El blog de Golcar

Este no es un reality show sobre Golcar, es un rincón para compartir ideas y eventos que me interesan y mueven. No escribo por dinero ni por fama. Escribo para dejar constancia de que he vivido. Adelante y si deseas, deja tu opinión.

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Los ojos duelen de tanto ver a través de las lágrimas

Foto hurtada del Facebook del amigo Luis Brito.

Foto hurtada del Facebook del amigo Luis Brito.

Vivimos en Venezuela en la actualidad un toque de queda sin declararlo. Si bien es cierto que desde hace bastante tiempo nos sentíamos atemorizados de salir a la calle por la inseguridad; en los últimos días, directamente, no salimos.

No es que nos da miedo salir. Es que no nos atrevemos a salir porque sabemos que no estamos exentos de ser detenidos, golpeados, torturados y sobornados por las fuerzas represivas del régimen que están desplegadas por todo el territorio nacional.

No han suspendido oficialmente las garantías, pero las imágenes en fotografías y videos de las fuerzas policiales bombardeando residencias privadas a mansalva, atacando a civiles y entrando en la propiedad privada con violencia brutal y sin orden judicial nos confirman que las garantías constitucionales no están siendo respetadas.

El régimen ha sembrado de terror la tierra del bravo pueblo. Nos quiere, además de sumisos,

paralizados por el miedo. Cuando van a dar las 6 de la tarde y el sol empieza a apagar su luz en el firmamento, corremos a encerrarnos en nuestras casas porque no sabemos qué peligros nos pueden sorprender en la calle. O, mejor dicho, porque sí sabemos y por eso nos encerramos antes de que el sol se termine de poner.

Al momento de escribir estas líneas me acabo de enterar de la muerte, luego de varios días en coma por la brutal paliza propinada por la Guardia Nacional Bolivariana del ingeniero José Alejandro Márquez, poco más de 40 años.

La mañana anterior, nos derrumbó la noticia de la muerte de Geraldine Moreno, víctima de los perdigonazos de la misma GNB. Y en la noche dieron las tres de la mañana con los ojos enrojecidos buscando información de la muerte por puñalada en San Cristóbal de Danny Malgarejo Vargas a manos del hampa para robarlo. Aún no sé qué ha sido de la suerte del otro Danny, el Vargas Monsalve, estudiante de la Universidad Católica del Táchira.

Han pasado apenas días y horas desde que el país se estremeció por la muerte de Mónica Spears y de la Miss Turismo Génesis Carmona.

No terminamos de secar el llanto cuando las lágrimas empiezan a correr de nuevo. Hemos visto tanto y con tanto dolor en estas últimas horas que ya los ojos duelen de tanto ver a través de las lágrimas.

banderaLlega la noche y con ella se acrecienta el temor. Queremos asegurarnos de que todos los nuestros están en sus casas, reguardados, seguros y a salvo. Por eso entramos en pánico si las comunicaciones fallan aunque sea por instantes.

El sueño se nos ha vuelto leve e intermitente. Dormimos entre sobresaltos. Quién puede dormir tranquilo cuando a la una de la mañana su familia desde lejos anuncia que frente a la puerta de la casa la policía grita: “¡Para, es aquí. Es aquí!”. O frente a la vivienda de uno, al filo de la medianoche una camioneta para y dos Guardias Nacionales se llevan a un joven que camina seguramente rumbo a su casa.

La falta de información nos produce zozobra y la poca que nos llega nos llena de dolor y desolación. Dudamos de toda noticia hasta el último momento. Queremos mantener la esperanza de que la última muerte, no sea más que un rumor.

Así estamos viviendo. En toque de queda sin que haya toque de queda. Sin garantías aunque no hayan suspendido las garantías. Llenos de zozobra y ansiedad. Nos dormimos por cansancio llorando un muerto y nos levantamos sobresaltados para llorar una nueva vida arrebatada. ¿Hasta cuándo? ¿Llegará el día en que en esta tierra de gracia solo se muera de vejez y enfermedad?

Nos dan por decreto un Carnaval adelantado y uno no puede más que preguntarse, ¿quién puede celebrar un carnaval en un país que debería estar decretando es duelo nacional? Que les pregunten a los familiares de esas personas asesinadas si están de ánimo para celebrar una fiestas carnestolendas.

