El blog de Golcar

Este no es un reality show sobre Golcar, es un rincón para compartir ideas y eventos que me interesan y mueven. No escribo por dinero ni por fama. Escribo para dejar constancia de que he vivido. Adelante y si deseas, deja tu opinión.

Archivar para el mes “noviembre, 2012”

Afiuni: una violación continuada

Foto original de Luis Brito intervenida con una imagen de El Universal

Cuando Venezuela aún no ha salido de la indignación y el estupor que produjo la noticia de la violación sexual tras las rejas del INOF de la Jueza María Afiuni, salen algunos personeros del gobierno a hablar sobre el tema en una manera y términos que lo menos que le hace pensar a uno es que la violación a Afiuni no ha cesado. Con las opiniones y declaraciones de algunas personas, esa violación continúa; ya no físicamente, pero sí sicológica y moralmente.

No me voy a referir aquí a lo dicho por algunos en las redes sociales y en opiniones de la calle en las que pretenden restar importancia a lo ocurrido a la Jueza diciendo que “Tanto escándalo porque la violaron, como si en este país no hubieran muchas violaciones a diario de las que nadie se encarga y como si eso no fuera el pan nuestro de cada día en las cárceles del país”.

Algunos lo dicen porque realmente son tarados que siguen apoyando al gobierno de Chávez y para quienes es más fácil asumir que eso “es normal”, o que la jueza está mintiendo, o que esa “es una patraña urdida en el imperio para desprestigiar a Venezuela y su gobierno”. Todo eso es más fácil que exigirle al presidente que dé explicaciones sobre lo ocurrido y sobre el por qué de su silencio cuando, según se desprende de lo dicho por la jueza y de algunas informaciones salidas en los medios desde hace años, Afiuni le dirigió una carta al mandatario venezolano en la que le relataba los horrores por los que estaba pasando en prisión.

Sus seguidores parecen querer acallar su consciencia creyendo a ciegas que la Jueza miente, antes que molestarse en siquiera mostrar una duda que los haga entender que ante estos hechos no es posible que una persona digna y humana pueda seguir apoyando al régimen que de manera tan aberrante ha permitido y callado esos abominables hechos.

Otras personas, impactadas por lo fuerte de las denuncias que se narran en el libro del periodista Francisco Olivares, “Afiuni, La Presa del Comandante”, expresan su real preocupación porque, si bien el caso de Afiuni es más mediático, esos son hechos que ocurren frecuentemente en las cárceles sin que tengan repercusión en los medios y en la sociedad.

La diferencia entre el caso de Afiuni y los posibles casos similares que pueden sucederse en las cárceles del país, es que la Jueza es una presa política, su condena y sentencia fue exigida por el propio presidente en cadena nacional y, según Diego Arria, llegó a decir que  “Si Bolívar estuviese vivo la habría fusilado”. Es decir, que Afiuni debió ser resguardada día y noche, estaba bajo custodia del Estado y es difícil pensar que lo que le sucediera en su celda no fuera expresamente ordenado, autorizado y dirigido. He allí la gravedad y la diferencia, sin pretender restarle importancia a los casos de violaciones a reas y reos comunes.

Como bien expresa la ex presidenta de la Corte Suprema de Justicia, Cecilia Sosa Gómez, “Violación de la mujer en cautiverio es un crimen de lesa humanidad”.

La primera en salir a opinar sobre el tema fue la ministra de la Mujer, Nancy Pérez, para decir, en unas declaraciones que uno no logra discernir si son serias o solo un ejercicio de cinismo, que no ha actuado al respecto porque al ministerio no le ha llegado ninguna denuncia.

Primero que nada, a ella no tiene por qué llegarle ninguna denuncia porque el despacho a su cargo no tiene ninguna competencia ni en hechos penitenciarios, ni en hechos judiciales. En todo caso, lo que sí podría hacer la ministra es, a partir de las noticias aparecidas en los medios, instar como representante de las mujeres del país, al Ministerio Público para que actúe y abra una averiguación por “Noticia Crimini”. Cosa que, hasta donde se sabe, no ha hecho.

