El blog de Golcar

Este no es un reality show sobre Golcar, es un rincón para compartir ideas y eventos que me interesan y mueven. No escribo por dinero ni por fama. Escribo para dejar constancia de que he vivido. Adelante y si deseas, deja tu opinión.

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Mucho «mariconeo» en Madrid

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Esto lo escribo mientras voy por la carretera rumbo a Lisboa desde Madrid. A los lados de la vía me rodea un paisaje reseco de tonos ocres y verdes. En algunos tramos la vista se llena del amarillo de los sembrados de girasoles o del oro del pasto seco. En otros el paisaje vira a unos tonos entre gris y verde, los característicos de las siembras de olivares, para de pronto tornarse verde intenso con los inmensos maizales. El cielo es de un tono azul brillante y plano, apenas surcado por una que otra nube. El sol resplandece en lo alto y mientras avanzamos, rememoro lo vivido estos últimos días.

wpid-img_20150707_000029.jpgLos días 3 y 4 de julio fueron jornadas de marcha y algarabía en Madrid. Caminar por los alrededores de Sol y Chueca era asistir a una exhibición de diversidad y de la variedad de la especie humana. Días de fiesta y mariconeo por todos lados. Las lenguas e idiomas se mezclaban cual torre de Babel. Los colores de la piel relucían en todas su manifestaciones bajo un cielo soleado y azul. La noche del 3 quedamos en encontrarnos con Jacqueline y Guillermo junto a «la osa» de Sol. Dos viejos amigos de Maracaibo que llevan unos años viviendo en Madrid. En un bar por Sol nos bebimos unos tragos, comimos un delicioso queso manchego, pan y aceitunas. La conversa, como es habitual, giró en torno a la política, la inseguridad, la inflación y la escasez de Venezuela. No podían faltar algunas comparaciones y referencias a la realidad española y al espanto con el que algunos venezolanos recibimos el discurso de Podemos.

Luego, nos reuniríamos con Yofrank y José para pasear un rato por la Madrid de trasnocho y botellón. Más tarde, se nos uniría Marco.

Difícil decidir hacia dónde apuntar la cámara entre tanta gente llamativa y edificios y monumentos. Gran Vía esa noche era un inmenso templete. El botellón más grande que esa vieja dama que es Madrid haya podido observar. Por los lados de Callao, frente al cine del mismo nombre, una tarima ofrecía un concierto de «Las amistades peligrosas». El lugar estaba atiborrado de gente, algo muy significativo pues, justo en esa parte de wpid-img_20150705_085355.jpgMadrid, antes exhibían pintas de «Bienvenidos a la zona libre de homosexuales», o algo parecido, según me contó Marco Tulio. Al día siguiente, fuimos a una terraza para reunirnos con un grupo de españoles para almorzar antes de ir al desfile del orgullo gay. La mesa parecía el set de una película de Almodóvar. Gente alegre y divertida con ese humor característico de los personajes almodovarianos. Una rica paella, patatas bravas y una refrescante y deliciosa sangría. Un agua de Valencia, para concluir.

De allí, nos fuimos rumbo al Café de la luz a encontrarnos con Elvia Sánchez, una vieja amistad virtual con vínculos fraternales en la vida real. El encuentro fue ameno y divertido. Un grupo de amigas con las que provoca pasar horas conversando, todas con vínculos especiales con Venezuela, así que se imaginan sobre qué versó la mayor parte de la conversación. Pero, antes de llegar al Café de la luz, pasamos por la Calle del Desengaño, un viejo anhelo por cumplir. La calle no cuenta con el portal número 21 de la serie «Aquí no hay quién viva», llega hasta el 20, pero sí conserva algo del ambiente mostrado en el seriado televisivo que tantas risas me ha regalado por años. Está llena de putas viejas y gorditas echadas en los portales que hablan con diferentes acentos; colombianas, rumanas, dominicanas…

wpid-img_20150705_091050.jpgDel Desengaño, fuimos directo a Cibeles para ver el desfile. Los alrededores del Ayuntamiento, ese imponente edificio que era el Palacio de Comunicaciones y la sede de Correos en mi viaje anterior, frente a la fuente de la Diosa, estaba a tope.

