancia las nociones del lugar y el momento. La soledad, como el cielo, es igual en todas partes del mundo. No hace falta poner un territorio al firmamento, como no es necesario darle ubicuidad a la soledad. De allí que las fotografías no tengan referencias a lugar o fecha.

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Los ángeles de Brito hablan de una soledad sin desahucio. Es la soledad de quien sufre un dolor pero se aferra a una fe, para no sucumbir. De quien enfrenta un momento crucial en su existencia.

Arriba hay un cielo y, al final, eso es lo que importa. Es lo que da la fuerza para no caer, para no paralizarse, para no rendirse. Es la fe, la creencia en un «algo más», lo que se desprende de las imágenes. La certeza de que la respuesta a preguntas y plegarias debe llegar.

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Es un sistema de fe, el de Brito, poco convencional, como su fotografía. Construido a partir de sus inquietudes y necesidades. Es la fe de quien se crió en un pueblo cuya vida circulaba alrededor de «la religión, la locura y la muerte» y cuyos miedos y dudas lo hicieron rechazar la Primera Comunión hasta bien entrada la adultez. De quien logró construirse un sistema de creencias con el que compensó sus vacilaciones ante la religión. Brito se forjó una fe particular, formada y fortalecida con su recorrido vital y espiritual.

Locura, religión y muerte son constantes y recurrentes en el trabajo de Luis Brito. Son el leitmotiv en sus imágenes. Y, en el medio de todo, la belleza. La insaciable búsqueda de la belleza. La sensibilidad del fotógrafo le ha permitido, como se ve en esta serie de ángeles, extraer lo hermoso hasta de los más dolorosos sentimientos y eventos y plasmarlo en imágenes que perturban y conmueven.

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Una catedral de sal en Zipaquirá y una excelente actriz en Pharmakon.

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Hay varias maneras de trasladarse desde Bogotá a Zipaquirá para ir a conocer la Catedral de Sal.

La que más me llamaba la atención y que quería tomar para ir, era en tren. Una antigua locomotora. Pero resulta que solo hace el recorrido los fines de semana y días feriados y es un paseo desde las ocho de la mañana hasta las cinco de la tarde, cuando regresa. Nuestro viaje lo haríamos un jueves así que tuvimos que buscar las otras alternativas.

IMG-20130926-13178Nos fuimos hasta el terminal de autobuses y allí tomamos un Alianza que por cuatro mil pesos nos llevó a nuestro destino. Es un poco fastidioso porque uno debe llenarse de paciencia. La unidad (nueva y en perfectas condiciones, todo hay que decirlo) arranca a 10 kilómetros por hora y va recogiendo pasajeros por la avenida, haciendo varias paradas lo cual hace que el viaje se alargue más tiempo del esperado hasta que por fin toma su velocidad de viaje. No obstante, a mí me sirvió el trayecto para escribir alguno de los artículos con mis impresiones sobre Bogotá.

La otra opción es tomar el transmilenio hasta Portal del Norte y allí tomarIMG-20130926-13167 un alimentador que lo llevará hasta Zipaquirá.

Lo lento del viaje en el autobús lo compensó la excelente atención del conductor. Cuando compramos los boletos y supo que éramos turistas, se mostró dispuesto a prestarnos toda su colaboración para orietarnos sobre cómo llegar al pueblo. Al punto que, cuando ya estábamos en Zipaquirá, le pidio a dos pasajeros que cambiaran de unidad para que fueran en otro autobús hasta el terminal, solo con el objetivo de dejarnos a nosotros lo más cerca posible del centro de Zipaquirá.

Caminamos unas dos cuadras desde donde nos dejó el autobús hasta la plaza del pueblo a cuyo alrededor se encuentran la antigua Catedral, hermosas casas coloniales perfectamente mantenidas y en contraste con las eificaciónes de estilo francés de la Alcaldía y la Gobernación.

IMG-20130926-13172La iglesia estaba cerrada. Me acerqué a un vendedor de helados que estaba en la plaza para preguntarle a qué hora la abrirían.

-Solo la abren cuando hay entierros -me respondió el hombre.

-O sea que, cuando uno venga, ¿tiene que ligarla que se haya muerto alguien en el pueblo? -Bromeé, yo.

Un hombre que acababa de comprar un helado me invitó a hacer una inversión en la explotación de sus minas de esmeraldas.