Pero, donde más cinismo parece destilar la funcionaria, es cuando dice:  “Estoy segura, conociendo la justicia que en Venezuela se ha venido implementado, que en caso de que sea cierto se tomarán las medidas y las sanciones a que tenga lugar…”. Todo el país que ha seguido el caso Afiuni, como el resto de los casos de los presos políticos, tiene muy claro cómo  ha sido “la justicia que en Venezuela se ha venido implementando”.

Luego, aparecieron las declaraciones de quien, para la fecha de los hechos denunciados por Afiuni, era directora de la región Centro –Occidental del ministerio del poder popular para el Servicio Penitenciario (MPPSP),  Isabel González, de quien, por supuesto, no cabía esperar más que negara todo lo denunciado porque, de otra manera, estaría asumiendo sus culpas y responsabilidades en lo sucedido.

Pero Isabel González no se conforma con negarlo todo, sino que amenaza con demandar a la Jueza Afiuni por difamación e injuria y se explaya en unas declaraciones sobre el supuesto trato privilegiado que recibía la Jueza en el INOF que bien podrían concursar para el premio al cinismo de oro.

“Ella incluso gozaba de privilegios, precisamente porque debíamos garantizar su integridad física…”, dice, y se atreve a decir que los señalamientos de la víctima “vulneran la dignidad humana” . Y uno no puede menos que recordar la cantidad de informaciones que a lo largo del cautiverio de la Jueza se vieron en los medios en las que denunciaban los maltratos físicos y sicológicos infligidos a la prisionera, como se evidencia en la Cronología del caso de la juez María Lourdes Afiuni, publicada por El Universal.

Pero “la tapa del frasco”, el “Non plus ultra”, la máxima muestra de insensibilidad, abyección y obscenidad, en las declaraciones que sobre el caso Afiuni  han hecho los acólitos del gobierno de Chávez, lo constituyen lo dicho por Juan Barreto en su Facebook y por la directora de Relaciones Internacionales y Derechos Humanos del ministerio de Servicio Penitenciario, Laila Tajaldine.

El primer “ser”, por llamarlo de una manera elegante y no con todas las letras que se merece, escribió, según la página de Red Digital TV:

«Afiuni merece todo lo que le pase por delincuente». «Rosita es una señora, Afiuni una delincuente, no se pueden comparar».

Uno lee eso y la piel se le eriza. Inmediatamente, uno piensa que quien declare eso no puede haber nacido del vientre de una mujer. Al ver la comparación con Rosita, quien está acusada de ayudar a fugarse a un PRAN, pero quien sí puede ser juzgada en libertad y no padecer los horrores que padeció Afiuni en la cárcel, uno se pregunta si será que Barreto sabe qué fue lo que vivió la Jueza en el INOF, que asegura tan tajantemente que se lo merece.

Y “la perlita” de Laila Tajaldine  lo deja a uno pensando si la funcionaria, aunque sea por un segundo, se ha puesto como mujer en los zapatos de Afiuni, antes de hablar y decir que la Jueza habla de violaciones “para vender libros”. NI para qué ahondar más en esto.

Noam Chomsky, intelectual muy del agrado de los socialistas venezolanos y de quien se podrá decir cualquier cosa, excepto que es un vendido al imperio o pitiyanqui, en el 2011, escribió que la Jueza María Afiuni ya había sufrido suficiente; sin embargo, sus amigos criollos se hicieron de oídos sordos y ojos ciegos ante esas declaraciones, como generalmente lo hacen cuando lo que se dice no convienes a sus intereses y proyectos, a su “proceso”.