Mucha piel, mucho cuero, mucha pluma. Toda la diversidad imaginable se daba cita para festejar el orgullo de ser y dejar ser. Niños, jóvenes, ancianos. Blancos, negros, amarillos. Judíos, católicos, cristianos, musulmanes, agnósticos, ateos… Homosexuales, transexuales, bisexuales, travestis, intersexuales; la calle de Alcalá era una vitrina de las diferencias. Las banderas de arcoiris ondeaban por doquier y relucían bajo el cielo azul y el resplandeciente sol de Madrid. Los bomberos rociaban agua con las mangueras para aminorar el sofocón.

wpid-img_20150705_095744.jpgAl final, el desfile no fue lo esperado. Las carrozas nunca aparecieron. Pero fue divertido y una experiencia interesante para practicar la tolerancia y superar prejuicios. La galería humana daba todo de sí, como se aprecia en las fotos.  A eso de las 11 y media de la noche, llegábamos exhaustos a casa. Luego nos enteraríamos de que a esa hora comenzaron a desfilar las carrozas. ¡VayaPalaMierda!

El domingo, nos levantamos tarde. Comimos una deliciosa pasta con ibéricos y crema hecha por Yofrank y salimos a pasear por el parque público de Tres Cantos. Un espacio con cisnes, patos, tortugas y pájaros. Con hermosos jardines y perfumadas y coloridas rosas. Puro relax.

Luego, al teatro. A La Latina, junto Lavapiés para ver «ATCHÚUSSS!!!», un divertido montaje dirigido por Carles Alfaro, con textos cortos de Anton Chejov, firmados con el seudónimo de Antosha Chejonte utilizado por el ruso wpid-img_20150706_001422.jpgen su juventud. Cinco historias breves, cinco estornudos que garantizan montones de risa. El dispositivo escénico es lúdico e ingenioso. Con dos grandes espejos decorados que funcionan como parabán y en el que, por efecto de la iluminación, nos permite observar a través para ver en segundo plano como los artistas se cambian de vestuario para encarnar múltiples personajes cada uno. La escenografía está muy bien concebida y el vestuario tipo clown contribuye a la explosión de carcajadas inspiradas por unos personajes miserables, unos pobres diablos que desnudan ante el espectador sus mezquindades, avaricias y miserias. Personajes interpretados magistralmente por Malena Alterio y Fernando Tejero de «Aquí no hay quién viva», Adriana Ozores  y Enric Benavent, el alcalde de «El secreto de Puente viejo», con lo cual, el espectáculo da la impresión de ser un encuentro entre viejos y divertidos conocidos. La selección de los textos y la secuencia hecha le imprimen un ritmo que hace que las carcajadas vayan in crescendo, con un humor inteligente que no se conforma con la vulgaridad y el chiste fácil. Hacía mucho no me reía tanto con una obra de teatro.

Al salir de la sala, dimos un paseo por la zona de El Rastro, pero sin el mercadillo y allí mismo cenamos con los añorados huevos rotos con jamón y patatas. Otro deseo cumplido. De allí, a casa para preparar la maleta para el viaje a Portugal al día siguiente. La aventura apenas empieza.

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Fresa y Chocolate en el Baralt

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Recuerdo con claridad la sensación de nudo en la garganta y ojos aguados con que salí hace 20 años del cine luego de ver Fresa y Chocolate. Fue en el cine Viaducto en Mérida, creo que ya no existen esas salas de cine, al menos no como tales.

Había pasado tan poco tiempo de mi viaje al Festival de Cine de La Habana que la película pegó duro al recordar esos días de tristeza por las calles habaneras, las conversaciones con amigos tan parecidos en sus discursos a los personajes de la película, tan apesadumbrados y siempre pensando en la posibilidad de poder largarse de un país que no tenía más que miseria, represión y miedo para ofrecer.

Las lágrimas de entonces eran por una realidad lejana y ajena, que nos golpeaba en cuanto a seres humanos que sentíamos que no había derecho a que por el gusto al poder de unos pocos se sometiera a todo un pueblo. Era algo que veíamos en una pantalla de cine, leíamos en un libro o, como mucho, vivíamos por ocho o quince días de un viaje turístico a la Cuba.