-Estoy buscando inversionistas extranjeros que quieran aportar capital en unas tierras que tengo y donde hay importantes minas.

-Bueno, vecino -le dije- si busca inversionistas que sean de Venezuela, tendrá que procurar que sean boliburgueses porqueIMG-20130926-13198 el resto de los venezolanos estamos en el ladre.

Zipaquirá es un pueblo pequeño, bonito, limpio y bien cuidado. En una esquina me mató de la risa el siguiente diálogo entre unos zipaquirenses. Uno venía caminando, con sombrero en la cabeza, hacia los otros dos hombres que estaban en la esquina y, sin detener el paso les dijo;

-Voy al velorio del cuñado mío, que se murió anoche.

-¿Y eso? -preguntó su amigo desde la esquina- ¿Qué le dio?

-Pues le dio por morirse y así tenemos excusa para beber tinto gratis.

No aguanté y solté la carcajada que fue coreada por las risas de los hombres.

Después de pasear un rato por el pueblo y hacer unas cuantas fotos, emprendimos el ascenso hacia la Catedral de Sal. Hay un trencito que por mil pesos lo lleva a uno hasta la entrada del templo pero como la idea era pasear y disfrutar del lugar, Cristian y yo IMG-20130926-13204decidimos subir caminando por las empinadas calles y luego los interminables escalones que culminan en un parquecito con restaurante, kioscos de dulces y helados, y artesanías. Una línea blanca, recordando el color de la sal, lo va guiando a uno en el trayecto. Compramos nuestras entradas y esperamos pocos minutos para entrar con un grupo de turistas a conocer el templo subterráneo contruido hace 15 años con sus paredes y pisos de sal, ubicado en los túneles y socavones de la vieja mina de sal, en sustitución de la catedral original que tuvieron que cerrarla por problemas estructurales.

Aunque uno se encuentra a 180 metros bajo tierra caminando a través de túneles oscuros, no llega a sentirse claustrofobia. Los túneles son amplios y frescos y la ventilación es excelente. Claro, nada qué temer, excepto si a uno le toca un guía como le tocó a mi sobrina Moreli unos días después, que no tuvo mejor idea que sacar aIMG-20130926-13205 colación, en pleno recorrrido, lo acontecido a los 33 mineros de Chile que permanecieron días atrapados en la mina. Una desafortunada anécdota para contarla en ese instante, sin duda.

El recorrido es verdaderamente interesante. El diseño de la iglesia con las estaciones del viacrucis puestas en los socavones es impresionante. El diseño de iluminación le da un dramatismo especial aunque no llegué a experimentar la sensación de asistir a un templo. Más parecía una visita a un parque temático que a un lugar de recogimiento espiritual.

La parte de las tiendas me recordó un poco los parques gringos. Hay una IMG-20130926-13212parte que recrea un pueblo con su cárcel, presos, alcaldía, casas y plaza que me pareció bastante feo y fuera de lugar. Así como me pareció grotesca unas representaciones de figuras indígenas hechas en material dorado, supuestamente simbolizando la leyenda de El Dorado. Un horror.

El efecto óptico del área del espejo de agua es realmente asombroso. La densidad que le otorga la salinidad al agua, y la iluminación hacen que esta parezca un hueco cuando en realidad se trata del reflejo del techo en el espejo de agua que tiene apenas diez centímetros de profundidad. Y el show de luces y sonido es en verdad un goce para la vista y el oído.IMG-20130926-13312

Ya saliendo, vimos el cortometraje de animación 3D que cuenta la historia de Zipaquirá y la formación de su mina de sal. Me dejó gratamente impresionado la factura del audiovisual con una calidad digna de Hollywood y totalmente hecha en estudios de animación zipaquirenses con personal artístico y técnico de la localidad. Un verdadero logro.

Al terminar el recorrido por la iglesia, salimos para descender al pueblo y buscar un sitio donde almorzar. Lloviznaba y hacía frío al salir de la mina. Un robusto y juguetón perro blanco y negro nos acompañó en la bajada.

Al llegar al restaurán ya llovía con más fuerza. Cuando nos disponíamos a sentarnos, pregunté si aceptaban tarjeta de crédito y la respuesta negativa hizo que nos dispusiéramos a salir a dar tumbos por el pueblo bajo la lluvia para encontrar un lugar donde poder comer y pagar con plástico.