Llama la atención que desde que se anunció que se presentaría el libro de Olivares en el que se narra la violación de Afiuni por guardias en el INOF, uno no ha visto aún que la Fiscal General se pronuncie al respecto, ni la presidenta del Tribunal Supremo de Justicia, que fueron tan prestas al momento de salir a protestar porque un medio las caricaturizó como cabareteras. Tampoco la Defensora del Pueblo tan dada a perseguir caricaturistas, o Tareck William Saab, tan defensor de los derechos humanos él, o Vanessa Davis, tan aguerrida en la defensa de cuestiones de género…

Y el propio presidente Chávez, missing in action, tan dado a hablar y opinar sobre lo humano y lo divino, ha hecho mutis por el foro.

Para el primero de diciembre se están convocando por las redes sociales a una marcha a favor de Afiuni. Ojalá todo el país que ha mostrado su consternación ante lo narrado acuda a la convocatoria, especialmente deberían unirse a la iniciativa el Colegio de Abogados de Venezuela y la Asociación de Jueces del País, así como las escuelas de Derecho y facultades de Ciencias Jurídicas de todas las universidades del país.

En un país serio, no digo en uno de primer mundo, en uno del tercer mundo pero serio, un país de verdad y no esta república bananera de mediados del siglo XIX, desde el presidente hasta el más insignificante de los funcionarios públicos, habrían salido a exigir una inmediata investigación y un severo castigo a los culpables ante unos hechos tan abominables y vergonzosos para una nación.

Pero, lamentablemente, esta república bananera es lo que tenemos, donde se dan casos como el de María Afiuni, hechos bochornosos, que hasta hace 20 años los venezolanos veíamos en la prensa que pasaban en países lejanos del África, en naciones atrasadísimas o en épocas antiguas, en la dictadura de Gómez o Pérez Jiménez, en la Edad Media, y que nunca pudimos siquiera imaginar que sucederían en la pujante y democrática Venezuela del Siglo XXI.

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¿Y si Afiuni fuera tu mamá?

Hay noticias que me dejan el cuerpo como si le hubieran arrancado el espíritu de cuajo. Es la una de la madrugada y no he podido conciliar el sueño. Hay imágenes que me golpean en la cabeza más fuertemente que un porrazo. La historia de lo vivido por María Afiuni narrada resumidamente en una escueta nota de prensa basada en el libro de Francisco Olivares me retumba en la mente, me eriza la piel, me anega los ojos y me agua los mocos.

Es que no puedo entender, no quiero ni siquiera intentar entender cómo es posible que en Venezuela, a estas alturas del siglo XXI una mujer tenga que, además de sufrir cárcel, en las condiciones en que literalmente se sufre la cárcel en este país, tenga que pasar por torturas, humillaciones, sufrimientos, vejaciones, que parecen de mediados o finales del siglo XVIII o principios del XIX.

En la cabeza se me cruza la imagen de la jueza con la de Luisa Cáceres de Arismendi. Presa, torturada, enferma, preñada.

Cierro los ojos y puedo verla tocada por esas cochinas manos, de asquerosos hombres que se suponía tendrían que velar por la vida y la integridad de la prisionera. Me la imagino inerme, impotente, con los ojos cerrados derramando lágrimas y los puños apretados hasta hacer sangrar con sus uñas las palmas de las manos, mientras los enfermos guardias sacian su lascivia, calman su animalidad, con el cuerpo tenso y aterrado de la pobre mujer indefensa.

En mi cabeza masculina no cabe que en una prisión que tiene al frente de su administración a una mujer pueda pasar semejante atrocidad sin que esa mujer directora saliera indignada, ofendida y aterrada a clamar justicia para los victimarios. Cómo puede poner esa mujer la cabeza en la almohada todas las noches y conciliar el sueño sabiéndose cómplice de ese horror.

¿Cómo puede el Presidente Chávez mirar a la cara a sus hijas, a su madre, hablarles, sin sentir vergüenza, sin pensar al verlas que cualquiera de ellas podría haber sido la que en una cárcel fuese violentada? Si yo fuese Chávez y mis hijas o mi madre me hablasen después de conocer los hechos sucedidos en el INOF contra la humanidad de Afiuni, tendría que voltear a mirar a otro lado porque, si las mirase a la cara, vería la imagen mancillada de la jueza y en sus pupilas vería el horror que se debió reflejar todos los días en los ojos de la jueza.

