El blog de Golcar

Este no es un reality show sobre Golcar, es un rincón para compartir ideas y eventos que me interesan y mueven. No escribo por dinero ni por fama. Escribo para dejar constancia de que he vivido. Adelante y si deseas, deja tu opinión.

Hilaria (y 8)

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(Cuento)

Entrega final

***

Hilaria encuentra dentro de una Biblia una vieja foto de su papá en medio de unos sembradíos de papas en Mucuchíes. Estaba enterote y buen mozo, como nunca lo conoció Hilaria o, al menos, como no recordaba haberlo visto jamás. Para ella, Rigoberto no era más que un lastimoso viejo apestoso y borracho del que por más que se esforzaba no podía tener ningún buen recuerdo.

El padre nunca le perdonó que por puta, El Brujo lo hubiese abandonado sin terminar de tumbarle el trabajo de brujería que lo había anulado en la vida y sumido en el alcohol y las drogas. En los muy pocos momentos de lucidez que tenía, cuando empezaban sus ataques de ira por la abstinencia, se quejaba a gritos de las hijas rameras que había criado y de su insufrible vida por culpa del mal que le echara aquella maldita mujer. Cuando el ímpetu de su furia se tornaba peligroso `por sus violentos arrebatos, cualquiera de las hijas acudía corriendo con las drogas en la mano y una botella de cerveza. Eso lo tranquilizaba por unas cuantas horas.  La marihuana, a la cual se había hecho adicto con los años con el pretexto de que le ayudaba a calmar los dolores de huesos que lo tenían postrado en una silla de ruedas, también servía para apaciguar sus accesos de furia.

“¡Puta!” Le gritaba a Hilaria cada vez que se cruzaba en su camino y su hija sin responder solo podía pensar en lo irónico que le resultaba que su padre le dijera puta cuando nunca más pudo soportar la caricia de un hombre sobre su piel. El Brujo había sido el único hombre que conoció y le produjo tal repulsión por el género masculino que ni siquiera soportaba un beso en la mejilla. Lamentablemente, las mujeres tampoco le atraían sexualmente, por lo que terminó siendo un ser asexuado, para quien el sexo no existía ni le interesaba, aunque Rigoberto no dejara pasar la más pequeña oportunidad para llamarla “¡Puta!”.

Al Brujo parecía habérselo tragado la tierra. Como llegó desapareció del rancho. Nadie tuvo entonces información de dónde había ido a esconderse. Por un tiempo, Milagros y Fabiola contemplaron la idea de pedirle a un policía amigo que lo buscaran para denunciarlo y ponerlo preso, pero desistieron porque el mismo policía les dijo que sería muy difícil comprobar la violación, que sería doloroso para Hilaria porque tendría que contar una y otra vez lo sucedido, reviviendo su horror a cada instante.

Hilaria les dijo que no quería saber nada de aquel hombre. Que dejaran eso así. Ya Dios se encargaría del desgraciado. Quería olvidarlo aunque no sabía si algún día tendría que enfrentar lo sucedido para contarle a Jacqueline su origen.

El 27 de febrero del 89, mientras ella trataba de huir de la revuelta que la sorprendió en el Mercado de Coche con su hija, le pareció ver a El Brujo salir de una casa cercana corriendo perseguido por una hombre, mientras una niña lloraba desconsoladamente en la puerta de la vivienda. Todo fue muy rápido. El Caracazo se tornaba cada vez más violento. El ruido de detonaciones y los gritos de la gente la tenían aturdida y prefirió pensar que la visión no era más que un espejismo producido por el terror que le inspiraba el sacudón.

Como pudo, llegó al edificio de El Universal, donde desde hacía varios meses trabajaba limpiando las oficinas del periódico. El rotativo estaba revuelto. Nadie parecía tener claro qué era lo que estaba sucediendo pero todos corrían de un lado a otro tratando de armar un rompecabezas de terror con las imágenes, las noticias y los cuentos que traían los reporteros.