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Uno de los chicos se ofreció amablementa a guiarnos unas cuadras más abajo hasta otro lugar donde sí aceptaban crédito. A medida que caminábamos, la lluvia se hacía más copiosa. Por fin llegamos al asadero La Catedral del Llano. Una comidería donde sirven carne en vara y deliciosas sopas.

Mojados llegamos al asadero y cuando el encargado nos dijo que no tenían punto de venta nos quisimos morir. El hambre y el frío apretaban.

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-No se preocupen -dijo el hombre-. Coman tranquilos y cuando terminen, como van a bajar a tomar el autobús de regreso, pasan por un sitio donde nos prestan el punto y pagan. Siéntense y pidan.

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Así lo hicimos. Pedimos el menú: ajiaco y mixto de carne llanera (en vara) de cerdo y de res, acompanadas con papas y yuca. Una delicia que nos devolvió el alma al cuerpo. Al terminar, un joven nos llevó al sitio donde pasaríamos la tarjeta, una feria de comida rápida dentro de un moderno centro comercial con esculturas de hierro reciclado en sus pasillos.

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Luego, el chico nos indicó cómo ir hasta la parada del autobús. A los pocos minutos llegó una buseta y una joven en la parada nos dijo que si íbamos a Bogotá la podíamos tomar.

Alejandra Borrero, Pharmakon

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Al llegar a Bogotá eran cerca de las 7 de la noche. Debíamos correr para llegar a Chapinero a la sede del Teatro Libre para ver la obra «Las flores del mal y otras hierbas», un teatro cabaret con poemas de los poetas malditos, musicalizado por Víctor Hernández y dirigido por Ricardo Camacho.

A paso apurado comenzamos a buscar, medio perdidos, el teatro. De nada sirvieron las vueltas y el apuro. Llegamos a eso de las siete y media a la taquilla y resultó que la boletería se había agotado. No había poder humano ni divino que nos consiguiera dos asientos en el teatro. Decepcionado y con muchas ganas de ir al teatro, pregunté a la chica de la taquilla por alguna puesta en escena cercana que nos permitiera llegar a tiempo. Comenzaba a lloviznar.

La diligente muchacha se fajó a conseguirnos algo por internet. Nos propuso un espectáculo de magia que no me llamó la atención. Su siguiente propuesta fue «Pharmakon», en la Casa Ensamble de La Soledad, a las ocho.

IMG-20130926-13342No tenía ni idea de qué se trataba la obra, pero cuando me leyó la sinopsis y escuché que se trataba de un unipersonal de la actriz colombiana Alejandra Borrero, inmediatamente, me interesó. Faltaban 20 minutos para las ocho, la hora de la función. Allí mismo, la chica nos vendió las entradas. Debíamos correr para llegar a tiempo. Lo mejor era tomar un taxi en la avenida. Diez minutos y siete mil pesos más tarde, el taxista nos estaba dejando frente a la sede del Teatro Ensamble, una hermosa casa en la carrera 24 adaptada para un proyecto de espectáculos teatrales con múltiples salas que permiten montar simultáneamente varias piezas, cuenta con un divertido café-bar y es, a la vez, academia para la formación de talentos teatrales. Más adelante me enteraría que Casa Ensamble es una corporación sin fines de lucro de la cual es propietaria Alejandra Borrero.

A la actriz la recordaba muy bien de la telenovela «La otra mitad del sol», en la que interpretaba tres personajes diferentes en distintas épocas y en la que se lucía con su carisma y capacidad actoral. Con ese antecedente, decidí que deseaba ver Pharmakon, con cierto temor a decepcionarme de la Borrero pues, muchas veces, los actores que deslumbran en la pantalla chica, son un desastre en teatro o cine.

Me pasó en Buenos Aires con Cecilia Roth, una excelente actriz de cine a la que admiro profundamente pero que en teatro de dejó un mal sabor al ver en el complejo «La plaza» -un proyecto similar a «Casa Ensamble», por cierto-, la obra «Una relación pornográfica», junto a Darío Grandinetti, con versión y dirección de Javier Daulte. No es que estuviera mal la IMG-20130926-13345actuación de la Roth, es que me molestó mucho la utilización de micrófonos de balita para proyectar la voz, muestra de que algo falla en los actores, especialmente tratándose de un espectáculo en una sala pequeña en la que con un mínimo de técnica vocal podrían proyectar sin problemas. En el teatro me gusta escuchar la voz de los actores sin filtros ni distorsiones técnológicas. La voz en escena es primordial para saber de la técnica y del método actoral y al filtrarla a través de parlantes me produce ruido, me saca de la pieza y se me hace extraño. Es como mirar una película con un mal doblaje, no me atrapa.