La noche del 9 de julio, en el Teatro Baralt, una vez más la historia de David y Diego me removió el alma. El nudo en la garganta y los lagrimones tomaron cuerpo nuevamente al pasear por la relación de esos dos amigos, y una punzada en la boca del estómago me impidió más tarde conciliar el sueño.

Solo que la tristeza de hoy no fue como la de hace 20, por una realidad lejana. Los lagrimones en el Baralt eran por mí y no por unos amigos dejados en una miserable isla caribeña. Lo que veía en escena gracias al Grupo Actora 80 no era la realidad cubana, era mi cotidianidad.

Héctor Manrique nos ofreció una puesta en escena limpia, sencilla y correcta. No sé si fue su intención pero la puesta logró trasladarme al teatro cubano. El estilo de la propuesta de Manrique con su versión de “Fresa y chocolate” se me pareció mucho al de obras teatrales que en varias oportunidades pude apreciar de agrupaciones de la isla. La música en la versión teatral de Manrique es realmente buena y apoya atinadamente los momentos claves de la pieza, acentuando la emotividad y la acción. El vestuario está a la altura y ayuda a configurar muy bien la personalidad de cada uno de los personajes. La iluminación está bien diseñada para contribuir con el clima de las diferentes escenas de la obra.

El texto, por supuesto, no tiene desperdicio y en escena logra llevar al espectador de la mano por las diversas emociones y momentos de los personajes consiguiendo dibujar ese complejo mundo de sentimientos y emociones que configuran los dos personajes principales tan opuestos entre ellos.

Molesta un poco en la propuesta de Manrique lo estereotipado de los tres personajes en escena. Por momentos parecen demasiado caricaturizados, los actores no parecen calzar para los matices y posibilidades que ofrecen los personajes imaginados por Senel Paz. Especialmente el personaje de Diego tiende a ser un «maricon» demasiado cliché, más cerca de la loca de programas cómicos que del sutil personaje creado por Senel Paz en su cuento «El lobo, el bosque y el hombre nuevo». Y la interpretación del comisario policial peca de sobreactuación a la vez de estereotipado.

Las actuaciones de los tres intérpretes tienden al estereotipo sin llegar a aprovechar los matices que como personajes tiene cada uno. Diego logra parecerse al personaje creado por Paz cuando arranca la escena de la despedida, ya casi al final de la pieza, cuando el personaje parece dar un vuelco y ser más el intelectual culto y gay que dibujara el autor del cuento que la loca suelta plumas que hemos visto a lo largo de la pieza.

Afortunadamente, el texto de la obra es tan bueno -por momentos un poco atropellado por los actores- y la puesta en escena y dirección están tan bien concebidas que las deficiencias actorales uno llega a obviarlas para disfrutar de una excelente pieza teatral.

El dolor de hace 20 años pensando en lo mal que lo pasaban los cubanos, recordando los amigos del teatro Mella al ver su realidad reflejada en la pantalla, hoy se volvió dolor en carne propia, gracias a la puesta en escena del Grupo Actoral 80 en el Teatro Baralt. Aquella historia de Diego que tiene que irse de la isla porque allí ya no tiene futuro, ahora, es la nuestra, la de nuestros jóvenes, la de un país en donde quienes no se han ido están planeando o anhelando irse. La historia de quienes piensan que más que partir por propia voluntad lo hacen porque sienten que el país los está echando. Que la patria se les agotó en una cola y en un futuro inseguro e incierto

Por último, por favor, señores productores, aunque sea una función a beneficio, como en el caso de esta representación de “Fresa y chocolate” en Maracaibo traída para recaudar fondos para el Cine Club Universitario, entreguen a la entrada un programa de mano, aunque sea en fotocopias. Mas cuando se trata de una entrada costosa que se paga con gusto para colaborar, pero que lo deja a uno con la sensación de que algo no está bien en una obra cuando ni programa de mano dan. Por eso, esta reseña queda sin los nombres de quienes intervinieron en la ficha artística y técnica y va solo con la foto del ticket de la entrada, como protesta porque me niego a tener que recurrir a Google para obtener la información que me debió ser dada en el programa de mano.