¿Es que Chávez, Tarek, los fiscales del Ministerio Público, los jueces, los guardias que no participaron de los hechos; nacieron de una mata de yuca? ¿No tienen madre, hijas, hermanas, tías, sobrinas? ¿Serán capaces de cerrar los ojos por un segundo e imaginar que a quien violan, a quien atacan con hojillas, quien pierde una criatura tras las rejas es una de ellas? ¿Qué el cuerpo que se enferma hasta producir miomas como muestra y reacción ante el horror sufrido es el de una de las mujeres queridas de su familia?

¡Coño! Yo no sé si María Afiuni es culpable de lo que se le acusa. Lo que sí sé es que ningún ser humano se merece pasar por la tortura y la violación.

No cre0 que el cuerpo me dé para leer el libro de Olivares; pero quisiera que quien lea este grito de desahogo que escribo para ver si después puedo conciliar el sueño sin que me persiga en pesadillas el horror de María Afiuni en el INOF, piense, por un solo segundo, qué sentirían si la Jueza torturada fuese su mamá. Me gustaría que mis amigos y, especialmente, mis amigas que son chavistas, me digan si, después de conocer lo que pasó la jueza en su encierro, una historia de la que el presidente tiene conocimiento desde hace tiempo, pueden seguir apoyándolo a él y a su gobierno sin sentir un poco de vergüenza y piedad.

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Arte, danza-teatro, sudestada y patanería argentina

Foto: Cristian Espinosa

Desde la mesa del Monet, a través del cristal, podemos ver como la lluvia arrecia y el viento sopla con fuerza. Lo que se ha desatado es un verdadero aguacero.

Aprovechamos el wi fi del lugar y nos conectamos para saber qué está sucediendo y comunicarnos con la familia. Las noticias no son muy alentadoras. Desde Uruguay, mi hermana Yandira nos dice que la tormenta que se ha desatado en Montevideo no es normal. Es la llamada sudestada, un fenómeno climático que hace que se desate la furia de la lluvia y los vientos fríos que vienen del sur en el cuadrante del sudeste, que puede ser de mayor o menor intensidad, pero que en esta oportunidad es tan fuerte que ha impedido que los barcos desde Colonia zarpen hacia Buenos Aires.

-Dicen que hoy no saldrán barcos por el temporal, averigüen a ver qué les dicen allá en Buenos Aires- escribe Yandy-. Si pueden. vayan a Galerías Pacífico que lo tienen cerca porque con la lluvia no es mucho lo que pueden hacer.

Foto: Cristian Espinosa

Aprovechamos que ya hemos almorzado y que la lluvia parece dar un respiro y, con una persistente garúa, caminamos hasta el lujoso centro comercial.

El lugar es lujoso y cuenta con las mejores franquicias y marcas pero, como ver tiendas no es precisamente lo que más me gusta hacer, y menos aún si no tengo dinero para gastar, decidimos sentarnos en las mesas de la feria de comida y aprovechar el wi fi. Queremos saber qué sucederá con el regreso a Montevideo. Busco los boletos para saber los números de teléfono de la compañía y llamar a averiguar.

Corro a buscar un teléfono público para llamar al Buquebús, la compañía de transporte, las monedas se consumen con la grabación de la compañía diciendo que están ocupados y que ya me atenderán. Al final, logro comunicarme, justo con el último peso que tengo sencillo, y la operadora me dice que espere un momento, pasan los minutos, el tiempo de llamada se consume la moneda y quedo igual que antes de llamar. Sin información.