Pero, volviendo a «Pharmakon» y a Alejandra Borrero. La pieza, escrita por Carlos Mayolo y dirigida por Sandro Romero, es una obra intensa, con textos poéticos y densos que a ratos parecen delirios pero que cobran un sentido y profundidad especial gracias a la puesta en escena y a la conmovedora actuación de Borrero.

A pesar de que Alejandra se define como una actriz de carrera televisiva, especialmente de telenovelas, en teatro tiene un asombroso y profundo dominio de la técnica y el método, lo cual hace de su actuación un momento imborrable para el espectador.

En «Pharmakon, la actriz interpreta a un hombre mayor, adicto como condición intrínseca a su personalidad, hospitalizado y en pleno desarrollo de un proceso de delirium trémens. Es un unipersonal multimedia apoyado con videos que dan las claves para comprender el delirio del hombre en su lucha con las drogas, su adicción, su relación amor-odio con todo lo que lo hace dependiente. La actriz no hace uso de clichés como bigotes o cortes de pelo a rape para interpretar su personaje. Un poco de dramatismo en el maquillaje para disimular un poco la belleza natural que la caracteriza, un pijama y un saco borrero1viejo, son suficientes para hacernos ver a ese hombre mayor que entre delirios poéticos nos cuenta su historia. Es pura fuerza y energía actoral lo que se siente en escena. La voz, los gestos, los tics característicos de quienes presentan síndrome de abstinencia parecen fluir de una manera espontánea y natural. Sin duda un gran esfuerzo interpretativo de Alejandra Borrero que debe implicarle un gran desgaste físico y emocional al final de cada función.

Pharmakon es tan profunda e intensa, con una sencilla e ingeniosa puesta en escena, que habría que verla varias veces para captar todas las lecturas que ofrece. Es un texto cargado de poesía, magistralmente interpretado que no ofrece concesiones. Es una pieza que golpea fuerte al espectador mostrando un lado de la adicción del que por lo general preferimos huir. Al final uno queda con la sensación de haber asistido a un gran espectáculo teatral pero con una sensación de parálisis que no le permite aplaudir con la fuerza deseada. Solo durante el segundo saludo de Alejandra Borrero mi voz pudo articular, entre los aplausos, una sola palabra que salió de mis entrañas: ¡Brava!

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Microcuentos #C140

microcuentos

1.La Reina

¡Que le corten la cabeza!

-Gritaba la reina,

mientras

la suya caía cercenada

por la guillotina.

2.La Mentira

De 140 caracteres,

no hubo uno

que fuera verdad.

3.Aspiración

Siempre quiso ser un pirata.

Hasta el día que comprendió que era un cíclope.

4.Calorón

De él solo quedó un pocito

de sudor en la acera

donde se reflejaba la imagen del termómetro:

                                                                                   42°.

5.El Vidente

En el instante cuando el rayo

lo dejó ciego,

                         el vidente

comenzó a ver el futuro.

6.Pesadilla

El chiguagua atacó

como fiera al rottweiler

que mordía a su amo en mitad de la calle…

Despertó con el corazón acelerado.

7.Amor

Cuando la vio venir,

sintió que no podría decirle «¡Hola!»…

Las palabras se le volvían flores.

8.Amor II

Fue una historia de amor corta.

Apenas dio tiempo para

«¡Hola!» y

               «¡Adiós!»

9.Visión

Las ruedas de un carro pisaron las flores

que cayeron de sus manos con una lágrima

                             cuando

la vio venir de la mano de su novio

10.Abandonada

Lo escuchó decir en la puerta de la casa:

«Cariño, ya vengo… Voy a comprar cigarros».

Supo que la abandonaba…

11.Madre

La mamá tiburón le advirtió a su hijo:

«¡Cuidado, mi amor!

¡No te acerques a la orilla que

hay mucho humano!»

12.»Revolucionario»

«¡No volverán!»