Por lo demás, una vez más hay que decirlo, ¡que viva el teatro!

Museo de Arte Nacional y «Crimen y castigo»

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Una mañana de mis días en Bogotá, salí a la calle decidido a encontrar el Museo de Arte Moderno para cumplir con un encargo que me hiciera el amigo Luis Brito.

El viaje estaba por terminar y entre una cosa y otra, no había podido hacer la diligencia encomendada. Ese día, autoengañándome, dije: «Hoy voy directo al Mambo», un lugar que, además, parecía que jugaba al gato y al ratón conmigo pues -cosa rara porque en Bogotá normalmente me ubicaban bien al preguntar-, cada persona a la que consultaba el paradero del museo, me mandaba a una coordenada diferente.

Por la calle, a la altura de la torre Colpatria, el edificio más alto de Bogotá y que de noche tiene un impresionante juego de iluminación,IMG-20130927-13359 tropecé con un policía a quién le pregunté si sabía la dirección. No supo decirme y, quien iba a su lado, al parecer por su uniforme de gala, un militar, terció diciendo:

-El de Arte Moderno no sé dónde está, pero si le interesan los museos, aquí cerca está el Museo Nacional que es muy interesante. Vaya que le gustará lo que encontrará allí.

Sorprendido por la amabilidad del militar y agradeciendo su sugerencia, pensé: «Bueno, pues ya que estamos cerca, ¿por qué no aprovechar?». Posponiendo, una vez más el mandado de Brito, enfilé camino al Museo Arte Nacional.

Tenía razón el uniformado. El museo no solo es interesante, sino que es una visita obligada para conocer tanto de arte colombiano como de historia de Colombia. Es un sitio para visitarlo con calma y concienzudamente, con más tiempo IMG-20130927-13531del que yo disponía, sin duda, para poder captar el gran volumen de información que posee.

En una de las salas bajas había una exhibición de «Dioses, mitos y religión de la antigua Grecia» que recién acababan de inaugurar y en otra sala, con motivo de esa muestra, varias instalaciones interactivas con motivos griegos. Allí, sobre arena, escribí mi mensaje a Hermes manifestando el IMG-20130927-13380deseo de volver algún día a Bogotá.

Un grupo de escolares rodeando una piedra en mitad del pasillo de entrada me hizo parar a escuchar lo que les decía la guía. Se trataba de un meteorito caído en Colombia y que constituye la primera pieza adquirida por el Museo de Arte Nacional. A partir de allí comienza un profundo recorrido que merece ser re-visitado para conocer con detalle la historia de Colombia.

Entre las muchas piezas interesantes que tiene el museo, un cuadro me llamó la atención. Es una pintura de Botero en la que apenas se adivinan los trazos que más tarde definirían su estilo artístico y que, de no ser por la ficha técnica, muchos no se enterarían que es de él.

IMG-20130927-13376Casí tres horas en el Museo de Arte Nacional, resultaron pocas. Ya estábamos cerca de la hora cuando debíamos buscar a mi sobrina en el hotel y la última sala debimos verla apurados.

De nada nos sirvió el apuro. No hubo manera de llegar a tiempo. Más de una hora dando tumbos por La Candelaria para ubicar el Hostel en el que se hospedaba y no dábamos con el lugar. Hasta un locutorio fuimos a dar para buscarlo en Google Maps y el sitio parecía no existir. Luego de mucho patear y preguntar, muertos de hambre, por fin, conseguimos la bendita pensión «Chocolate», una bonita y bien atendida casa, a precios solidarios. Recomendable para quienes no buscan lujos en un hospedaje y quieren estar bien ubicados.

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Un cuadro de Fernando Botero en el Museo de Arte Nacional

Como el hambre apretaba, decidimos comer por allí mismo, en La Candelaria, en el primer sitio que se nos atravesara. Entramos a un lugar de crepes del que salimos porque, primero, no mostraron la más mínima disposición para ayudarnos a conseguir un enchufe en donde pudiéramos poner a cargar las casi fenecidas baterías de los teléfonos (inconcebible, un restaurante en estos días que no le ofrezca ese servicio al turista), y, segundo y más importante, no aceptaban tarjeta.