Mi propósito de año nuevo se hizo trizas

Fotografía de Luis Brito.

Fotografía de Luis Brito.

Me había propuesto no escribir nada en mi bitácora de 2014 hasta encontrar un bonito tema, un motivo optimista que plasmar. Quería iniciar mis escritos en el nuevo año con un texto cargado de esperanzas, preñado de futuro, pleno de buenaventura.

Por eso, no escribí nada acerca del atraco del que fui víctima el 22 de diciembre a las ocho de la noche en mi casa. Me limité a dejar unos exaltados comentarios en Twitter y Facebook. No quería contaminar mis artículos con los escabrosos detalles de lo terrible que es para un ser humano que se encuentra desnudo en su casa, en su habitación, sentado frente a la computadora y siente que se abre la puerta y una voz quebrada y queda, dice:

-Ay, Golcar, tranquilo.

Inocente, volteo para encontrar a Cristian con un hombre atrás que lo apunta con un revólver y a su vez dice:

-Tranquilo, ¿dónde está el dinero? ¿Dónde está el oro?

Lo demás es más de lo mismo, más de nuestra cotidianidad y no quería, me negaba a que mi primer texto del año tuviera que ver con eso. Hice lo posible por pasar la página. Olvidar. Necesitaba olvidar. Quería borrar esa sensación de que en ese atraco se llevaron algo más importante que las cosas de valor con las que cargaron y que con tanto trabajo había adquirido. Se llevaron el poquito de paz que me quedaba, el poquito de sosiego al que me aferraba. Me dejaron el miedo y el sobresalto. Me quedó la absoluta sensación de indefensión que siente un ser humano que se encuentra desnudo ante sus agresores que, en un momento, llegaron a ser cuatro hurgando por toda la casa, cada uno con un arma más grande que la del otro.

A pesar de la depresión y el desasosiego, los planes de fin de año se mantuvieron igual. El viaje a Mérida para recibir el año en el abrigo y protección de la familia continuó en pie. Estaba seguro que la dosis de cariño familiar mitigaría la desazón y ansiedad.

Contra viento y marea, sin aire acondicionado porque se dañó en una mala época cuando todo cierra, el 28, Día de los Inocentes, arrancamos el largo viaje de siete horas por las desastrosas y ahuecadas carreteras de la patria. El cielo no se condolió ni un minuto. No hubo una nube que aunque fuese por un ratito tapara el abrasador sol.

A eso de las cuatro de la tarde, llegamos sudorosos y abochornados a una estación de gasolina en El Vigía para reponer el combustible pues la aguja ya marcaba menos de un cuarto de tanque y faltaba un buen trecho. Hicimos la cola y, al llegar frente a la máquina despachadora, el bombero jurungó un aparato y, asomándose a la ventanilla nos dijo:

-No autorizado.

-¿Cómo que no autorizado?

-No pueden cargar gasolina porque el chip no está autorizado.

-¿Y qué?¿Nos quedamos aquí?

-Llamen al 0800 octanos para que les activen el chip.

Ya nos habíamos olvidado que en alguna oportunidad habíamos instalado el bendito chip de Chávez que nunca entró en funcionamiento en Zulia pero sí en otros estados del país. En ese momento me percaté del chip y recordé que no tenía teléfono porque “los amigos malandros de Nicolás” se lo habían llevado aquella noche del 22.

Al final, el bombero amablemente me prestó su teléfono al contarle el drama del robo y luego de advertirme que no me lo fuera a llevar. Llamé al número indicado y una operadora automática con un extraño y desagradable acento argentino en la voz me fue guiando en el proceso para la activación del chip. Finalmente, me pasó con una persona de carne y hueso, por cuya forma de hablar supuse que era de un militar encargado de la materia y quien luego de solicitarme algunos datos, me dijo que en media hora estaría activo el dispositivo y podría poner gasolina al vehículo para continuar el viaje.

Decidí borrar también todo ese episodio. Mi propósito de año nuevo impedía que mi primer texto del año tuviera la más mínima queja. Continué mi viaje hacia el cariño familiar con la fe de que esos días de afecto me brindarían el tema optimista y esperanzador con el que quería inaugurar mis escritos del 2014. A tal efecto, limité al mínimo mi presencia en las redes sociales y mi acceso a las noticias y me volqué a la lectura de «Leonora» de Elena Poniatowska y a los brazos de hermanos y sobrinos. Allí, sin duda, debía andar mi inspiración.

