El blog de Golcar

Este no es un reality show sobre Golcar, es un rincón para compartir ideas y eventos que me interesan y mueven. No escribo por dinero ni por fama. Escribo para dejar constancia de que he vivido. Adelante y si deseas, deja tu opinión.

Esto no es la depresión de un lunes

duele

Quisiera creer que todo está bien. Me gustaría pensar que la opresión en el pecho no es más que la depresión del lunes. Me gustaría poder decir que la sensación en el vientre no es más que el resultado de una pesada comida.

¡Cómo quisiera poder vivir en la ignorancia! Como aquella doctora que llega a comprar el alimento para su gato sin enterarse que en las tiendas de electrodomésticos el día anterior se empezó a aglutinar la gente para comprar «a precios justos».

Como la chica que llega a buscar el Cat Chow para su mascota, coqueta y sudorosa luego de recorrer media ciudad infructuosamente y me dice:

-¿Qué está pasando con la comida de gatos que no se consigue en ninguna parte? He ido a tiendas de mascotas y supermercados y nada.

Yo, con esta amargura que se me está instalando en el alma, respondo con otra pregunta:

-¿Qué está pasando con la leche, con la azúcar? ¿Qué está pasando con el país?

Ella me mira con una mueca de sonrisa y yo sigo destilando mi hiel:

-Que estamos en un país socialista. En el país que nos heredó Chávez. En el país de Nicolás. Eso es lo que está pasando.

-¡Ay, ese hombre! Ojalá, se vaya ese Nicolás.

Cuando la oigo no puedo evitar terminar de espetarle mi vinagre:

-Por eso yo, antes de venirme a trabajar, pasé un buen rato a protestar.

-¿Protesta? ¿Cuál protesta?

No. Sé que esta no es la depresión del lunes. Es la depresión de pasar un domingo a las 11 de la mañana por Ferre Total para buscar unas piezas que le faltaron a mis persianas y conseguir que a pleno sol rechinante de Maracaibo, pegadas a la pared para agarrar un poquito de sombra del muro, había una fila de personas esperando turno para comprar a «precio justo» y, en la calle, la respectiva cola de autos. Todos de manera incosciente o conscientemente terminamos contribuyendo a la destrucción del país.

Es la depresión de ver el cansancio y la tristeza en los ojos de los empleados de Ferre Total que se esfuerzan por seguir dando una buena atención pero que no pueden disimular su depresión e incertidumbre.

Mientras espero que me busquen las dos piezas que le faltaron a mis persianas, leo el aviso puesto en la pared de entrada con la lista del límite de productos que cada cliente puede comprar, el racionamiento, pues. Sale un señor que hizo la insoportable cola para comprar 2 metros de cable «debe ser una emergencia», pienso, y veo que sale una señora con un galón de pintura y 6 ganchos para colgar ropa. Otra con un archivador de plástico y una más con una carretilla vacía… En fin, no quiero pensar que la gente pierda 3 horas de su vida a pleno sol, con 40 grados centígrados a la sombra, para comprar esas cosas.

Un chico se me acerca y comenta:

-Se me dañó una llave paso y tengo que cambiarla urgentemente y no tengo otro sitio dónde conseguirla hoy. En Epa no quedó nada. ¡Coño, yo no tengo tiempo para estas colas! Yo, para comprar, tengo que trabajar y si hago la cola no trabajo y, por lo tanto, no tendré con qué comprar. ¿Esta gente tiene plata y tiempo para hacer estas colas? ¿No trabajan?

Quiero pensar que ya el martes habrá pasado esta sensación de lunes, pero sé que al día siguiente volverá la depresión cuando salga a comprar, en la panadería de la que soy cliente desde hace 20 años, dos litros de leche y me digan que solo puedo llevar uno. O cuando me avisen llegó una extraña leche condensada al supermercado y me digan las dependientes que si quiero comprar 3 potecitos (se lee TRES unidades) de esa leche tengo que hacer una compra, de más de 300 bolívares. De lo contrario, solo me permiten comprar 1 pote (se lee UN pote de 350 ml.)

Me deprimiré una vez más al contemplar el kiosco de periódico del chavista Francisco que está por mi cuadra y se ha convertido en una especie de alegoría de lo que es el país.

Un Kiosco que hace 15 años estaba lleno de periódicos, revistas, juegos, chucherías. Donde compraba cigarrillos cuando fumaba, donde hasta hilo, agujas y pega loca podía conseguir. Es un remedo de kiosco.

Como Venezuela, ese kiosco ahora está vacío y oscuro. Dos periódicos y unos cuantos frascos vacíos es los único que se ve al pasar frente a él. Ya ni siquiera me detengo. Hago una mueca de saludo y solo le digo a Francisco:

-¡Coño, esa vaina está cada vez más pelada!

El me responde que «ahora no se puede tener lo que no se vende».

Lo sé muy bien. Tengo 15 años adaptando mi negocio a las circunstancias del país. Eliminar rubros, perseguir otros. Disminuir costos. Rebuscar por todos lados.