Muy cerca del lugar de las crepes, había un restaurante de carnes estilo cadena americana llamado Toro Burguer y decidimos probar suerte. Encontramos los ansiados toma corrientes y tenían punto para tarjetas de crédito. ¡Ese era el lugar!

La atención fue bastante deficiente pero comimos un rico lomo de cerdo grillé, dorado por fuera y jugoso por dentro, acompañado de papitas criollas y arepitas. Realmente delicioso. De postre una rica torta de chocolate para compartir.

Luego de comer, paseamos un rato por La Candelaria mientras hacíamos tiempo para la hora de la función de teatro, por allí mismo. La Candelaria siempre resulta una buena opción para pasar el tiempo pues en cada esquina lo sorprende a uno con alguna actividad callejera, música, danza, o es divertido observar el ir y venir de gente a toda hora.

La sede del Teatro Libre de Bogotá es una hermosa, vieja y bien conservada casa de la zona, con un ameno café bar en lo que en su tiempo fue el patio central.

IMG-20130927-13426El lugar fue acondicionado para funcionar como escuela de teatro y, al fondo, adaptaron un espacio con un aforo de 250 butacas y un escenario para las representaciones teatrales. La obra era «Crimen y castigo», una adaptación de la célebre novela sicológica de Dostoievski, hecha por Ricardo Camacho, quien a su vez dirigió la puesta en escena.

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Foto tomada de primiciadiario.com

El montaje fue sencillo. Una puesta que sin mayores recursos efectistas se centró en el texto y en las excelentes interpretaciones de los actores. La adaptación de Camacho de la novela de Dostoievski es de ese tipo de teatro que le demuestra al espectador que para disfrutar de un espectáculo, son suficientes un buen texto y una buenas actuaciones. No hacen falta grandes escenografías ni ingeniosos efectos especiales.

Solo tres buenos actores en escena, dos de ellos encarnando acertadamente varios personajes y una buena y bien adaptada historia de tipo sicológico y de misterio, bajo una atinada dirección bastan para que uno salga satisfecho del teatro, contento de haber presenciado un espectáculo de calidad y dispuesto a pasar una rica noche de sueño reparador para salir a conocer al día siguiente toda la zona rosa de Bogotá.

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Una catedral de sal en Zipaquirá y una excelente actriz en Pharmakon.

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Hay varias maneras de trasladarse desde Bogotá a Zipaquirá para ir a conocer la Catedral de Sal.

La que más me llamaba la atención y que quería tomar para ir, era en tren. Una antigua locomotora. Pero resulta que solo hace el recorrido los fines de semana y días feriados y es un paseo desde las ocho de la mañana hasta las cinco de la tarde, cuando regresa. Nuestro viaje lo haríamos un jueves así que tuvimos que buscar las otras alternativas.

IMG-20130926-13178Nos fuimos hasta el terminal de autobuses y allí tomamos un Alianza que por cuatro mil pesos nos llevó a nuestro destino. Es un poco fastidioso porque uno debe llenarse de paciencia. La unidad (nueva y en perfectas condiciones, todo hay que decirlo) arranca a 10 kilómetros por hora y va recogiendo pasajeros por la avenida, haciendo varias paradas lo cual hace que el viaje se alargue más tiempo del esperado hasta que por fin toma su velocidad de viaje. No obstante, a mí me sirvió el trayecto para escribir alguno de los artículos con mis impresiones sobre Bogotá.

La otra opción es tomar el transmilenio hasta Portal del Norte y allí tomarIMG-20130926-13167 un alimentador que lo llevará hasta Zipaquirá.

Lo lento del viaje en el autobús lo compensó la excelente atención del conductor. Cuando compramos los boletos y supo que éramos turistas, se mostró dispuesto a prestarnos toda su colaboración para orietarnos sobre cómo llegar al pueblo. Al punto que, cuando ya estábamos en Zipaquirá, le pidio a dos pasajeros que cambiaran de unidad para que fueran en otro autobús hasta el terminal, solo con el objetivo de dejarnos a nosotros lo más cerca posible del centro de Zipaquirá.

