El blog de Golcar

Este no es un reality show sobre Golcar, es un rincón para compartir ideas y eventos que me interesan y mueven. No escribo por dinero ni por fama. Escribo para dejar constancia de que he vivido. Adelante y si deseas, deja tu opinión.

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El socialismo del SXXI nos hará comer «a la carta»

ciegosPor lo menos día por medio, cuando no todos, la realidad del país hace que en mi cabeza retumben una y otra vez algunas expresiones escuchadas hace más de 10 años, cuando la debacle del país apenas tenía visos de predicción. Su eco ha terminado siendo como una tachuela que insiste en penetrar el cerebro amenazando con no soltarse jamás.

Una es esta que le escuché una noche de tertulia a un amigo cubano que ya tenía unos cuantos años viviendo en Venezuela, a donde llegó con su madre, huyendo del horror castrista de Cuba:  “Óyeme una cosa, lo que soy yo ya estoy arreglando todo para largarme de aquí. Esta película ya la viví y no tengo ninguna intención de volver a pasar por lo mismo. Ustedes apenas van por los créditos del comienzo pero yo conozco el final”.

La otra, algo que oí decir a muchos más de una vez desde entonces, cuando les contaba lo que mi amigo cubano, ido hace tiempo a Miami, decía: “No vale, eso no va a pasar aquí. Venezuela nunca será como Cuba. Primero, porque esto no es una isla y, segundo, porque los Estados Unidos y la comunidad internacional no lo permitirán”.

Los años parecen haberle dado la razón al cubano.

Un buen día agarramos la prensa y nos conseguimos con que un funcionario del régimen declaró que:

La Gobernación del estado Zulia implementará un sistema automatizado para evitar que los consumidores compren el mismo producto en dos supermercados diferentes durante el mismo día”.

Inmediatamente, lo primero que cruza por la mente de todos es la famosa “libreta de racionamiento” cubana. Tal vez más ajustada a nuestros días, a los tiempos tecnológicos que corren, pero libreta de racionamiento al fin. Aunque al Gobernador Arias Cárdenas le enerve la comparación y diga: «No estamos racionando, estamos evitando que se lleven los productos a Colombia (…) No estamos en Cuba nada, estamos en Maracaibo.».

No es que el racionamiento sea algo nuevo. En el interior del país tenemos años pasando por la humillación de tener que mostrar ante un cajero de supermercado la cédula de identidad para poder acceder a dos kilos de Harina Pan y dos tubos de pasta dental. Ya tenemos tiempo viendo como policías y GNB se encargan de custodiar los productos regulados en los supermercados, limitando la compra a 2 por persona mientras ellos salen con séis.

Es solo que la declaración del funcionario convierte el racionamiento en política de estado a cuyo servicio se pone la infraestructura de la teléfonica estadal y del Sistema de Identificación del país. Nada más y nada menos. Por eso la noticia rebota incluso al plano internacional y medios de otros países como Perú21, ABC o El Mundo de españa se hacen eco de la misma. El régimen puso toda su «creatividad» en idear «un sistema que se ha diseñado en la Gobernación, integrado a un servidor de Cantv que se va a direccionar desde el Ejecutivo regional para monitorear la compra de los 20 productos regulados. Es decir, el sistema va a registrar la adquisición del rubro en un establecimiento y evitará que el mismo usuario adquiera el mismo producto, el mismo día, en otro expendio de alimentos».

Esa declaración lo dice todo. No creo que amerite ahondar en lo que el “sistema” significará para la población y su calidad de vida. Pero eso no es todo, ni lo peor. El funcionario parece enorgullecerse al decir: que “algunos rubros podrán adquirirse al siguiente día, pero que el mismo sistema determinará el período de tiempo que debe transcurrir para que se pueda comprar de nuevo un determinado producto”. ¡Qué eficiencia!

Es decir que con la instauración del creativo mecanismo, el régimen decidirá de acuerdo a su “justo” entender y parecer -como le dé la gana, pues-, cuánto tendría que durar en nuestros hogares un kilo de azúcar, un rollo de papel tualé, un litro de aceite o un tubo de pasta dental. ¡Dios nos libre de una diarrea o de antojarnos de hacer patacones fritos! Se nos agotaría el papel o el aceite hasta que el régimen decida que podremos volver a comprar. No se especifica si ese tiempo variará para un hogar de 2 personas o para uno de 10 familiares. Imagino que son detallitos que se «perfeccionarán» con el tiempo.

La genial idea del régimen para «solucionar» el grave desabastecimiento que enfrentamos en el país, se ve coronada con esta perla del gobernador Arias Cardenas: «Quien compre más de un mismo producto al día irá preso por desestabilizador«.

En ningún momento uno oye decir que las centrales azucareras expropiadas vayan a ser puestas a producir nuevamente o que las industrias arrebatadas a los empresarios privados se van a repotenciar para que comiencen a producir lo que anteriormente producían. Nada que ver. Ahí están Agroisleña y Friosa como monumentos al fracaso revolucionario. La creatividad del Socialismo del Siglo XXI parece estar puesta solo al servicio de la persecución del ciudadano, de hacernos sentir que todo este descalabro económico, que toda la ruina en la que han sumido al país es culpa de quienes se ven forzados a perder innumerables horas productivas de su vida en una fila para comprar un día la pasta dental, otro el aceite, otro la harina y así sucesivamente. Sí, la culpa es tuya, que consumes más de lo que necesitas. No del régimen que se adueñó de todo el aparato productivo para inutilizarlo.