Decido no preocuparme pues no es mucho lo que podré hacer. La información que llega desde Montevideo es la misma. Lo único que sabemos es que no se sabe nada con certeza. Entonces, tomando en cuenta que son las 6 de la tarde y que nos queda mucho tiempo de espera, hacemos caso del consejo de Yandy y nos enfilamos a buscar el Centro Cultural Borges, que tiene sede en el Galerías y ver qué actividad ofrece para pasar el rato de encierro involuntario por el temporal.

En la sala de exposiciones hay una exhibición de esculturas del artista plástico argentino  Hernán Guiraud llamada “El espacio holográfico”, piezas de mediano formato que a primera vista me recuerdan un poco el trabajo de Rafael Barrios, pero tras una mirada más detallada, observo que, a diferencia del escultor venezolano, las obras de Guiraud están hechas todas en blanco o negro y forman figuras cuyos pliegues dejan

Foto: Cristian Espinosa

orificios a través de los cuales se ve de fondo la realidad circundante. Cada artista tiene un manejo particular del espacio y del volumen que le da a sus piezas la connotación única y original. Un trabajo realmente interesante que juega con la luz y el espacio.

En la sala contigua, hay una exposición colectiva de pintura y en la parte de artes escénicas, el Centro Cultural está presentando espectáculos de tango durante toda la semana.

Así es la vida, llena de coincidencias y casualidades. Cuando iba en el autobús que nos llevaba al hotel, el día que llegamos a Buenos Aires, ya cercanos al obelisco, vi una gigante pancarta colgando de la fachada de un edificio con una hermosa fotografía, tomada cenitalmente en blanco y negro, de una pareja bailando tango, que me llamó la atención. Cada vez que pasaba frente a la pancarta me decía: “sería bueno averiguar sobre ese espectáculo para irlo a ver”, pero entre el ir y venir y una cosa y otra, se me pasaba y no averiguaba nada.

Casualmente, al revisar los carteles en el Borges, resulta que uno de los afiches tiene la fotografía de la pancarta y, coincidencialmente, el espectáculo que corresponde para la fecha es el “ConCiertoTango”, justamente la pieza que se anuncia con la foto de la pareja tanguera.

Averiguamos costo, horario y tiempo de duración de la obra. Todo indica que podemos ver la pieza y estar a tiempo en el hotel para cuando nos busque el transporte que nos llevará al puerto. Solo un pequeño inconveniente: no tenemos pesos y en el teatro no aceptan dólares ni tarjetas de crédito. ¡Bendito control de cambio de estas economías “cubano-socialistas”!

Por fortuna, la chica de la taquilla me informa que en la planta baja hay una casa de cambio. Nos enfilamos hacia allá, todavía faltan unos 40 minutos para la función, así que tenemos tiempo de sobra.

En mitad de uno de los pasillos del centro comercial, hay una pequeña taquilla  que parece una  pecera con dos chicas que atienden al público que desea cambiar dinero. Cambiamos lo necesario y, sin darnos apenas cuenta, terminamos hablando con la rubia que nos atiende del control cambiario y de la política. La chica está indignada con las declaraciones de Cristina Kirchner en las que decía que un argentino podría perfectamente comer con 6 pesos, 1,50 dólar a cambio oficial y 1,00 del mercado negro.

-¡Imagínense que la diferencia entre los dos tipos de cambio es de dos dólares! –dice alarmada.

Cuando le contamos que en Venezuela la diferencia entre ambos tipos de cambio es de 8 porque mientras un dólar oficial cuesta 4,30; el del mercado paralelo va por 12; no lo puede creer.

-Cuando comenzó el control de cambio en nuestro país, la proporción era similar a la actual de Argentina –le comento-. Ahora está por las nubes y hay gente que vive sin trabajar, que se ha hecho rica exclusivamente haciendo negocios con las divisas.

Trato de que la chica entienda más o menos cómo es el negocio de los dólares en Venezuela y es cuando me entero que en Argentina, cuando un ciudadano va a viajar, el gobierno les autoriza la cantidad de divisas que dispondrá diariamente y que no excede de 100 dólares por día, entregados en la moneda del país al que se viaja. Es decir, no es como en Venezuela que otorgan dólares o euros, de acuerdo al caso. Si viajas a Colombia, te dan el equivalente de lo aprobado en pesos colombianos, a Venezuela en bolívares y así respectivamente.