Caminamos unas dos cuadras desde donde nos dejó el autobús hasta la plaza del pueblo a cuyo alrededor se encuentran la antigua Catedral, hermosas casas coloniales perfectamente mantenidas y en contraste con las eificaciónes de estilo francés de la Alcaldía y la Gobernación.

IMG-20130926-13172La iglesia estaba cerrada. Me acerqué a un vendedor de helados que estaba en la plaza para preguntarle a qué hora la abrirían.

-Solo la abren cuando hay entierros -me respondió el hombre.

-O sea que, cuando uno venga, ¿tiene que ligarla que se haya muerto alguien en el pueblo? -Bromeé, yo.

Un hombre que acababa de comprar un helado me invitó a hacer una inversión en la explotación de sus minas de esmeraldas.

-Estoy buscando inversionistas extranjeros que quieran aportar capital en unas tierras que tengo y donde hay importantes minas.

-Bueno, vecino -le dije- si busca inversionistas que sean de Venezuela, tendrá que procurar que sean boliburgueses porqueIMG-20130926-13198 el resto de los venezolanos estamos en el ladre.

Zipaquirá es un pueblo pequeño, bonito, limpio y bien cuidado. En una esquina me mató de la risa el siguiente diálogo entre unos zipaquirenses. Uno venía caminando, con sombrero en la cabeza, hacia los otros dos hombres que estaban en la esquina y, sin detener el paso les dijo;

-Voy al velorio del cuñado mío, que se murió anoche.

-¿Y eso? -preguntó su amigo desde la esquina- ¿Qué le dio?

-Pues le dio por morirse y así tenemos excusa para beber tinto gratis.

No aguanté y solté la carcajada que fue coreada por las risas de los hombres.

Después de pasear un rato por el pueblo y hacer unas cuantas fotos, emprendimos el ascenso hacia la Catedral de Sal. Hay un trencito que por mil pesos lo lleva a uno hasta la entrada del templo pero como la idea era pasear y disfrutar del lugar, Cristian y yo IMG-20130926-13204decidimos subir caminando por las empinadas calles y luego los interminables escalones que culminan en un parquecito con restaurante, kioscos de dulces y helados, y artesanías. Una línea blanca, recordando el color de la sal, lo va guiando a uno en el trayecto. Compramos nuestras entradas y esperamos pocos minutos para entrar con un grupo de turistas a conocer el templo subterráneo contruido hace 15 años con sus paredes y pisos de sal, ubicado en los túneles y socavones de la vieja mina de sal, en sustitución de la catedral original que tuvieron que cerrarla por problemas estructurales.

Aunque uno se encuentra a 180 metros bajo tierra caminando a través de túneles oscuros, no llega a sentirse claustrofobia. Los túneles son amplios y frescos y la ventilación es excelente. Claro, nada qué temer, excepto si a uno le toca un guía como le tocó a mi sobrina Moreli unos días después, que no tuvo mejor idea que sacar aIMG-20130926-13205 colación, en pleno recorrrido, lo acontecido a los 33 mineros de Chile que permanecieron días atrapados en la mina. Una desafortunada anécdota para contarla en ese instante, sin duda.

El recorrido es verdaderamente interesante. El diseño de la iglesia con las estaciones del viacrucis puestas en los socavones es impresionante. El diseño de iluminación le da un dramatismo especial aunque no llegué a experimentar la sensación de asistir a un templo. Más parecía una visita a un parque temático que a un lugar de recogimiento espiritual.

La parte de las tiendas me recordó un poco los parques gringos. Hay una IMG-20130926-13212parte que recrea un pueblo con su cárcel, presos, alcaldía, casas y plaza que me pareció bastante feo y fuera de lugar. Así como me pareció grotesca unas representaciones de figuras indígenas hechas en material dorado, supuestamente simbolizando la leyenda de El Dorado. Un horror.