La experiencia con la familia y los sentimientos aflorados por las fechas, iban poco a poco llevándome a un punto de equilibrio emocional. Los dos días de playa en Falcón en unión de mi familia, consintiendo a los más pequeños y dejando en las salinas aguas las mala vibras del 2013, estaba seguro de que completarían el trabajo. Solo una noche me desperté con sobresalto sintiendo que los ladrones me apuntaban al pie de la cama. Un verdadero éxito, sin duda.

Pero justo el día del regreso, al despertar, llega la noticia del cruento asesinato de la bella y talentosa Mónica Spears y su esposo. Una masacre que en un segundo me hizo revivir el horror del la noche del 22 en mi habitación y sacó de mí la parte más horrible del ser humano, la indolencia al pensar “Gracias a Dios, no fui yo, ni uno de los míos. Pude haber sido yo, ese 22 de diciembre frente a cuatros armas de fuego. Puedo ser yo en cualquier momento porque en un país con 25 mil muertes violentas en un año, nadie está a salvo. Pero, gracias a Dios, no fui yo”. El miedo, la inseguridad y la violencia nos hacen viles y egoístas.

Volvió la angustia, el desasosiego. El terror cobró impulso una vez más dentro de mí. En cada cara que se me cruzaba en la calle veía a un potencial ladrón. Cada gesto de la persona frente a mí era un amago de sacar un arma del cinto. Con el miedo a flor de piel, emprendimos el regreso a Maracaibo.

La carretera estaba fresca. A pesar de los huecos, reductores de velocidad y vendedores en mitad de la vía que siempre retrasan el viaje, llevábamos buen tiempo. Pasamos la alcabala de Mene Mauroa y, unos 10 minutos después, de repente, un trancón. El tráfico completamente paralizado a la altura de una vía que presumíamos en reparación. Sospechamos que el atasco se debía a las obras y nos dispusimos a esperar que nos dieran paso.

10 minutos, 20 minutos, media hora. Una mujer que pasó nos gritó:

-¡Devuélvanse que hay protestas!

40 minutos. Increpamos a unos jóvenes que pasaron en moto sobre lo que sucedía:

-Huelga de hambre.

-¿?

-Sí, la gente está protestando por comida. Camión con alimentos que pasa, camión que asaltan- Dicen los muchachos sonriendo y yo no lo puedo creer.

Otro muchacho nos advirtió que él viaja cada dos meses y que esa vía no la están arreglando, que tiene muchísimo tiempo en esas condiciones y no hay visos de que la reparen.

Los vehículos empezaron a devolverse. No teníamos ni idea de adónde ir o qué vía tomar. Desandamos el camino y llegamos a la alcabala donde dos guardias nacionales absortos con sus teléfonos celulares nos recibieron sin mirarnos. Preguntamos cómo podíamos hacer para llegar a Maracaibo, si había una vía alterna y un ciudadano que se encontraba allí nos indicó que tomáramos a la izquierda, vía El Consejo y Mecocal y de allí a Miranda.

Les pregunté a los guardias sobre lo que sucedía y, sin levantar la vista de sus teléfonos, me respondieron que desde las diez de la mañana la vía se encontraba cerrada por protestas de la gente. ¡Desde las diez y estos malnacidos son incapaces de poner un aviso o de advertirles a los conductores de la situación! ¡A ellos no parece importarles que la gente pase horas allí parada! Esa es la Guardia Nacional Bolivariana.

Tomamos camino en la dirección que nos indicaron. Una carretera intermitentemente de tierra y de pavimento ahuecado. Un camino que de seguir con esta desidia pronto será totalmente de tierra. A las orillas, entre el alambre de púas y los estantillos, pastaban unas escuálidas reses tratando de conseguir hierbas comestibles entre los inmensos y secos pastizales. Las costillas se les marcaban y el rosario de las vértebras brotaba a todo lo largo de la columna vertebral de los rumiantes.

Como una alegoría garciamarquiana que nos advertía del retroceso que vive nuestro país, en el medio de la nada, vimos los buses y carpas de un circo de pueblo. “¡Macondo vive!” pensé.