Decía el revolucionario de franela roja

                                                                mientras

metía en su bolsillo Calvin Klein

los dólares del soborno.

13.Ancianos

Como instalación escultórica

en el porche,

quedaron las dos sillas vacías

en las que se sentaron cada tarde

                                                         por 45 años.

14.Bullying

¡Marimacha!

Gritó.

Y sintió que no lo mataba el acero de la daga en el pecho,

sino los 25 años de odio

                                       en la mirada de ella.

15.Sueño

De niño soñaba

con ser princesa.

                           Ahora,

en la oscura calle,

muchos la miran con miedo,

                                              como a la bruja mala.

Desde Quinta de Bolívar hasta Fundación Fernando Botero

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Visitar La Quinta de Bolívar,  la colonial casa del Libertador en Bogotá, es casi que una obligación para los latinoamericanos en general y, especialmente, para los venezolanos. Es una hermosa quinta restaurada y mantenida en perfecto estado con algunos elementos originales de Simón Bolívar y Manuelita. A la entrada, a mano izquierda se encuentra el despacho de Bolívar. Frente a éste, al costado derecho, la habitación donde despachaba su amante, Manuelita Saenz. Al fondo, el gran comedor, el cuarto de El libertador con su cama y los cuartos de la servidumbre, la cocina, la despensa y un amplio y hermoso jardín en cuyo tope se ubica el baño y un mirador. Lo ideal para recorrer la quinta es contratar por mil pesos la audioguía que lo orientará en el recorrido.

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Al finalizar la visita a la Quinta de Bolìvar, Cristian y yo salimos y conseguimos el césped alrededor de la casa lleno de jóvenes estudiantes desayunando, conversando, tumbados al sol. Allí mismo, en «Saudade», una cafetería, comimos unos IMG-20130925-12920ricos pasteles. Uno, el «saudade», relleno con arroz, carne molida y pollo, Otro, el «andino» con relleno de queso, pollo y champiñones y, el «Hawayano», con jamón, queso y piña en su interior. Todo acompañado  con exquisito jugo de lulo con leche por tan solo 13 mil seiscientos pesos, uno 6 dólares y servidos por Blanca Martínez una simpática y amable colombiana que nos detalló cada uno de sus pasteles y atendió como a reyes.

Resucitados con el tentempié, bajamos por el Eje Ambiental de la avenida Jimènez a lo largo de las fuentes rectangulares y circulares que simbolizan el río San Francisco, que en la actualidad corre canalizado bajo tierra. En una esquina conseguimos la estatua dedicada a «La Pola» una importante mujer luchadora por la libertad y los derechos, heroína de la independencia, quien murió fusilada.

Las fuentes de la avenida Jiménez simbolizan el recorrido del río San Francisco.

Las fuentes de la avenida Jiménez simbolizan el recorrido del río San Francisco.

Un policía apostado cerca del monumento nos señaló la casa amarilla en cuya fachada pone que allí vivió La Pola pero que, según el agente, no se sabe si es una la leyenda urbana o si realmente vivió allí Policarpa Salavarrieta, «La Pola». Luego de enseñarnos la supuesta casa de La Pola, el uniformado nos recomendó subir por una callecita para visitar el Chorro de Quevedo.

Hicimos caso al hombre y el recorrido nos deparó sorpresas increíbles. Los murales y grafittis de La Candelaria son realmente obras de arte. En una de sus calles nos llamó la atención la entrada de una casa en cuyo zaguán parecía haber como una instalación de arte moderno y en la pared se podía leer «peluquería». En una parte de la fachada, decía «La piojera».

Entramos y nos sorprendió gratamente el lugar. Lo que a simple vista parecía ser una especie de hogar de algún acumulador, al detallarlo resultó ser tanto una casa de vivienda como un exótico salón de belleza, con un agradable café y una tienda en la IMG-20130925-12932que venden artículos usados o reciclados y muchas piezas extrañas. También hay ropa y todo el lugar parece una sala de exhibición de arte contemporáneo y underground, donde puede, además de cortarse o teñirse el pelo poniéndose en las manos de especialistas con looks modernos o post modernos y cabellos multicolores, tomarse un café o conseguir objetos extraños y de colección.