El efecto óptico del área del espejo de agua es realmente asombroso. La densidad que le otorga la salinidad al agua, y la iluminación hacen que esta parezca un hueco cuando en realidad se trata del reflejo del techo en el espejo de agua que tiene apenas diez centímetros de profundidad. Y el show de luces y sonido es en verdad un goce para la vista y el oído.IMG-20130926-13312

Ya saliendo, vimos el cortometraje de animación 3D que cuenta la historia de Zipaquirá y la formación de su mina de sal. Me dejó gratamente impresionado la factura del audiovisual con una calidad digna de Hollywood y totalmente hecha en estudios de animación zipaquirenses con personal artístico y técnico de la localidad. Un verdadero logro.

Al terminar el recorrido por la iglesia, salimos para descender al pueblo y buscar un sitio donde almorzar. Lloviznaba y hacía frío al salir de la mina. Un robusto y juguetón perro blanco y negro nos acompañó en la bajada.

Al llegar al restaurán ya llovía con más fuerza. Cuando nos disponíamos a sentarnos, pregunté si aceptaban tarjeta de crédito y la respuesta negativa hizo que nos dispusiéramos a salir a dar tumbos por el pueblo bajo la lluvia para encontrar un lugar donde poder comer y pagar con plástico.

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Uno de los chicos se ofreció amablementa a guiarnos unas cuadras más abajo hasta otro lugar donde sí aceptaban crédito. A medida que caminábamos, la lluvia se hacía más copiosa. Por fin llegamos al asadero La Catedral del Llano. Una comidería donde sirven carne en vara y deliciosas sopas.

Mojados llegamos al asadero y cuando el encargado nos dijo que no tenían punto de venta nos quisimos morir. El hambre y el frío apretaban.

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-No se preocupen -dijo el hombre-. Coman tranquilos y cuando terminen, como van a bajar a tomar el autobús de regreso, pasan por un sitio donde nos prestan el punto y pagan. Siéntense y pidan.

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Así lo hicimos. Pedimos el menú: ajiaco y mixto de carne llanera (en vara) de cerdo y de res, acompanadas con papas y yuca. Una delicia que nos devolvió el alma al cuerpo. Al terminar, un joven nos llevó al sitio donde pasaríamos la tarjeta, una feria de comida rápida dentro de un moderno centro comercial con esculturas de hierro reciclado en sus pasillos.

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Luego, el chico nos indicó cómo ir hasta la parada del autobús. A los pocos minutos llegó una buseta y una joven en la parada nos dijo que si íbamos a Bogotá la podíamos tomar.

Alejandra Borrero, Pharmakon

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Al llegar a Bogotá eran cerca de las 7 de la noche. Debíamos correr para llegar a Chapinero a la sede del Teatro Libre para ver la obra «Las flores del mal y otras hierbas», un teatro cabaret con poemas de los poetas malditos, musicalizado por Víctor Hernández y dirigido por Ricardo Camacho.

A paso apurado comenzamos a buscar, medio perdidos, el teatro. De nada sirvieron las vueltas y el apuro. Llegamos a eso de las siete y media a la taquilla y resultó que la boletería se había agotado. No había poder humano ni divino que nos consiguiera dos asientos en el teatro. Decepcionado y con muchas ganas de ir al teatro, pregunté a la chica de la taquilla por alguna puesta en escena cercana que nos permitiera llegar a tiempo. Comenzaba a lloviznar.

La diligente muchacha se fajó a conseguirnos algo por internet. Nos propuso un espectáculo de magia que no me llamó la atención. Su siguiente propuesta fue «Pharmakon», en la Casa Ensamble de La Soledad, a las ocho.

IMG-20130926-13342No tenía ni idea de qué se trataba la obra, pero cuando me leyó la sinopsis y escuché que se trataba de un unipersonal de la actriz colombiana Alejandra Borrero, inmediatamente, me interesó. Faltaban 20 minutos para las ocho, la hora de la función. Allí mismo, la chica nos vendió las entradas. Debíamos correr para llegar a tiempo. Lo mejor era tomar un taxi en la avenida. Diez minutos y siete mil pesos más tarde, el taxista nos estaba dejando frente a la sede del Teatro Ensamble, una hermosa casa en la carrera 24 adaptada para un proyecto de espectáculos teatrales con múltiples salas que permiten montar simultáneamente varias piezas, cuenta con un divertido café-bar y es, a la vez, academia para la formación de talentos teatrales. Más adelante me enteraría que Casa Ensamble es una corporación sin fines de lucro de la cual es propietaria Alejandra Borrero.