Llegamos por fin, exhaustos, a Maracaibo. Con la depresión viva me dispongo a comprar, sin muchas ganas, un teléfono para reponer el robado. Recorro infructuosamente varias tiendas. Al trauma del robo de nuestras pertenencias, se suma el de no tener la posibilidad de reponer lo robado porque la escasez también campea en los teléfonos celulares.

En cada agente autorizado que llego no consigo una sola persona que me diga que no ha sido víctima de un robo, un asalto, un atraco, un secuestro. Todos en Venezuela tenemos una historia que contar. “A mí me apuntaron con una arma en un carro por puesto y me quitaron todo”. “Mi carro me lo quitaron a punta de revólver y en el grupo había una mujer que era la más violenta”. “A mí me ruletearon secuestrado en un taxi durante cuatro horas con un revólver en la nuca”. “A mis amigos les robaron la camioneta, como no pagaron rescate y compraron otra con lo del seguro, se la volvieron a robar y, como no pagaron de nuevo el rescate, les mataron un hijo”…

Al final compro el único teléfono que había. El último que les quedaba. Pagué mucho más dinero de lo que en verdad vale. Esa es otra de las “virtudes” de esta Venezuela revolucionaria, pagamos a precio de oro, productos de quinta categoría. “Es lo que hay”.

Mientras me activan la línea, el corazón da un vuelco cada vez que la puerta se abre y alguien entra. En ese momento, me doy cuenta de que mi propósito de hacer un texto optimista y de crecimiento para inaugurar mi bitácora del 2014 se ha hecho trizas. Estamos a nueve de enero y el país no me ha ofrecido nada que permita cumplir con mi intención.

Los ladrones se llevaron mi tablet, mi cámara recién comprada, mi teléfono con el que tenía cuatro años, algunos pocos ahorros. Me dejaron el miedo, la indefensión, la angustia. El país se llevó a la porra mi esperanza, mi optimismo. Ahora solo me queda el sobresalto, las pesadillas al dormir, el temor  al despertar. A nueve días del nueve año Venezuela no me ha dado un buen tema para escribir. El país solo me entrega, a cada instante, unas tristes y profundas ganas de “irme demasiado”.

En el 2018 tendremos la mitad del miedo

rodriguez

Hoy leí un tuit que me dejó de una pieza. Pensé que podría tratarse de una broma del Chigüire Bipolar. Llegué a creer que habían hackeado la cuenta de Últimas Noticias. Sospeché que se trataba de un titular malintencionado de algún periodista opositor. Es que, de verdad, me parecía imposible que el contenido del tuit se correspondiese con lo dicho por un funcionario público. No podía dar crédito a que Miguel Rodríguez Torres, titular del Ministerio del Poder Popular de Interiores, Justicia y Paz, o sea, quien tiene bajo su responsabilidad el diseño y ejecución de políticas de seguridad en el país, dijera en serio y muy orgulloso que: “Para el año 2018 todos los delitos se deben haber reducido en 50%”.

Abrí el link publicado y mi asombró no cesó. ¡Es que no se puede ser tan cínico! La declaración continuaba: “Esa es la meta que se ha trazado y que no deja dormir al ministro de Interiores, Justicia y Paz, mayor general Miguel Rodríguez Torres”.

Esa parece ser la mejor oferta del ministro para un país en el que -según leí algunos tuits más abajo-, en los primeros 15 días del mes de diciembre de 2013, habían ingresado a la Morgue de Bello Monte 248 cadáveres.

248 víctimas fatales de la violencia e inseguridad solo en Caracas y Rodríguez Torres nos dice a los venezolanos como una hazaña que su aspiración es que dentro de un lustro, después de 5 años de su gestión, en lugar de 248 muertos en Caracas, se hable de 124 en la primera quincena de diciembre de 2018.

Si plantear como meta bajar las cifras de delitos en este país en un 50 por ciento en un quinquenio no es un acto de cinismo por parte del ministro, que baje Dios y lo vea.

“Tener la mirada puesta en ese objetivo es lo que provoca que de manera permanente esté revisando las cifras, analizando por qué se disparó tal o cual delito, qué críticas se están haciendo desde la sociedad civil, cuál dispositivo está funcionando de manera correcta, qué delitos se están imponiendo en cada una de las regiones, qué correctivos hay que elaborar sobre la marcha, qué cambios hay que realizar y hablando con consejos comunales y las comunidades en general”, dice la información, y yo solo puedo pensar que el tipo nos está vacilando. Que es un mamador de gallo.

