El blog de Golcar

Este no es un reality show sobre Golcar, es un rincón para compartir ideas y eventos que me interesan y mueven. No escribo por dinero ni por fama. Escribo para dejar constancia de que he vivido. Adelante y si deseas, deja tu opinión.

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Esto no pinta nada bien…

racionamiento

Esta foto que circulaba por twitter me produjo cierta suspicacia. En la imagen se ve la pantalla de un computador en la que se lee:

“El cliente ya ha comprado el límite diario establecido para productos regulados.

Comuníquese con el Supervisor de Caja para realizar la anulación del producto”.

Y en letras rojas, mayúsculas sostenidas, especifica:

“LECHE SABANA SOBRE 900GR”

Al preguntar sobre la fotografía, me dijeron que correspondía a un supermercado de una red de Maracaibo cuyos propietarios son chinos.

“Nicolás se va a tener que hacer un collar con las bolas que le está parando Arias Cárdenas a su orden de suspender el racionamiento”, fue lo primero que pensé al observar la imagen e, intrigado, le pasé un mensaje de texto a mi amiga supervisora de supermercado, cuyos buenos oficios, durante bastante tiempo me han evitado tener que hacer las infernales colas para adquirir los productos que escasean desde hace ya más de 3 o 4 años en Maracaibo.

YO: “Hola. Cuéntame algo ¿Es cierto que empezó a funcionar la vaina del racionamiento y que aparece en pantalla que ya el cliente compró ese producto y que el cajero se dirija al supervisor para anular la venta?

ELLA en una seguidilla de mensajes: “¡Hola, Golcar! ¡Eso del racionamiento por sistema lo tenemos desde hace mucho tiempo! Piden cédula, pasan una cantidad, dependiendo del producto, y si pasas otra vez, el sistema avisa que ya compraste. ¡Por eso tus primos goajiros tienen varias cedulas!”

“No te he llamado para que vayas a buscar productos porque se está formando mucho mollejero y ¡no me dejan guardar mercancía! Hoy tuvimos que esperar a la Guardia Nacional para abrir porque  querían meterse y ¡hasta ofrecieron quemar la tienda! ¿Qué tal? Mañana llega harina y aceite, por si quieres comprar y conocer “la patria nueva”.

YO: “Gracias a ti todavía tengo aceite y harina, así que puedo retrasar un poco el placer de conocer “la patria nueva”.

Pero, dime, entonces, no es que está la red de supermercados conectada como decía Arias que harían. Es solo bloqueo para comprar en el mismo supermercado. ¿Todavía podrían ir a comprar en otro lado? “

ELLA: “Solo si compras en el supermercado, ¡por ahora! Y puedes comprar todos los días. Pero, en “Bicentenario”, ¡solo puedes comprar 2 veces a la semana!

Efectivamente, lo de los abastos Bicentenarios, los antiguos Supermercados Éxitos expropiados por el difunto Chávez,  ya lo sabía porque un amigo que trabaja allí me lo había contado, cuando, con mucha ira, me contó también que si alguna persona quería comprar un electrodoméstico allí, tenía que pagarlo y luego pasar por el Core 4 (Comando Regional número 4 de la Guardia Nacional) con la factura para retirarlo.

-Se armaba tal verguero y se robaban tantos aparatos que fue la única forma de medio controlar la situación. Dijo rojo de la rabia.

En conclusión, la imagen que corre por la red no es nada nuevo. Es continuación de lo que venimos padeciendo desde enero de 2011, cuando lo denuncié en indignado en mi artículo “Metamorfosis de una Cédula de Identidad”.

Fue a partir de esa fecha, cuando se oficializó el racionamiento de productos alimenticios por medio de la cédula de identidad. Anteriormente, quedaba a juicio del supervisor del supermercado, del cajero y, en algunos casos, hasta del portero, la cantidad de productos que un cliente podía comprar  por vez.

Al principio, el usuario iba y le permitían comprar, por ejemplo, 4 kilos de azúcar, entonces, volvía a hacer su cola y podía adquirir 4 kilos más y así hasta que obtuviera lo que necesitase. Pero a medida que el estado expropiaba empresas productoras, haciéndolas fracasar,  y la producción en el país iba decayendo, el abastecimiento de los productos básicos iba en descenso, los controles se iban haciendo más rígidos, en lugar de 4 por persona se bajó a dos, y a partir del 2011, se empezó a utilizar el número de cédula como libreta de racionamiento para bloquear a los usuarios que ya habían adquirido algún producto.

Lo demás es historia patria y conocida. La escasez, el desabastecimiento y el racionamiento se empezó a sentir también en el centro del país. Ya no era solamente en los estados fronterizos y del interior, sino que la situación cobró forma de problema racionamiento1nacional y empezó a ser noticia lo que hasta entonces no era más que murmullo en las redes sociales. El escándalo del papel tualé hizo que el mundo entero se enterara de la grave crisis venezolana y, no sin cierta sorna, los medios internacionales daban cuenta de un pobre país petrolero rico en el que la gente no conseguía en los supermercados ni papel higiénico, jabón o pasta dental.

A todas estas, el régimen nunca tomó en cuenta las denuncias de la escasez que estaba atravesando el interior del país. Las empresas en sus manos cada vez producían menos y en varias oportunidades fueron muchas las toneladas de alimentos importados por el gobierno que se pudrieron, sin que nadie diera una explicación creíble y mucho menos que se determinaran responsables.

