
El 10 de marzo, inmediatamente después de que Henrique Capriles diera la rueda de prensa para aceptar su postulación como candidato de oposición a la presidencia, acto en el cual claramente planteó ante el país una serie de dudas razonables acerca de la posible fecha del fallecimiento del presidente Chávez -dudas que lógicamente surgen a cualquier venezolano con un mínimo de criterio propio y raciocinio y que no se deja cegar por la propaganda oficial o por el fanatismo-, Nicolás Maduro acusó el golpe recibido y saltó como un energúmeno a responder a través de las cámaras de VTV, el canal de todos los venezolanos en cuya pantalla, justamente, no se vieron las declaraciones de Capriles.
La respuesta del presidente encargado fue destemplada, violenta, agresiva, burda, amenazante, intimidante, incoherente y hasta cantinflérica, aunque las cantinfladas, por lo general, tienen un trasfondo profundo tras la evidente incoherencia, profundidad de la cual careció por completo la intervención ante las cámaras de Maduro por cerca de tres cuartos de hora.
La inmediatez en la contestación de Maduro y la agresiva actitud ante las cámaras de televisión parecían ser la respuesta no pensada de quien se siente inesperadamente descubierto. La torpeza en sus gestos y en su mirada dirigida al telepronter, delataban una reacción improvisada ante un hecho que lo tomó desprevenido. Evidentemente, Capriles tocó una tecla que desde el oficialismo jamás pensaron que tocaría. Una tecla tan importante en esta campaña electoral que, al día de hoy, los oficialistas no parecen haberse recuperado del golpe y, aunque Nicolás dijo en una entrevista que le hicieran en Telesur, refiriéndose a Capriles: “Yo a ese señor ni lo ignoro”, han echado garra de toda su artillería comunicacional para enfrentar lo dicho por Capriles.
Jorge Rodríguez, Iris Valera, Freddy Bernal y otros representantes del chavismo no han escatimado en ofensas y amenazas contra Capriles. La lógica y contundente serenidad con la que Capriles hizo sus planteamientos hizo que Villegas saliera, reiteradas veces, en cadena nacional de medios, a leer una carta de María Gabriela Chávez en la que “la hijísima” apela a la piedad y compasión por el dolor de su familia, para terminar con un insulto: “A los señores de la oposición enferma… Por el bien de la patria, les exhorto a hacer política y no ser tan sucios”.
Pero, volviendo al candidato oficialista, cualquiera diría que la torpeza en su mensaje la noche del 10 de marzo fue producto de la sorpresa ante el inesperado golpe recibido, que esa reacción obedeció a que se sintió descubierto y señalado como mentiroso. Así lo pensé yo en un principio.
No obstante, no habían pasado más que unas pocas horas de tan desafortunada intervención cuando Nicolás se volvió a lucir ante el país y ante una multitud que lo acompañó hasta el CNE en la fiesta de la inscripción de su candidatura, con una andanada más de incoherente verborrea en la que hizo gala de todo su resentimiento, cursilería y odio.
A la ya trillada arremetida contra las “personas de apellidos”, en clara alusión a quienes, como Henrique Capriles, vienen de hogares bien constituidos, hogares como deberían ser todos los hogares del mundo, con hijos que cuentan con el apellido de una madre y con el de un padre, en oposición a los hogares en los que la mujer es madre y padre porque un hombre irresponsable los abandonó, como si eso fuese una virtud y contar con un padre y una madre un oprobio, le agregó la xenofobia al dar a entender con dejo de reproche que en muchos casos esos apellidos son extranjeros.
Pero eso le pareció poco. No conforme con mostrar un discurso resentido y xenófobo, Nicolás Maduro Moros (así, con dos apellidos) le añadió homofobia a sus palabras y la utilización de la mujer como un objeto que saca a relucir cual trofeo de presa y para lo cual, tristemente, se prestó su compañera, Cilia Flores, sin medir la imagen machista que transmitían al mundo.
Chávez nos legó un país demasiado dividido y preñado de odios y resentimientos de lado y lado como para que los discursos de campaña, aumenten la brecha divisoria. En eso debería pensar, Nicolás, y ser un poco más consciente antes de abrir la boca.
“Yo sí tengo Mujer” se llenó la boca el candidato oficialista mientras esperaba que Cilia se le acercara. “A mí sí me gustan las mujeres, decía mientras la multitud de la galería coreaba a gritos histéricos «beso, beso, beso”.
Las dos tristes frases del candidato oficial las dijo como si se refiriese a una característica a resaltar en el Curriculum Vitae de quien se está presentando como candidato a dirigir los destinos de un país en el que, se supone, no hay, por mandato constitucional, discriminación de ningún tipo y menos aún por razones de raza, credo, género u opción sexual.
¿Acaso el hecho de que a Nicolás le gusten las mujeres lo hace más apto que cualquier otra persona para ejercer la presidencia? Además, ni siquiera tuvo la delicadeza de decir que le gusta “su mujer”, su esposa, su compañera. Como buen macho vernáculo, a él le gustan “las mujeres”, en general, como si lo que fuésemos a elegir el 14 de abril fuese un semental y no un presidente. Es de suponer, entonces, que si una mujer se lanza de candidata, bajo el criterio machista de Maduro, tendría que ser lesbiana para poder optar, pues el gusto por las mujeres parece ser imprescindible para ejercer el cargo.