La nueva modalidad es «bachaquear». Buscar en cualquier rincón del país la mercancía que los clientes necesitan para poder continuar ofreciendo el servicio. Bajamos cada vez más el margen de ganancia pero al cliente le sigue costando cada vez más el producto. Mi familia recorre los negocios de Mérida persiguiendo alimentos para gatos para comprarlos a precios más elevados de lo que yo los vendía y enviármelos con exorbitantes fletes. Todo contribuye a encarecer el producto pero la gente agradece y paga porque su mascota es uno más de la familia.

Así vamos. Uno quisiera no tener que salir a la calle para no tropezarse con la escasez, con las colas por comida, por electrodomésticos, por productos ferreteros, para conseguir un taxi… Colas por todos lados y para todo. Uno quiere evadir la realidad para evitar la depresión, pero la realidad se mete por los intersticios de la cotidianidad para golpearte moral y anímicamente.

No hay modo de evadirse. La depresión reincide. Salgo a perseguir un pote de leche condensada y un paquete de papel tualé, y una vez más, tropiezo con Francisco, el chavista del kiosco de periódico, sentado en su silla de metal frente a lo que queda de lo que en un tiempo parecía ser un próspero negocio. Lo veo encanecido, en silencio, venido a menos como su tarantín y no puedo evitar sentir que la depresión me cae de sopetón. Es miércoles y reincido en mi depresión. Confirmo que lo de dos días antes no era la depresión del lunes.

Efectivamente, la pancarta de la chica en la protesta del 23N tiene toda la razón: Venezuela duele. Miro al disminuido Francisco y solo puedo pensar si ese hombre se ha dado cuenta de su deterioro y del de su negocio. ¿Seguirá pensando que todo eso vale la pena porque «tiene patria?

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10 pensamientos en “Esto no es la depresión de un lunes

  1. Solo me puedo preguntar ¿Qué más tiene que pasar, para que nos duela el país, en verdad?

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  2. Moreida Roja de Delgado en dijo:

    lo mismo que dice Luis Brito, digo yo: no digo nada y le agrego no me da la gana de decir nada

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  3. Carolina en dijo:

    Demasiado bueno y real. La depresión y la tristeza se esta volviendo un estado real que te golpea cada vez que observas la triste realidad de nuestro pobre país

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  4. Pingback: Esto no es la depresión de un lunes, @Golcar1 | Venezuela Libre blog

  5. luis brito en dijo:

    nada , no tengo nada que decir y es mas no voy a decir nada .no puedo ya .

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  6. luis brito en dijo:

    sin comentarios…

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  7. Lala de Balestrini en dijo:

    Es que la verdad yo no se que nos ha pasado a los venezolanos, serà verdad lo de la droga que mandaba a repartir el desgraciado difunto en aviones como si nos estuvieran fumigando? porque es que uno se pone a ver y es cuando se da cuenta como estamos de ahuvoneados, por mucho menos desde cuando huebièramos protestado y sacado del poder a esta cuerda de ladrones que estàn en el des-gobierno; por muchìsimo menos tumbaron a Carlos Andrès Pèrez, pero no, sin ir muy lejos en el Tàchira desde Capacho hasta Peracal que es la frontera con Colombia subieron el precio de la gasolina a 20 bolìvares el litro y ¿que pasò? naaaaaada todo el mundo està pagando ese precio y ni rechistaron, entonces creen ustedes mis estimados que con ciudadanos dicièndoles que si, a todo lo que ellos quieran inventar vamos a salir de ellos? no nunca y ahora con el cuento de «los precios justos» la terminamos de poner de oro, como es posible que la gente se ponga a hacer esas colas para comprar algo que de verdad no necesita? me quedè pasmada cuando fui al centro de la ciudad la semana pasada y vì la cola terrible que habìa en el Castillo (para los no saben o no conocen Mèrida, El Castillo es una tienda de ventas de telas)y la gente haciendo esas colas !!!PARA COMPRAR TELAS!!!Ahì si pasè y dije en voz alta para que oyeran «cuando me calo yo una cola de estas para comprar un pedazo de tela» por supuesto me miraron que me querìan tragar pero me dì el gusto de decirlo, pero ya parecemos, o sera que ya somos una cuerda de lambucios muertos de hambre que mientras hay rebajas o saqueos allà tenemos que estar? Esta la verdad no es la Venzuela que queremos ni merecemos » CUANTO ME DUELES VENEZUELA»

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  8. Estos días escuché una frase de Doña Bárbara, en el contexto que nos duele: «Esta tierra no perdona», le dice Lorenzo Baquero a Santos Luzardo… y le habla del hombre que fue y de como se transformó en una piltrafa por haber caído en los brazos de Doña Bárbara. Nuestro país ha caído en los brazos de la devoradora… ganó la barbarie frente a la razón. «Mírala, espejismos por donde quiera! (…) La llanura está llena de espejismos». Ojalá Gallegos nos rescatara.

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