Hilaria vio que un equipo reporteril salía en un jeep y les pidió que la dejaran en algún sitio cercano a su casa. Un rancho por los lados de El Valle, hacia donde se dirigía la  unidad de reporteros del diario.  Era una vivienda pobre de bloque rojizo sin friso. Dos habitaciones con techo de zinc y un espacio con la cocina, el comedor y cuatro sillas redondas de tubos de hierro, tejidas con cuerdas plásticas verdes y blancas. Allí vivía con Jacqueline después de que Rigoberto muriera y vendieran la casa de la Panamericana, a donde no quería volver nunca más.

***

Hilaria mira el reloj y se da cuenta de que falta poco para que regrese Jacqueline. Debe apurarse para esconder lo que ha conseguido y que la niña no sospeche lo que tiene planeado. Lo llevará en una caja a la casa de su vecina Enriqueta para que se los tenga allí un tiempito.

Entonces, sin pensarlo, se monta en la silla y toma la cartera de patente opaco, saca el recorte de prensa y lee una vez más la nota que recortara una tarde en su trabajo, cuando fue a recoger la basura y a envolverla en un hoja del periódico y vio la foto de la cara del hombre impresa junto a su pie derecho. A pesar del grano y de lo desenfocado de la imagen, Hilaria no tuvo duda de quién se trataba. Esa cara no podría olvidarla nunca.

“Decapitado sádico en cárcel de Santa Ana”.

Lee una vez más toda la información. Ha guardado ese recorte porque pensaba que algún día le contaría a Jacqueline todo el horror que le causó ese hombre. Quería que la hija odiara al maldito como ella lo odiaba, pero ahora, al revivir los 15 años de la vida de su hija buscando recuerdos, decide que su hija no se merece el sufrimiento que le causaría conocer esa terrible verdad.

Saca el encendedor del bolsillo y le prende fuego al pedazo de papel mientras reza un Padre Nuestro y tres Ave María:

“Brille para Xavián la luz perpetua”. Por primera y única vez en su vida, lo nombra.

Después de dos años de muerto, es la primera oportunidad en que una oración se eleva al cielo en memoria de aquel hombre. Nadie lloró su muerte. Nadie lamentó su acribillamiento. Muchos fueron los “Bien hecho”, “Era lo que se merecía” que se escucharon. Nadie rezó un rosario ni mandó a hacer una misa de difuntos.

“Narran algunos testigos que en ningún momento el occiso intento defenderse. Ni siquiera se le escuchó gritar o lamentarse. Era como si, resignado, aceptara su condena”.

Ahora, Hilaria, al resumir la dicha que Jacqueline significa en su vida, decide perdonarlo y, sobre todo, perdonarse a sí misma. Extraña y cruel forma tuvo la vida de entregarle lo que más ama y quien más feliz la hace. Las negras cenizas del recorte quemado caen al suelo. Una lágrima rueda por la mejilla de Hilaria cuando dice:

“Descansa en paz. Amén”.

FIN

Abril/24/2014
Primera entrega http://wp.me/s2UoX7-hilaria
Segunda entrega http://wp.me/p2UoX7-1ZQ
Tercera entrega http://wp.me/p2UoX7-1ZZ 
Cuarta entrega http://wp.me/p2UoX7-209
Quinta entrega http://wp.me/p2UoX7-20e
Sexta entrega http://wp.me/p2UoX7-20i
Séptima entrega http://wp.me/p2UoX7-20n

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7 pensamientos en “Hilaria (y 8)

  1. pollinob en dijo:

    Muchas gracias por este cuento, Golcar.

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  2. Muchas gracias por este cuento Golcar. ¡Cuántas historias reales debe aglutinar! la historia de Hilaria es la de muchas mujeres humildes anónimas.

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    • Sabes que una de las sorpresas que me llevé fue que una hermana cuando leyó el cuento me dijo que la mamá de una amiga de ella no se quería separar de una nieta por algo parecido. Al final es el subconsciente de uno el que cuenta.

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  3. Tremendo cuento, envidia su lectura y los personajes están muy bien construidos, y los flashbacks son impecables. Felicitaciones.

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