Cerca de «La Piojera» hay una tiendita con ropa y calzado de diseño, propiedad de un colectivo de creadores y diseñadores. «Diseños urbanos» reza el cartel a la entrada y la vieja casa colonial cuenta, además de la boutique, con un cálido y ameno café.

Ambos locales bien valen la pena la visita y pasarse un buen rato divertido curucuteando todo lo que guardan sus estantes y espacios.IMG-20130925-12945 IMG-20130925-12948

Seguimos el recorrido por La Candelaria. Pasamos por una hermosa callecita angosta y empedrada a cuyas veras se encontraban tiendas de artesanías y bares a los que provocaba ir a tomarse unos tragos y tener una velada de buena conversación.

Al final de la calle empedrada se observaba un muro con entrada en arco en cuyo tope se veía la silueta de un equilibrista montado en un monociclo. Traspasamos el umbral del arco para encontrar El Chorro de Quevedo, una pequeña plaza en cuyo IMG-20130925-12941centro se ubica una fuente que recuerda a sus visitantes cuando en la época de la colonia, el padre Quevedo instaló una fuente para que los habitantes de la ciudad fueran allí a buscar el agua que necesitaran diariamente.

Sentada en el borde de la fuente, una hermosa chica rodeada de niños estudiantes, les contaba, de manera extraordinariamente entretenida, la historia del Chorro de Quevedo. Yo embobado por su gracia para narrar los hechos me quedé un buen rato escuchando la lección, en la que la maestra explicaba con anécdotas todo lo concerniente al oficio de aguatero, comparándolo con los que en los partidos de fútbol llevan el agua a los jugadores y los orígenes de los acueductos.

Una de las cosas que más me sorprendió de Bogotá fue la cantidad de actividades que tienen los estudiantes de primaria y bachillerato fuera del IMG-20130925-12962aula. En todos los museos y sitios históricos que uno visita se consigue grupos estudiantiles guiados por maestros o por guías de los museos para aprender in situ y con las obras o lugares enfrente de historia y arte.

Así pasó cuando, lamentando tener que abandonar la clase en el Chorro de Quevedo, llegamos a la casa de la Fundación Botero, luego de conversar un rato con la gente de Teatro Libre de Bogotá, una institución en la que imparten clases de teatro y presentan espectáculos de teatro profesional. Allí agendamos actividad para la noche del jueves y la del viernes con la programación que nos facilitaron.

La colección de la Fundación Botero es realmente impresionante. Uno puede recorrer todo el proceso de formación, creación y definición de un estilo propio y característico del pintor y escultor Fernando Botero, uno de los más importantes artistas plásticos de la Colombia contemporánea. La muestra cuenta conIMG-20130925-12964 obras tanto pictóricas como escultóricas del maestro Botero en sus diferentes épocas, además de obras de importantes creadores del arte universal adquiridas por Botero y exhibidas en su Fundación de manera gratuita para todo el que quiera pasar unas tres horas o más de disfrute artístico.

Después de llenar el espíritu con el arte en la Fundación Botero, caminamos un rato por La Candelaria buscando un lugar donde alimentar ahora al cuerpo. Cuando llegamos a la calle que separa la Casa del Florero y la Catedral Primada, entramos a uno de los tres pequeños establecimientos de comida típica colombiana. Nos decantamos por el «Antigua Santa Fe» un restaurante en el que se degusta un delicioso ajiaco santafereño, el mejor del mundo según reza su anuncio y que nos fuera recomendado por Idania Chirinos, como el mejor de Bogotá.

Efectivamente, la típica sopa hecha con tres diferentes tipos de papa, el sabor característico de la guasca, jojoto, pollo, aderezado con nata de leche y acompañado con aguacate y arroza blanco es un delicia en el Santa Fe.IMG-20130925-12986

Junto con el ajiaco pedimos un inmenso y sabroso tamal colombiano para compartir. La comida resultó ser demasiado abundante. Estaba absolutamente rica. Quedamos ahítos como hijos de cocinera. Solo nos quedó caminar un rato más por los alrededores de la plaza Bolívar para bajar un poco la comida y luego regresar a casa a descansar para el día siguiente.

Afortunadamente, caminamos luego de comer porque no sé qué habría sido de nosotros si nos hubiéramos montado recién comidos en la buseta que tomamos.