El Socialismo del Siglo XXI se hizo oídos sordos a toda la problemática y en ningún momento se molestó en buscar una solución mientras que el ritmo de desaparición de los productos en los anaqueles se aceleraba a diario.

Para quienes trabajan en los supermercados, lo que en un tiempo fue un trabajo tranquilo y placentero se les fue convirtiendo en un infierno. Cajeros, supervisores, miembros de seguridad y hasta los gerentes de los establecimientos vieron como sus trabajos dieron un vuelco y hasta riesgoso llegó a ser su empleo.

Pero no solo ha sido un suplicio para los trabajadores de supermercados, los dueños restaurantes y comiderías y quienes viven de producir comidas caseras se ven cada vez más impedidos para obtener la materia prima con la que trabajan y el racionamiento no les allana para nada el camino. Sin mencionar el acoso del que han sido objeto los propietarios de los supermercados tanto por parte de los organismos del Estado que los multan y cierran cada vez que se les antoja, como por la industria del secuestro para la cual han pasado a ser apetitosos objetivos. Hasta presos por supuesto acaparamiento han ido a parar algunos, quienes tienen prohibición de salida del país y mantienen régimen de presentación.

Todo esto va haciendo que la olla de presión del desabastecimiento de alimentos básicos y de productos de higiene personal cada día se “sobrecaliente” más, por utilizar un término recientemente usado por Nicolás para referirse al tema.

Esto no pinta nada bien. Lo que se ha recalentado no es precisamente el consumo, como mal dijo Maduro. La que cada día parece estar más recalentada es la paciencia de la gente que ya empieza a dar muestras de desespero. Es que cuando se juega con el hambre de un pueblo, no se sabe cómo puedan terminar las cosas. En todo caso pueden terminar, si no muy mal, peor.

Ya ha habido heridos en las marabuntas que en diversas zonas del país se han formado cuando llegan productos. En las largas y exasperantes colas para la compra de productos, vigiladas por Guardias Nacionales armados de fusiles, los ánimos están cada vez más caldeados y mi día, que comenzó con la aparición de la foto de marras, termina con este video de un barrio de Maracaibo, un sector de escasos recursos de la ciudad, donde una poblada desesperada, rompió el candado de un camión que iba a descargar alimentos en el supermercado y saqueó la mercancía.

Crónica de un instante socialista

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Maracaibo. 11 de la mañana. El termómetro marca 36 grados centígrados que en la piel se sienten como 42.

El astro rey, casi en su cénit, está como para pelar chivos, dirían en mi pueblo. Dentro del carro, con vidrios ahumados casi negros -que nos imponen tanto el calor y el sol despiadado como la inseguridad-, con el aire acondicionado encendido, siento una gota de sudor que resbala por mi sien. Sendas manchas en la franela a nivel de las axilas acusan el hervor al que nos enfrentamos.

Una impostergable diligencia me obliga a ir en el tráfico hacia la zona de El Tránsito, por los lados de Sanidad. Aunque lo que el cuerpo pide es agua fría en la ducha y encierro en algún lugar con aire central.

Ya a punto de llegar a mi destino. En el semáforo que está en la avenida Padilla, frente al cementerio El Cuadrado, la luz roja me obliga a parar y veo, recostada a una cerca de ciclón que recorre el perímetro de un terreno que pareciera un descampado o estacionamiento, una fila de gente pacientemente parada cubriéndose la cabeza con cualquier objeto disponible.

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Al inicio de la paciente y resignada hilera, unos tres o cuatro hombres con uniformes de la Guardia Nacional. No se sabe si están allí para resguardar el orden público o porque están haciendo la formación como el resto de los civiles. En este país uno ya no sabe distinguir cuando ve representantes de las fuerzas públicas en algún lugar, si están allí para cuidar, para extorsionar o para atender una llamada por atraco, asesinato o sicariato.

Por puro vicio y reacción instintiva, sin saber de qué va la cosa, saco el teléfono y hago unas cuantas fotos. La luz pasa a verde e, intrigado, sigo mi camino.

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En 25 minutos hago mi diligencia y, una vez de vuelta en la esquina, veo que la gente sigue apostada allí. Algunos, de repente, corren como si hubieran recibido una señal. Hay un instante de rebulicio.  A mi lado cruzan corriendo en estampida. Pasa una señora apurada arrastrando un andarivel. Otra cojea con su bastón tratando de apurar el paso y, atrás, en medio de las inmensas bolsas negras de basura que se acumulan en la calle, veo otra mujer con bastón.

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Pegado en el muro que está junto a lo que supongo será la entrada al terreno cercado, a la distancia, distingo un papel bond tamaño carta en el que pone a mano alzada: «Misa Comandante», con un garabato que parece simular una cruz entre las dos palabras. Debajo, en letras pequeñas que no logro distinguir, se ofrecen los detalles del artesanal aviso. Es entonces cuando caigo que es el día 5 del mes, fecha de «cumplemes» del fallecimiento del hombre causante de todo este descalabro que vivimos en la actualidad en Venezuela. Intuyo que lo que pone el aviso en letras chicas es el lugar y la hora en que celebrará la misa por el alma del difunto.

La curiosidad me vence. Bajo el vidrio y siento que me sofoco con el aire caliente que me golpea el rostro.

A una señora gorda, de pelo canoso, la increpo, apurado antes de que quienes vienen atrás en el tráfico comiencen a tocar corneta:

-¿Qué hay allí, qué pasa, doñita?.

Ella voltea hacia mí, abre los ojos todo lo que sus órbitas le permiten y me dice:

-¡Están vendiendo comida!

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