Habría que aclararle a Maduro que a quien se elija como presidente el 14 de abril no será para sacarle cría. Que hay mujeres lesbianas, hombres gays, transgéneros, bisexuales, toda esa amplia gama de personas que conforman la comunidad LGTB, que están posiblemente más aptas que él para ejercer la presidencia de Venezuela, así como cualquier otro cargo público que él y sus homofóbicos compañeros de partido hayan ejercido. Seguramente lo harían con más respeto por los demás y con más éxito que lo que ellos lo han hecho.
Pretender atacar a Capriles porque no es casado o porque pueda ser homosexual deja a Nicolás Maduro absolutamente retratado como ser humano. Así como su nivel intelectual queda impreso cuando insiste en manipular a la gente con el absurdo de que a Chávez “el imperio le inoculó el cáncer”, sentencia que aún es capaz de empeorar al asegurar que el VIH es un virus creado por el imperio en laboratorio y que se les escapó. Con su lógica particular, hace un extraño paralelismo entre la “creación del VIH en laboratorio” y supuestas investigaciones gringas durante 70 años para conseguir inocular agresivos tipos de cáncer y concluir que eso fue lo que sucedió con Chávez.
A esa lógica del absurdo habría que agregarle que si al difunto lo asesinaron, lo principales sospechosos tendrían que ser los cubanos y quienes tuvieron acceso a él en los últimos años pues sus círculos de seguridad resultaban infranqueables.
Es triste que un país tenga de candidato a la presidencia, como posible opción ganadora, a una persona de semejante nivel intelectual, bien podría googlear, consultar antes de hablar aunque sea en Wikipedia, lo que va a decir, para no salir con esos exabruptos. Pero, peor aún, es atroz que un posible presidente de Venezuela tenga un discurso que segrega a extranjeros, a homosexuales y a las personas por su origen familiar. Esa forma de discriminar podría ser, sin duda, el signo de su manera de gobernar, sesgada y prejuiciada contra las minorías.
Es lamentable ese discurso fascista de discriminación, lamentable el lugar, la forma y el momento en que se pronunció, lamentable que la multitud, en la que había mujeres y seguramente homosexuales -tal vez por el fragor de la fiesta-, no comprendiera el significado y alcance de lo que se estaba diciendo y escenificando; pero, lo peor, es que allí, a pocos metros de Maduro, se encontraba riendo y aplaudiendo la diputada Nohelí Pocaterra, mujer e indígena, quien como representante de las mujeres venezolanas y representante de una minoría marginada y discriminada como los wayúu debería elevar y hacer sentir su voz de protesta por lo presenciado.
Señor Nicolás Maduro, así como ser o haber sido chófer no es ni una virtud ni un defecto que cualifique o desmerite para ejercer un cargo; tener dos apellidos, venir de un hogar con dos padres, proceder de un hogar en el que la mujer o el hombre fueron padre y madre, salir de un hogar pobre, rico o clase media, la orientación sexual o los orígenes extranjeros, tampoco lo hacen a uno más o menos apto para ejercer un cargo, un oficio o una profesión.
Usted dice «Yo sí tengo mujer», como quien dice “yo sí tengo perro”, “yo si tengo un carro”, “yo si tengo un rólex”… Y dice “a mí sí me gustan las mujeres” y lo que quiere decir, en realidad, es que a usted sí le gusta “acostarse con mujeres”, “tener sexo con mujeres”, que no es lo mismo ni expresa lo mismo. Las suyas, Nicolás, son expresiones misóginas y de poca hombría para referirse a quien se supone es la compañera de vida.
Si un “macho” como usted llegase a ganar la presidencia, quiera Dios y el voto de la gente que no, a su esposa le podrán decir primera dama, primera compañera, primera mujer, o como menos burgués e imperialista le suene; pero, en el fondo, la estarán tratando como un objeto que se posee y se irrespeta, como un adorno a juego con las yuntas y el pisacorbatas. Por eso, en muchos casos, el adjetivo que más se les ajusta a las compañeras de machos machotes como usted es «la cornuda», «la engañada», «la maltratada», porque para los tipos que se expresan de las mujeres como usted lo hace, la mujer no pasa de ser más que un accesorio.
Finalmente, Nicolás, cito un atinado comentario que sobre el tema hiciera la periodista Faitha Nahmes en Facebook:
“Maduro tendría que haber volteado antes de hablar. Chávez no tenía esposa y Castro tampoco… ¿Entonces? Me parece machista, oscurantista, su frasecita de ‘yo sí tengo mujer’. El darle un piquito a la esposa, como para confirmar que la «tiene», como posesión, subraya más aun ese machismo innegable del que alardean los funcionarios de este gobierno. Cuando dicen «ustedes y ustedas», pero no demuestran interés en las denuncias de la hijastra de Daniel Ortega, que lo ha denunciado como abusador sexual, o dicen a los solteros «mariconsones». Muy primitivo.”.
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