-Un señor que iba a viajar por motivos de salud, no pudo hacerlo porque lo que le otorgaron fueron 20 dólares diarios –cuenta la chica-. Yo creo que tendremos que irnos de este país. Ya estoy viendo qué haré el año que viene cuando termine los estudios, porque creo que aquí no tenemos futuro.

Ella, como tantos en Venezuela en estos 14 años de “revolución”, está programando su plan B: Emigrar.

Lo único que se me ocurre decirle es que, si se piensa ir, empiece a organizarlo todo para hacerlo lo antes posible porque emigrar no es fácil y debe prepararlo todo para que la salida no sea improvisada y la realice en los mejores términos.

Finalizamos el trámite cambiario y, de vuelta a la planta alta para comprar nuestras entradas para el “ConCiertoTango” que en pocos minutos comenzará.

La obra es un espectáculo de danza-teatro con proyección de videos y cuenta 3 historias de amor en diferentes tiempos a través de 3 parejas encarnadas por los mismos actores, Alida Orlando y Claudio Bameix. La producción es más bien modesta, en  contraste en con la fastuosa promoción vista por toda la ciudad. Es puro sentimiento, con historias bien actuadas y mejor bailadas, que nos ubican en diferentes épocas y lugares para narrarnos los encuentros y vivencias amorosas de las parejas protagónicas. Alida y Claudio bailan el tango sin enrevesadas piruetas ni movimientos de contorsionistas pero con verdadera pasión y sentimiento y el apoyo de los videos se hace imprescindible para ubicarnos en el tiempo y espacio de la narración.

A eso de las 9 y media de la noche, termina la función y nos dirigimos a pie hacia el hotel. Por fortuna, ya no llueve. El fuerte temporal ha amainado y aunque las calles aún acusan las largas horas de lluvia intensa, el clima está fresco y agradable. Paramos en un restaurante a comer algo porque el servicio de comida del Buquebús no ofrece nada muy bueno y no queremos pasar toda una noche de hambre hasta llegar a Montevideo.

En el restaurante, una vez más, tenemos la perfecta muestra de que el argentino no anda con apuro ni estresado. Por más que le indicamos al mesero que, por favor nos sirva tan rápido como pueda pues andamos con el tiempo justo, el servicio se tarda lo que se tiene que tardar. Cuando llega mi carne guisada con vegetales y la copa de vino tinto, le indico al hombre que, por favor, nos vaya trayendo la cuenta de una vez para no perder más tiempo. Es inútil, ellos no entienden lo que es tener el tiempo justo y estar apurados.

Terminamos de comer y, finalmente, tengo que acercarme hasta la caja para pagar porque, efectivamente ya estamos sobre la hora y si no nos apuramos, no llegaremos a tiempo al hotel para tomar el autobús que nos llevará al terminal marino.

Caminamos a la velocidad que nos dan los pies. Son las 10 y media, la hora cuando se supone que el bús nos buscará y aún estamos a unas cinco cuadras del hotel. Cuando cruzamos el umbral de la puerta tropezamos con un hombre que va de salida. Resultó ser el conductor que ya no nos iba a esperar más. Corro tras él. Lo alcanzo y regresamos hasta el lobby del hotel para recoger las maletas. En el camino, le comento al chofer que me habían dicho que no saldría el barco.

-Es que no saldrá –dice-, pero mis instrucciones son recogerlos y llevarlos hasta el terminal y allá les explicarán lo sucedido.

Mi olfato me dice que algo no terminará bien. Tomamos nuestro equipaje y nos vamos en el autobús hasta el terminal de Buquebús. Somos los últimos en subir, pedimos disculpas por la tardanza y tomamos vía al puerto.