El hombre iba a mil por hora. Daba tumbos y frenazos con tal violencia que, aún estando sentados, sentíamos que nos caíamos. En el asiento que me tocó no cabían las piernas, estaba literalmente pegado al panel que divide la cabina del conductor de área de pasajeros. Un borracho que se subió fue a dar con su curda y sus huesos al piso de la buseta cuando el chofer arranco, Cristian tuvo que ayudarlo a incorporarse. Le pregunté a un pasajero que iba en el puesto de atrás:

-¿Todos los choferes manejan así aquí en Bogotá o es este nada más?

El chico sonrió y me dijo: «Es este nada más».

Cuando faltaban como dos o tres cuadras para llegar a nuestra parada, decidimos bajarnos. Más valía la pena caminar un

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poco más que seguir con la tortura sobre ruedas y correr el riesgo de caer unos sobre otros en una frenada o arrancada del loco del volante.

Afortunadamente, llegamos sanos y salvos a casa. Al día siguiente, nos esperaba el paseo a Zipaquirá y a la Catedral de Sal.

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Del parque temático Maloka a la historia de «La Guajira»

Gladis Durango, "La Guajira".

Gladis Durango, «La Guajira».

Bogotá es una fuente inagotable de actividad. Los días se hacen cortos para todo lo que hay que ver y visitar. Desde hace pocos meses, se encuentran en la Carrera Séptima unos puestos de bicicletas donde uno, previo registro en la página web www.idrd.gov.co en el link: Bicicorredores, puede, gratuitamente, con solo presentar un documento de identidad, pedir prestada una bici para recorrer el centro de la ciudad.

A quienes les interese esta opción, les recomiendo hacer el registro al no más llegar a Bogotá o antes, pues tarda dos días

Parque temático Maloka de ciencia y tecnología.

Parque temático Maloka de ciencia y tecnología.

en hacerse efectivo mediante el envío de un correo electrónico. Yo hice el registro una mañana antes de salir a conocer la Quinta de Bolívar, pero nunca me llegó la confirmación y tampoco tuve mucho tiempo para reintentarlo. No obstante, cuando uno recorre el centro, puede observar bastantes personas que disfrutan del servicio.

Esa mañana, después de registrarme en la página, decidimos, antes de ir a nuestro histórico destino, pasar por el terminal de pasajeros para de una vez tener información de cómo ir en autobús hasta Zipaquirá.

«Super Nuvia», la asistente de nuestra anfitriona, Idania Chirinos, al saber de nuestros planes, nos aconsejó preguntar a los «bicicleros» ubicados debajo de un elevado la información pues, como ellos se encargan de llevar a usuarios del terminal en sus bicicletas, saben qué buses y a qué hora se deben tomar para ir a cualquier sitio.

-Como se van a ir por ese lado, aprovechan y toman el transmilenio para ir al museo -Nos recomendó Nuvia Peña, «Super nuvia», mientras nos servía un suculento desayuno de bollitos de Harina Pan, huevos fritos, jamón, queso, jugo de naranja, café y frutas-. Y como ya van a ir por esa zona, aprovechen y visitan Maloka. Ese es un Museo de Ciencia y Tecnología muy bonito.

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Efectivamente, Maloka es un lugar sorprendente, especialmente para niños pues tiene salas interactivas y animación de personajes disfrazados. Si visitan Bogotá con niños, Maloka es un parque temático a conocer, un lugar obligado.

En la plaza externa del museo se consigue uno con un ingenioso reloj de sol, unas estructuras penetrables recordando las IMG-20130925-12818nano partículas y unas fuentes de luz, agua y sonido. El bullicio de los niños divertidos dentro de las salas llega hasta las áreas externas del lugar.

De Maloka, nos fuimos a la estación del transmilenio, hicimos registro para tener tarjeta de recarga personalizada y nos dirigimos a la estación Universidades para ir a visitar la Quinta de Bolívar. A la salida del transmilenio uno puede disfrutar de un interesante grupo escultórico tallado en piedra, emplazado en la acera, en una esquina de la avenida y que, a ratos, podría confundirse con un grupo humano que pareciera estar esperando transporte colectivo o que cambie la luz del semáforo para cruzar la calle.

Una vez en la estación de destino, empezamos a ascender por una pendiente. En el camino nos tropezamos con algunos niños que salían del colegio. A pesar de su suéter y corbata del uniforme, se podía notar que eran de extracción humilde. IMG-20130925-12838Niños felices que ante mi deseo de hacerles una foto, accedieron gustosos y divertidos y posaron junto a un cartero en bicicleta.