Según la información de agosto de 2013 del mismo portal de Últimas Noticias, “el auge de la criminalidad ocasionará por lo menos 25.000 homicidios en el país este año. Este es el cálculo más conservador del director del Observatorio Venezolano de la Violencia, sociólogo Roberto Briceño León”.

¡25 mil homicidios en un año! Más muertes que en una guerra y al ministro solo se le ocurre decirnos que su meta es que para el 2018, cinco años después de esos 25 mil asesinatos, se contabilicen solo 12 mil 500. Casi nada, pues.

Según Briceño León, “el promedio diario de homicidios en el país es de 71 casos. Este año además se acentúa la tendencia a la victimización múltiple”. Es decir que la meta, lo que Rodríguez Torres exhibe como un logro a esperar para dentro de un lustro, es que los homicidios diarios bajen a 35 en Venezuela.

Y ojo, que estamos hablando solo de homicidios, no de delitos en general, que en cuanto a robos y atracos, en todas sus variables, y a secuestros, no se dice nada. Y de eso hay bastante tela que cortar. Aunque en Venezuela hay un alarmante sub-registro porque son muchos los delitos que por diversos motivos no son denunciados y que no pasan a formar parte de las estadísticas oficiales que, además, el régimen se encarga de maquillar.

Difícilmente alguien quiera pasar por el engorroso trámite burocrático de denunciar un robo de un teléfono móvil o de una cartera porque todos sabemos que es tiempo perdido y que nada pasará al respecto. Esos delitos forman parte de nuestra cotidianidad y ya ni nos molestamos en denunciarlos, son «gajes del oficio».

Igual sucede con los robos de vehículos pues son muchas las víctimas que no denuncian porque están dispuestas a negociar con los ladrones y pagar cuantiosos rescates para recuperar el auto y, si han puesto la denuncia, el calvario para liberarlo y sacarlo del sistema de la policía puede tomarse meses, unos cuantos pagos de matracas y el riesgo de que lo que no se hayan llevado los ladrones, desaparezca en los estacionamientos judiciales.

Además, si el auto cuenta con seguro, normalmente uno piensa en que lo que le darán por la póliza no alcanzará ni para la inicial de un carro nuevo o, en el peor de los casos, aunque tenga el dinero, no conseguirá un carro para comprar pues las listas de espera pasan de 10 mil personas en los concesionarios. Así que, al final, lo menos malo es pagar el rescate y rogar a Dios para que no te vuelvan a robar en 6 meses y pasar por todo el trauma otra vez.

Bueno, ante todo este drama de inseguridad y violencia que padecemos los venezolanos, el ministro nos ofrece que en 5 años tendremos medio drama. Un quinquenio para bajar la “sensación de inseguridad” a la mitad. Un lustro para que ese miedo con el que hoy salimos diariamente a la calle disminuya en un 50 por ciento. Rodríguez Torres nos dice que en el 2018, después de 20 años del régimen y más de 20 «planes de seguridad», los venezolanos viviremos con la mitad del miedo. ¡Qué consuelo! ¿No?!

De verdad que después de semejante declaración del ministro asumiendo su incapacidad e ineptitud para por lo menos ofertar un poco de paz y tranquilidad a corto plazo, uno esperaría encontrarse con que al día siguiente, a leer las noticias o escuchar los noticieros, el incapaz puso su cargo a disposición o que le fue solicitada la renuncia.

Claro, eso cabría esperarse en un país medianamente serio donde en verdad se tomen los problemas de los ciudadanos con la urgencia y la gravedad que tienen. Pero en esta república bananera del Socialismo del Siglo XXI que nos han impuesto, lo que sucederá será que otra declaración del ministro o de cualquier otro ministro con una barrabasada peor, hará que nos olvidemos que lo mejor que tiene este régimen para ofrecernos en materia de violencia y seguridad personal es disminuir los delitos a la mitad en cinco largos, violentos, y teñidos de rojo años. Cinco años más para que la sangre de ciudadanos venezolanos derramada en las calles disminuya a la mitad. Esa es la meta.

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