Al llegar al terminal, ya cerca de las 11 y media, un trabajador de Buquebús nos recibe en la puerta:

-La situación es esta: hoy no han salido barcos debido a la sudestada y el de ustedes de la 12 de la noche, tampoco saldrá. Entonces, tienen dos opciones: Una es pasar la noche aquí en la estación y aguardar hasta mañana para ver si zarpan barcos. La otra es que vengan con nosotros a un hotel que conseguimos y que cuesta 70 dólares la noche. Ustedes deciden.

Me molesta un poco la actitud de tipo y le comento que no nos están ofreciendo ninguna solución porque pasar la noche en un banco de estación o pagar 70 dólares por un hotel no son opciones. Le explico que así como los argentinos tienen control de cambio, en Venezuela también y no podemos disponer con facilidad de 70 dólares para pagar una noche de hotel cuando en el paquete que yo había comprado para ir a Buenos Aires, la noche adicional costaba poco más de 50 dólares.

Entonces, la famosa patanería del argentino, por primera y única vez en todo el viaje, se materializa en el funcionario de la empresa naviera:

-Bueno, eso es lo que podemos ofrecerles. Si les gusta bien, si no ustedes verán qué hacen. Los que estén de acuerdo en venir al hotel, síganme para hacerles el cambio de boletos.

Le insisto en que no nos está ofreciendo verdaderas opciones, que si bien es cierto que el temporal no ha sido culpa de la compañía, sí lo ha sido la forma como manejaron la información, que bien podrían habernos ubicado temprano e informarnos de la suspensión del viaje para poder tomar previsiones y no llevarnos a la estación y dejarnos botados allí a las 12 de la noche.

El hombre hace gala de su grosería, voltea y me deja con la palabra en la boca diciendo “si no estás de acuerdo ve cómo resuelves. Vengan conmigo los demás”.

Así que allí estamos Cristian y yo, a medianoche en el terminal de Buquebús de Buenos Aires abandonados a nuestra suerte. Llamo a mi hotel para ver si puedo tener la noche adicional por el precio convenido al comprar el boleto en Montevideo y me dicen que la noche cuesta 180 dólares, que el precio del paquete solo puede ser contactado por medio de la agencia de viajes. A las 12 de la noche, ni modo de comunicarse con la agencia, tal vez, si nos hubiesen avisado durante el día, algo habríamos podido hacer…

Conseguimos dos parejas que están en la misma situación que nosotros y comenzamos en grupo a tratar de resolver. Shirley, una uruguaya que está con su esposo de fin de semana, me comenta que incluso los de Buquebús ni siquiera daban garantía de que en el hotel donde nos iban a llevar hubiese habitación porque todos los pasajeros del día los habían llevado para allá.

Total, que la empresa se desentendió de nosotros y ni siquiera nos puso un teléfono, internet o transporte a disposición para resolver. Llamo a varios hostels con los números que me facilita una chica de información y, por fin, logro conseguir 3 habitaciones por un precio relativamente razonable.

Empieza el calvario para conseguir transporte que nos lleve al hostel. ¡No hay línea de taxis en el terminal! Consigo el número telefónico de una línea, con el último peso sencillo que me queda llamo y me dice la operadora que no pueden enviar unidades al terminal por razones de seguridad. Casi la una de la mañana y nosotros allí, a la buena de Dios.

Finalmente, salimos a la avenida y logramos encontrar un taxi en el que se van 3 de los seis que estamos juntos. Le pido al conductor que nos llame uno que nos busque a los otros y dice que no puede hacerlo por seguridad. Nos toca esperar allí ateridos de frío e impotencia a que la providencia nos mande una unidad que nos lleve a los 3 hasta el lugar donde, por fin, podremos descansar. En el camino, voy pensando en qué manera tan absurda y ridícula de terminar un viaje que había sido perfecto hasta este momento. No puedo dejar de dar gracias al Buquebús por no hacer el más mínimo esfuerzo por ayudar a sus pasajeros.

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