A la actriz la recordaba muy bien de la telenovela «La otra mitad del sol», en la que interpretaba tres personajes diferentes en distintas épocas y en la que se lucía con su carisma y capacidad actoral. Con ese antecedente, decidí que deseaba ver Pharmakon, con cierto temor a decepcionarme de la Borrero pues, muchas veces, los actores que deslumbran en la pantalla chica, son un desastre en teatro o cine.

Me pasó en Buenos Aires con Cecilia Roth, una excelente actriz de cine a la que admiro profundamente pero que en teatro de dejó un mal sabor al ver en el complejo «La plaza» -un proyecto similar a «Casa Ensamble», por cierto-, la obra «Una relación pornográfica», junto a Darío Grandinetti, con versión y dirección de Javier Daulte. No es que estuviera mal la IMG-20130926-13345actuación de la Roth, es que me molestó mucho la utilización de micrófonos de balita para proyectar la voz, muestra de que algo falla en los actores, especialmente tratándose de un espectáculo en una sala pequeña en la que con un mínimo de técnica vocal podrían proyectar sin problemas. En el teatro me gusta escuchar la voz de los actores sin filtros ni distorsiones técnológicas. La voz en escena es primordial para saber de la técnica y del método actoral y al filtrarla a través de parlantes me produce ruido, me saca de la pieza y se me hace extraño. Es como mirar una película con un mal doblaje, no me atrapa.

Pero, volviendo a «Pharmakon» y a Alejandra Borrero. La pieza, escrita por Carlos Mayolo y dirigida por Sandro Romero, es una obra intensa, con textos poéticos y densos que a ratos parecen delirios pero que cobran un sentido y profundidad especial gracias a la puesta en escena y a la conmovedora actuación de Borrero.

A pesar de que Alejandra se define como una actriz de carrera televisiva, especialmente de telenovelas, en teatro tiene un asombroso y profundo dominio de la técnica y el método, lo cual hace de su actuación un momento imborrable para el espectador.

En «Pharmakon, la actriz interpreta a un hombre mayor, adicto como condición intrínseca a su personalidad, hospitalizado y en pleno desarrollo de un proceso de delirium trémens. Es un unipersonal multimedia apoyado con videos que dan las claves para comprender el delirio del hombre en su lucha con las drogas, su adicción, su relación amor-odio con todo lo que lo hace dependiente. La actriz no hace uso de clichés como bigotes o cortes de pelo a rape para interpretar su personaje. Un poco de dramatismo en el maquillaje para disimular un poco la belleza natural que la caracteriza, un pijama y un saco borrero1viejo, son suficientes para hacernos ver a ese hombre mayor que entre delirios poéticos nos cuenta su historia. Es pura fuerza y energía actoral lo que se siente en escena. La voz, los gestos, los tics característicos de quienes presentan síndrome de abstinencia parecen fluir de una manera espontánea y natural. Sin duda un gran esfuerzo interpretativo de Alejandra Borrero que debe implicarle un gran desgaste físico y emocional al final de cada función.

Pharmakon es tan profunda e intensa, con una sencilla e ingeniosa puesta en escena, que habría que verla varias veces para captar todas las lecturas que ofrece. Es un texto cargado de poesía, magistralmente interpretado que no ofrece concesiones. Es una pieza que golpea fuerte al espectador mostrando un lado de la adicción del que por lo general preferimos huir. Al final uno queda con la sensación de haber asistido a un gran espectáculo teatral pero con una sensación de parálisis que no le permite aplaudir con la fuerza deseada. Solo durante el segundo saludo de Alejandra Borrero mi voz pudo articular, entre los aplausos, una sola palabra que salió de mis entrañas: ¡Brava!

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Bogotá 4 – Cerro Monserrate: http://wp.me/p2UoX7-1Lh
Bogotá 5 – Del parque temático Maloka a la historia de «La Guajira»: http://wp.me/p2UoX7-1M9
Bogotá 6 – Desde Quinta de Bolívar hasta Fundación Fernando Botero: http://wp.me/p2UoX7-1Md

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