Los chicos nos acompañaron hasta que llegaron a su casa. Nosotros continuamos el ascenso hasta que, desde una acera en la parte de abajo, sentimos que alguien nos daba llamaba a gritos con expresión de alarma y hacía señas.

-¡Por allí, no! -Gritaba una mujer morena, con características de indigente, una habitante de calle rodeada de perros, quien se señalaba la boca abierta para indicarnos el peligro y con voz de mando nos decía a gritos:

-¡Vengan para acá abajo! ¡La Quinta de Bolívar es por aquí! ¡Se están metiendo en la boca del lobo!

Obedecimos y por un caminito de tierra marcado entre la grama, bajamos al encuentro de la dama, quien reiteró que el camino que llevábamos era peligrosísimo.

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-Vengan conmigo que yo les digo cómo llegar al museo.

Gladis Durango se llama la mujer y en la zona la conocen como «La Guajira». Mientras caminábamos, nos fue contando su historia.

IMG-20130925-12846Es nativa de La Guajira, como su apodo lo indica, a los 9 años fue violada por el marido de su mamá con un puñado de hombres más. Luego fue vendida a unos ingleses quienes se la llevaron a Inglaterra supuestamente como mujer de servicio y lo que hicieron fue prostituirla. Como pudo, regresó a Colombia. A los once años salió embarazada y dio a luz a un varón:

-Era un muchacho bello -Dice con tristeza-. Tenía el pelo rojo, los ojos claros y era altísimo. Un día, me lo mató la guerrilla y me quedé sola.

Uno de sus perros al que le falta un ojo, se nos acerca y La Guajira nos cuenta que un gamín le vació la cavidad ocular al cachorro por pura maldad.

Gladis nos dice que le hubiera gustado tener muchos hijos, 17, pero que con tanto abuso y violación de niña, se le dañó todo por dentro y tuvieron que hacerle una histerectomía total.

-Las tetas no se me desarrollaron y ahora quedé que me hago «chichí» sola.

En el ojo derecho tiene un moretón inmenso y en la parte de la frente una «sutura» que parece hecha por ella misma con hilo de coser pues, según dice, estudió medicina. Dijo que la noche anterior se cayó y se golpeó la cara.

La Guajira vive debajo de un puente que llama «mi covacha» con 32 perros y 20 gatos a quienes alimenta con las limosnas que logra recoger durante el día. Nos cuenta que hace poco hicieron un reportaje que se tituló «Ni reinas ni cenicientas» en el que cuentan su historia.

Estación del transmilenio.

Estación del transmilenio.

Una señora que va entrando al estacionamiento de un edificio en una lujosa camioneta, la llama: «¡Guajira!»

Gladis se le acerca, la saluda con un beso y le dice que abra la maletera y que tome dos blusas que hay allí. Como La Guajira tiene una mano medio paralizada por algunos golpes que recibió, yo me acerco y le abro la puerta del baúl.

-Gracias, mi amor – Le dice a la señora y luego nos explica que se trata de una profesora que siempre la ayuda.

Ya cuando estamos cerca del museo, nos dice que calculemos qué edad tiene. Nosotros un poco para halagarla y otro poco porque sabemos que la calle y la vida que ha llevado la deben haber envejecido a destiempo, le decimos que unos 44 años. La guajira se esponja y muy orgullosa dice tiene 63. Realmente eso es mucho más de lo que aparenta, a pesar de lo maltratada que está y de la vida que ha llevado.

-Les voy a decir mi secreto. Y no pongan cara fea que yo estudié medicina y sé lo que digo. En las mañanas échense el orín en la cara y después se ponen saliva y se acuestas sin pestañear. Eso se seca y queda como una mascarilla. Y el que quiera que le salga culo que no se ponga a operarse o a inyectarse cosas peligrosas. Que ponga a hervir una pata de res hasta que se deshaga y ese líquido bien caliente se lo frota en las nalgas.

Con el consejo estético de La Guajira y su promesa de un día invitarnos a visitar su covacha algún día, dejamos que Gladis Durango, La Guajira,  siga su camino con sus perros y Cristian y yo entramos a la Quinta de Bolívar, en el cerro Monserrate.

Video: «Ni reinas ni cenicientas».

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