En un país serio y coherente, se esperaría que las declaraciones de los funcionarios hablaran de cómo enrumbarán la economía para estimular el aparato productivo. Uno esperaría que el régimen dijera que todas esas empresas paralizadas que están en su poder serán ofertadas para que quienes estén en capacidad de ponerlas a producir, las compren. Ya uno no espera ni siquiera que le sean devueltas a sus legítimos dueños, a quienes las hacían producir, porque sabemos que el régimen es pillo y siempre tratará de sacar ventaja de sus tropelías. ¡Pero que las vendan, que las subasten entre quienes sí tengan voluntad y capacidad de producir!

Pero no. Aquí se actúa como el nuevo rico cargado de oro: ¡Vamos a importar lo que se necesite! y, como el esbirro, ¡vamos a perseguir al ciudadano y a volverle la vida un infierno!

Desde hace ya casi 15 años, Venezuela, como esa sugerente imagen que circula anónimamente por la red, parece ser conducida por un ciego seguido por miles de adoradores que, si no son ciegos, se tapan los ojos para no ver. «No vale. Esto no será nunca como Cuba». Y no asimilamos que ya es como Cuba.

La gente pasa 3 o 4 horas al día para comprar 2 paquetes de papel tualé y dos litros de aceite de soya (de maíz ni se asoma por ningún lado), después de pagar, sienten que fue un gran triunfo, experimentan la alegría de haber vencido. Nos tienen atados como mulas a la base de la pirámide de Maslow. Entretenidos buscando lo básico para subsistir.

Y ahora ellos decidirán si un rollo de papel tualé te debe durar dos días o 3 semanas, tendrás que cagar de acuerdo a lo que ellos digan que se supone debes cagar. ¡Que no te dé diarrea! ¿Cómo determinarán si un pollo me debe alcanzar para una semana o un día? ¿Tendremos que decir al momento de la compra para cuántas personas en el hogar estamos comprando? ¿Un kilo de harina debe durar una semana, aunque en casa comamos 15 personas? ¿O nos turnaremos para comer arepa de acuerdo a lo que ellos decidan? Una semana comes tú y, con la próxima compra, como yo. Como dice el viejo chiste que ya no nos causará gracia:

«-En casa comemos a la carta.

-¿En serio, cada uno escoge lo que quiere comer?

-No. Repartimos las cartas a la hora del almuerzo y a quienes les salgan los ases, comen”.

Lloré…

historia

Después de más de 25 años,  he vuelto a ver la película argentina “La historia oficial” (Luis Puenzo, 1985) y he vuelto a llorar.

Esta vez fue un llanto distinto y por diferentes motivos. A los 22 años, cuando la vi por primera vez, lloré como llora un joven que se conmueve con el sufrimiento ajeno, como un muchacho que se solidariza con el dolor de otros, que ve una historia desgarradora y lo conmueve desde la distancia física y temporal.

En ese entonces, los cuentos de dictaduras y represiones eran hechos de épocas anteriores a mi nacimiento, eran relatos de los padres que vivieron los días de Pérez Jiménez, era la Historia de Venezuela del liceo, era la telenovela de RCTV, “Estefanía”. Eran terribles vivencias de países sureños, de exiliados argentinos, uruguayos, chilenos, amigos que en tierras democráticas venezolanas consiguieron la libertad que se les negaba a fuerza de fusil y bota militar en sus países de origen.

Eran historias lejanas en el tiempo y en el espacio…

Ahora, lloré porque la vivencia de otros tiempos y otros espacios se hizo carne propia. La opresión y la represión se instalaron en suelo venezolano ante nuestros desconcertados ojos, ante nuestra incrédula mirada de quien decía: “No vale, yo no creo”. De quien con aire de superioridad sostenía: “Eso no podrá pasar en Venezuela. La comunidad internacional no lo permitiría”.

Hoy, lloré porque esos países que consiguieron toda la solidaridad del pueblo venezolano durante sus épocas de dictadura y obligado exilio se hacen los ciegos ante lo que sucede en Venezuela. Lloré porque esas mujeres tocadas con pañoletas blancas que caminaban en círculos alrededor de La Pirámide de La Plaza Mayo, con una fotografía en la mano o una pancarta, que nos conmovieron con su dolor hasta las lágrimas, hoy se ponen de lado de la bota que pisa a la ciudadanía venezolana, sin querer entender que la bota militar, sea de izquierda o de derecha, pisa con la misma fuerza y las balas de sus fusiles tienen el mismo poder de muerte.

Lloré por las “Alicias” que no ven, no quieren ver más allá de “La historia oficial”. Lloré porque amigos que lloraron conmigo hace más de 25 años cuando vieron la película, hoy parecen justificar el horror, la represión y el fascismo como si la libertad fuera un bien negociable que se defiende dependiendo de la ideología de quien nos la quiera arrebatar.  Lloré porque no hay nada que se parezca más a una dictadura de derecha que una dictadura de izquierda. Lloré porque esos amigos no quieren ver que las botas y las balas no conocen de ideologías. Los fusiles saben solo de poder, represión, violencia, dolor…

Lloré…

Lloro…

P.S. Esta nota la agrego unas cuantas horas después de haber visto la película y escrito el post porque quiso la casualidad que, en el instante cuando yo visualizaba La Historia Oficial y escribía estas líneas, fallecía en Buenos Aires su guionista Aída Bortnik. Que en paz descanse y queden estas líneas como homenaje póstumo.

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